Reportaje

La guerra no declarada

Nuria Tesón
Nuria Tesón
· 14 minutos
Militares egipcios en El Cairo (2013) | © Imane Rachidi / M’Sur

El Cairo | Noviembre 2018

La carretera, estrecha, recta, y mal asfaltada discurre entre edificios y pedregales, con matojos secos bordeándola. Camiones de mercancías adelantan por izquierda y derecha donde la arena del desierto se come algunos tramos del inexistente arcén. De vez en cuando, entre los arbustos, se ve una tienda o un café en los que se juntan vehículos todo terreno y viejos Peugeot de nueve plazas.

El Arish, la capital del norte del Sinaí, en Egipto, ha quedado atrás. Unos kilómetros más adelante está la Rafah egipcia, mirando al otro lado del espejo a su gemela palestina en la Franja de Gaza; enclavada justo en la frontera con ese pedazo de tierra aislada del mundo por Israel, con la colaboración egipcia. Bajo tierra, entre las dos, discurren túneles que como una vía intravenosa la mantienen conectada al mundo.

Un control de la policía con sacos terreros estrechando la vía, fuerza la parada. Los oficiales observan pasaportes y documentos de identidad, establecen que están en regla y franquean el paso al vehículo. Unos metros más adelante, tras una curva, el coche toma un desvío mientras el resto de automóviles sigue la marcha. No hay señalización a la vista. Tampoco se ven edificios. Poco a poco cambia el escenario y donde había construcciones mal acabadas hay terrenos delimitados con varas de madera, piedras, alguna duna. Un desierto sembrado de olivos. El conductor, un beduino de la zona, explica en voz alta: “Esta es la carretera de la muerte. Ni el Ejército ni la policía se atreven a pasar por ella. Muchos de estos caminos ni siquiera los conocen. Hay muchas zonas aquí dónde sólo nos adentramos los beduinos”.

De aquel viaje en coche a Rafah han pasado 9 años. Hubo muchos después, pero ninguno desde 2015. “Por razones de seguridad” los periodistas y casi cualquiera que no resida en la zona tienen prohibido el acceso. Decenas de controles de policía y Ejército se aseguran de que nadie entre y de que los que salen lo hagan sin portar ninguna información que comprometa la seguridad. Siempre la seguridad. Ese es el argumento.

«Todos aquellos que quieran venganza contra el terror del Daesh son bienvenidos» dicen las tribus

Este otoño, una vez más, Egipto canta victoria. A principios de noviembre, El Cairo anunció que ha cumplido el objetivo de la denominada Operación Exhaustiva, una ofensiva emprendida hace 8 meses contra la filial local del Estado Islámico (Daesh) con la que el exgeneral y ahora presidente Abdel Fatah Sisi prometió que limpiaría la península del Sinaí de militantes yihadistas. Desde que se inició esta guerra no declarada, las fuerzas egipcias aseguran haber eliminado a 3.000 terroristas, según informaciones publicadas a través de su página de Facebook, una cifra muy superior al número estimado de militantes que previamente había reconocido que hubiera en el Sinaí.

En una entrevista telefónica con Radio Masr, Tamer al-Refaei, el portavoz de las Fuerzas Armadas, aseguraba que los efectivos que participan en la operación han sido formados psicológicamente enfatizando las virtudes de la victoria o el martirio por la patria. “Nuestras fuerzas creen en las tareas que se les han encomendado para limpiar el país”, dijo el portavoz.

Dado que los periodistas tienen vetado el acceso a la zona, es imposible comprobar qué sucede en la realidad. Cualquier información distinta a los comunicados oficiales se desmiente o se tacha en los medios egipcios como falsa. Por eso, muchos toman con precaución las informaciones oficiales sobre el número de supuestos extremistas muertos. También es imposible contrastar el número de soldados o policías fallecidos durante la operación en el Sinaí, aunque la cifra oficial es de 30.

El Gobierno ha negado siempre que en Ejército hubiera unidades de las tribus beduinas del Sinaí. Sin embargo, un artículo reciente de la agencia AP señala, citando fuentes locales, que las autoridades egipcias habrían empezado a armar a los beduinos para combatir a la rama local de Daesh en distintos puntos del norte y centro de la península, algo que muchos analistas iban proponiendo, para aprovechar el conocimiento del terreno de la población local.

La Unión de Tribus del Sinaí, formada por 25 clanes de la península, había ofrecido su colaboración a finales de noviembre de 2017,, tras el atentado en la mezquita de Al Rawda. En un comunicado hicieron un llamamiento “a todos los hombres y jóvenes del Sinaí para unirse a sus hermanos y coordinar operaciones con el Ejército” para acabar con el terrorismo en la Península. “Todos aquellos que quieran venganza y castigo contra el terror y vengarse del Daesh (…), son bienvenidos para unir a los guerreros tribales para enfrentarse al terrorismo fascista”. En un segundo comunicado, días después del atentado, reiteraron su intención de “limpiar” el Sinaí, trabajando con el Ejército como “una sola mano”.

El asalto armado a la mezquita de Al Rawda, perpetrado el 24 de noviembre de 2017, fue un punto de inflexión para la población beduina del Sinaí. Aquel día, una treintena de hombres armados llegaron el coches a Bir al-Abeda, una localidad a unos 40 kilómetros al oeste de El Arish. Según la versión de la Fiscalía egipcia, los atacantes se colocaron ante la puerta del templo y en sus doce ventanas, y comenzaron a disparar de forma «indiscriminada» con armas automáticas. Prendieron fuego a los coches fuera para dificultar la huida y dispararon contra las ambulancias que llegaban. Mataron a 311 peronas.

Olivos arrancados, casas derrumbada, colegios con impactos de bala… marcan la guerra del Sinaí

Nadie reivindicó el atentado, pero la filial de Al Qaeda en Egipto ha condenado la matanza, y se ha desvinculado del asunto. Pero aunque el de Al Rawda fue el atentado más sangriento en la historia de Egipto, los ataques en el Sinaí no son nuevos. Decenas de familias tuvieron que huir de sus casas en 2017 por amenazas de los islamistas. Y si bien los primeros blancos eran las fuerzas de seguridad y la comunidad cristiana copta, ahora también los musulmanes sufís, una rama mística del islam considerada herética por los integristas, han sido objetivo de acoso. Los yihadistas les han exigido cesar en sus ritos e incluso los han forzado a firmar documentos en los que se arrepienten de su “herejía”, que a menudo no es más que la expresión popular del islam en todo el norte de África. De hecho, se cree que la mezquita de Al Rawda fue escogida por ser lugar de reunión de sufíes.

Pese a la negativa oficial de contar con los beduinos, a finales de julio, la Unión de Tribus del Sinaí anunciaba la muerte de un oficial de la filial del Estado Islámico, Abou Jaffar al Maqdesi, en una operación del Ejército, y especificaba que la victoria se había logrado con el esfuerzo de las tribus locales, y que varios de sus miembros participaron en los combates.

Relación de desconfianza

Durante años, el Ejército se había resistido a armar a las tribus, porque tiene un largo historial de conflicto con ellas. En lugar de eso, en la campaña antiterrorista se han demolido zonas entera de viviendas, expropiando terrenos y desplazando a la población. Pero arreciaban las críticas contra Sisi, al que se le acusaba de esforzarse más en acallar a sus opositores que en luchar contra el Daesh.

En un café en El Cairo, un hombre que hace negocios en el norte del Sinaí y que prefiere omitir su nombre para evitar represalias, muestra unas fotos en su portátil: olivos arrancados, casas derrumbada, colegios con impactos de bala y en ruinas. Logró sacarlas en su móvil porque “en Rafah ya no hay electricidad”, así que no tenía batería cuando le pidieron mostrar su contenido. “Lo han borrado todo del mapa”, lamenta.

“Desde hace años el Ejército nos alimenta con información extremadamente increíble. No podemos confiar en ella y cuando observamos los números, cuando investigamos un poco, descubrimos que la mayor parte de ello son informaciones fabricadas”, explica Mohannad Sabry, periodista e investigador especializado en el Sinaí. “Algunas veces nos encontramos con el Ejército publicando fotos de terroristas muertos y al día siguiente nos despertamos con la llamada de la familia diciendo que ese es su hijo y que fue arrestado dos semanas antes en su propia casa. Eso pasó por ejemplo en El Arish donde arrestaron a inocentes, que aparecieron seis meses después muertos en un escena teatral totalmente fabricada”, recuerda Sabry.

Los militares ejecutaban a sangre fría a personas desarmadas y luego montaban un escenario

El investigador alude a un caso que fue corroborado por Amnistía internacional. En abril de 2017, un canal egipcio difundió el vídeo en el que un grupo de militares ejecutaba a sangre fría a supuestos terroristas desarmados (algunos con los ojos vendados) y montaba un escenario en el que se disponían los cuerpos junto a armas. Meses antes, el Ejército a través de su página de Facebook había difundido las fotografías de esos supuestos terroristas junto a sus armas, asegurando que habían sido “eliminados” en un tiroteo.

Sabry denuncia que se han producido cientos de ejecuciones extrajudiciales como esta. Por las redes sociales corre también una grabación más reciente, en el que se ve como le pegan un tiro a un adolescente tras ordenarle que se tumbe boca abajo, mientras llama llorando a su padre.

La política que Sisi está empleando es un “castigo colectivo”, explica el especialista, que vive en el exilio desde que se publicó su libro «Sinaí: Eje de Egipto, línea vital de Gaza, pesadilla de Israel». Esa es la principal característica de la estrategia aplicada en los últimos 5 años: “Castigo colectivo a la comunidad en general y no preocuparse de cuales van a ser los resultados. No importa. Destruyen casas, destruyen pueblos, desplazan a miles de personas. Borran del mapa una ciudad histórica como es Rafah y los resultados son nulos. Los terroristas continúan operando. Mueven sus armas, mueven a sus militantes, matan a militares y a civiles y seguimos oyendo lo mismo por parte del régimen de Sisi. Están oprimiendo a cientos de miles de personas y no están logrando ningún éxito en términos de seguridad”.

El encarcelamiento y los abusos contra la comunidad beduina durante décadas es lo que ha permitido que el terrorismo se haya hecho fuerte en el Sinaí históricamente. Las fuerzas del Estado reprimen a la población local que sería fundamental para las labores de espionaje y provocan con sus asesinatos de supuestos terroristas que los jóvenes se unan a los extremistas. Especialmente en estos últimos años esa política de tierra quemada se ha demostrado contraproducente. “Ha creado el caldo de cultivo perfecto para que prospere el radicalismo. El Gobierno sigue sin darse cuenta de que es una política contraproducente y que esa política es parte del problema. Y en lugar de revisarla o de cambiarla [cuando la denunciamos] nos imputan y nos fuerzan al exilio”, subraya Sabry.

Ayuda internacional

Las quejas no se oyen sólo dentro de Egipto. Resuenan también en el vecino Israel, que observa cómo la situación en su frontera se deteriora. “La ineficacia clama al cielo, especialmente teniendo en cuenta los informes de que Israel ayudó a Egipto con la inteligencia y el uso de drones”, ha asegurado el diario israelí Hareetz. Nadie entiende por qué a pesar de los miles de millones de ayuda que recibe Egipto para la lucha antiterrorista no se ven mejoras en la seguridad. En 2015-2016 Gran Bretaña dio 2 millones de libras en ayuda y fondos de defensa a proyectos de seguridad que despertaron preocupación sobre el uso que se les habría dado ya que incluía apoyo a la policía, el sistema de Justicia penal y el tratamiento de jóvenes detenidos (que según denuncia Human Rights Watch sufren torturas sistemáticas en las cárceles).

Alemania y Egipto firmaron en agosto un acuerdo de cooperación en seguridad. Un curso de formación para vigilancia digital fue cancelado sin embargo por temor a que pudiera usarse contra opositores y no contra terroristas. Por otra parte, sólo en los últimos dos años Francia y Egipto han firmado contratos armamentísticos por valor de 6.000 millones de dólares.

Pero el Ejecutivo parece más interesado en controlar la información que el radicalismo. Tiene censuradas más de 400 páginas web, incluyendo la de Reporteros Sin Fronteras (hay 60 periodistas encarcelados), Human Rights Watch, La Red Árabe para la Información de Derechos Humanos y la del diario digital Mada Masr.

«El Gobierno no quiere que la sociedad civil trabaje porque creen que se convertirán en oposición”

“Sisi es un paranóico. El régimen cree que dar poder a la comunidad es algo negativo y que si los líderes tribales ganan influencia eso fortalecerá a la oposición y sus demandas de justicia y desarrollo económico. El Gobierno no quiere que la sociedad civil trabaje porque creen que se convertirán en oposición”, concluye Sabry. “No puedes convencer a un Gobierno de trabajar con una comunidad si ese gobierno ve a la comunidad como una oposición en potencia”. Habla del Sinaí pero el patrón se hace extensivo al resto del país. Con más de 40.000 prisioneros políticos (hay quien eleva la cifra a 65.000) las cárceles son otro caldo de cultivo para la radicalización en el que se mezclan terroristas del Estado Islámico, islamistas de los Hermanos Musulmanes, jóvenes y activistas de izquierdas, y cualquiera que haya pasado por el lugar equivocado en el momento equivocado.

El ejemplo más destacado es Mahmud Abu Zeid, conocido como Shawkan, un fotógrafo que fue acusado de terrorismo por documentó la masacre de la plaza de Rabaa el Adawiya, el 14 de agosto de 2013, en la que soldados y policías mataron a un millar de manifestantes que defendían la legitimidad del presidente islamista Morsi tras el golpe de Estado de Abdel Fatah Sisi. Shawkan pasó cinco años en prisión preventiva antes de ser condenado, el 8 de septiembre pasado, a cinco años de cárcel. Debería haber sido liberado inmediatamente después de la sentencia, pero los jueces decidieron mantenerlo en prisión otros seis meses por “no pagar costes y multas”, sin especificar siquiera la suma requerida.

Y si esto ocurre en El Cairo, es difícil adivinar qué puede suceder en el Sinaí. A Sabry le parece que “es ingenuo pensar que el Ejército egipcio, al que no le ha importado las víctimas civiles mientras bombardeaba las villas del sur de Rafah, de repente cambiará su política por la muerte de civiles en un ataque terrorista”, en referencia a la mezquita de Al Rawda. La campaña militar del año pasado le parece “un fracaso absoluto de inteligencia en términos de control de movimiento de armas y terroristas y despreocupación por proteger a la comunidad”.

¿Cambiará algo si realmente, como sugieren las informaciones, los beduinos se han sumado a la campaña? El resultado, según el citado artículo de AP, sería una milicia denominada Grupo Abdelsalam, que abarcaría a varios miles de beduinos. Su objetivo: acompañar a las tropas y localizar objetivos, o controlar ‘checkpoints’ en las carreteras. Queda por ver si esta cooperación, que los expertos consideran fundamental para garantizar la estabilidad en la península, tiene continuidad.

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