El avance del islam saudí
Darío Menor
En el tranvía, dos mujeres veladas charlan alegremente en árabe. Una anciana china observa a un negro con gorra ladeada y auriculares. Un ejecutivo impoluto habla por su teléfono móvil. Subirse al tranvía en Toronto supone experimentar la realidad de una de las urbes con mayor diversidad étnica del mundo. Una metrópoli formada por inmigrantes de más de 170 países y que muestra la magnitud del multiculturalismo en Canadá. El racismo y la marginación, tan presentes en otras naciones occidentales, son casi inexistentes en este país, donde la conciencia nacional ha ocupado el lugar de las identidades étnicas.
Pero esta sociedad también se enfrenta a retos. El último partió de la comunidad musulmana (formada por 650.000 personas, un 2% de la población). Comenzó hace dos años, cuando diversas organizaciones islámicas solicitaron al Gobierno del Estado de Ontario la creación de tribunales basados en la ‘sharia’ (ley coránica) para resolver disputas familiares.Estos arbitrajes fueron establecidos en 1991 para judíos y cristianos con el fin de desatascar el sistema judicial y ahorrar tiempo y dinero a los implicados.
El primer ministro de Ontario, Dalton McGuinty, trató el pasado 11 de septiembre de acabar con la crisis, pero el debate sigue vigente. «Habrá una sola ley para todos los habitantes de Ontario», aseguró McGuinty, rechazando así el establecimiento de tribunales de ‘sharia’ y acabando con los arbitrajes ya existentes. Por primera vez se pusieron límites al multiculturalismo ya que, como el primer ministro aseguró, «los tribunales basados en la fe suponen una amenaza para nuestros valores comunes».
Separados por sexos
La división canadiense de la Sociedad Islámica de Norteamérica (SINA), una de las mayores organizaciones musulmanas del país, ha sido la institución que más ha presionado para el establecimiento de tribunales islámicos. SINA posee un complejo situado a las afueras de Toronto, formado por una gran mezquita y un instituto de educación secundaria, en el que unos 75 jóvenes combinan el currículo del ministerio de Educación con los estudios islámicos. Las chicas, que están separadas de los varones, sólo se pueden quitar el velo en la clase de gimnasia.Además de las aportaciones de sus miembros, SINA se financia con las ayudas que recibe del Banco Islámico de Desarrollo (BID). Esta institución, con sede en Arabia Saudí, fue fundada en 1973 para impulsar el desarrollo de las comunidades musulmanas, siempre que sigan el islam más ortodoxo. Entre sus 55 Estados accionistas destaca Arabia Saudí con una cuota del 27%, casi el triple del siguiente país, Libia.
«Los tribunales basados en la fe amenazan nuestros valores comunes»
El BID se nutre en gran parte de los países del Golfo, que utilizan este banco como gestor de los petrodólares que entregan para cumplir con el tercer pilar de la religión islámica: el ‘zakat’ (limosna). Uno de los mayores donantes es la casa real saudí que, según un informe realizado en 2003 por el Consejo de Relaciones Internacionales de Estados Unidos (CRI), gasta cientos de miles de dólares para sufragar a asociaciones de musulmanes en todo el mundo.
El documento afirma que 210 centros islámicos y 1.359 mezquitas han visto respaldados sus proyectos por dinero de Arabia Saudí. Al menos 3 de estas instituciones están en Canadá. Una de ellas es el Centro Islámico de Toronto, que forma parte del complejo de SINA. Según el diario canadiense The Globe and Mail, las aportaciones del difunto rey Fahd a dicho centro alcanzaron los 5 millones de dólares en 2002. Desde entonces, la casa real saudí ha aportado anualmente a esta organización 1.5 millones de dólares, a los que se suman los 275.000 dólares entregados este año por el BID al instituto de educación secundaria de SINA.
La expansión del wahabismo —la extremista e intolerante interpretación que la sociedad saudí hace del islam— puede estar detrás de las millonarias aportaciones que la Casa de Saud realiza, señala el informe del CRI. Este temor es compartido por algunas organizaciones islámicas de Canadá, como el Congreso Musulmán Canadiense (CMC), una de las instituciones que más ha luchado contra el establecimiento de tribunales basados en la ‘sharia’ .
Exportar integrismo
«Los saudíes están tratando de exportar sus horribles valores. En su propio país tratan a los seres humanos como esclavos. Son racistas que encima dicen que lo que ellos siguen es el verdadero islam. Quien ha aceptado su dinero no puede tener las manos limpias», afirma Tarek Fatah, portavoz del CMC. Esta organización promueve la separación absoluta entre religión y política, ya que «las leyes seculares deben ser la máxima autoridad en la sociedad».
Para Fatah, instituciones como SINA, que presionan a favor de los arbitrajes familiares según la ley islámica, «están tratando de importar aquí la agenda política de los Hermanos Musulmanes y la Yihad Islámica. Intentan que una sociedad occidental adopte la ‘sharia’ para dotar de mayor legitimidad a su proyecto». Fatah nació en Pakistán, uno de los pocos países del mundo musulmán en los que la ‘sharia’ —con ciertos matices— es la base de la legislación.
Aunque la propia página web de SINA confirma la financiación por parte del Banco Islámico del Desarrollo, sus máximos responsables se muestran esquivos a la hora de afirmar que reciban fondos de Arabia Saudí. «No hemos tomado ningún dinero directamente de los saudíes. El BID es una organización formada por países de todo el mundo islámico. Sí, tiene su sede en Arabia Saudí, pero afirmar que quien se beneficia de sus aportaciones debe abrazar el wahabismo está fuera de toda lógica», sostiene Ahmed Yousef, vicesecretario general de SINA en Canadá, y nacido en este país. «Nuestra organización promueve la tolerancia y el respeto; entre musulmanes y entre el resto de canadienses. Es perfectamente posible ser buen musulmán y buen canadiense al mismo tiempo, y eso es lo que SINA difunde», dice Yousef.
«Es perfectamente posible ser buen musulmán y buen canadiense al mismo tiempo»
Otros miembros de la institución parecen contradecir esta idea. Kathy Bullock, portavoz de SINA, una canadiense de origen australiano convertida al islam, afirmó recientemente en un programa de radio que la poligamia no suponía ningún problema para ella. Según declaró, la mujer musulmana debía cubrirse el cuerpo y el pelo, y aceptar que su papel primordial en la vida era cuidar del hogar y de los hijos. No debía desarrollar una carrera profesional hasta que estas responsabilidades quedasen aseguradas. Añadió que las musulmanas sólo debían bañarse en una piscina si llevaban un bañador que las cubriese casi por completo y siempre que no hubiera hombres presentes. Sus palabras distan bastante de la realidad del resto de mujeres canadienses, habituadas a una de las sociedades con mayor igualdad entre sexos del mundo.
Límites del multiculturalismo
«El sistema hasta ahora había funcionado, pero el intento de establecer la ‘sharia’ contradice nuestros principios y los valores de igualdad de nuestra cultura. No se puede aceptar una ley que discrimine claramente a la mujer,» opina Jeffrey Reitz, profesor de sociología en la Universidad de Toronto y experto en inmigración. «El multiculturalismo siempre debe estar supeditado a una autoridad suprema, que es el Estado».
Los posicionamientos a favor de la ‘sharia’ pueden dificultar la asimilación de los musulmanes. Aunque las asociaciones consultadas consideran que el nivel de integración es bastante bueno, al menos un 20% de los musulmanes de Canadá han sufrido alguna vez discriminación, según el Estudio de Diversidad Étnica realizado por el Gobierno en 2002. Y es que, aunque «la mayoría de los canadienses rechazan el racismo, mantienen una distancia social con las minorías», según Reitz.
Esta asimilación incompleta conduce en muchos casos al aislamiento, como pone de manifiesto un cartel pegado a una farola de Montreal, cuyo texto en árabe dice: «Se busca mujer árabe musulmana para contraer matrimonio. Interesadas llamar a este teléfono».