Fernando Arrabal
«Lo del 68 es un cuento, nunca hubo libertinaje»
Alejandro Luque
Sevilla | Octubre 2014
Irreverente, mordaz, chispeante, provocador, Fernando Arrabal (Melilla, 1932) regresa a Sevilla para recoger en los Reales Alcázares el premio de las Letras Andaluzas Elio Antonio de Nebrija, otorgado por la Asociación Colegial de Escritores de Andalucía. Antes de esta cita, el autor de Fando y Lis y de Carta al general Franco entre más de 800 títulos quiso fotografiarse en las calles de la capital hispalense, “donde está la verdad”, se mostró coqueto con las muchachas, recordó los lugares que visitara en otras ocasiones con su amigo, el diestro Morante de la Puebla, e incorporó dos nuevas piezas a su colección de 327 gafas. Cuando se le pregunta si sigue escribiendo, finge ofenderse: “Querido, yo no paro”, asevera.
¿Le falta algún premio por obtener, o ya los tiene todos?
Los premios son fantásticos, porque los escritores estamos en las catacumbas, ¡peor, en las bodegas!, así que cuando nos dan uno, es como si se lo dieran a todos los colegas. A mí me los han dado todos, y lo que te rondaré morena. En las ceremonias de entrega me comporto siempre de un modo muy presumido, pero luego almaceno todos los galardones en el váter, que es el sitio de mayor circulación de la casa.
Vivimos un momento extraordinario. Todo el mundo se queja, ¡esto va muy mal! Pero hasta Quevedo dijo eso
En el instituto estudiamos Pic-nic como “la obra del dramaturgo español más representado en el mundo”. Usted, por lo que se ve, no conoce la crisis.
Se ve que tuvo usted un buen profesor. Yo creo que vivimos un momento extraordinario. Ahora todo el mundo se queja, ¡esto va muy mal, y la cultura peor! Pero qué hostias, ni qué niño muerto, siempre se ha dicho esto. Quevedo observa lo que está pasando a su alrededor, y escribe Miré los muros de la patria mía… ¡Y con él estaban Cervantes, y Lope, y Góngora, y Tirso, e tutti quanti! Era el Siglo de Oro, y él no lo veía.
Pues ayer mismo se lamentaban los teatreros de que la taquilla cae en picado. ¿Cree que exageran?
Lo mismo dice Platón en uno de los Diálogos: “Esto es un asco, tenemos a los mejores dramaturgos, a Sófocles, Eurípides, ¡todos!, y nadie viene a nuestros teatros de piedra, todo el mundo va a ver los Juegos Olímpicos”. Hasta Nerón, que no era ningún tonto, se apuntó con su carro. Pero al teatro se va ahora más que nunca. Y al mío más. En mi teatro no se pone el sol.
Ya que los gobiernos, no tienen peso, poder ni dinero, ¡al menos que permitan a alguien ser la Malraux española!
Cuando viene de Francia, ¿nota en España lo de la Europa de las dos velocidades?
Francia actualmente está políticamente dirigida por un español, Valls, a cuyo padre, Félix Valls, conocí bien. Un hombre muy leído, un pintor entre Turner y Zurbarán, algo muy difícil en una época en que solo se podía ser abstracto. Algún día tendré que hablar de Félix Valls, que fue fanático de Vicente Ferrer, el creador de la Escuela Libre, y a quien el Estado español asesinó en Montjuic sin ninguna causa. Pero como decía, Valls hijo no es el único caso, el periodista que hace el telediario más visto de la televisión francesa es otro catalán de Barcelona…
Y la alcaldesa de París, de Cádiz.
Así es, en todos los terrenos España está muy bien situada. Lo cual no significa que esta gente represente a todos los españoles. Ah, y la ministra de Cultura, que es de las chicas más guapas de la política francesa, es de Melilla y habla español, aunque su origen es marroquí. [Confunde el cargo de Najat Vallaud-Belkacem, ministra de los Derechos de las Mujeres y portavoz del Gobierno francés].
¿Valls ha sacado algo de la vena artística paterna?
En absoluto. Ni de socialista. Ha escrito un libro que se titula Cómo hacer que el socialismo no sea carroza. Imagínese. Pero en el Gobierno actual francés hay gente estupenda, como Flor, de una generación que vino a Francia huyendo de la miseria en Corea, y no sabe ni una palabra de coreano, pero estuvo a punto de presidir el Senado… Eso no lo tiene España, que debería, aunque fuera por una chulada, poner a una preciosa tía que dirija esto. Ya que el gobierno, los gobiernos, no tienen importancia, peso, poder ni dinero, ¡al menos que permitan a alguien ser la Malraux española! ¡Aquí hay mujeres de campeonato!
También existen otras como Marine Le Pen. ¿Le preocupa el ascenso de la extrema derecha?
Hay dos personas a las que quiero mucho, y me fatigan: una es mi mujer cuando me habla de dinero, y otra un periodista cuando me pregunta por política…
Hágase cuenta que le pregunto por la vida de la Francia de hoy…
El papá de esta señora que me ha mencionado [Jean-Marie Le Pen], que todavía dirige bastante, dijo una vez: “Soy tolerante, pero prefiero a Moliére antes que a Fernando Arrabal”.
Como si estuviera obligado a escoger. ¿Ha leído la última novela de su amigo Kundera?
Muy buena. Él he escrito en tres ocasiones sobre mí, lamentablemente yo no tanto sobre él. Se comporta demasiado bien conmigo. Me dedicó un número de L’atelier du roman el año pasado, y también de La regie du jeu…
Me dijo Milan, “¿Pero tú puedes imaginar que yo voy a hacer esa pantalonada de ir allí a recoger el Príncipe de Asturias?”
¿Cree que sus lectores se sorprenderían si lo conocieran en persona? Como es tan reservado…
Hay gente que, como sabe que lo conozco, pasa por mí. Por ejemplo, una gran personalidad española, miembro del premio Príncipe de Asturias, quería dárselo y me pidió que intercediera. “Llámelo usted”, dije. Pero no había manera, llamé a Kundera y me hizo muchas preguntas cuya respuesta yo ignoraba, así que tenía que preguntarle a ese señor, y entonces me confundí y le dije que le daban un millón de dólares. Pero creo que no es tanto. Al final me dijo Milan, “¿Pero tú puedes imaginar que yo voy a hacer esa pantalonada de ir allí a recogerlo?”
Se le considera el único superviviente de los “cuatro avatares de la modernidad”, pues formó parte del grupo surrealista, del dada, del pánico y de los fundadores de la patafísica. ¿Cuál fue el más memorable?
Lo más curioso fue mi relación con los dadaístas. Piense que Tristan Tzara murió muy joven en 1963, a los 66 años… Se comportaba, además como un joven. Era comunista y le gustaba jugar al ajedrez, pero como decía Jodorowsky estaba arrabalizado. Era de esa gente de prestigio que piensa que yo soy hijo de mi padre, y que he escrito la Carta a Franco, y cree que he hecho cosas que les hubiera gustado hacer a ellos. Como Dario Fo, que me regaló un cuadro enorme pintado por él, Tzara también quiso ser pánico. Pero muere un 24 de diciembre, el día de Noel, y es extraordinario porque yo miro la prensa a diario, creyendo que alguien va a contarlo, pero nada… hasta que, al mes y medio, aparece un artículo de Louis Aragon, un ditirambo que dice: “Acaba de morir un gran militante comunista…”
Paul Éluard era muy odiado en algunos sectores. Se casó virgen, con una mujer que era virgen, Gala
No somos nada.
¡Nada! Un día, también por el 63, estoy con mi mujer, y viene Breton y nos dice: “Mira lo que he ganado este año”. Y era el equivalente a 600 euros. Tenía toda su obra en Gallimard, pero tiene motivos para sentirse orgulloso, porque es poeta y como tal no puede vivir de la pluma. Todos fueron pobres…
¿También Duchamp, que era artista?
¡Ah, Ducham! [Pierre] Belfond, su editor, que también fue editor de obras mías, decía: “Arrabal se ha comportado como es debido, nunca me molestó con los derechos de autor. Pero Duchamp lo hizo hasta la muerte”. Es cierto que publicó una serie de entrevistas que casi no se vendieron. Pero apenas muerto Duchamp, su segunda mujer recordó que le había regalado un frasco de colonia que se llamaba La belle Helene, y Duchamp había hecho un pequeño cambio transformándolo en La belle Haleine, es decir, El buen Aliento. Diez años después de su muerte, lo vendió por un millón de dólares.
¿A Paul Éluard llegó a conocerlo?
No, era muy odiado en algunos sectores. Se casó virgen, con una mujer que era virgen, Gala, y vivían al lado de nuestra casa, formando un trío con Max Ernst, que estaba casado y con hijos en Alemania. Los surrealistas estaban celosos y cabreados, no podían soportar esa situación. Le hicieron mil reproches por aceptar a Ernst en su casa, pero él respondió: “Yo amo locamente a Gala, pero mucho más a Max Ernst”. Hasta que se fue a Haití y los dejó solos, y estando allí le escribió a Gala: “Ven a verme, ven a buscarme”. Y Gala cogió el barco, imagínese en aquella época, y fue a buscarle. Desgraciadamente, luego llegó el gran amor de Gala, Dalí, y se acabó aquella historia de tres. De hecho, creo que Éluard se hace comunista a causa de ella, que era muy anticomunista.
¿Quiénes fueron los grandes seductores de aquel momento?
En el grupo surrealista no hubo ligones, se amedrentaban. Breton, por ejemplo, no tuvo casi vida amorosa. Estará a punto con Nadja, en esos cuatro días extraordinarios, sublimes, pero que no llegan a nada. Marcel [Duchamp] algo más, sedujo a Gala, a la [Eleonora] Carrington, a la Peggy Guggenheim… Francia es un país en el que, cuando se habla de seducción, se hace uno la idea de aquello del don Juan de Mozart: “Españolas, mil tres”. Eso es lo que sueña todo el mundo, joderse a mil tres españolas con nombres y apellidos. Pero lo vivido por estos personajes no tiene nada que ver.
¿Una fama falsa, pues?
Y tanto. Mire la vida sexual de Sade, contada por los entusiastas como algo extraordinario. ¿Sabe qué pasó antes de entrar en la cárcel? Nada. ¿Y después? Intentó follarse a prostitutas, y lo denunciaron dos veces. Sale de prisión con 50 años, en plena Revolución. Pero estando él en la cárcel, es una boca pidiendo cuando escribe a su mujer para que le mande todo tipo de cosa: “Ocho perfumes diferentes, que los croissants estén comprados en el horno tal…” Obviamente, de vez en cuando le dice “te beso las nalgas”. ¡Pero la llama de usted!
Sade es todo el tiempo revolucionario, y con una defensa del ateísmo seria y muy bien hecha. Pero de sexo nada.
Sorprendente…
Pero eso no es todo. En un momento dado, siente celos y le dice: “Usted me está engañando”. Y ella le asegura que lo único que piensa es que cuando él salga de la cárcel, se querrán. Y sale, por fin. Y escribe a la mujer para que venga a buscarle, pero ella le dice: “C’est fini, estoy en un convento y no quiero saber nada de usted. Él busca entonces a una enfermera, Marie Costance, veinte años más joven que él, que será su amor platónico. A partir de ese momento, no habla más de sexo. “Me da asco”, dice.
Y eso es lo que ha quedado como paradigma del libertino, ¿no?
Sade es todo el tiempo revolucionario, y con una defensa del ateísmo seria y muy bien hecha. Pero de sexo nada.
Usted conoció también mayo del 68. ¿Ahí sí hubo más libertad sexual?
Y lo del 68 es un cuento, nunca hubo libertinaje. Hubo historias de amor, incluso de amor sin sexo. Ojalá hubiera existido esa liberación del cuerpo que se pregona, pero no pudo existir.
He sido expulsado de Facebook, ¿sabe? Puse una imagen de un chico con una pollaza descomunal, y fue prohibida
¿Todo fue mito, también?
Hay mitos que se repiten. “Españolas, mil tres”. Piense en ese poema de Michel Houellebecq, gran poeta, que habla de que el sueño de todo hombre es que la mujer más bella del mundo le chupe la polla, y el resto es tecnología. Un hombre de mi tamaño, Tirso de Molina, escribió nada menos que un mito, porque nosotros los españoles, como usted sabe, solo hemos creado dos mitos: Fausto y don Juan. Pero Tirso no habla de don Juan, sino del Burlador de Sevilla. Burlador. Él entiende que no se puede conquistar a las mujeres en masa si no mientes. Porque, en contra de lo que se dice, las mujeres nunca fueron tontas. Y aquí hay que volver a Aristóteles, que creía que la mujer no tenía nada, que el hombre tenía el semen y le transmitía la calentura a la mujer. Es formidable que incluso llegue a defender que es mejor que el varón tenga un sexo pequeño, artística y sexualmente, ¡incluso para la reproducción! Pero cree que la mujer no es nada, está fría…
Sus amigos Houellebecq y Bernard-Henri Lévy confesaron que estaban un poco obsesionados con lo que se dijera de ellos en internet. ¿Tiene usted alguna aprensión parecida?
No, porque después de ver que un vídeo mío tiene un millón de visitas en Youtube y uno maravilloso de Oscar Niemeyer apenas mil, me doy cuenta de que no vale la pena preocuparse por eso. Además, he sido expulsado de Facebook, ¿sabe? Puse una imagen de un chico con una pollaza descomunal, y fue prohibida y mi nombre registrado. Podría volver a entrar con otro nombre, pero creo que ya no vale la pena, ¿verdad?
Una última curiosidad. Después de tantos años alejado de su ciudad natal, ¿le queda algo de melillense?
Muy poco. He vuelto muchas veces, pero no sé si me queda algo de Melilla. Probablemente me queda más de ese Mediterráneo gongoresco que nadie ha podido mejorar.