Ateo ¡ojalá!
Alberto Arricruz
Ilya U. Topper
Dios, marca registrada
Género: Ensayo
Editorial: Hoja de Lata
Año: 2023
Páginas: 320
Precio: 18,90 €
ISBN: 978-84-1891-839-1
Idioma original: español
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Según los paleoantropólogos, nuestros antecesores homo sapiens fueron diferenciándose de los demás homínidos al quedarse en la ladera este de la falla del Rift, que corta media África y alcanza hasta Turquía.
Ilya U. Topper, autor de “Dios, marca registrada”, es de otra gran falla. Esta, donde le ha tocado nacer, criarse y vivir, surge de la tectónica de las civilizaciones humanas. Es imaginaria, como las fronteras, las identidades, los dioses y las culturas. Separa Oriente de Occidente: el autor Samuel Huntington la popularizó como “The Clash of Civilizations”.
Ilya Topper se rebela contra ese Clash anunciado, esa división dramática arrastrando guerras y crímenes, los de hoy y los que están por venir. Es la batalla de su vida.
Nacido en Almería de padres alemanes, Ilya Topper crece en Marruecos y empieza su vida adulta de periodista (y poeta) en Cádiz, para luego afincarse en Estambul, como correspondiente de la agencia EFE. Su línea de vida traza una curva sensible de Cádiz a Antioquía, de Occidente a Oriente, cruzando Melilla por amor y llevándose del norte remoto algún aire de Berlín. Por todo lo ancho de aquella civilización que unía Europa, Oriente y África, con Roma y Constantinopla por capitales, el Mediterráneo como centro del mundo y el saber griego en herencia universal. Europeo, sabiendo que Europa es una diosa griega bañándose en una playa de Líbano. Un sueño oriental proyectado hacia donde se aleja el sol.
Su análisis parte de la crítica de lo que está erigido en sentido común, ese conjunto de nociones que parecen naturales e inapelables
En 2007, con su cómplice gaditano Alejandro Luque y un grupo de talentosos periodistas, artistas, escritores e investigadores, crea la revista-web M’Sur, con el propósito de promover lo que une a las sociedades del conjunto cultural mediterráneo, “desde el convencimiento de que la larga historia común de estas sociedades llevará a un futuro cada vez más compartido” (según se presenta la asociación).
Su arma: la investigación periodística para extraer, ante el caos de las noticias, conocimiento, entendimiento de los hechos y del porqué, divulgación de la riqueza de las sociedades del sur y de lo que las une con las del norte, desmontando caricaturas y tópicos.
El ensayo Dios, marca registrada se inscribe en la continuación de esos quince años de publicaciones de M’Sur. Recorre Europa, Oriente y la península arábiga en un viaje lleno de erudición y de empatía con los pueblos. Siguiendo la recomendación de Antonio Gramsci, su análisis parte de la crítica de lo que está erigido en sentido común, ese conjunto de nociones que parecen naturales e inapelables, y conforman la convicción del choque de civilizaciones. Ilya Topper lo hace con su estilo directo y claro, metiéndose con ganas de pelear en controversias fundamentales de nuestro tiempo.
Abre con la masacre en enero 2015 de la redacción de Charlie Hebdo, ese grupo de humoristas pícaros y periodistas culpables ¿de qué? ¡de blasfemia! Recuerda las palabras del papa Francisco en reacción a la matanza: “¡Pero si es normal! No se puede provocar, no se pude insultar la fe de los demás. No se puede uno burlar de la fe”. Marca un antes y un después: ahora, cristianismo e islam “son aliados firmes en un frente unido contra quienes valoran la libertad por encima de la fe. Contra el laicismo”.
Recupera escritos papales no tan antiguos, cuyo contenido podrían perfectamente firmar Daesh o los Hermanos musulmanes
Ilya Topper muestra lo común que tienen las religiones judías, cristianas y musulmanas, no solo en la absoluta unidad de sus mitos, también en la voluntad de los clérigos de toda índole de mandar en la vida de la gente, desde el nacimiento hasta la muerte, desde lo que hay que pensar a lo que se permite desear, desde la forma de vestirse a qué comer y cómo y cuándo follar.
Fuerzas políticas europeas intentan vendernos hoy que la democracia, las libertades civiles, las libertades de las mujeres y la facultad de pensar y expresarse libremente serían frutos del cristianismo, mientras el islam sería malo y retrogrado. Eso es una mentira y una falsificación histórica grosera; Ilya Topper lo demuestra con datos y ejemplos. Recupera decisiones y escritos papales no tan antiguos como podríamos pensar, cuyo contenido podrían perfectamente firmar Daesh, los Hermanos musulmanes o cualquier clérigo iraní o catarí.
Pero ¿cómo y por qué los estados-naciones europeos se han constituido en sociedades civiles laicas, mandando los cleros a sus templos? Y ¿cómo y por qué los movimientos nacionalistas árabes no han sido capaces de llegar al mismo resultado?
Ilya Topper remonta la genealogía de los nacionalismos modernos, nacidos de la deflagración que fue la revolución francesa de 1789, cuando se arrancó el vínculo entre territorios y derecho de la nobleza a repartírselos… con los pueblos dentro. Derrocando al rey, los revolucionarios destrozaron el orden divino y forjaron el concepto de Patria, en el que la población pasa de sujeto a ciudadano.
Examina el proceso de creación de Alemania, un estado-nación potente y modélico, donde el kulturkampf (“lucha de culturas”) desembocó en la separación entre el nuevo Estado y las iglesias —católica y protestante— de la mano dura del “canciller de hierro”, Otto von Bismarck.
El sionismo y el nacionalismo árabe se parecen estrechamente: los dos incorporan una fuerte dosis de religión
El modelo del estado-nación ha conquistado Europa, multiplicando nuevas patrias en los escombros de los viejos imperios. Se ha expandido por todo el planeta, asociando transformación económica y secularización con identidades nacionales… y guerras crueles, dos mundiales y otras que todavía no se llamaban “purificación étnica” o genocidio.
Ilya Topper mira dentro del crisol en el que se han forjado los nacionalismos contemporáneos, buscando qué elementos han arrojado dentro sus fundadores. Se detiene en la construcción del nacionalismo judío, el sionismo, y del nacionalismo árabe. Sorpresa: los dos se parecen estrechamente, los dos incorporan una fuerte dosis de religión. No porque sus creadores fueran religiosos, todo lo contrario: eran ateos, miraban con desprecio a los religiosos, como buenos herederos del kulturkampf. Pero, como también lo hizo el fundador de la Turquía moderna, Atatürk, han integrado la religión, sea musulmana, sea judía, en el corazón de sus proyectos, por considerarlas un arquetipo imprescindible para que las nuevas identidades nacionales ganen los corazones.
En el caso del sionismo, no tenían más remedio: la afirmación de que existe un pueblo judío único, disperso por culpa de los romanos y destinado a reunirse en un nuevo estado-nación en la tierra de origen es, en su totalidad, un mito religioso. Todos los nacionalismos se basan en un cuento, pero partiendo de una tierra y para las poblaciones que la habitan; el sionismo, al conseguir forjar un sentimiento nacional y crear un Estado moderno sin tener primero una tierra, es la quintaesencia de los nacionalismos modernos.
Lo que les pasa al sionismo y al nacionalismo árabe es lo mismo: sus fundadores laicos han creído poder mantener a raya los religiosos, pero al poner los relatos religiosos en el corazón de las nuevas construcciones identitarias, los han dotado de una fuerza imparable, y ahora están desbordados.
Las izquierdas europeas defienden el integrismo islamista como bueno para las poblaciones migrantes originarias de países musulmanes
Ilya Topper apunta otra consecuencia de esa decisión de los fundadores del nacionalismo árabe: le han dado al islam el color de la religión de los oprimidos y de los pueblos que se liberan. Eso ha sido incorporado a los fundamentos de la cultura de izquierdas cuando el nacionalismo árabe ha pasado a formar parte del movimiento progresista antiimperialista mundial. Ahora, las izquierdas europeas defienden el integrismo islamista como bueno para las poblaciones migrantes originarias de países musulmanes. Que se lo digan a los dirigentes del partido comunista iraní, al menos al que habrá sobrevivido a la masacre de todos sus dirigentes y sus militantes, llevada a cabo por los ayatolás islamistas de los que eran aliados al inicio de la revolución de 1979.
La gran mayoría de las críticas al islamismo, y también las decisiones de los gobiernos europeos, tienden a “respetar” la religión. Soy testigo de eso en Francia: basta con leer los libros de escuela desde hace veinte años que tratan del islam. Sí, sí: los de la escuela francesa laica. Aceptan el relato coránico sin discutir su consistencia histórica, obviando que se trata, como todo relato religioso, de un cuento fantástico ajeno a cualquier realidad.
El proceso histórico que ha culminado en la Ilustración, sometiendo la Biblia al examen crítico como obra literaria, y buscando explicaciones a la realidad por el método científico, ha sido largo y duro. Nada justifica que no se extienda al cuento musulmán.
Es más: detrás de la sacralización del islam apuntan los demás aparatos religiosos buscando recuperar el terreno concedido. Utilizando el empuje del fundamentalismo islamista, pugnan para restablecer la sacralidad legal de sus cuentos y acabar con la blasfemia. Quieren cambiar Europa.
“Europa nació en Líbano” es un capítulo del libro. En este, Ilya Topper afirma: “La ciencia es la base de la civilización europea”.
Al leer esa frase, mi mente me ha llevado al Manifiesto del partido comunista de Marx y Engels. En ese texto performativo, los fundadores del movimiento comunista proponían acabar con las ideologías opresoras y el oscurantismo de las religiones, fundando un nuevo orden social en la ciencia, gracias al proletariado. Jacques Derrida, lector agudo de Marx (en Spectres de Marx) definió al comunismo como “mesianismo sin mesías”.
Contra esa llaga del choque de civilizaciones y para conjurar los peligros que arrastra, lo que propone Ilya U. Topper es: dejarse de cuentos
Derrida también leyó atentamente (en Mal d’archive) a Freud, quien quiso crear la ciencia de la mente humana. Freud, fascinado por la Roma antigua, comparaba el psicoanálisis con la arqueología: cavando en busca de los orígenes arcaicos, aparecen capas sucesivas antes ocultadas, hasta que “las piedras hablen por si solas”. ¿Piedras que hablan? pregunta Derrida ¿Eso qué es?
¿Puede una sociedad, una civilización, tener la ciencia como base? ¿Cómo podría ser, puesto que la civilización es, de alfa a omega, una institución imaginaria? Eso preguntaba Cornelius Castoriadis (nacido en Constantinopla en 1922 para ser expulsado a Grecia y fallecido en París donde era profesor de economía y filosofía: tendría un buen sitio en el panteón de M’Sur).
Desde luego, en contra de esa llaga del choque de civilizaciones, constantemente alimentada desde tantas fuentes, y para conjurar los peligros que arrastra, lo que propone Ilya U. Topper es: dejarse de cuentos. Y defender la laicidad, tan universal e imprescindible como la ciencia. Con uñas y dientes, con el conocimiento, la investigación y la divulgación de la realidad y la verdad histórica. Es lo que hace con M’Sur, y con Dios, marca registrada.
Puede parecer como el colibrí que trae una gota de agua en cada vuelo para apagar el incendio. Pero creo que es mucho más. En ese trabajo de desconstrucción, Ilya Topper no está solo. Miren a las mujeres iranies, levantadas para acabar con la teocracia islamista, esa dictadura impresentable que las reprime por ser depravadas occidentalizadas. Van a acabar con el islamismo, exactamente en donde ha empezado.
Hay que leer Dios, marca registrada, obra urgente, apasionante e inacabada, porque la batalla todavía está por ganar. Y para eso, primero hay que darla.
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* “Athée ! ô grâce à dieu…” es una canción de Marcel Mouloudji, 1970