El silencio de los corderos árabes
Ilya U. Topper

Estambul | Septiembre 2025
No, no es exactamente silencio lo que se escuchó en la cumbre extraordinaria árabe e islámica convocada el fin de semana pasado en Qatar, después del ataque aéreo de Israel a Doha en un intento de matar a la delegación negociadora de Hamás. Hubo discursos. Pero se asemejaban más bien a unos balidos asustados de corderos al descubrir que el mastín del pastor no los protege contra el lobo: se los come él mismo.
¿Por qué no hacen nada los países árabes? preguntan muchos cuando se habla de Israel, su ocupación de Cisjordania y su asedio a Gaza. Con la liberación de Palestina figurando como causa nacional de prácticamente todos los regímenes árabes, ¿realmente solo pueden dar discursos en una conferencia?
No, no digo que puedan hacer una guerra. Eso ya se intentó y no funcionó, y menos funcionará ahora, con los portaaviones estadounidenses cruzando ante la costa mediterránea. Pero ¿cómo es posible que diez días después del ataque a Qatar aún leemos que Emiratos no sabe si retirar a su embajador en Tel Aviv y considera reducir sus relaciones diplomáticas —aunque no cortarlas—, si Israel efectivamente declara la anexión de Cisjordania? ¿Qué pasa con el Escudo de la Península, el brazo militar del Consejo de Cooperación del Golfo? Claramente no tendría la capacidad técnica para proteger a uno de sus miembros —Arabia Saudí, Kuwait, Bahréin, Emiratos, Qatar y Omán— contra un misil lanzado desde un caza israelí, pero ¿al menos una protesta diplomática en forma de retirada de embajador?
Como si a Israel le importara esa retirada, cabe replicar, y sería cierto: un brindis al sol del desierto. ¿Pero quizás algún tipo de presión económica, un embargo, algo?
El comercio del mundo árabe entero con Israel es varias veces inferior al que mantuvo hasta el año pasado Turquía
El problema es que este embargo ya está en vigor desde que se estableció Israel, y su efecto ha sido que el 75 % de las exportaciones de Israel van a América y Europa; en igual medida, sus importaciones vienen de América, Europa y China. Incluso los países árabes que han reconocido Israel, como Egipto, Jordania o Emiratos, aparecen en las estadísticas en algún puesto por debajo del número 20, entre Tailandia, Vietnam y Singapur. Reducir su comercio a cero crearía como mucho una incomodidad momentánea en algunas empresas israelíes, obligadas a buscar nuevo cliente o proveedor.
Cierto: estas cifras (varían un poco según la fuente consultada) falsean una realidad más compleja. Los datos de Jordania, con unos 100 millones de dólares de importación y 200 millones de exportación a Israel —calderilla, algo cercano al 0,2% del volumen de comercio israelí— no incluyen el acuerdo por el que Jordania importa desde 2019 gas natural israelí, valorado en 10.000 millones de dólares durante los 15 años de vigor del contrato: unos 666 millones anuales… varias veces el resto del intercambio comercial. Pero el gas tiene un estatus extraplanetario en las guerras: los contratos a largo plazo están a prueba de bombas. El gas ruso seguía fluyendo a Europa a través de Ucrania durante toda la guerra; Kiev prometía morir resistiendo la invasión, pero no cerró la válvula hasta que no expirara el contrato el 1 de enero pasado.
Aún así, el comercio del mundo árabe entero es varias veces inferior al que mantuvo hasta el año pasado Turquía, durante décadas uno de los principales socios comerciales de Israel fuera de América, Europa y China, con un 2-3% del total. Y ya hemos visto que el anuncio de Ankara de cortar toda exportación e importación, incluso tránsito, el año pasado, ha hecho muy poca mella en la política de Netanyahu. El volumen no alcanza.
¿Nadie recuerda ya que esos mismos países árabes declararon en 1973 un embargo de petróleo?
La falta de palanca del mundo árabe es consecuencia de haberse opuesto a Israel desde el principio, al igual que la Unión Europea, que se negó, con mucho motivo, a reconocer el inhumano y brutal régimen talibán en Afganistán en 2021, y ahora descubre espantada que no tiene manera de influir en Kabul para frenar unos excesos aún más inhumanos y brutales. Si el mundo árabe no se hubiera cerrado tanto en el pasado… pero ¿cómo iba a abrirse si Israel lleva décadas no solo bombardeando Gaza sino también expandiendo, año tras año, sus colonias en Cisjordania para sabotear, a la vista de todos, el supuesto proceso de paz?
A la vista del último discurso de Netanyahu, con la sugerencia de convertir Israel en una super-Esparta, es decir un país autárquico, austero, militarista y enemigo de todos sus vecinos, se diría incluso que ha hecho lo posible para evitar esa apertura; no me sorprendería que los acuerdos de Abraham, que llevaron en 2020 a la normalización de relaciones con Emiratos, Bahréin, Marruecos y Sudán, bajo patrocinio y presión de Estados Unidos, los viviera Netanyahu como un fracaso personal. Yo intenté alegrarme en aquel momento de la foto de Miss Marruecos en Eilat: solo una integración paulatina de Israel en las sociedades que lo rodean, dije, podía cambiar la mentalidad aislacionista que ha inducido a los israelíes considerar una masacre diaria de decenas o cientos de palestinos como parte inevitable de la normalidad.
Con la declaración rotunda de Netanyahu y sus ministros de que nunca existirá un Estado palestino, que Cisjordania será anexionada y que el territorio de Gaza, una vez vaciado de palestinos, se lo repartirán con las empresas inmobiliarias de Donald Trump, la vía de la pacificación a través de un lento cambio de mentalidad ya no existe. Solo puede funcionar la presión. Y sin palanca económica propia, está claro que el mundo árabe no puede hacer nada contra un Israel protegido por Estados Unidos. Pero ¿tampoco puede hacer nada contra esa protección de Estados Unidos? ¿Nadie recuerda ya cómo tembló el mundo entero cuando esos mismos países árabes declararon en 1973 un embargo de petróleo durante la guerra del Yom Kipur?
El mundo árabe es un hatajo de regímenes corruptos que se dan la espalda unos a otros, cuando no se hacen zancadillas
Los historiadores siguen debatiendo hasta qué punto ese embargo influyó en el armisticio alcanzado con Israel —ya plenamente respaldada por Estados Unidos— y las posteriores negociaciones de paz, pero frente a un genocidio televisado, ni siquiera intentar usar ese arma parece una omisión de socorro delictiva. Además, si hace 50 años, el único producto de exportación de la península arábiga era el crudo, hoy la economía global está mucho más interconectada. Bastaría, sin siquiera tocar los sacrosantos acuerdos petroleros, con imponer un embargo a Israel al estilo del que Estados Unidos impone a Cuba: negarse a comerciar con una compañía que tenga negocios en Israel.
Un embargo siempre perjudica también al país que lo proclama, pero Arabia Saudí, Qatar y Kuwait están entre los Estados más ricos del mundo y se lo pueden permitir. Económicamente. Pero ¿políticamente?
Políticamente, el llamado mundo árabe es un hatajo de regímenes corruptos que se dan la espalda unos a otros, cuando no se hacen zancadillas, para escalar puestos en la jerarquía de servidumbre de Estados Unidos. Para empezar, muy poco motivo tienen para hacer causa común, una vez derrumbado el mito de la «nación árabe» unida por una (supuesta) lengua común y una (aún más supuesta) cultura común. Lema útil para animar a mediados del siglo XX la lucha anticolonialista, pero revelado como completamente ficticio en las décadas siguientes. Y luego, cada uno tiene sus motivos.
Para Marruecos, la causa nacional es afianzar su dominio sobre el Sáhara Occidental, y ese dominio lo reconoció Trump oficialmente en 2020 a cambio de que Rabat formalizara relaciones con Israel. Pero además, ¿qué tiene que ver con la «nación árabe» Marruecos, país donde la mitad de la población no habla árabe sino bereber, donde el islamismo que propaga Hamás se percibe como un colonialismo religioso extranjero, y donde se sigue echando de menos la antaño floreciente población y cultura judía? Nos puede parecer un crimen seguir alegremente comerciando con Israel, mientras mueren niños en Gaza, pero eso vale exactamente igual para España, Bélgica o Italia.
Para Jordania, la causa nacional es económica: Ammán recibe entre 1.500 y 1.800 millones de dólares al año en transferencia directa desde Washington, cercano al 10% del presupuesto nacional. Un plumazo de Trump es suficiente para hundir el pequeño reino semidesértico en la bancarrota inmediata.
Es ese constante temor a una rebelión del pueblo lo que ha llevado a los dirigentes egipcios a colaborar con Israel
Egipto recibe una cantidad muy similar en ayuda directa estadounidense, pero si bien supone apenas un 2 % de su presupuesto anual, tambien el trono de Sisi se sostiene sobre patas mucho más quebradizas que el de la monarquía hachemí. Aún se recuerda la «intifada del pan» de 1977, cuando Sadat intentó anular los subsidios al pan: dos días, 80 muertos y un préstamo del FMI más tarde tuvo que dar marcha atrás. En junio pasado, Sisi se atrevió a cuadruplicar el precio del panecillo: ahora llega a un tercio de céntimo de euro. Caro para una población que subsite en gran parte con el salario mínimo de poco más de cien euros al mes, pero quizás aún soportable, debe de calcular.
Es ese constante temor a una rebelión del pueblo lo que ha llevado a los dirigentes egipcios a colaborar calladamente con Israel desde la firma de la paz en 1979 y a mantener incluso sobre su puesto fronterizo con Gaza un control estricto muy similar al que Israel aplica en los suyos. No solo es por complacencia: es imposible hacer funcionar la Franja de Gaza, con sus dos millones de habitantes, como un territorio normal, alimentándolo únicamente a través de la válvula de Rafah. Permitir una especie de flujo diario de gazatíes para trabajar en Egipto es imposible: entre Rafah y Puerto Said, la primera ciudad del industrioso delta del Nilo, hay 200 kilómetros de desierto. Los complejos turísticos del Sinaí están aún más lejos.
Intentar buscarles trabajo a cientos de miles de palestinos en un país que ya de por sí lucha con altas cifras de paro, aliviado desde hace décadas solo por la masiva emigración de millones de jóvenes a Arabia Saudí, Libia, Jordania o Kuwait, significaría asentar a estos obreros de forma permanente, sin aportar ningún cambio a la economía de Gaza. Economía ahogada a conciencia por Israel con su política de disparar a las barcas para dificultar la pesca costera, destruir el aeropuerto y vetar el comercio marítimo mediante un bloqueo naval que incluye asaltar en aguas internacionales a todo buque que se acerque.
Exigirle a Egipto que salve vidas para que Israel no necesite matar a tantos va más allá del cinismo
Contra esa política, El Cairo es impotente. Lo único que habría estado en sus manos, permitir el éxodo total de todos los palestinos de Gaza, habría salvado muchas vídas, sí, pero a costa de colaborar con Israel y facilitar exactamente su plan expansionista y su objetivo de vaciar Gaza de palestinos. Exigirle a Egipto que salve vidas para que Israel no necesite matar a tantos va más allá del cinismo.
Pero ¿y Arabia Saudí? ¿Y Kuwait, Emiratos y Bahréin? ¿Y la propia Qatar?
Ellos no caerían por falta de subsidios ni problemas de paro, no. Pero sus regímenes se sienten en tronos casi igual de frágiles que sus colegas más pobres al otro lado del desierto. Son casi los últimos regímenes del mundo que no se han dado ni siquiera la apariencia de democracias. Para ellos, el Estado es una propiedad de herencia personal que hay que administrar bien, convocando consejos familiares o incluso tribales, pero sin que exista la noción de un pueblo soberano de su destino. Al pueblo lo temen.
No hace falta ser aficionado a las teorías de la conspiración para pensar que cualquiera de esos regímenes puede caer de un día para otro con un golpe palaciego tras un par de llamadas de teléfono desde la CIA, no hace falta siquiera que se ponga el Mossad. Hay una larga lista de eternos pretendientes al trono, encantados de tener una oportunidad. En otras palabras: estos reyes y emires saben, o creen saber, que aún no han caído porque la CIA no quiere. Un movimiento en falso los puede hacer tropezar con la cuerda que sostiene la cuchilla de la guillotina sobre su nuca.
Es la ausencia de democracia lo que hace tan extremamente vulnerables a estos regímenes: ningún emir tiene más legitimidad que cualquiera de sus primos. Doblemente vulnerables, porque la propia palabra democracia se puede usar como arma contra ellos en una rebelión popular, rebelión que, vistas las tendencias del siglo XXI, ya no sería encabezada por marxistas como antaño sino por islamistas que se proclaman la voz del pueblo oprimido. O directamente la de Dios, como ocurrió en 1979, cuando un joven se proclamó mahdi, el mesías islámico, y tomó la Gran Mezquita de La Meca con unos centenares de seguidores y un arsenal de armas automáticas.
Israel será un grano en el culo para ellos, pero los dictadores y reyes árabes solo temen a sus propios pueblos
Tras acabar con la revuelta, gracias a fuerzas especiales francesas —no, no pudieron solos—, Arabia Saudí optó por cortarle el camino a los islamistas siendo más islamistas que ellos… hasta que los Hermanos Musulmanes tuvieron la osadía de hablarles de política a la cara, en 1991, y los expulsaron; Qatar se hizo cargo y los empezó a usar para sus propios fines geopolíticos. Como eran fines distintos (cierto acercamiento a Teherán, además de apoyar al bando opuesto en Libia), Arabia Saudí y Emiratos le pusieron un embargo a Qatar que duró exactamente la legislatura de Trump, de 2017 a 2021 y que Doha aguantó gracias al respaldo de Turquía y cierta neutralidad de Estados Unidos, que no podía tampoco declararse hostil a Qatar sin renunciar a su base militar de Al Udeid, la mayor de Oriente Próximo. Hasta ahí, el panorama de la unidad fraternal de la Nación Árabe.
Divide y reinarás: ese frágil equilibrio de zancadillas, en el cada uno de esos regímenes es a la vez lobo y cordero, dispuesto a comerse a su vecino si el mastín lo permite, le garantiza a Washington tener la región bajo control. Por su tamaño, Arabia Saudí sería el único país capaz de dar un paso sin miedo a que sus rivales —más bien satélites— lo arrojen a los demás lobo-corderos, pero la monarquía lleva tanto tiempo encomendándose a la protección estadounidense, a la vez que al islam político más fundamentalista y patriarcal, que también es la más odiada del mundo árabe. No sabemos muy bien qué piensa el pueblo saudí de sus príncipes, porque no tiene libertad para decirlo, pero lo que piensa el resto de los pueblos árabes de los saudíes lo sabemos, y no es nada bonito.
La masacre de los palestinos será una tragedia, Israel será un grano en el culo para esos regímenes, pero no es ningún peligro. Los dictadores y reyes árabes solo temen a sus propios pueblos. De hecho, aparte un tanteo contra Sadam en 1991, el Escudo de la Península, la fuerza militar conjunta del Consejo de Cooperación del Golfo, entró en acción una sola vez, mostrando la firme solidaridad mutua de los seis Estados que lo componen. Fue el 14 de marzo de 2011, y su destino era Bahréin, uno de sus miembros, para ayudar a aplastar la revuelta popular lanzada semanas antes como parte de la Primavera Árabe. Entraron con tanques. Al día siguiente, la policía bahreiní acabó a tiros con la acampada de manifestantes en la Rotonda de la Perla de Doha, quemó las tiendas y aplanó la plaza. El zarandeado trono de la familia Al Khalifa se volvió a asentar firmemente. Misión cumplida: el pueblo árabe se mantiene a raya.
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© Ilya U. Topper | Primero publicado en El Confidencial · 20 Sep 2025