Opinión

Cuando el granizo golpea el trigo

Alberto Arricruz
Alberto Arricruz
· 14 minutos

París, Junio 2024

Algún biógrafo contará, en el futuro, cómo y por qué se le ha ocurrido al presidente francés, Emmanuel Macron, convocar elecciones generales después de la victoria de la extrema derecha francesa en las elecciones europeas. Los dirigentes de su partido no lo sabían, y no querían esa disolución del Parlamento: el primer ministro, Gabriel Attal, ha permanecido callado e invisible durante varios días… El sucesor “natural” de Macron, Édouard Philippe, dice que se ha disuelto la mayoría presidencial. Bruno Le Maire, ministro de Economía, ha comentado la influencia de los asesores del presidente: “Los suelos de madera de los palacios de la República están llenos de carcomas, se meten en las ranuras, es muy difícil quitárselas de encima; lo mejor es no escucharlas” …

La victoria del Rassemblement National (RN), el partido de Marine Le Pen, estaba de sobra anunciada, y los votantes (con una participación al alza, al contrario de España) no han desmentido las encuestas. Muy por detrás del voto a la lista RN liderada por el joven Jordan Bardella, aparecen casi igualadas la lista de la mayoría presidencial y la del partido socialista que, por primera vez desde 2012, le gana ampliamente a la lista de izquierda radical. El mapa de los resultados electorales parece sacado de algún ensayo del geógrafo Christophe Guilluy contando la escisión de las elites respecto al pueblo: mientras en los centros urbanos — especialmente el área metropolitana de París— el voto al RN ha sido muy bajo, el resto del mapa está totalmente teñido del color del partido de Le Pen.

¿Todo el mapa? ¡No! Una pequeña aldea ha resistido: la lista de izquierda radical France Insoumise, el movimiento de Jean-Luc Mélenchon, ha ganado ampliamente el voto de los franceses de… ¡Dubái!, paraíso fiscal para “influencers” y adinerados. Quizás nada sea lo que parece.

La izquierda, formada por gente que se odia y se increpa abiertamente, se ha vuelto a unir al convocarse elecciones

Macron habrá calculado que la alianza electoral de izquierdas en 2022 (la llamada “NUPES”) ya habría quedado sepultada por la campaña europea por los insultos y amenazas entre sus componentes, viniendo de los seguidores de Mélenchon, incluyendo agresión física al líder de la lista socialista acusado de “sionista”, acusación de fascista al líder comunista, acoso en redes a figuras “insumisas” díscolas con Mélenchon… Unas generales con una izquierda dividida le permitirían a Macron seguir con su estrategia ganadora desde 2017: fagocitar el partido socialista y el partido de derechas hasta ocupar todo el espacio, negándose a alianzas o coaliciones, y planteándose como única solución ante el caos de los partidos extremistas. Pero ha minusvalorado dos puntos fundamentales.

Primero, el rechazo que él mismo provoca en todo el país se ha vuelto, en dos años, mucho más fuerte que el miedo a la extrema derecha. Ese rechazo a Macron tiene que ver con su ego posadolescente constantemente escenificado (véanse sus fotos boxeando), mientras las condiciones de vida de la gran mayoría de la población han empeorado de forma acelerada. Está la caída del poder adquisitivo, obviamente; y también se siente el aumento de la tensión social, con varios síntomas que los gobernantes parecen no querer ver, como el aumento marcado de la inseguridad desde la salida de la pandemia y un incremento notable de la violencia “intrafamiliar”, que jueces, policías y sociólogos observan y documentan.

Abrir la campaña electoral europea sin rechazar las declaraciones del excomisario europeo Pierre Moscovici, hoy presidente del Tribunal de Cuentas francés, pidiendo quitar los pagos de seguridad social a las bajas por enfermedad de menos de una semana (es decir, dejando al trabajador enfermo sin salario durante esos días de baja), es una bomba lanzada a millones de familias, al igual que el anuncio por Macron de nuevos recortes en los subsidios de paro. Ese poder sigue creyendo en las viejas políticas de la mundialización exitosa y de los recortes al “Estado de bienestar”, aun cuando tiene a las administraciones publicas al borde del colapso, y a todo el país ardiendo por el miedo a vivir peor. Es el mayor fracaso de Macron, y está a la raíz de esa crisis de régimen que estamos viviendo.

El segundo elemento que Macron ha minusvalorado es de orden táctico, y para alguien que solo concibe la política como un juego táctico, es un fallo de primer orden: la izquierda, formada por gente que se odia y se increpa abiertamente, se ha vuelto a unir, apenas un día después de la convocación de las elecciones generales.

El Frente Popular es la forma de evitar que la mayoría de los candidatos de izquierda queden eliminados en la primera vuelta

A pesar de la deriva de la componente de izquierda radical y del rechazo creciente a la figura de Mélenchon, convertido en autentico Trump de izquierda —con posiciones antivacunas, denuncias de complot del Deep State para impedirle ganar, estilo agresivo y teorías científicas propias incluidas—, a pesar también del sorpasso de Francia Insumisa por la lista socialista liderada por Raphaël Glucksmann, ¿por qué esos partidos han ratificado un acuerdo en tres días? Y ¿Por qué le han dejado al partido de Mélenchon el liderazgo?

Porque el instinto de supervivencia de los aparatos de partidos ha sido más fuerte que las convicciones y los principios. Ya sé que mucha gente “progre” ve con emoción la repetición del “Frente Popular”, nombre con el que se intenta resucitar, para los feligreses, el sueño de los tiempos ¿gloriosos? de la gesta progresista y antifascista.

La izquierda, en su conjunto, ha reunido menos del 32% de los votantes, manteniéndose en mínimos históricos. Ha perdido 20 puntos del voto en apenas una década: desde el 48% en las elecciones generales de 2012 hasta el 28% que le auguran ahora las encuestas. Llegados a ese umbral, ganar es aritméticamente imposible. El Nuevo Frente Popular (NFP) no está para ganar, no. Ni para mantener una “alerta antifascista”. Está para no quedarse en pelotas.

El sistema electoral francés convierte las generales en 577 elecciones simultáneas de cada uno de los diputados en su circunscripción electoral, en dos vueltas. En la primera vuelta sale elegido el candidato que obtiene más de 50% de votos, y si nadie llega a ganar, una segunda vuelta da a escoger entre los dos candidatos que han recibido más votos en la primera (a veces pueden ir tres a la segunda vuelta, entonces se habla de triangular). El acuerdo electoral Frente Popular es la forma de evitar que la mayoría de los candidatos de izquierda queden eliminados en la primera vuelta.

Mélenchon ha purgado de sus filas a diputados díscolos para promover candidatos proislamistas cercanos a las ideas de Houria Bouteldja

Con esa unión electoral, a Macron le sale el tiro por la culata: ahora es su movimiento, pillado por sorpresa y sin ninguna preparación para esa nueva cita electoral, quien arriesga ver a la gran mayoría de sus candidatos borrados del mapa en la primera vuelta. Al haberse negado montar una coalición con la derecha en 2022, cuando era posible, ha creado la situación actual, en donde se queda solo. Entonces se cumpliría el sueño político de Mélenchon y Le Pen: dominar el panorama político desde los dos extremos.

La campaña electoral ha empezado con el presidente del partido de derechas Los Republicanos, Éric Ciotti, encerrado en su despacho mientras los demás dirigentes del partido buscaban expulsarlo por haber llamado a aliarse con Le Pen. La sobrina de Marine Le Pen, Marion Maréchal, que encabezaba la lista de extrema derecha llamada ¡Reconquista!, ha traicionado su líder, Éric Zemmour, el mismísimo domingo por la noche de los resultados electorales, volviendo a casa de su tita Marine.. y de paso ha vaciado las cuentas bancarias del partido de Zemmour.

También hemos visto como los partidos de izquierda han tenido que encerrarse durante un día para intentar ponerse de acuerdo sobre la condena del antisemitismo… y como, después de cerrar el acuerdo del Nuevo Frente Popular, Mélenchon ha purgado de sus filas a diputados díscolos para promover candidatos proislamistas e indigenistas cercanos a las ideas de Houria Bouteldja, quien ya ha saludado esta aproximación de Mélenchon a su ideario, considerándolo un “botín de guerra”.

Un dúo de “intelectuales progre” próximo a Mélenchon, compuesto por el jurista Arié Alimi y el historiador Vincent Lemire, justifica así el antisemitismo de esta corriente en el diario Le Monde: “No hay equivalencia entre el antisemitismo contextual, populista y electoralista utilizado por algunos representantes de Francia Insumisa, y el antisemitismo fundacional, histórico y ontológico del RN”.

Los únicos que encaran esas generales con calma son Marine Le Pen y su teniente Bardella. Siguen con la misma estrategia: evitar al máximo todo debate para no decir nada que puede parecer controvertido, no parecer para nada extremistas de derechas.

Cuando Macron dice que el libre ‘cambio de sexo’ en el registro civil es absurdo, el Frente Popular le acusa de tránsfobo y facha

Para esa normalización, Le Pen puede darles las gracias a sus adversarios políticos. Primero a Macron con sus políticas de recorte y su estilo provocador hacia las clases populares. Y también a toda la izquierda: llevamos dos años con Mélenchon proclamando que el presidente y su gobierno son ilegítimos: sí, lo mismo que hacen el PP y Vox en España. Llevamos años con los portavoces de izquierda acusando sistemáticamente al gobierno de ser lo mismo que la extrema derecha. También vemos como a figuras de izquierda como François Ruffin o el secretario del Partido Comunista, Fabien Roussel, se los tilda de fascistas o racistas solo por denunciar la violencia urbana o por criticar a los islamistas.

Cuando Macron dice que reivindicar el libre ‘cambio de sexo’ en el registro civil (lo que forma parte del programa del Frente Popular) es absurdo (en Francia decimos “ubuesco”), el Frente Popular le acusa de tránsfobo y facha. Cuando la nieta de Le Pen, ante un bebe comprado por un “influencer” gay en “gestación subrogada”, pregunta en la red X “¿Dónde está la madre?”, para esa izquierda esa pregunta es fascismo. Cuando se vota una ley pretendiendo combatir el separatismo promovido por el islamismo y proteger la laicidad, Mélenchon dice que se hacen leyes “contra los musulmanes”.

En un sorprendente recorrido, Mélenchon ha pasado de la defensa de la laicidad y los fundamentos republicanos, de cuando se decía amigo de las víctimas del atentado de Charlie Hebdo, a tildar esa revista de fascista y centrarse en la lucha contra la “islamofobia” (el ensayo póstumo de Charb, redactor jefe de Charlie, se titula Carta a los estafadores de la islamofobia). Ahora acata todas las reivindicaciones indigenistas y se proclama escudo de los musulmanes ante el supuesto racismo de Estado.

Acusan a Le Pen de querer cargarse el derecho al aborto cuando ella ha votado a favor de inscribir ese derecho en la Constitución

Funciona: ha agregado un voto “musulmán”, incluso entre personas de alto nivel de vida y de integración —hasta entre residentes en Dubái— y lo va alimentando. Al dominar la coalición Nuevo Frente Popular, los “insumisos” han impuesto la “lucha contra la islamofobia” —es decir, contra todo acto considerado blasfemo por los portavoces de la religión musulmana— en el centro de la batalla cultural “antirracista” de la izquierda. Y lo han atado, además, a la defensa de los comportamientos delictivos más espectaculares, como los disturbios del año pasado, que jalearon en su momento (han intentado recular después, pero nadie se olvida).

Con el bando presidencial evitando cuidadosamente decir la palabra “islamismo”, para no enfadar ¿a quién?, han dejado al pueblo de este país tensado por el fascismo islamista —atentados, asesinatos de profesores, imposición creciente del velo en el espacio público— en los brazos de la extrema derecha, la única en denunciar sin pelos en la lengua ese elefante en la habitación que todo el mundo ve. Y le han dejado a la extrema derecha el monopolio de ofrecer una explicación —los inmigrantes— y vender la solución: echarlos.

La izquierda, creyendo poseer el magisterio moral sobre la gente (por eso lo del antisemitismo “contextual, populista y electoralista” que no es el de verdad…), aparece como representante de las pequeñas burguesías urbanas que solo expresan desprecio hacia las clases populares “blancas”. Los lideres de izquierda acusan a Bardella de racista, cuando la número dos de su lista en las elecciones europeas ha sido Malika Sorel, franco-magrebí, nacida en Marsella de padres argelinos y que ha vivido y estudiado en Argelia. También acusan al RN de querer cargarse el derecho al aborto cuando la mayoría de sus diputados, empezando por Marine Le Pen, han votado a favor de inscribir ese derecho en la Constitución… Nadie les cree ya.

Que la campaña electoral haya sido muy corta —menos de tres semanas— les viene estupendamente a Le Pen y Bardella: están apareciendo los currículos de muchos candidatos del RN y resulta que son fachas históricos, complotistas, antisemitas y racistas de toda la vida. Alguna vieja banda fascista violenta ha salido a las calles de Lyon buscando encararse con migrantes. Y la palabra racista y de odio de una parte, minoritaria pero notable, de la población ya ha empezado a liberarse. Eso puede despertar el voto en contra, que la “normalización” pacientemente labrada por Marine Le Pen ha conseguido anestesiar.

La incógnita es ver si la extrema derecha se hace o no con la mayoría absoluta en el Congreso

Y esto nos queda:

Una extrema derecha que ha conseguido ocupar el espacio de la derecha nacional de Charles de Gaulle (en un twist histórico al que no le falta ironía) y se dispone así a ganar, evitando que se rompan las costuras que esconden a los fachas que llevan dentro, y viendo como su alineación con Putin aun no le pasa factura.

Una derecha histórica que ha salvado el honor del gaullismo expulsando a los pro-Le Pen, pero que no tiene nada más que proponer aparte de ese sentido del honor.

Una izquierda que moviliza el voto mediante una “alerta antifascista” con referencias culturales (Frente Popular) con las que piensa poder recuperar algo de voto popular, pero que ya solo emocionan a los pocos que las entienden.

Un bando presidencial que hoy solo puede contar con la figura del joven primer ministro Gabriel Attal, cuya popularidad subió por las nubes cuando supo oponerse sin tapujos a la ofensiva islamista de otoño para imponer el velo en las aulas, pero que esconde mal la pérdida total de prestigio de Macron.

Así vamos corriendo a unas elecciones donde la incógnita es ver si la extrema derecha se hace o no con la mayoría absoluta en el Congreso. Incógnita que despejarán los millones de electores, antes abstencionistas, que esta vez irán a votar y se decidirán en los últimos días, en un ambiente emocional intenso, que casi se puede tocar, en cada casa, en cada uno.

Yo soy un viejo militante ya. Hice la campaña presidencial de Mélenchon en 2017, estuve en el mitin fundador de La France Insoumise en Lille en 2016 y he podido conocer a bastante gente de ese partido. Considero que nos han traicionado en todo y no los puedo ver ni en pintura (como decimos en Francia).

Pero ante la disyuntiva que se nos presenta, tengo la mente ocupada por esos versos de Louis Aragon: “Quand les blés sont sous la grêle, fou qui fait le délicat !” Traducido: Cuando el granizo golpea el trigo, no vale marear la perdiz.