Bruno Barbey
«Fes es una de las ciudades más bellas de cultura islámica»
Alejandro Luque
Sevilla | Noviembre 2018
Uno imagina unos ojos que han visto mucho mundo como una mirada penetrante, como un taladro. La de Bruno Barbey esta tarde es en cambio distraída, ociosa: tal vez la de un hombre algo cansado de mirar, unos ojos que han tenido más que suficiente. Corpulento, vestuario informal, cabello cano con peinado inconfundiblemente francés, salta con naturalidad del idioma de Molière al de Shakespeare y parece no tener ninguna prisa por empezar la entrevista, a pesar de que tanto él como el periodista han empezado reconociendo que sus tiempos son limitados. Pero bueno, Barbey es Barbey.
Ser miembro de la Agencia Magnum desde hace medio siglo no es lo único que lo convierte en una leyenda viva. También su larga trayectoria de fotógrafo de guerras y de pueblos en paz: de Vietnam a Palestina, Camboya, el Sáhara, Nigeria, Irlanda e Iraq, encadenando conflictos, de Nápoles a Fes, Estambul, Bombay o Teherán, buscando retratos en profundidad. Esto es Bruno Barbey (Marruecos, 1941), autor de decenas de libros que conforman una especie de memoria histórica de la humanidad de la segunda mitad del siglo XX. Esa en la que siempre nos quedaba París.
La exposición suya que más ha recorrido España es la que dedicó al Mayo del 68 de París. ¿Fue aquello un hito histórico?
He publicado cuatro libros sobre el 68, uno de ellos es una exposición comisariada por Carlos de Lamadrid, con un texto de Juan Bosco. Ya hace diez años de eso; era una exposición muy importante, organizada por Carcassonne, donde tienen espacios magníficos para exponer. Estuvo no solo en Sevilla, sino también en Málaga, en Jerez de la Frontera, en Córdoba… Siempre hay mucho interés: este año he sacado otro libro sobre el 68.
¿Un consejo para entender el 68?
Que no hay que limitarse a París al hablar del Mayo 68: han sucedido otros eventos al mismo tiempo, las manifestaciones del 68 ocurrieron en muchos países, las hubo en Australia, en Estocolmo, en Italia, en Estados Unidos.. Muchas eran protestas contra la intervención estadounidense en Vietnam. Era un factor que se encuentra en todo el mundo.
¿También marcó época?
Yo estuve dos veces en Vietnam, para cubrir la guerra de Vietnam, en aquellos años. Además fotografié grandes manifestaciones en Tokio, en Japón. Aunque la más grande era la que tuvo lugar en París. Era un año muy complicado, porque también ocurrió lo de Praga, la entrada de los tanques soviéticos en Praga.
Usted nació en Marruecos, aunque de familia francesa. ¿Siente el país como propio?
«Marruecos, donde he nacido, es un país con una luz y una riqueza de paisajes extraordinarias»
No, pues casi no me acuerdo. Yo vivía en París, estudié en un colegio en Suiza, me siento europeo, si lo quiere decir así, pero pese a todo siempre siento una emoción respecto a Marruecos. Me siento muy vinculado a Marruecos, donde he nacido y donde he pasado parte de mi infancia. Es un país con una luz y una riqueza de variedades de paisajes extraordinarias. Está el Mediterráneo y a pocas horas el Atlántico, el Alto Atlás, el Sáhara… hay una variedad increíble de paisajes.
Y aparte el paisaje, ¿que le aporta el país?
Marruecos es un país, como España, que tiene una historia y un legado cultural muy rico. Ciudades como Fes son magníficas, pero evidentemente, muy cercanas: se observa una gran similitud con ciertas partes de España. Es uno de los motivos por los que me alegra mucho venir aquí a Andalucía, donde uno halla grandes semejanzas, en el paisaje, la arquitectura… He hecho un trabajo entero sobre este intercambio, sobre la civilización española mora [utiliza el término francés mauresque, sin la connotación negativa que ha adquirido la palabra en el castellano actual]. Se puede hacer un paralelismo con pequeñas aldeas en el Rif, Chauen y otros pueblos —donde uno encuentra todavía a marroquíes que hablan español, por cierto— que recuerdan mucho a las aldeas que uno encuentra en las Alpujarras, por ejemplo. En las Alpujarras aún había árabes y bereberes, hace no tanto tiempo.
Usted ha publicado un libro sobre Essaouira…
He publicado tres libros sobre Marruecos, uno de ellos sobre Essaouira. Essaouira se ha vuelto muy de moda últimamente, es ahora el Marbella o el Saint-Tropez de Marruecos, muchos extranjeros han comprado casas allí… Además he publicado un libro sobre Fes, que es probablemente una de las ciudades más bellas de cultura islámica. Fes es una ciudad muy grande, muy diferente de Essaouira, más bien lo compararía con El Cairo, Baghdad, Damasco, Saná… pero probablemente sea la que más sorprenda. Es un museo vivo, de hecho, desde sus orígenes hasta hoy es una zona de colinas, sin acceso para automóviles, salvo uno, la hay que recorrer entera a pie. Por eso es una ciudad que ha conservado su carácter. Hablo de la parte antiguo, claro.
Y finalmente, tiene un libro sobre Marruecos con Le Clézio.
Si, es el tercero. Lamentablemente, todos esos libros ya no se encuentran, están agotados, pero este era un libro que me interesaba mucho, sobre todo porque Le Clézio conocia bien Marruecos, y lo conocía especialmente porque su mujer es marroquí. Ella se apellida Laroussi, un gran apellido marroquí. Así que era alguien que conocía bien el tema y era un gran placer trabajar con él. Eso fue antes de que le dieran el Nobel de Literatura. Tuve la suerte de estar con él. Otro escritor, a quien también admiro mucho, es Tahar Ben Jelloun, premio Goncourt….
Ben Jelloun escribió un texto para un libro suyo, titulado “Los italianos”. ¿Cómo fue trabajar con él?
Sí, escribió un texto que acompaña mis fotos de Italia en blanco y negro. Ben Jelloun conoce muy bien Italia, habla italiano. Me cae muy bien, lo veo de vez en cuando. Es oriundo de Fes, pero su familia se ha instalado en Tánger. Vive allí, con parte de su familia, voy a verlo de vez en cuando, ahora también pinta, he visto una exposición suya hace pocos meses en el Institut du Monde Arabe, era magnífica.
¿Y qué le atraía a usted de Italia, fotográficamente?
«Yo era uno de los pocos fotógrafos que trabajaban en color en los años sesenta y setenta»
En esa época trabajaba con blanco y negro, y uno de los motivos era que yo estaba fascinado —y todavía lo estoy— por el cine neorrealista, un cine de temas sociales, de los grandes cineastas de la preguerra, como Rossellini, Fellini, Visconti etcétera. Iba a ver estos filmes en la cinemateca y me inspiraban mucho para mi trabajo sobre los italianos. Por eso lo hice en blanco y negro. Fue solo a mediados de los años sesenta cuando empecé a trabajar realmente en color, en mi primer reportaje en Brasil, a mediados de los sesenta, luego en Marruecos, a principios de los setenta…
¿Qué le decidió a hacer ese cambio?
En esa época, los carretes de color suponían problemas técnicos. No eran rápidos. Con los carretes en blanco y negro que teníamos en esa época podíamos trabajar con luz ambiente, sin utilizar el flash. Y los de color no se prestaban tanto a eso. Cuando fui a Brasil encontré, digamos, los colores que conocía de Marruecos, y eso me dio muchas ganas de trabajar en color. Luego, poco a poco, han progresado las técnicas de impresión de las revistas y los libros. Porque al principio no era fácil imprimir bien a color. Luego, esto avanzó mucho, por supuesto.
¿Fue una ruptura con los hábitos de una generación?
Tradicionalmente, la mayoría de los fotógrafos de la agencia Magnum, a la que pertenezco, trabajan en blanco y negro. Los grandes fotógrafos tradicionales, los fundadores, como Henri Cartier-Bresson o Georges Rodger, eran principalmente fotógrafos de blanco y negro. Yo era uno de los pocos fotógrafos que trabajaban en color en los años sesenta y setenta. Luego han venido muchos otros, por supuesto, excelentes fotógrafos en color, y hoy la mayoría trabaja en color.
Usted hizo un trabajo sobre Italia en 1960, sobre Portugal en 1966… ¿Ha cambiado mucho desde entonces?
A Portugal fui más tarde… Ah, sí, hice dos libros sobre Portugal, uno hace mucho tiempo, con una gran parte en blanco y negro, y luego volví en los años ochenta. De hecho, hay temas y regiones a las que regreso diez, veinte, treinta, cuarenta años más tarde. Como Marruecos, como Andalucía: A Andalucia vine en los años ochenta, luego volví en 1992 para la Expo Universal de Sevilla, luego he vuelto para otras cosas… Son regiones y temas a los que regreso de forma regular, y a veces durante un periodo muy largo. Ahora por ejemplo me propongo hacer un libro que recoja fotografías tomadas en Andalucía y Extremadura, también en Portugal. Tal vez sea uno de los próximos proyectos que haga: volver a trabajar con estos temas, volver a encontrar las fotos de esas épocas, para hacer un libro.
Otro país que debe de haber cambiado mucho desde que usted fue es Irán.
Sí, Irán es especial… He conocido sobre todo el Irán antes de la época de Jomeini, pasé varias temporadas en el país. Luego conocí a Jomeini, que era un exiliado político, refugiado en París, luego se hizo la revolución iraní, y evidentemente nadie se imaginaba en qué se iba a convertir. Y ahora es realmente terrible lo que sucede en Irán, con los mulás y todo eso… [se queda pensativo].
Usted fue en la época del shah, Mohamed Reza Pahlavi. ¿Cómo fue?
«Irán tenía una cultura extremamente refinada, antes de que cayera en manos de los mulás»
Conocí a los dos, al shah y a Jomeini, fotografié a ambos. El shah era un hombre con muchas prisas, quería ir muy rápido y cometió errores políticos importantes. Me acuerdo que lo fotografié en Persépolis, en el 2500 aniversario del Imperio persa, era una gran fiesta, un gran aniversario, a mayor gloria del shahinshah, había cincuenta jefes de Estado llegados de todas partes del mundo, yo fotografié todo eso. Pero el pueblo iraní, las autoridades religiosas no estaban invitados. Eso era el principio de la caída del shah. Me acuerdo de un detalle: la comida que se sirvió en Persépolis a los jefes de Estado —el rey Juan Carlos estaba allí también— toda la comida venía por avión de París, de los grandes restaurantes. Ahí se empezaba realmente a irritar el pueblo iraní.
¿Estaba el islam entonces presente en la vida de la calle en Irán?
El islam estaba muy presente, pero al mismo tiempo, los iraníes era una enorme civilizacion, con grandes poetas, incluso si había, como hoy, censura. Había grandes cineastas, grandes escritores, era una cultura extremamente refinada, antes de que esto cayera en manos de los mulás.
Usted también ha trabajado en Estambul. ¿Se reunió con Ara Güler?
Tuve la suerte de encontrarme con Ara Güler como amigo, era amigo de muchos fotógrafos, era alguien extraordinariamente generoso. Yo pasé por Estambul hace tres semanas, justo antes de su muerte. Falleció a los 90 años. Lo llamaban el Ojo de Estambul. Ara Güler es el equivalente de Cartier-Bresson para Turquia. Ha fotografiado Estambul de manera impresionante. Todos sus archivos forman parte ahora de una fundacion que se acaba de crear. Afortunadamente, antes de morir hizo gestiones para que todos sus negativos se protegieran.
Mirando desde Francia ¿qué siente más lejano, más distinto, en lo cultural? ¿Marruecos, Nigeria, India…?
No se trata de exotismo. Son países que me han interesado mucho en algún momento, aparte de estar mucho en España, que me gusta mucho, o Marruecos. Ahora es China. No es una cuestión de exotismo. Vengo ahora de China, tengo que ir otra vez una semana, porque tengo una exposición, una retrospectiva en el museo de arte moderno en Shenzhen, una gran ciudad china. Impresiona ver la rapidez con la que China está cambiando en unas pocas décadas. Estuve allí por primera vez durante la revolución cultural, en 1973, desde entonces voy regularmente, este año ya he ido dos veces, iré una vez más. Es un país que me fascina.
¿Qué aspecto es el que más le ha llamado la atención?
Ver cómo China ha conseguido desarrollarse, convertirse en una gran potencia, en muchos sectores, como la arquitectura, el arte… Hay muchas cosas apasionantes que están pasando, al mismo tiempo hay cosas muy desagradables, como la censura, que es una realidad: en mi próximo libro hay algunas fotos que sé que serán censuradas. Pero es increíble, el mundo asiático. Hace 40 años, la ciudad donde expongo ahora en China, Shenzhen, tenía 30.000 habitantes. Hoy es una ciudad que, contando la periferia, tiene 25 millones. Aquí en Sevilla hay un millón de habitantes y ya se considera una gran ciudad. China es realmente impresionante.
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© Alejandro Luque | Especial para M’Sur
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