Angel Wagenstein
«Lo que el dios judío no consiguió hacer en dos mil años, Hitler lo hizo en poco tiempo»
Ilya U. Topper
Angel Wagenstein tiene, según la información disponible, 87 años, pero es inútil buscar a un anciano desvalido en la cafetería sevillana en la que se desarrollará la entrevista. Quien acude a la mesa es un señor de paso firme, mirada franca y voz pausada pero alegre e innumerables guiños irónicos, tanto en la conversación como en la posterior charla que organiza la Fundación Tres Culturas como parte de las actividades de la Feria del Libro de Sevilla.
Hijo de una familia sefardí de Bulgaria exiliada en Francia, Angel Wagenstein (Plovdiv, 1922) se crió en París ―de ahí su excelente francés, lengua en la que se desarrolla la entrevista― pero volvió a su país natal para integrarse en las brigadas clandestinas que combatían contra la ocupación alemana nacionalsocialista. En 1944 fue detenido y condenado a muerte; sólo la llegada del Ejército Rojo lo salvó del pelotón. Pero parece que la experiencia no le quitó el humor. O tal vez se lo reforzara, como estrategia de supervivencia.
En 1944 fue detenido y condenado a muerte; sólo la llegada del Ejército Rojo lo salvó del pelotón
“Una vez estábamos en una celda, de esas que en ruso se llaman odinotchka, es decir ‘para una persona’. Al final de mi época en prisión éramos ocho en este espacio. Personalmente he vivido 137 noches esperando que me ahorcaran. Aun así bromeábamos. Era una máscara. Quien dice que no tiene ningún miedo a la muerte, a mi juicio miente. Tuvimos miedo”, asegura Wagenstein durante la charla que ofrece en la Feria del Libro, poco después de la entrevista.
“Éramos muy jóvenes, queríamos vivir. Yo tenía 22 años, y a esa edad nadie quiere morir. Pero puedo jurar que reíamos mucho, nos contábamos chistes. Era una defensa contra lo que teníamos dentro. Eso sí ―concluye―: no recomiendo a nadie estar condenado a muerte sólo para experimentar personalmente que se puede reír”.
Guionista de cine mucho antes que escritor, Angel Wagenstein —a veces, su apellido es transcrito Vagenshtain— ha firmado medio centenar de películas, la mayoría búlgaras, pero también varias alemanas, desde una recreación de la vida de Goya hasta filmes de ciencia ficción. Estrellas (1959) ganó un Gran Premio en Cannes. Declarado admirador de Charles Chaplin ―”un genio de la humanidad; nos enseñó que se pueden contar las historias tristes con una sonrisa”― disfruta recordando su “primera y última colaboración” con el cineasta al explicar por qué en Bulgaria nadie lo llama Angel ―pronunciado Anyel― sino Jacky.
“Dicen que el amor es ciego. Una vez que estuve en uno de los tres cines de Plovdiv echaron la película de Chaplin, The Kid, y hay un niño chico, Jacky Coogan, que rompe una ventana que Charlie Chaplin arreglará luego. Y en su amor ciego, mi tía me dijo que yo era igual que el niño. Pero no es cierto. Es un error histórico”.
Sólo con el nuevo milenio, ya rozando los ochenta, el guionista Wagenstein publicó su primera novela: El Pentateuco de Isaac, lanzada en España en 2008 en la editorial Libros del Asteroide, que en los años sucesivos también editó las otras dos obras de la trilogía: Adiós Shanghai y Lejos de Toledo (2010).
“No es una trilogía” asevera el autor. “Si lo fuera, la historia tendría que continuar, con el mismo héroe y argumento. El pecado es mío, porque lo llamé así, pero un crítico francés dijo que no se trata de una trilogía sino de un tríptico”. Si el primer libro narra, con inagotable humor, el camino del judío búlgaro Isaac Jakob Blumenfeld a través de “dos guerras mundiales, tres campos de concentración y cinco patrias”, el segundo, Adiós Shanghai, describe la vida de los judíos refugiados en esta ciudad china y sus curiosas mezclas.
“Habia tres oleadas: Una de judíos rusos que llegaron después de la Revolución de Octubre, hablando ruso, otra de los judios ricos de Alemania y Austria, llegados justo al inicio de la Segunda Guerra Mundial y que sólo hablaban alemán; y finalmente los bagdadíes, se les llama así, judíos árabes que habían llegado hacía siglos y no tienen nada que ver con Europa, ni la conocen”, describe Wagenstein.
El tercer libro ―cronológicamente sería el primero, ya que se ubica a inicios del siglo XX― incide en la vida de Abraham El Borrachón, un judío ateo de Plovdiv, y recrea la infancia del autor. “Mi abuelo se llamaba Angel El Borrachón”, recuerda Wagenstein durante su charla, recuperando un español teñido de sintaxis francesa con reminiscencias de ladino. “Eso es verdad. Ahora, los viellos ―los viejos, pero voy a decir viellos, como hablamos en Plovdiv― me dicen: ¿tú eres el nieto de Angel El Borrachón? Sí, yo soy el nieto. En la novela le puse Abraham El Borrachón, para que ustedes no piensen que el borrachón soy yo. Yo soy un borrachón chico. Mi abuelo era un borrachón genial”. Guiño a la galería y aplausos.
En la entrevista se explaya más: “La amistad entre el rabino, el pope, el mulá y mi abuelo, este cuarteto de personas, de tres religiones y un ateo, es el símbolo de esta tolerancia en un pequeño barrio, entre la gente, entre las religiones. Era la realidad. Como también es cierto que mi abuelo echó una meada contra la pared de la sinagoga y le excluyeron de la sinagoga”.
«Lo que el dios judío no consiguió hacer en dos mil años, Hitler lo hizo en poco tiempo»
¿Esta amistad era posible en el contexto de Bulgaria?
Bulgaria es un país bastante tolerante respecto a los judíos. Nunca tuvimos guetos. No es porque los búlgaros sean más inteligentes que los demás sino porque Bulgaria era parte del Imperio Otomano. Si buscamos ahora los límites donde empieza el antisemitismo tradicional, ésas son las fronteras del Imperio Otomano. Fue este Imperio que les abrió sus puertas a los judíos cuando se les expulsó de España. Esto empieza aquí, en Sevilla. Aquí empieza la amistad entre el judaismo y el islam. Nuestro enemigo común era el catolicismo.
¿La llegada del nacionalsocialismo cambió esta condición?
Bulgaria era aliada de los alemanes y de Hitler. Como Rumanía y Hungría. Bulgaria hizo leyes antisemitas, pero los judíos no fueron deportados. Si alguien me ha devuelto el sentido de ser judío, ese ha sido el camarada Hitler. Los judíos alemanes intelectuales, la élite, nunca han sentido que fuesen judíos, sólo los nacionalsocialistas han vuelto a convertirlo en judíos. Mi madre y su familia tenía que llevar la estrella amarilla. El antisemitismo produce más judíos que las sinagogas.
Visto así…
Lo que el dios judío no ha conseguido en dos mil años era resolver el problema de la Tierra Prometida, porque les había prometido algo que no le pertenecía. Y lo que el dios judío no consiguió hacer, Hitler lo hizo en pocos años. Sin Hitler, hoy no existiría Israel.
Usted es sefardí, pero tiene un apellido asquenazí.
El abuelo de mi abuelo Angel El Borrachón vino del norte de Rumanía, de Galitzia, es el sur de Ucrania.Pero se quedó en Bulgaria y la familia se ha casado siempre con sefardíes. Mi madre se apellida Béjar. Con el tiempo sólo quedó el apellido Wagenstein, pero mi padre no hablaba yídish, hablaba judezmo o sea ladino, judeoespañol.
¿Cree que el mundo de los sefardíes que describe en la novela es un mundo desaparecido o sigue habiendo comunidades?
La comunidad está muy viva. Pero en Bulgaria nunca ha habido muchos judíos. Aproximadamente 50.000. Ahora quedan unos siete u ocho mil. Las comunidades más grandes están en Sofia y Plovdiv. Están muy activas. Pero hablan búlgaro.
¿No usan ya el ladino?
Los viejos… sí, algunos lo hablan. Mi abuela no hablaba el búlgaro, sólo el judezmo. Yo me olvidé de las palabras. Sólo ahora en España, poco a poco me vienen. Pero es un idioma perdido.
¿No hay iniciativas de conservarlo?
Sí, hay cursos, mesas redondas, iniciativas de recuperar y refrescar la lengua… Pero yo estoy en contra.
¿Por qué?
¿Para qué se debe aprender una lengua que no tiene literatura? ¿Que no tiene ninguna obra de teatro? Es un recuerdo, el recuerdo de una lengua.
¿Nunca hubo literatura en ladino?
Nunca. Hoy, el periódico judío central de Bulgaria se llama Evreiski Vesti; está escrito en búlgaro. Sólo los turcos en Estambul tiene una revista, llamada El Amanecer, que está escrito en este idioma. Pero no hay gramática. No existen lenguas sin gramática. Se escribe fonéticamente. Hay una emisora de radio, Aquí Jerushalayim, que es para los ancianos que no entienden otro idioma. Pero se podría utilizar mejor esta energía psicológica, y también financiera, para aprender el español moderno. La juventud, si tiene la oportunidad de pertenecer a esta tierra, si tiene raíces aquí, por qué no va a aprender el español moderno?
Eso lo hicieron los sefardíes marroquíes: desde hace un siglo hablan el castellano moderno.
Por eso lucho, muy en solitario, muy aislado. Y me dicen que no: Nos olvidamos la lingua de los padres, no la olvides. Casa Sefarad me apoya; sabe que es una lengua perdida. Una lengua que no tenga literatura está perdida. Quisiera que la comunidad judía organizara sistemáticamente el aprendizaje del español como una lengua que está muy cercana a la ‘lengua de los padres’. Pero entre nosotros, los viejos dicen: oh no, la lengua de los padres, Jacky, por qué haces esto…
¿No es muy interesante saber cómo se hablaba el español en el siglo XV?
¡Eso es algo distinto! Como estudiar la lengua de los aztecas. Eso no quiere decir que todo México hoy deba aprender el idioma azteca. Eso se hace en las universidades. También tenemos el antiguo eslavo eclesiástico, la madre de todas las lenguas eslavas, que viene de Bulgaria y fue difundido, junto con el cristianismo que nos llegó desde la vecina Grecia, a Rusia, a Ucrania… Esta lengua se estudia en las universidades, pero no se habla. Existen pueblos búlgaros en Ucrania, en Moldavia, en Albania; son de los búlgaros que en el siglo XVII huyeron de los turcos. Hablan un idioma increíble, que los búlgaros casi no entienden, pero son búlgaros. Bulgaria, no obstante, no envía a profesores para que aprendan este idioma del siglo XVII; envía a profesores y libros actuales.
«Mi corazón, francamente, está en la parte palestina, que tienen sus derechos, sus razones…»
¿Diría que el sionismo, como imperativo de emigrar a Israel, ha destruido de cierta manera las comunidades judías del Magreb o los Balcanes?
Es normal. Están ahora reconstruyendo la nación judía, no el pueblo sino la nación.Y sí, se destruyen montañas para tener piedras con las que construir. Si en Bulgaria antes había 50.000 judíos y ahora quedan 8.000, eso quiere decir que algo ha sido destruido. Yo no soy sionista.
¿Qué opina del resultado, Israel?
Israel es un país donde hay ahora ciudadanos oriundos de casi cincuenta países, de cincuenta civilizaciones, cincuenta lenguas, tradiciones diversas. Yo estoy a menudo allí y comprendo que les queda aún un camino largo, muy largo, para reconstruir la nación. Los que han venido de Alemania, los grandes intelectuales venidos de Moscu, no tienen nada que ver con los que han venido de Yemen o de Etiopía. No es un pueblo. No es aún un pueblo. Tal vez podrá serlo, pero todavía es una nación. No tiene una única cultura, una única civilización.
En la charla posterior, Angel Wagenstein declara su “comprensión” de Israel y sus dificultades, no sin cierta ironía respecto a la justificacion histórica del Estado ―“la historia del pueblo elegido es mitología; a mí me gustan mucho las mitologías”― pero añade: “Mi corazón, francamente, está en la parte palestina, que tienen sus derechos, sus razones, sus hijos, sus padres… y hay algo que no es justo en esta historia”.
Para despedirse, Wagenstein no vacila en arrancarse con una canción tradicional judeoespañola, aprendida durante su infancia en Plovdiv, Bulgaria:
Addío
Tómate el anillo
tú no sos más mío
Búscate otro amor.
Cuando mi madre a mí me parió
y me quitó al mundo
Corazón no me dio
por amor, amor segundo.
Addío
tómate el anillo
tu no sos más mío
búscate otro amor….