Lola Pons
«La lengua no es sexista, lo es el uso que hacemos de ella»
Alejandro Luque
Sevilla | Sep 2021
Lola Pons Rodríguez no es la primera profesora que acerca la filología a las masas, pero sí es quien lo está haciendo con más encanto y alcance divulgativo en los últimos tiempos. Sevillana de Barcelona y de 1976, esta catedrática de Lengua Española de la Universidad de Sevilla, especialmente dedicada a la historia del español y el cambio lingüístico, se dio a conocer al gran público con el libro Una lengua muy muy larga (Arpa), que ya lleva cinco ediciones, y más recientemente con El árbol de la lengua, en la misma editorial.
Dos volúmenes que, como sus frecuentes colaboraciones en prensa, indagan en el pasado de la lengua que usamos como una invitación a extraer lo mejor de ella para enriquecer nuestro presente. Responde a la entrevista enn su lugar de trabajo, la antigua Real Fábrica de Tabacos hoy convertida en Facultad de Filología.
Una idea central en sus libros es que la lengua, que muchos consideran algo petrificado, inmutable, está tremendamente viva. ¿Es así?
Esa idea de que la lengua es un fósil, o algo arqueológico, digno de ser adorado desde fuera, se sustenta en la creencia de que la lengua está fuera de nosotros, cuando en realidad no existe fuera de nosotros. No es un monumento, no es algo visualizable desde fuera. Y como producto humano, que vive dentro de los hablantes, está sometida a todos los vaivenes y cambios que atraviesan los hablantes. La lengua está en ti, lo digo siempre en mis clases.
Usted añade que la lengua que no cambie «será la dueña del cementerio». ¿En qué sentido?
«Hay lenguas que han sido protegidas y potenciadas con un uso político y que no prenden en los hablantes»
Una idea muy alejandrina que resurge en la Edad Moderna es que las lenguas nacen, crecen, se desarrollan, tienen un apogeo, que se identifica con una edad de oro, y a partir de ese momento solo cabe esperar la decadencia y el declive. Es una metáfora biologicista que puede ser comprensible, pero no es real. Las lenguas pueden atravesar momentos de apogeo, efectivamente, o que se desarrolle un canon en un determinado momento, con logros literarios admirados por los demás, pero tienen que estar continuamente sometidas a cambios. A veces decimos que si el español y otras lenguas hijas del latín no hubiesen cambiado, seguiríamos hablando latín. Pero hasta ese aserto tiene una parte que no es verdad, porque existe un latín clásico, el que hacemos estudiar a los muchachos, pero también hay un latín medieval y un neolatín en el XVI que se modifica, al menos léxicamente, con el curso de los tiempos. Incluso lenguas que han sido creadas artificialmente, como el esperanto, han conocido la variación. En el momento en que son usadas, empiezan a variar.
¿Confía en el impulso político y económico para que una lengua no desfallezca?
La lengua que pierde hablantes, o más bien dominios funcionales de uso, porque esa es la clave para que una lengua crezca o decrezca, merece el cuidado o la atención institucional. Hay lenguas que se parecen mucho a esas plantas que uno se empeña en eliminar, y siguen brotando por el último resquicio donde cayó una semillita. También hay lenguas particularmente desprotegidas e incluso perseguidas que se han mantenido porque sus hablantes así lo han querido, y también hay lenguas que han sido protegidas y potenciadas, a veces con un uso político, y que no prenden en los hablantes. Esto es un producto humano, no se trata de enseñar a utilizar una herramienta. Porque no somos usuarios de las lenguas, somos hablantes. Usamos objetos, teléfonos, esta grabadora. Si fuéramos usuarios se nos podría convencer, derivar, conducir por otros caminos, y no es así. Los hablantes, al final, son soberanos.
En Córcega me contaban que había habido campañas similares a las que ha habido con el catalán, y en cambio no había funcionado: la gente prefería hablar francés. ¿Tiene explicación?
Sí, está ese concepto que usan los sociolingüistas que es la lealtad y deslealtad lingüística. A las lenguas o a los rasgos lingüísticos: hay rasgos que están muy desprestigiados en su entorno inmediato, que no encuentran en la lengua estándar, pero llevan siglos manteniéndose en los idiomas. ¿Por qué? Porque hay lealtad a esos rasgos. A veces tiene que ver con el tipo de sociedad en que se encuentran los hablantes. En Andalucía, por ejemplo, hay islotes de «no yeísmo» como marca de identificación de quién es del pueblo y quién forastero. Y a ese rasgo concreto están siendo muy leales.
¿Cree que las lenguas cooficiales deberían ser al menos optativas en todo el territorio español?
«La RAE y otras academias, hay que insistir, no trabajan creando la realidad, sino fotografiándola»
Creo que antes incluso de que se enseñasen como optativas, hay que empezar por algo previo a eso, y es que tengamos cultura lingüística. Eso quiere decir sensibilidad a las lenguas oficiales que hay en España, y a las variedades que hay en nuestro país. Porque ni eso se da. Falta muchísimo, porque todavía está la idea de «si estamos en España, por qué no hablamos español». Y también está esa misma idea prejuiciosa hacia variedades, sobre todo medidas en clave de pronunciación. «Hablas mal porque no hablas con el acento castellano norteño». Ni siquiera se da el respeto a la variedad dentro de la propia lengua oficial.
¿Qué pasa ahora con la RAE, que continuamente se le está pidiendo la hoja de reclamaciones?
En el caso de la RAE y otras academias, hay que insistir una vez más en que no trabajan creando la realidad, sino fotografiándola. Y esa realidad incluye usos, giros y locuciones que entiendo que puedan ser ofensivos. E incluyen usos particularmente innovadores, deliberadamente fuera de la norma, como los que se crean en las redes sociales: ese concepto de «ortografía tróspida», ortografía deliberadamente transgresora, que va a estar siempre en los márgenes, porque en el momento en que se haga común, ya no será transgresora y se dejará de usar. Respecto a la lengua no se puede prohibir la realidad, solo hacer de notario si esa realidad se extiende, se generaliza y entra en el uso común.
También insisten los académicos en que a menudo lo que hacen son recomendaciones, que luego tienen que validar los hablantes con el uso. ¿Coincide con esa idea?
Sí, las instituciones académicas han cambiado mucho desde el XVIII. Antes se optaba, incluso en la propia educación escolar, por proponer normas de uso que podían ser muy contrarias a lo extendido en la población. La experiencia dice que los hablantes al final no han aceptado eso. En el siglo XIX se llegó a recomendar en los manuales el empleo del leísmo y del laísmo. Y eso provocó que autores literarios que por su zona de procedencia no eran leístas ni laístas, como Juan Valera, introdujeran leísmos y laísmos en sus obras. Esa recomendación hoy no tiene ningún sentido, y el leísmo se ha extendido más allá de las recomendaciones que se hayan podido hacer académicamente.
¿Hay un problema con el sexismo en el lenguaje? Lo de hablar con la arroba, con los amigues, ¿cómo lo viven los lingüistas?
«Los nuevos femeninos, los desdobles o las marcas de género en «e» no están extendidas en el habla y no se pueden imponer»
A los lingüistas solo nos cabe ver qué hace la gente con eso. Y eso de momento son usos restringidos, de los que se hace un empleo simbólico en algunos discursos —pienso en el político— y desambiguador en otros, como la prosa administrativa. Pero cosas como los nuevos femeninos, los desdobles o las marcas de género en «e» no están extendidas en el habla común y no se pueden imponer. Pero repito que la lengua no es sexista, ni feminista, ni racista, ni es ningún –ista. Lo es el uso que hacemos de ella. La lengua refleja, claro, el sistema del que emana. Y cambia como cambia ese sistema. Nosotros mismos hemos vivido desde los años ochent los nuevos femeninos, porque no era común oír hablar de arquitecta, médica o jueza. Se ha difundido, ha habido una sedimentación en el uso, y ha hecho que eso se haga general. Pero esa generalización todavía no se ha dado con otros empleos.
Me gustaría que se demorara en otra cuestión, el tema del andaluz y esa ola que pretende difundir una transcripción más o menos literal del acento sureño, que incluso tiene respaldo académico. ¿Cómo lo valora?
Intentos de escritura en andaluz se han dado, de hecho el primer artículo que publiqué giraba en torno a un personaje que hablaba así en la primera prensa profernandina, a principios del XIX. El argumento de base para esas propuestas es que, si una variedad se escribe, alcanza mayor prestigio y respeto social que si no se escribe. Y eso es un presupuesto equivocado, porque parte de una idea muy eurocéntrica, colonialista incluso, según la cual las lenguas sin escrituras no tienen el mismo rango que las lenguas con escrituras. Obviamente, la ortografía es una convención: ¿por qué escribimos filosofía con f, y no con ph? Pero esa ortografía convencional nos une a muchísimos hablantes hispánicos. Y dentro de esos hablantes hay muchísimas variedades internas. Algunas, como la andaluza, particularmente relevante por su historia y su demografía, pero otras también muy interesantes, como las variedades del español americano. Esos intentos de pasar a ortografía el andaluz no los veo necesarios, y están fundados en una idea equivocada.
Ha sido muy corriente, por otro lado, que incluso en la prensa seria, cuando hablaba un político andaluz, como Alfonso Guerra, se transcribiera su acento, cosa que no se hace con el acento de Rajoy o de los políticos catalanes. ¿Por qué?
«En el siglo XIX, en un proceso que lidera la prensa, se otorga una gran visibilidad al andaluz dentro de las variedades hispánicas»
Claro, eso es porque llama mucho la atención la divergencia del andaluz respecto al patrón del castellano estándar, y no se atiende a otras divergencias. Ocurría con Guerra, pero no tengo ni que cambiar de partido, para que se vea que no es un asunto ideológico: José Blanco, gallego, no pronunciaba jamás los grupos cultos consonánticos, como es propio de las variedades del español de Galicia, y jamás se reflejaba en una entrevista. En el siglo XIX, en un proceso que lidera la prensa, se otorga una gran visibilidad al andaluz dentro de las variedades hispánicas. Una visibilidad que antes no tenía, pero se le concede un especial protagonismo, por cierto, con valoraciones bastante positivas, con el andaluz como lengua de la facundia, no tanto de la gracia, pero sí del ingenio, que es una cosa muy barroca y muy de aquí. Y poco después, asociado al proceso de creciente industrialización en España, y de desindustrialización en Andalucía, asociando eso al obrero.
¿Cuánto exageran quienes dicen que el andaluz lo hablan cuatrocientos treinta y un millones de personas en todo el mundo, porque cuentan la América que fue colonizada por andaluces?
Del uno al diez, un cinco [risas]. Es como el poema de Machado: «¿Dijiste media verdad? Dirán que mientes dos veces si dices la otra mitad». ¿Cuál es la otra mitad? Lo que conocemos por el Archivo de Indias es la amplia masa andaluza, extremeña y canaria, que configura una fisionomía básica del español americano. Pero hay dos cuestiones. La cuestión temporal: es un tópico asociado a la creación de la identidad de los países configurarla a partir de sus primeros colonizadores. Les pasa mucho a los estadounidenses, que configuran su identidad en torno al establecimiento complejísimo en nuevos territorios, y no tanto en torno a la llegada de inmigración irlandesa y polaca en el siglo XIX. Y ocurre con el resto de América, cuya identidad a veces fijamos a partir de los establecimientos del XV o del XVI, sin atender, por ejemplo, a la masiva llegada reciente de italianos a Argentina y Uruguay. O el establecimiento de asentimientos lingüísticamente muy interesantes de esclavos libertos en algunos puntos del Caribe.
¿Y la otra cuesti´ón?
La cosa social: se habla de un español atlántico, en el que se incluye a toda la América hispanohablante, a Canarias —un territorio interesante, que es muy andaluz pero también más leonés que algunas zonas andaluzas que son leonesas por repoblación—, e incluye a Extremadura, y todos tienen rasgos compartidos, quizá el más llamativo el seseo. Otros que son también compartidos tienen diferente altura social. El uso de ustedes en lugar de vosotros, que claramente se sigue dando en el andaluz de hoy («¿ustedes a qué hora os vais, o se vais?») se da también en América, pero el patrón de concordancia es distinto: «ustedes se van», algo que se decía también en Andalucía y se está perdiendo. O la pluralización del verbo haber, «habemos tres personas», que en España está condenadísima y en América alcanza bastante altura social. Que compartamos unos rasgos en común no significa que valoremos igual esos rasgos.
Una curiosidad: ¿por qué en Andalucía occidental, en las capitales se sesea y en la provincia se cecea?
«El seseo alcanza prestigio porque es el que se queda en la capital del Reino de Sevilla y se expande en Andalucía»
Lo primero que tenemos que ver es que seseo y ceceo, que reconocemos como fenómenos distintos, nacen como adelantamiento articulatorio de un viejo sonido medieval, surgen como sececeo o ceseseo, que produce tanto la ese andaluza, dental, muy adelantada, y el ceceo. Eso, cuando surge en el XVI, son dos muestras del mismo fenómeno, y no sabemos cuál fue antes y cuál después. Efectivamente, el seseo alcanza prestigio porque es el que se queda en la capital del Reino de Sevilla, y eso explicaría su difusión a otras capitales de Andalucía occidental, e incluso a sectores de grandes pueblos, porque la región tiene pueblos muy grandes, cosa que no se da en otras zonas de la península.
Lo cierto es que los sonidos son fascinantes. Volviendo a los políticos, recordamos el «eshpléndido» de Rajoy, o el «ej que» de Bono… ¿Todos se explican históricamente?
La ese del español actual, ¿qué ese es? ¿La mía dental? ¿La más atrasada, de Rajoy? ¿La que altera Bono, tan manchego, hasta hacerla sonido velar? Todo esto significa que desde hace siglos estamos erosionando, cada uno a su manera, el final de las sílabas. Esas consonantes están en peligro [risas].
Comparando con nuestros vecinos, ¿hemos evolucionado mejor o peor?
En lo que se refiere a decisiones formales, por ejemplo la ortografía, podemos estar muy satisfechos con la que gradualmente hemos ido aquilatando. Hasta el siglo XVIII hay unas tendencias gráficas, se propone una reforma con la Academia, pero esa reforma no triunfa hasta el cambio de la educación en España, hasta la ley Moyano, cuando llega una horizontalidad en la educación básica. Desde entonces hasta ahora hemos mejorado nuestra ortografía, mucho menos compleja que la francesa. Por ejemplo, eliminando grafías dobles, acentos circunflejos… haciendo que la enseñanza de español para extranjeros, en el plano gráfico, sea bastante asequible.
También en países próximos, como Francia o Italia, parece darse mayor importancia a la educación oral, mientras que aquí ponemos más el foco en el texto. ¿Es una asignatura pendiente?
«No nos damos cuenta de que ya tenemos personas bilingües en los colegios e institutos: de árabe, chino o polaco»
Es una asignatura pendiente en la que el suspenso es reciente, porque no siempre ha sido así. Nosotros identificamos eso que se llama las cuatro destrezas, la expresión y la comprensión escrita y oral, y tenemos clarísimo que ese es el objetivo de la enseñanza de las segundas lenguas. En cambio, cuando un crío ingresa en educación secundaria obligatoria, es posible que sepa que existe el pretérito anterior y el futuro de subjuntivo, pero que no sepa argumentar por qué quiere ser delegado de clase o qué ocurrió en la escuela ayer por la tarde. Esto no siempre fue así; en España hubo un interesantísimo movimiento de renovación pedagógica en torno a los krausistas, la Institución de Libre Enseñanza, el colegio de Jimena Menéndez Pidal, y son colegios en los que se impulsa que los niños reciten, como hacían nuestros abuelos. Era memoria, pero también expresión oral. Impulsaban que se hiciera teatro: el teatro universitario, que fue tan importante en la primera mitad del siglo XX, nace de esas raíces… En cambio, ahora eso no se trabaja. Si hubiera un buen trabajo sobre textos escritos, serían al menos buenos lectores, capaces de hacer una lectura comprensiva, pero no es así. Y por los maestros no es, porque estoy convencida de que los maestros se desviven por que los niños se expresen en condiciones.
Ahora que el tema de la inmigración está tan candente, se habla siempre de la riqueza económica que supone. ¿También lingüística?
Valoramos mucho tener ciudadanos bilingües, o plurilingües, pero seguro que cuando escuchamos ese aserto, «Queremos que nuestros hijos sean bilingües», pensamos en que sean bilingües de español-inglés, español-alemán, y no nos damos cuenta de que ya tenemos personas bilingües en los colegios e institutos, pero de árabe, chino o polaco. Eso da un perfil profesional futuro potencialmente muy aprovechable. Pero ese tipo de bilingüismo no incluye lenguas prestigiosas, y lo rechazamos. Luego está la idea de que hablar una segunda lengua puede ser incluso pernicioso para tu primera lengua. Es una idea completamente errada. Lo que demuestran los expertos es que los niños bilingües pueden tardar un poco más en hablar sus lenguas, pero no van a escribir ni hablar peor. En Estados Unidos se extendió la idea entre la emigración latina de que era mejor hablar a los niños en casa en inglés, para que el inglés del colegio no fuera latino, con acento. Es una idea completamente equivocada.
Defiende que la idea de pureza lingüística es tan peligrosa como la racial. ¿Por qué?
Nacen de la misma idea fundamentalista, surgen en el siglo XIX a partir de ideas nacionalistas, y ahí sale la idea de que hay pureza idiomática. En el XVI ya se habla de pureza de las lenguas, pero en otros términos. Se hacía en un sentido renacentista, que me provoca entre ternura y sonrojo, ya que se competía por ver cuál de las lenguas europeas se parecía más al latín. Hacían batallas dialécticas, de escuela, en las que un italiano se enfrentaba a un español intentando que su texto contuviese tantos cultismos que pareciese latín, y en ese contexto hablaban de pureza. Pero la idea de que haya un castellano, un francés o un catalán más puro que otro, eso es una idea más propia del XIX, una idea que alimenta ideologías muy peligrosas.
Usted denuncia también que la gramática impone una «ley de extranjería» sobre las formas foráneas. Pero, ¿quién pone la aduana?
«A veces llego a sospechar que hay resoluciones administrativas que se redactan de forma deliberadamente críptica»
Los hablantes, que abrazamos con mucha rapidez palabras como escáner o zapping, y nos creamos nuestro propio verbo español zapear, damos muchas vueltas a otros extranjerismos sin saber muy bien qué hacer con ellos. Me hablaba el otro día alguien de la batalla en torno a jeans, por vaqueros, y cómo se escribe, si a la inglesa o a la española, yins. Aquí se propuso escribir whisky de una forma muy hispánica, güisqui, con su diéresis, con su q, y no triunfó, pero en cambio ha triunfado fútbol. En lo gráfico también los hablantes abrazamos o despreciamos formas.
A propósito de leyes, algo tan importante como el lenguaje jurídico ha derivado en un lenguaje deliberadamente opaco. ¿Qué opina de esa especie de gueto lingüístico?
En lo que se refiere a uso interno, los gremios tienen su tecnolecto y se manejan entre ellos, como lo tienen los médicos o los luthieres. Pero también hay una parte de ese discurso que se dirige al ciudadano, como las resoluciones administrativas, o incluso la multa más básica. En ese tipo de cuestiones hay que apostar, como está haciendo Correos desde hace unos años, por iniciativas de lenguaje fácil. Porque la ciudadanía no es por defecto titulada universitaria. A veces llego a sospechar que hay determinadas resoluciones administrativas que se redactan de forma deliberadamente ambigua o críptica, y creo que eso no puede ser.
Un amigo que trabajaba en una ONG se sorprendía de cierta retórica según la cual el agua se llamaba «recursos hídricos» y una vivienda «unidad habitacional». ¿Esto qué conlleva?
Cuando se crea un lenguaje institucional muy oscuro, es muy fácil que alguien venga y te diga: yo te voy a hablar claro y te lo resuelvo en dos tardes. Una parte del triunfo actual del populismo es el triunfo de un lenguaje que simplifica tanto las ideas que hace ver como resolubles problemas que tienen muchas aristas. Me pasa cuando me preguntan por los anglicismos: como lingüista te sitúas en una especie de balcón, observando qué va a hacer la gente. ¿Adoptarán e-mail, o dirán correo electrónico? Como científicos, la postura es de pura observación. Pero como hablantes tenemos que ser conscientes de que ese lenguaje del anglicismo excluye a una parte de la sociedad, esa que no sabe qué es una veggie-food, y sí lo que es cocinar con productos de huerta.
En los periódicos, cuando llegó la crisis de 2008, lo primero que empezaron a sacrificar fue a las correctoras (eran casi todas mujeres). ¿Qué no entendían los jefes de recursos humanos cuando tomaron esa decisión?
Que la identidad institucional se construye igual que la personal. Un producto verbal poco cuidado parece poco fiable. Porque tú identificas el fraude que hay detrás del correo del príncipe argelino que te va a donar mucho dinero porque está mal escrito. Ese «Estimado señora» del principio en los mensajes spam ya te hace sospechar. Hay una parte de la corrección lingüística que es convencional, pero tu imagen de marca, con su tipografía y su publicidad en la que has invertido dinero, la descuidas en el aspecto de corrección lingüística.
¿Qué papel cree que juegan hoy los traductores, ahora que está tan avanzada la traducción electrónica? ¿Hacen falta más que nunca?
«La máquina necesita un perfil humano detrás; el buen traductor es hoy insustituible por la máquina»
Así es. El debate hoy es donde está la frontera de esa inteligencia artificial. Cualquiera que conoce internamente esos procesos, sabe que esa máquina necesita un perfil humano detrás, o mejor dicho, al principio. El buen traductor es hoy insustituible por la máquina. Si alguien busca un sintagma en un traductor automático para descifrar qué dice el menú del restaurante, a lo mejor le sirve, pero también hay casos de traducciones terribles que todos hemos visto, por usar el traductor automático. Cuando eso sucede, terminas desconfiando no de la traducción, sino del producto. Un producto bueno no se permitiría eso.
La traducción electrónica, ¿va a contribuir a la estandarización del idioma? Lo digo porque un traductor electrónico no contempla la inmensa variedad del español, por ejemplo.
Un proceso de traducción inevitablemente estandariza, nivela. Imaginemos lo que en el siglo XIII, en tiempos de Alfonso X, supuso la inmensa labor de volcado que se realiza de obras del árabe o el latín al castellano de la época: ayuda a nivelar una lengua romance muy variable en aquella época, porque propone terminología. Es inevitable.
La imprenta provocó una enorme revolución en todas las lenguas. ¿Es pronto para saber qué provocará internet?
Pues las consecuencias primeras que hemos observado son las consecuencias gráficas, la ortografía idiosincrática, el ascenso de la arroba —que es un signo medieval que prácticamente estaba en desuso— o de la almohadilla. Pero la consecuencia mayor es la génesis de una producción escrita que será estudiable, y está siendo de hecho estudiada. Entre quienes hacen análisis conversacional, se codiciaban mucho las transcripciones de conversaciones. Se construían corpus de conversaciones para estudiar cómo hablábamos. Recuerdo la presentación a la que asistí en Alemania de un trabajo de análisis conversacional sobre el programa Gran Hermano, porque son horas y horas de gente conversando. Hay ya muchos estudios que analizan Twitter como nicho lingüístico como un corpus ya hecho, donde te puedes llevar muchas alegrías. Yo misma me llevé una alegría con un estudio que hice hace unos años sobre la pluralización del qué determinante que se da mucho en Andalucía occidental, en esa frutería donde te preguntan «qués manzanas quieres». Eso lo hemos escuchado, pero no es tan fácil verlo por escrito. En cambio, en Twitter se encontraba sin problema. «Qués amigos más buenos tengo».
¿Acabarán desapareciendo los signos de apertura de exclamación o interrogación?
Aquí hemos hecho una bandera en torno a la ñ, tenemos un himno sin letra pero no hace falta porque ya tenemos nuestra letra, la ñ. Pero no nos damos cuenta de que hemos inventado también dos cosas, la apertura de exclamación e interrogación, y que además pasan por un proceso de variación muy interesante, en el XVIII y en el XIX, hasta que se asientan. Son modernísimas, las hemos exportado, eso también es marca España. La buena ortografía está asociada a esos signos, y aquí tienes a una defensora.
¿Influye también en la lengua el hecho de que cada vez más nos expresemos tecleando en una pantalla, y no tanto usando el lápiz o el bolígrafo?
«Creen que somos recolectores de datos, cazamos mariposas lingüísticas o literarias»
Yo escribo a mano, los artículos y los libros, y tengo asociada la reflexión a la fijación escrita. También parece que retenemos mejor quienes escribimos a mano que quienes tecleamos, porque supone una mayor demora. Que tú puedas transmitir rápidamente no significa que no necesites pensarlo demoradamente.
«Invertir en lengua es invertir en ciencia». ¿Por qué a quienes nos gobiernan no les entra eso en la cabeza?
Porque piensan que las humanidades no son ciencias. Creen que los que nos dedicamos a las humanidades somos recolectores de datos, cazamos mariposas lingüísticas o literarias y se las enseñamos a nuestros alumnos como una curiosidad. En medicina está muy claro, ¿para qué investigas? Para conseguir una vacuna. ¿Y el ingeniero electrónico? Para que el teléfono móvil vaya más rápido. Sin embargo, el para qué de la dialectología interna del castellano en el siglo XV… Pues para saber quiénes somos, cómo hemos construido la identidad. Eso no es poco en un país que todavía se está preguntando quién es y cómo es. Y luego tenemos un patrimonio que no es solo monumental, que también está en el papel, un patrimonio documental que tenemos que entender y mantener, y produce muchísimo dinero, porque el turismo viene por las playas y también por el patrimonio.
Esa era mi última pregunta. ¿Dónde quedan las grandes lingüistas españolas? A María Moliner la tenemos más a mano en el diccionario, pero ¿y las demás?
Es difícil hacer visibles a muchas de ellas, porque hay un perfil en el siglo XX que es el de mujer colaboradora. Muchas de ellas, esposas de titanes de las humanidades que tuvieron la fortuna de contar con mujeres universitarias que decidieron no hacer carrera visible. Recopilaban fichas, revisaban artículos… Por eso su biografía no es reconstruible en términos bibliográficos. El año pasado trabajé sobre una dialectóloga y etnógrafa, Concha Casado Lobato, que trabajó sobre todo en el ámbito leonés, que hacía encuestas viajando y preguntando al local, pero teniendo en cuenta a las mujeres. Algo que tenían más complicados los investigadores hombres, porque claro, ¿dónde va un hombre forastero a reunirse con una señora durante una hora y media preguntándole cosas raras sobre palabras? Ella bajaba con las mujeres al río a lavar, cosía con ellas y se hacía con las palabras del pueblo.
¿Aprovechamos para recordar a algunas más?
María Goyri, la esposa de Menéndez Pidal, que reivindicamos en su papel pionero, la primera mujer que se licencia y doctora en Filosofía y Letras, que llegaba a la universidad y escoltada por bedeles; pero aparte, fue una gran revolucionaria e innovadora en el ámbito que le tocó, que fue el de la enseñanza. Extiende la idea de que hay que cuidar la expresión oral, y valida y recupera el romancero, que estaba en boca de las mujeres, que ella descubre en su viaje de novios, que se pasa la vida grabando y transcribiendo, y lo lleva a la escuela.
¿Qué proyecto tiene ahora entre manos?
En los últimos diez años he dirigido varios proyectos dedicados al castellano del siglo XV, que se llaman Historia 15 como un guiño a los cuadernos de Historia 16, que fueron fundacionales para nuestra generación. Nos han dado una ayuda de la Junta de Andalucía sobre paisaje lingüístico: vamos a investigar realizaciones lingüísticas de los espacios públicos, carteles comerciales, grafitis, rótulos de tiendas, prestando particular atención a todo aquello que no está escrito en español, para observar qué censo de lengua de uso común hay en Andalucía: lenguas que aparecen por la migración, por la connotación con los turistas… Porque cada vez estamos más antes espacios multilingües.