Reportaje

Atasco egipcio

Imane Rachidi
Imane Rachidi
· 11 minutos
Una familia egipcia acude a Tahrir. (Julio 2013) | ©  Imane Rachidi /M'Sur
Una familia egipcia acude a Tahrir. (Julio 2013) | © Imane Rachidi /M’Sur

“¿Ves el montón de coches que hay ahora mismo aquí? Pues así está el país ahora mismo: atascado. No hay policías que pongan orden, no hay semáforos que regulen la situación. Y allí atrás hay un presidente que se llama Mohamed Morsi, con su coche, y que quiere ser el líder a cualquier precio, quiere salir de este atasco él – con los suyos, claro – saltándose el resto de coches y dejarnos a todos aquí retenidos».

Así, con un gesto que abarca uno de los habituales atascos de El Cairo, describe el taxista Mohamed, un hombre que participó en las protestas del 30 de junio, la situación de Egipto, y la razón de su enfado con el Gobierno, ya depuesto, de los Hermanos Musulmanes.

«Morsi nos hace caso omiso porque considera que es quien manda»

«Los demás le dicen que no podrá salir, es decir, que hay otras prioridades ahora mismo, otra gente antes que su coche en este atasco, pero Morsi hace caso omiso porque considera que es quien manda”, abunda Mohamed, en referencia a las medidas religiosas que ha tomado el presidente al tiempo que dejaba de lado lo que los egipcios consideran primordial e importante: la economía.

Por eso, los egipcios siguen pidiendo lo mismo por lo que se manifestaban hace más de dos años, aquel febrero en que tumbaron a Hosni Mubarak: un trabajo, una casa y la comida de todos los días. Muchos no ven signos de mejoría en lo que iba a ser el nuevo Egipto. La economía está en una situación pésima -sólo quedan divisas para cuatro meses-, el país es mucho más inseguro que con la era Mubarak y hay escasez de productos básicos, incluyendo la electricidad y la gasolina. El turismo ha caído en picado, pero los precios de los museos y lugares emblemáticos se han triplicado.

Los ciudadanos se quejan de que Egipto sigue siendo un país rico pero con gente muy pobre. «Los Hermanos Musulmanes sólo se preocupan por sí mismos y por la religión, olvidándose de los 87 millones de habitantes que tiene el país”, cree también Walid, guía turístico desde hace más de 20 años.

«Quien venga a robarnos y humillarnos ya sabe lo que le espera»

“En todos los años que me he dedicado a este trabajo; jamás he parado por falta de clientes. Pero desde que ha llegado este señor, cada mes la situación va a peor», denuncia Walid, en referencia a Morsi. «La gente tiene miedo de viajar a Egipto y él ha subido los precios de todo, de todas las entradas. Cada vez se hará más difícil salir de la crisis económica y tampoco vemos cambios políticos”, añade, mientras varios niños, que no superan los 10 años de edad, intentan vender figuras y papiros falsos a cualquier precio.

“A partir de ahora, quien venga a robarnos y humillarnos ya sabe lo que le espera: se tendrá que ir por donde ha venido”, son las palabras más repetidas por los ciudadanos egipcios, desde el taxista, pasando por el policía, el vendedor de frutas, los hombres fumando su shisha en una terraza, hasta los jóvenes que acampan de nuevo en la Plaza Tahrir.

Lo tienen claro. El presidente de Egipto, Mohamed Morsi, prometió gobernar por y para el pueblo cuando juró su cargo en julio de 2012. Pero sólo ha utilizado el poder para los intereses de sus partidarios, en detrimento de todos los demás, creen muchos de sus votantes, y desde luego quienes no confiaron en él desde un principio. Algunos consideran que ha llevado el país a una situación peor de la que se encontraba con el anterior raís, Hosni Mubarak.

“Nosotros le votamos pero no era él quién gobernaba realmente. Los Hermanos Musulmanes son los que presidían la revolución, son quién tomaba las verdaderas decisiones. Él nos dijo que abandonó la organización pero nos traicionó”, lamenta una de las jóvenes que acampan en Tahrir. Ella pertenece al movimiento opositor Tamarrod (Rebeldía), que en los últimos meses ha recogido 22 millones de firmas para poner fin a la era Morsi e invalidar la Constitución islamista que fue aprobada por el 64% de los 32 millones de votantes que participaron en el referéndum de diciembre pasado.

“Enhorabuena egipcios. Felicidades por lo que habéis logrado. Sois libres de nuevo porque se ha demostrado que las calles mandan. Le hemos enseñado al mundo entero lo que es una verdadera revolución. Nadie aplastará nuestra lucha”, comentaba, en directo, la presentadora de la televisión egipcia entre lágrimas, fervor, y felicidad, cuando el Ejército anunció la destitución de Morsi, el 3 de julio pasado.

La plaza Tahrir se ha llenado como nunca antes lo había hecho

La alegría era el ingrediente más destacado de la noticia, hasta tal punto de que nadie era consciente ni se preguntaba sobre lo que podría ocurrir a partir entonces.

Frente a la pantalla que le daba la enhorabuena estaba Amin, recepcionista de hotel, con su teléfono móvil en la oreja, hablando con su madre para felicitarla por las nuevas. “El pueblo es quién manda. Egipto, que Dios te bendiga, nadie te volverá a humillar”, dice mientras observa en el canal de televisión las celebraciones en varias ciudades el país. La plaza Tahrir se ha llenado como nunca antes lo había hecho. Las calles de Egipto han gritado de todas las maneras posibles para que el que fuera su presidente abandonara el poder, y ahora cantan victoria porque la Junta Militar ha apartado del poder a Morsi.

El lema del movimiento Tamarrod fue, desde un principio, retirar la confianza al régimen de los Hermanos y convocar elecciones anticipadas. Pero a pesar de que fue el pueblo el que llenó las calles del país en rebeldía, el papel de los militares fue la clave que puso fin a la etapa Morsi, al igual que lo fue durante la revolución del 25 de enero de 2011 cuando se acabó con la dictadura de Mubarak. Y la admiración que siente el pueblo egipcio por la Junta Militar hace que pocos pongan en duda ni sus intenciones ni ninguna de sus decisiones.

“El pueblo y el ejército, siempre mano a mano”, corean los manifestantes

“El pueblo y el ejército, siempre mano a mano”, corean los manifestantes mientras los helicópteros sobrevuelan El Cairo, arrastrando enormes banderas egipcias. El ejército se concibe como la fuerza salvadora de la nación, que siempre está en las calles junto al pueblo cuando éste lo necesita.

Cuando Morsi llegó al poder en agosto de 2012 nombró nuevo ministro de Defensa al general Abdelfatah Sisi en sustitución del mariscal Hussein Tantawi, en su puesto desde 1991. Ese paso fue interpretado como una posible alianza entre los militares y los nuevos líderes islamistas. No obstante, cuando Sisi salió a dar un ultimátum a Morsi el pasado 1 de julio y 48 horas después, anunció su destitución como presidente, se demostró una vez más que el Ejército siempre tendrá un poder autónomo, que los militares son una fuerza independiente sea quién sea el presidente de turno.

Sin embargo, es notable el enfado que muestran los manifestantes cuando se les pide reconocer que Morsi no ha abandonado el poder sino que fue expulsado del Gobierno por el Ejército. Durante la protesta del viernes 5 de julio, las pancartas rezaban consignas contra los medios de comunicación que tildaron lo ocurrido como golpe de Estado militar. “Esto no es un golpe, es una revolución”, escribían junto a los logotipos de Al Jazeera o CNN. Y también levantan la voz contra el presidente estadounidense, que ha ordenado estudiar la suspensión de la ayuda económica que destina al Ejército egipcio, tal y como establece la Constitución americana en represalia ante cualquier golpe de Estado.

Los militares aprovechan cualquier momento de celebración para hacer notar su presencia. Sacan sus tanques a las calles colindantes con la Plaza Tahrir, con banderas y rosas, y se hacen fotos con los ciudadanos, siempre formando con los dedos la V de la victoria.

“Estamos aquí con la revolución y para preservar la seguridad de la gente”, aclara uno de los militares que en una mano lleva su metralleta y en la otra una bandera egipcia. En el cielo, cazas de guerra dibujan líneas rojas, blancas y negras mientras reciben los gritos y aplausos de los que están en tierra, entre ellos, las propias fuerzas de seguridad.

Mientras, en el puente 6 de Octubre, los Hermanos Musulmanes salen tras cada rezo a exigir la liberación de Mohamed Morsi y su restitución como jefe del Gobierno. “Con nuestras almas, con nuestra sangre, lucharemos por Morsi”, gritan indignados mientras elevan la fotografía del presidente islamista.

“Egipto decide en las urnas, en las protestas, en las manifestaciones masivas y en las sentadas pacíficas. Nadie, ni un grupo de élite ni una organización militar impondrá su decisión al pueblo”, publicaba en su Facebook Esam Erian, miembro del islamista Partido Libertad y Justicia buscado por la justicia egipcia, mientras advierte de las consecuencias del golpe de Estado: el caos total, que a su juicio se puede evitar si los partidarios del presidente llenan las calles del país.

Cristianos

En el barrio cristiano, casi todas las tiendas y las iglesias están cerradas ante las amenazas recibidas por los Hermanos Musulmanes, que los han convertido en objetivo de sus actos de venganza. Los que pasean por allí lamentan la situación que está viviendo su país tras el golpe. No estaban satisfechos con el gobierno de Morsi, quien les tenía desprotegidos y abandonados, aseguran, pero no todos están de acuerdo con su destitución.

“Ahora vivimos peor. Los militares han conseguido lo que siempre han querido: hacerse con el poder. Y nos devuelven al pasado, a la inseguridad en Egipto, a vivir con miedo, a los enfrentamientos”, cuenta indignado uno de los pocos coptos que mantiene abierta su tienda, de monedas de plata.

«Los militares han conseguido lo que siempre han querido: el poder»

En las elecciones celebradas tras la caída de Mubarak, la gente tenía claro que no quería un fulul (partidario del régimen anterior) en el Gobierno. Uno de los candidatos que perdieron en las urnas fue Amr Musa, exministro de Exteriores egipcio. Ahora es una de las opciones que la gente espera tener en los próximos comicios.

El taxista Mohamed, preguntado si ha pensado ya en quién le gustaría que fuera el sucesor de Morsi, responde rotundamente: “Un hombre de Estado y no de religión. Musa sería un buen presidente. Él aprendió la lección de su antecesor”. Y es que ahora, muchos parecen haberse olvidado de los 30 años de dictadura de Mubarak, y consideran “antiguo régimen” aquel en el que han vivido durante el último año.

Lo que nadie sabe es cómo será el nuevo Egipto, el que tiene que llegar. Pero el futuro próximo pinta oscuro. Walid tiene claro que no habrá más turistas este verano; por eso quiere tratar de la mejor forma posible a la poca gente que se ha atrevido a viajar al país en el mes de julio, pensando en las propinas que pueda percibir por su trabajo.

El guía intenta, con el inconfundible humor egipcio, calmar los nervios de sus clientes recién llegados a un país tomado por los tanques militares: “Señores, bienvenidos al país de los faraones, a la cuna de la civilización. Esto es Egipto…. Aquí hay varios decorados, además de las pirámides, las más importantes son tres: los semáforos, los pasos de peatones y la policía. Nunca hay que hacerles caso porque no sirven de nada”.

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