Una celda para 35 personas, ratas y cucarachas
Imane Rachidi
«Cada celda, de unos 12 metros cuadrados, alberga a unas 30 personas. Dormimos hacinados, sin camas ni mantas, está todo lleno de ratas y cucarachas». Quien habla es un preso español anónimo de la cárcel de Tánger, agarrado a un teléfono móvil introducido en la prisión de contrabando. Por su voz se deduce que tiene una edad bastante avanzada. No quiere decir su nombre por miedo a las represalias, pero desea contar su historia «a toda España». Asegura que cada uno de sus compañeros de fatigas cuenta con un espacio de menos de un metro: «Allí debemos ducharnos, hacer nuestras necesidades, comer y todo lo que se pueda imaginar», especifica.
Casi la mitad de los presos que hay a día de hoy en Marruecos están aún sin juzgar. Un abuso de la prisión preventiva que también sufren los españoles encarcelados, sobre todo, en el norte de ese país y que en su mayoría están acusados de delitos de narcotráfico. Algunos fueron detenidos cuando se localizó droga en sus coches o camiones, aunque muchos aseguran que no tenían ninguna sustancia prohibida.
«Yo no sabía que pudiera haber algo raro en la mercancía, además sólo era el acompañante»
Hay quien llegó sin saber dónde se estaba metiendo. «Estoy jubilado. Se acababa de morir mi mujer y decidí acompañar a mi hijo a Marruecos porque, como es camionero y hace el trayecto Oujda-Barcelona, pensé que me haría sentirme mejor. Yo no sabía que pudiera haber algo raro en la mercancía, además sólo era el acompañante. Estoy enfermo del corazón y estoy aquí dentro sin mis medicinas y durmiendo en el suelo», nos cuenta Antonio, de 67 años, desde la cárcel de Tánger donde lleva retenido un año.
Aunque la mayoría de los presos están acusados -injustamente o no- de tráfico de drogas, hay otros casos. Un pescador reclama el teléfono para contar a esta periodista la desesperada historia que está sufriendo junto a su sobrino. «Nosotros somos de Barbate, Cádiz. Salimos por la mañana a pescar como todos los días y sólo llevábamos un bidón de combustible, así que se nos acabó la gasolina en medio del mar», relata entre lágrimas Diego, de muy avanzada edad, que asegura no haber cometido jamás un delito. «No sabíamos qué hacer, estábamos solos en el mar hasta que de repente vimos a los guardias marroquíes y empezamos a llamarles para que nos ayudaran. Se acercaron hasta nuestro barco, lo engancharon y nos arrastraron hacia Tánger», cuenta este anciano que ahora está preso en una cárcel marroquí.
«Pensábamos que nos llevarían a Algeciras… pero ya llevamos dos meses aquí dentro. Y tampoco sabemos de qué se nos acusa porque no entendemos nada en los juicios, son en árabe y no nos ofrecen traductor», denuncia Diego.
La mayor parte de los presos han pedido como condición para relatar sus historias que no se difundan sus apellidos ni otros datos. Su miedo a la represión posterior por haber denunciado ante los medios de comunicación su situación, hace difícil que sus voces lleguen al otro lado del estrecho. Sin embargo, el relator de la ONU para la Tortura, Juan Méndez, que visitó las cárceles marroquíes este verano, ya aseguró la persistencia de «malos tratos» en Marruecos y de «casos recientes de informes creíbles de golpes (con puños y palos), aplicación de electrochoques y quemaduras de cigarrillos».
Compresas a 10 euros
El Ministerio de Exteriores español no ha querido hacer comentarios sobre la denuncia de estos presos y tampoco accede a reunirse con sus familiares, que reclaman ayuda por parte de su país. «El consulado no quiere saber nada, en temas judiciales no entra. Vienen a vernos de vez en cuando, nos entregan la cuantía que nos corresponde como ayuda, pero que no da ni para comprar una manta», asegura el hijo de Enrique, en estos momentos en la enfermería de prisión debido a su deteriorado estado de salud.
«Cuando pedí un abogado que hablara castellano, me han dicho que pague 3.000 euros»
Otros presos, como los que están en la cárcel de Salé, ciudad vecina de Rabat, denuncian que no reciben esa ayuda económica que, por obligación, el consulado español les debe entregar mensualmente para productos básicos. «Dentro de la cárcel, por un paquete de compresas nos cobran 10 euros», dice Antonia, que pasó dos años encarcelada en Tetuán recibiendo un máximo de 30 euros por parte del Consulado, pero ningún otro tipo de ayuda. «No han querido subirnos la cuantía ni ofrecernos ayuda jurídica. Cuando le pedí que me ponga a un abogado que hable castellano, me ha dicho que paguemos 3.000 euros, y yo no tengo ese dinero», recuerda Antonia.
En España habría que referirse a estos presos como «presuntos delincuentes», pero eso no ocurre en Marruecos, como confirman los propios presos. «Mientras que en España una persona siempre es inocente hasta que se demuestre lo contrario, aquí uno es culpable hasta que demuestre su inocencia», aseguran todos. «Aquí todo funciona a base de soborno: si tú pagas al juez, al fiscal y al abogado, pues sales a la calle, si no puedes hacer eso, olvídate que te pudres en la cárcel», afirma de forma tajante el español Enrique Francisco.
«Todo funciona con sobornos: si tú pagas al juez, al fiscal y al abogado, pues sales a la calle»
Ligeroso lleva un año y seis meses en «la enfermería» de la cárcel. «Enfermería por llamarlo de alguna manera, porque en todo el tiempo que llevo aquí no he visto que pasaran ni una vez la fregona, nunca han tirado ni media botella de lejía, no hay camas ni para la mitad», lamenta este preso que tuvo que abandonar la celda después de sufrir tres ataques de asma.
Para comunicarse con el exterior, los presos tienen derecho a llamar, una vez al día, a través de una cabina telefónica que «tiene muy mala calidad de sonido y que necesita demasiadas monedas». Las conversaciones para estas entrevistas se mantienen a través de un teléfono móvil comprado «por contrabando a uno de los funcionarios», pero que cada vez que se lo requisan a algún preso, hay que volver a adquirir uno nuevo «a un precio muy caro».
La Fundación Luz del Mundo tiene dedicado un departamento específico para velar por las necesidades de los presos en cárceles extranjeras, y muy especialmente, por los del vecino Marruecos. «Puedo decir, firmemente, que en las cárceles marroquíes muchos presos no son culpables. Pero con independencia de su inocencia o no, todas las personas tienen derecho a que se respeten sus derechos y libertades fundamentales y unas condiciones dignas» afirma rotundamente la abogada Lydia Horno, colaboradora de esta fundación que trabaja por la reinserción de presos desde el año 2004.
El Consejo Nacional de Derechos Humanos de Marruecos reconoce que, en muchas ocasiones, no se cumplen los requisitos para decretar la prisión preventiva y que esa es la principal causa del hacinamiento en las prisiones marroquíes. «Hemos vivido muchas situaciones en las que después de varios meses, incluso años, los acusados han sido declarados inocentes o condenados a una pena muy inferior a la que han cumplido», lamenta la letrada Horno.
Es el caso de un antiguo preso que, ya de vuelta en España, recuerda con rabia su paso por la cárcel. Ha pasado 3 meses en prisión preventiva, sin ninguna prueba contra él, y después de incontables desplazamientos, el tribunal marroquí lo ha declarado inocente. No obstante, la Fundación Luz del Mundo admite que hay muchas personas que sí hacen de transportistas de drogas. «Hay personas desesperadas que creen que con un viaje pueden solucionar sus problemas económicos, que se dejan embelesar por las promesas de los que ofrecen algo que dicen que es 100% seguro, que no existe riesgo. Pero la realidad es que no hay métodos infalibles y que las cárceles de Marruecos están llenas de personas a las que les han prometido que nadie les iba a parar y que era algo seguro» explica Horno.
«Aquí no se reinsertan ni las cucarachas»
Los presos llevan a cabo una lucha vital, una guerra de supervivencia dentro de las cárceles. «Ahora nos tienen miedo porque hay un español aquí que lleva bastante tiempo y tiene un mal temperamento que les ha dejado las cosas claras, ya no se meten tanto con nosotros como antes», cuenta Ligeroso, de 57 años, que está desde el año 2010 encarcelado en ‘El infierno de Tánger’, como es conocida la prisión de hombres del norte de Marruecos. «¿Reinserción? Aquí no se reinsertan ni las cucarachas, y mira que hay unas cuantas», ironiza Ligeroso al ser preguntado por su situación psicológica tras pasar tanto tiempo encarcelado allí.
Pero para él llegan noticias felices: está a punto de ser trasladado a la cárcel de Algeciras para cumplir el resto de su condena. «Lo que quería conseguir es irme a morir a mi país, porque aquí te da un infarto y pueden pasar diez horas o más hasta que te saquen a la calle. Llevo tres años aquí dentro y por fin me han concedido el traslado. Me han puesto todas las pegas que han podido, todas», asegura.
Pueden pasar 3 años hasta que un preso obtenga una fecha de traslado a España
Cuando Ligeroso llegue a España, según la legislación española, saldrá en libertad provisional en dos o tres meses, pero su situación es tan desesperada que afirma que no le importa cumplir toda su condena con tal de vivir en un lugar mejor. «Pasaría el tiempo que me queda al completo, pero en un sitio donde se respeten mis derechos humanos», dice.
Lleva en una situación muy grave desde hace muchos meses y necesita unas medicinas que no siempre están disponibles, y que le tiene que enviar su familia. «En tres años no me han llevado a hacer ni una revisión, y en cuanto a las pastillas… pues te dicen mañana, mañana y mañana. Es un gran abuso todo esto, pero el mayor abuso es que lo sabe la policía española, lo sabe el Gobierno español y lo sabe todo el mundo, pero nadie nos hace ni caso» lamenta indignado.
Un delito de narcotráfico en Marruecos puede ser castigado con penas de entre 3 y 4 años de cárcel, y la sentencia puede ser agravada si una persona es asociada con una «organización delictiva», aumentando la pena hasta los 10 años de privación de libertad. Pero en Marruecos, además de estar preso, se añaden condenas psicológicas como tener que vivir en condiciones infrahumanas y en un país alejado. La Fundación Ramón Rubial reconoce que los españoles presos en países en desarrollo «pasan hambre, gastan mucho dinero en sobornos y viven rodeados de insectos y suciedad».
Marruecos y España tienen un convenio de asistencia judicial, vigente desde 1997 y que permite el traslado de presos de un país a otro para que pueda cumplirse la condena en el país de origen del detenido. Los requisitos más básicos son tener una sentencia firme y haber cumplido un mínimo de 1 año en la cárcel extranjera. No obstante, los presos dicen que ese sistema es muy lento, y que pueden pasar 3 años hasta que el preso obtenga una respuesta definitiva, con una orden y fecha de traslado.
30 presos en una celda
Otro preso se pone al teléfono y por su voz se deduce que tiene una edad bastante avanzada. Pide permiso para contar su historia por teléfono «a toda España». Dice tener miedo a represalias dentro de la cárcel, por eso prefiere no revelar su identidad. «Cada celda, de unos 12 metros cuadrados, alberga a unas 30 personas, dormimos hacinados, sin camas ni mantas, está todo lleno de ratas y cucarachas», relata. Pero en las mismas celdas, cada uno de ellos cuenta con un espacio de menos de 1 metro «donde debemos ducharnos, hacer nuestras necesidades, comer y todo lo que se pueda imaginar» especifica.
«No estamos pidiendo que se nos perdonen nuestros delitos, sólo un juicio justo»
Las instalaciones de la prisión de mujeres, en Tetuán, son prácticamente nuevas pero el hacinamiento parece inevitable. Estefanía acaba de abandonar esa cárcel hace unas semanas. «Vivíamos en condiciones infrahumanas, éramos 25 personas en una misma celda y allí mismo comíamos, con las manos, hacíamos nuestras necesidades, lavábamos los platos, y, vaya, no es normal», detalla.
Familiares de los presos españoles en Marruecos han puesto en marcha un blog y una campaña de recogida de firmas para pedir al Ministerio de Exteriores que ponga fin al calvario de los encarcelados acelerando el proceso de traslados. Para avalar sus peticiones, los familiares han activado un contestador automático al que llaman los presos españoles en Marruecos para denunciar las supuestas violaciones de derechos humanos dentro de la prisión. «He vivido, he escuchado, he visto y me han contado muchas cosas, he sufrido torturas psicológicas, amenazas, chantajes, sobornos, intentos de asesinato, de envenenamiento, falta de asistencia médica, indefensión, constante violación de los derechos humanos, he tenido dudas de la certeza de lo que veo», cuenta, bajo anonimato, un joven preso español en Marruecos.
Todos estos presos tienen miedo, pero están decididos a hacer lo posible para «salvar su vida» porque si no, hablar «puede ser peor». Aseguran sentirse desprotegidos y abandonados por su país, y por eso piden al Gobierno español que se haga cargo de ellos, que vele por su seguridad y por sus derechos fundamentales. «Aquí no existen derechos humanos de nada, absolutamente de nada», lamenta Enrique desde Tánger, en medio de un barullo por las peleas que se producen con frecuencia en la cárcel.
«No estamos pidiendo que se nos perdonen nuestros delitos, que se nos saque de aquí sin merecerlo o que se nos traslade a España para dejarnos en libertad. Sólo pedimos un juicio justo, si somos culpables, pues que nos lo demuestren ¿Dónde están las pruebas que hay en nuestra contra?», dice Antonio, que asegura no haber cometido ningún delito para llevar preso casi 3 años.
Las sesiones de sus juicios se han aplazado en varias ocasiones y sin ninguna explicación, pero su mayor frustración es no poder defenderse al no entender el idioma. «En un momento tan importante para una vida, cuando lo que está en juego es la libertad de una persona, y que no sepamos de qué se nos está juzgando, cuáles son nuestros delitos, cuánto tiempo pasaremos en la cárcel… ¡Es algo realmente difícil de contar!»
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