Entrevista

David Broza

«Los músicos tienen miedo a tomar partido»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 8 minutos
David Broza | (Autoría pendiente)
David Broza | (Autoría pendiente)

David Broza, cantautor nacido en Israel y crecido entre Madrid, Inglaterra y Nueva York, no sólo es una de las voces israelíes con más éxito en el mercado sino también una de las más comprometidas con la paz y la convivencia en el Mediterráneo.

Algún diabólico pacto ha conferido a David Broza (Haifa, Israel, 1955) el secreto de la eterna juventud y unas energías inagotables. En su guitarra lleva una efigie de Camarón, en directo suena como un rockero que interpreta a Serrat como a Manzanita, y canta en hebreo, español e inglés. Embajador de buena voluntad de UNICEF –que seleccionó la canción Together escrita por Broza y Ramsey Malean para celebrar su 50 aniversario-, ha realizado giras por Oriente Medio con el músico jordano Hani Naser.

Con más de veinte discos en su haber, su último álbum se titula Parking completo, ha lanzado el DVD David Broza Live y es candidato junto a Jorge Drexler al premio Goya a la mejor canción por el tema La vida secreta de las pequeñas cosas. Recientemente actuó en la Fundación Tres Culturas de Sevilla.

La suya es una música de aluvión, que bebe de fuentes muy dispares. ¿Cómo empieza a formarse esa amalgama?
Ha nacido conmigo. Vengo de un país con más de cien nacionalidades, aunque lo que más afectó a mi vida fue pasar de los 12 a los 18 años en Madrid, y luego impregnarme del rock and roll anglosajón desde los 13 hasta hoy. He vivido muy influenciado por la cultura española, desde Lorca a Paco Ibáñez, Serrat, Ruibal, Vicente Amigo, Morente… Y todo ello mezclado con Paul Simon, Bob Dylan, Joni Mitchell. Vivo como cualquiera hoy, es muy difícil no ser cosmopolita en un mundo como el nuestro.

Supongo que venir del Mediterráneo da algunas facilidades al respecto.
Es evidente, vivir en el Levante es otra cosa, te conecta de un modo especial. Cuando voy a tocar a Murcia, por ejemplo, me siento pegado a mi casa. El clima, la luz, los olores, son los míos. Yo ya no puedo vivir sin el Mediterráneo. Recuerdo que sufría mucho en Madrid, que es el interior, es una ciudad puramente ibérica.

Después de tocar en toda la cuenca mediterránea, ¿siente que el público es el mismo, o cambian según el lugar?
Es muy distinto. Los israelíes son una mezcla de sangre polaca, egipcia, rusa, alemana, francesa, marroquí, griega, turca… Todo mezclado. Es un pueblo errante y diferente, muy neurótico. Hay en él mucha energía y mucha inquietud. Allí no se hacen las cosas lentamente, no hay esa filosofía de “si no acabamos hoy, lo hacemos mañana…”. Es un pueblo que vive con mucha improvisación.

¿Y los otros públicos?
Los mediterráneos, en general, saben vivir. Les gusta salir, comer bien. En el Norte la gente es más privada, en el Sur todo es público, ellos siempre son abiertos.

¿Alguna vez ha tenido problemas por esa afición a prescindir de las fronteras, ya sea para actuar aquí o allá, o para reclutar músicos de todas partes?

Hay un mundo de fronteras políticas, que están ahí, y hay otro mundo en el que esas líneas no existen. En el arte, por ejemplo, no las hay, todo es continuación.Cuando salgo de Tel Aviv y voy a la parte oriental de Jerusalem, no siento que esté cruzando ninguna línea, no siento que me estoy metiendo en un mundo que no es el mío y que se llama palestino. Es la continuación normal de mi día, me encuentro con mis amigos, nos tomamos un café, hacemos una canción. En mi último álbum los ingenieros de sonidos son palestinos, en una misma canción hay una estrofa mía y el estribillo es de Said…

Claro, la música no pide pasaporte.
Y hay otra diferencia: el mundo político siempre tiene interés por tener control, mientras que el mundo cultural consiste precisamente en perder el control, en dejar que la fantasía te lleve.

No todo el mundo piensa así. ¿De veras nunca ha encontrado hostilidad en el público?
El público que rechaza una canción no existe. Si te plantas ahí con buena intención y con mucha pasión, no hay nadie que te pare. No hay frontera que detenga el amor. El cinismo no entra en un concierto, y en Israel y Oriente Medio hay mucho cinismo. Pero, ¿quién te va a decir que no si le regalas una fruta jugosa? Como mucho, se la guardan para saborearla más tarde. Cuando me llaman para un concierto en los asentamientos, en Cisjordania, yo voy. La única cláusula que pongo es que no pueden censurarme. Te pagan bien, cantas, pero saben que lucho, que protesto, que apoyo programas de integración. No les digo que hagan las maletas y se vayan hoy, pero sí les ofrezco mi visión de las cosas.

Sospecho que, con un ejército de cantantes, a la zona le iría mucho mejor.
Me temo que no va a haber ese ejército. Los músicos, allí y aquí, en España, tienen miedo de tomar partido. Los días de Pablo Guerrero, de Luis Pastor, de Paco Ibáñez, ya se fueron. Ahora están siempre pensando en el negocio que pueden perder. Jorge Drexler hizo esa canción de Soy un moro judío después del 11-M, y hay muy pocos artistas que se atrevan a eso. Este año hay más cosas, hasta Neil Young ha sacado un álbum entero sobre la guerra de Iraq. Un ejército de artistas podría hacer mucho. En Israel hay casi cien asociaciones, gente muy valiente. Nosotros trabajamos en el proyecto Sin Muro, que integra a artistas, bailarines, gente del visual art…

¿Será por ese afán de incorporar culturas, que cuando usted actúa solo, parece que el escenario está lleno?
Me gusta ir solo, esta vez he venido a Sevilla con dos músicos de Israel porque me ofrecieron esa posibilidad y porque ellos no salen nunca, y les va a venir bien ver otras cosas. Respecto a lo que dices, yo he intentado trabajar con todo lo que me gusta, he traducido al hebreo a Serrat, a Paco Ibáñez, toco el Ramito de violetas por Manzanita…

¿Le gusta el sabor gitano de esa música?
¡Mira! [abre la funda de su guitarra y muestra el paño con que cubre su instrumento, con una ilustración de Camarón]. Aluciné el día que vi que Camarón tenía un tatuaje con una media luna y la estrella de David. Pero mi relación con los gitanos empezó hace mucho, cuando invité a Manzanita a Israel, y adapté algunas canciones suyas. No te puedes imaginar lo que Manzanita es allí, es el álbum más vendido en los últimos 25 años, y ni siquiera hemos rebajado el precio. Y te voy a contar otra anécdota: Cecilia [la intérprete original de Ramito de violetas] era la hija del embajador español en Jordania. Cuando empezó Fatah, tuvieron que desplazarse y la hermana de Cecilia vino a mi colegio, se sentaba junto a mí. Y fíjate, ahora yo canto esas canciones, ¿cómo voy a pensar que en la música hay fronteras?

Para terminar, ¿nunca ha sentido el miedo o rechazo hacia el otro, ni siquiera de niño? ¿Su forma de pensar no es producto de ninguna evolución?
He estado en muchas batallas, y todos estamos sufriendo mucho. Pero verá, las mejores amigas de mi madre, que nació en Tel Aviv, eran palestinas que tuvieron que huir en el 48 y nunca han vuelto: se han ido a Ramala, a El Cairo, a Londres… Y mi abuelo vino en 1925 a Oriente Medio y formó el primer pueblo árabe israelí, Neve Shalom Wahat al-Salam, con el que todavía practican y estudian los técnicos de resolución de conflictos. Yo vengo de esa casa, donde si algo me enseñaron es tolerancia: mientras tengo mi propia opinión, asumo que el otro tiene la suya, y que todo es como bailar el tango. Si no compartes el balanceo, te vas al suelo y podéis haceros daño.