Derecho a la blasfemia
Zoubida Boughaba

Granada | Sep 2025
Cada 30 de septiembre, activistas de todo el mundo celebran el Día Internacional del Derecho a la Blasfemia, una fecha que reivindica el derecho a criticar, cuestionar o incluso satirizar las creencias religiosas sin ser criminalizado por ello. En muchos países, sin embargo, este derecho sigue siendo una utopía jurídica y cultural. El caso de Ibtissam Lachgar, condenada en Marruecos por una publicación considerada ofensiva al islam, lo demuestra con crudeza.
Lachgar, psicóloga y fundadora del movimiento MALI (Movimiento Alternativo por las Libertades Individuales), lleva años desafiando los tabúes del sistema patriarcal marroquí. Su activismo feminista, laico y abiertamente provocador ha incomodado tanto a sectores conservadores como a instituciones estatales. En una publicación en redes sociales, apareció con una camiseta que decía: “Alá es lesbiana”. La frase, parte de una campaña feminista internacional que busca visibilizar la diversidad sexual y denunciar el uso político de lo sagrado, fue interpretada por las autoridades como una blasfemia.
El resultado: dos años y medio de prisión y una multa de 50.000 dirhams (casi 5.000 euros). Todo bajo el artículo 267-5 del Código Penal marroquí, que castiga (desde 2016) cualquier “atentado contra la religión”. La ambigüedad de este artículo permite su uso como herramienta de censura, especialmente contra voces disidentes que cuestionan el orden moral establecido.
Defender el derecho a la blasfemia no significa promover el odio, sino proteger la libertad de pensamiento
Durante el proceso, Lachgar denunció amenazas de muerte, acoso digital y una campaña de difamación. Defendió su derecho a expresarse libremente, recordando que la libertad de conciencia y de expresión están consagradas en tratados internacionales que Marruecos ha ratificado.
Organizaciones como Human Rights Watch y la Asociación Marroquí de Derechos Humanos condenaron el veredicto, calificándolo como un retroceso en materia de libertades fundamentales.
Mientras tanto, en redes sociales, el debate se polarizó: ¿es legítimo castigar una frase provocadora si se enmarca en una lucha por los derechos humanos? ¿Dónde termina la ofensa religiosa y dónde comienza la censura ideológica?
Este caso no es solo sobre una camiseta. Es sobre el derecho a cuestionar lo incuestionable. Sobre si una democracia puede convivir con leyes que penalizan la disidencia simbólica. Y sobre el precio que pagan quienes se atreven a romper el silencio en contextos donde lo sagrado se convierte en dogma de Estado.
Defender el derecho a la blasfemia no significa promover el odio, sino proteger la libertad de pensamiento. Significa permitir que voces como la de Lachgar existan sin miedo. Significa entender que lo sagrado, por muy venerado que sea, no puede estar por encima de los derechos humanos.
Ibtissam Lachgar blasfemó, sí, pero, sobre todo, incomodó.
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© Zoubida Boughaba Maallem | Sep 2025 | Especial para MSur