Contra el dictador favorito
Nuria Tesón
El Cairo | Septiembre 2019
Sisi tiene un gesto adusto, compungido y bobalicón. Lleva puesto un antifaz de ladrón, una chaqueta con galones de general y una corbata, ambas con rayas horizontales de presidiario. En la caricatura en blanco y negro que circula por las redes, y que ya ha sido exhibida en protestas en todo el mundo desde Nueva York a París, el presidente egipcio Abdel Fatah al Sisi no tiene buena cara. Su autor, el artista Ganzeer, vive exiliado en Estados Unidos. El exilio es la única forma de supervivencia que han encontrado gran parte de los jóvenes críticos con Abdel Fatah al Sisi.
Muchos egipcios han hecho suya la obra de Ganzeer y la han aderezado: “Vete”, “Corrupto” o “Arrestad a Sisi, liberad a Egipto». Algunos incluso han tomado fotos de la caricatura impresa y han colocado unos dátiles sobre ella aludiendo al sobrenombre del presidente: dátil. La imagen difiere mucho de la que el presidente muestra en Nueva York estos días, posando sonriente con otros líderes como si nada ocurriera en casa. Pero nada es igual desde que se fue de viaje para asistir a la Asamblea General de Naciones Unidas el pasado viernes. Mientras el ‘rais’ egipcio volaba en Egipto se gritaba su nombre. Y no precisamente para bien.
“¡El pueblo quiere la caída del régimen!”, se repetía la consigna de aquel febrero de 2011 en Tahrir. En El Cairo, Alejandría, Suez, Mahalla o Damietta, cientos de egipcios corearon el lema de la revolución que derrocó a Mubarak, pero ahora se añade un nombre distinto: “¡Fuera Sisi!”.
Durante la noche del viernes hubo docenas de detenidos y la cifra no para de crecer. Organizaciones no gubernamentales locales, como la Red Árabe para la información de Derechos Humanos (ANHRI), que lidera Gamal Eid, hablaban de 370 personas arrestadas en los primeros días. Esta ONG advierte que «la apabullante campaña de represión no ha terminado». “No hay abogados suficientes. No dejamos de recibir llamadas en el número de emergencia y hay muchísimos desaparecidos”, apunta un miembro de la organización.
Los números son difíciles de contrastar dada la absoluta opacidad informativa del régimen. Seis días después, otro colectivo, el Centro Egipcio para los derechos económicos y sociales (ECESR), difunde una cifras apabullantes: 976 personas detenidas y enviadas a prisión preventiva y 1092 detenidos de los que no se ha vuelto a saber. Solo 8 fueron puestas en libertad tras la detención. En el total de 2076 hay 71 mujeres y 101 menores de edad.
Más de mil detenidos tras las protestas del viernes siguen desaparecidos
“Es una situación terrible, la cifra de detenciones es muy alta y sigue creciendo a cada momento, con la policía persiguiendo a los activistas”, denuncia Amr Magdi, investigador de Human Rights Watch (HRW). “El gobierno de Sisi no parece haber aprendido nada en los pasados siete años y está dispuesto a hacer cualquier cosa para aplastar estas protestas”, agrega. Y ante la nueva manifestación convocada para este último viernes de septiembre, muestra su preocupación: “Si las protestas crecen, la policía podría disparar a los manifestantes. El gobierno ya ha tomado medidas para ocultar la represión y preocupa la opción real de que todo podría acabar en un baño de sangre”.
El control de los medios ha sido una prioridad en el Egipto de Sisi. La prensa extranjera ha sido “advertida” de que debe ajustarse a los estándares periodísticos, que su trabajo está siendo observado y que solo se debe recurrir a fuentes oficiales o contar aquello que el periodista haya visto con sus propios ojos, sin dar credibilidad a las redes sociales que “promueven noticias falsas”. Mientras, los medios egipcios pasaron de ignorar y negar las protestas a anunciar que aquellos que participaran serían arrestados.
De hecho, ya le ha tocado a la abogada Mahienour al-Massry, una histórica activista, que ya había pasado por la cárcel en 2015 y 2017. El domingo por la tarde, al salir de la Fiscalía de Alejandría, donde había asistido a unos clientes, tres policías de paisano la arrestaron y se la llevaron en una furgoneta, según asegura la Federación Internacional por los Derechos Humanos (FIDH) en un comunicado. Un día antes, el objetivo fue Mohamed Ibrahim, un periodista y bloguero que firma como Mohamed Oxygen, y que se hallaba en libertad provisional tras detenciones anteriores.
“No se distingue entre izquierda o derecha o tendencia política”, advierte ANHRI en un comunicado. “La represión tiene como objetivo a gente normal, porque quienes han participado en las manifestaciones para expresar su disgusto son gente normal, personas que sienten que son cada vez más pobres mientras que Sisi construye palacios”, señala el fundador de la organización, el abogado Gamal Eid. “Esperábamos esta agresividad, porque el régimen de Sisi no tiene alternativas, no tiene soluciones económicas para la crisis, ni políticas. Vivir en democracia significaría que lo van a juzgar, que van a exigirle responsabilidad por sus acciones. Por eso, el régimen tiene como objetivo aterrorizar a la gente”, concluye.
Desde Barcelona con vídeos
Las protestas fueron convocadas desde España por Mohamed Ali, un actor y hombre de negocios que ha estado vinculado al régimen durante 15 años. Desde Barcelona, donde se encuentra autoexiliado, ha publicado vídeos denunciando la supuesta corrupción de Sisi, sus proyectos megalómanos, el dispendio de millones de libras egipcias, supuestos desvíos de fondos públicos para construir palacios presidenciales o trato de favor al Ejército. Con cada vídeo generaba las mismas expectativas que el lanzamiento de un nuevo episodio de la última temporada de Juego de Tronos.
Tras Mohamed Ali, otros personajes cercanos al régimen han empezado a revelar supuestos secretos
Muchos en Egipto confían en que el final no sea tan decepcionante como el de aquella serie, sin embargo. Le han salido imitadores. Otros personajes cercanos al régimen han empezado a revelar supuestos secretos. Ninguno ha presentado pruebas materiales por el momento, pero no les hacen falta a los que padecen las políticas de Sisi. Un tercio de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, con menos de un dólar al día. Todos han visto desaparecer los subsidios, la factura de la luz duplicarse, la libra desplomarse y la inflación fluctuar hasta el 30% (ahora vuelve a tener un dígito).
Muchos ya no pueden afrontar la compra semanal tras las draconianas medidas impuestas para satisfacer al Fondo Monetario Internacional. Egipto vive dentro de una olla a presión que tendrá que soltar vapor por algún sitio. Y podría haber empezado. Proyectos faraónicos, como la construcción de una capital administrativa en mitad del desierto son motivo de enojo. Eso y el creciente poder del Ejército, que tiene intereses en todos los frentes, sea la construcción, la alimentación o el turismo y que ha incrementado significativamente su influencia desde la llegada de Sisi al poder.
En los mercados populares hace tiempo que se le critica abiertamente a Sisi, pero en voz baja. Se le ponen motes, se arrancan los carteles con su imagen. Un ejemplo es la baja participación en el referéndum constitucional de abril pasado, en el que se enmendaron los artículos que le permitirán continuar en el poder hasta 2030. Los más pobres acudieron a votar con incentivos. Los funcionarios públicos bajo amenazas. Un joven profesor susurraba “No estamos de acuerdo”, con la melodía de Queen de We Will rock you. Sisi ganó, como era obvio.
En Europa, la nueva oleada de protestas parece haber pillado a contrapié a los políticos
El gesto de protesta, si bien aislado, no es insólito. Los egipcios han encontrado la forma de expresar su descontento. Las redes sociales son una vía de escape; por eso el régimen se ha esforzado en controlarlas. Las alarmas de que no se podía continuar presionando y reprimiendo llevan tiempo sonando, si bien muchos no han sabido o querido verlas, especialmente en Europa, donde la nueva oleada de protestas parece haber pillado a contrapié a los políticos. Porque un Egipto inestable es como abrir la caja de los truenos. A un lado Libia, un Estado inexistente enzarzado en una lucha de poder. Al otro, Israel y la Franja de Gaza. Y en mitad de todo eso, pingües intereses económicos.
Los pactos que Sisi ha firmado con Europa para controlar el flujo migratorio, o los acuerdos económicos (gas, armas, infraestructuras); las buenas relaciones con Israel, el argumento de estar combatiendo el terrorismo le convierten en un aliado valioso de la UE. Y qué decir de las relaciones cordiales con Estados Unidos, después de que el propio presidente, Donald Trump, durante la cumbre del G7 en Biarritz, en agosto pasado, llamara en público a Sisi con las palabras “¿Dónde está mi dictador favorito?” Pero a tenor de los activistas egipcios, también a Europa le interesan más los negocios que los derechos humanos.
¿El principio de otra revolución?
Sisi ha sido capaz de proyectar una imagen de estabilidad que poco tiene que ver con lo que ocurre dentro de las fronteras egipcias, un país de casi 100 millones de habitantes con 60.000 presos políticos. El ministro de Exteriores, Sameh Shoukry, el único que ha comentado ante la prensa los hechos del pasado fin de semana, sostiene que “mucho de lo que se dice no se corresponde con la realidad de la situación en Egipto”, y que es de su competencia “aclararlo”.
“Egipto es un país que está atravesando una transición a largo plazo”, señaló Shoukry en Nueva York, respondiendo a preguntas de los periodistas. “Tenemos cosas en las que trabajar, tanto económicas como sociales, algunas de las cuales son consecuencia del pasado. Creo que estamos comprometidos a rectificar cualquier deficiencia”.
Los que salieron a la calle siguiendo la convocatoria de Mohamed Ali manifestaron su desacuerdo con ese supuesto compromiso. No está claro aún con qué apoyos cuenta el actor y contratista, ni qué intereses hay tras su transformación de aliado y beneficiado del régimen a “garganta profunda” de sus corruptelas. Pero su aparición podría servir para galvanizar un descontento real y fundado que durante años ha estado siendo empujado bajo la alfombra.
Para este mismo viernes, Ali ha convocado una marcha del millón de personas para exigir el fin del mandato de Sisi. Y la represión “puede funcionar durante un tiempo y devolver la calma otra vez, pero eso es temporal”, cree Gamal Eid: “Puede también llevar a una explosión de ira aún más fuerte”.
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