Fotos escritas
Ilya U. Topper
Annemarie Schwarzenbach
Invierno en Oriente Próximo
Género: Ensayo
Editorial: Athenaica
Año: 1934 (2025 en esta edición)
Páginas: 256
Precio: 20 €
ISBN: 978-84-1987-481-8
Idioma original: Alemán
Título original: Winter in Vorderasien
Traducción: Juan Cuartero Otal

No me gustan los libros de viaje. Prefiero viajar. (Tampoco me gustan los libros de recetas de cocina: prefiero comer). Y para conocer un país de verdad, en esto coincido con Zülfü Livaneli, hay que leer novelas, no ensayos. Por eso, precisamente, me gusta más Con esta lluvia de Annemarie Schwarzenbach que Invierno en Oriente Próximo, el diario de viaje que relata las experiencias, en crudo podríamos decir, que la autora más tarde intentó condensar en forma de relato corto. Pero qué duda cabe de que un diario de una mujer que en 1933 viajó por Anatolia, Siria, Iraq y Persia, con los ojos muy abiertos y la estilográfica en la mano, es un documento de valor incalculable.
Diario de viaje es un término solo a medias correcto para Invierno en Oriente Próximo, un libro publicado primero en 1934, aparecido en español en 2017 en La Piedra Lunar, y ahora reeditada en Athenaica: aunque sigue un orden cronológico, no registra entradas para cada día sino que recoge y narra con detalle experiencias concretas —una excursión a caballo, un visita a unas ruinas, un viaje en tren— fechadas con intervalos que pueden ser días o semanas. Con detalle fotográfico, podríamos decir: describiendo con precisión el paisaje, los colores, el semblante de los transeúntes, su ropa, la luz cambiante, sobre todo la luz. No sorprende: Annemarie Schwarzenbach era fotógrafa.
Los viajes en coche o tren, interminables caminos: Estambul-Alepo-Damasco-Beirut-Jerusalén-Bagdad-Teherán…
Como todos los fotógrafos, eso ya es un tópico en nuestra profesión, también Annemarie Schwarzenbach parece tener cierta adversión a aparecer ella misma en el encuadre. Tanto que el «yo» apenas se emplea aquí: casi siempre es un «nosotros», que incluye a sus compañeros de viaje, escritores, ingenieros y arqueólogos europeos o americanos, encuentros más o menos casuales. Casi nunca los cita con nombre y apellido: puede ser un señor W. o un tal Bob. Y aún cuando el plural de los viajeros se ve sustituido por una impresión personal, raramente aparece la primera persona: se observa, dice Schwarzenbach, una siente que. Como si en lugar de ser la viajera que observa, ella fuese solo una lente de cámara que fija el momento para transmitirlo a otros.
Reconstruir la actividad profesional de Annemarie Schwarzenbach como fotógrafa, periodista y arqueóloga —tenía un doctorado en Historia— a través de estas páginas no es fácil: si bien deja caer que con los dedos agarrotados por el frío de Anatolia le costaba disparar la cámara, no nos cuenta qué foto hizo. Importantes escenas de este volumen están dedicadas a excursiones para visitar ruinas históricas, ya sea de la época de los cruzados o excavaciones babilónicas, pero su propia actividad como parte de un equipo de arqueólogos norteamericanos cerca de Antioquía solo se menciona de pasada. Salen mucho más los viajes en coche o tren, los caminos, esos interminables caminos: Estambul-Ankara-Konya-Adana-Alepo-Damasco-Beirut-Jerusalén-Bagdad-Babilonia-Kerbala-Hamadán-Teherán-Persépolis-Caspio.
Su estilográfica parece funcionar como su leica: un objetivo que se abre un instante, hace clic y captura el momento
Reconstruir la sociedad anatolia, siria, iraquí y persa de la década de 1930 tampoco es del todo fácil: Schwarzenbach no analiza. Su estilográfica parece funcionar como su leica: un objetivo que se abre un instante, hace clic y captura el momento. Una foto escrita. Con tanta precisión describe cada escena —Las muchachas iban vestidas con camisolas de color cereza y pantalones largos y negros, estaban sentadas sobre la hierba al borde de la carretera, entre risas, allí era donde se detenían los jovencitos a caballo. Los niños corrían por el prado, iban vestidos de muchos colores. El viento agitaba los turbantes blancos como si fueran banderolas— que todo dibujante podría recrearlo a la acuarela. (Es una pena que las autoras del cómic Annemarie, Susanna Martín y María Castrejón, más interesadas en la infancia de la protagonista, hayan resuelto estos meses fructíferos en la vida de la reportera en 13 páginas centradas casi enteramente en dos o tres recorridos en todoterreno, pero es desde luego difícil meter los 34 años de vida de Schwarzenbach en una sola novela gráfica).
La falta de análisis, la casi total ausencia de un yo subjetivo que evalúe o juzgue lo que está viendo, le da a este libro de viaje un sabor de inmediatez, de una realidad narrada sin filtro. No dice si hace bien o mal el joven sefardí balcánico que intenta llegar a Palestina pese a carecer de visado, no dice si hace bien o mal el gendarme francés que lo mete en un tren de tránsito a Persia contra su voluntad. Ellos hacen, ella toma nota. Incluso de su propia actitud, escondida tras ese «nosotros», toma nota sin dejar traslucir una emoción.
Hay mucho sobreentendido en este libro, escrito con un lenguaje rico, visual —en el límite entre el impresionismo y el expresionismo, si fuese pintura—, pero pensado desde una óptica periodística, de actualidad, para el consumo inmediato, dando por hecho que el público lector conoce los nombres mencionados, arrojados al texto sin más explicaciones. Noventa años después, uno se plantea si no estamos ante uno de estos casos en los que las notas a pie de página adquieren toda su razón de ser. Y que conste que en textos literarios aborrezco las notas al pie, especialmente las del traductor: pienso que casi siempre es posible explicar lo necesario en el propio texto, sin necesidad de interrumpir el flujo visual de la lectura.
El contexto geopolítico, ausente del texto por obvio en su momento, lo añade el epílogo de Rocío Rojas-Marcos
Y eso es exactamente lo que ha hecho el traductor, Juan Cuartero Otal: infiltrar en el texto con enorme cuidado alguna que otra palabra que añada una explicación. Un nombre de pìla o un cargo para un apellido, poco más, pero ya nos sirve para buscarlo nosotros en las enciclopedias. En la misma línea, los topónimos de Anatolia que Schwarzenbach escribió a la manera fonética alemana las encontramos en su forma moderna, letras turcas incluidas, lo que facilita ubicarlos en el mapa. Salvo Rihaniya, el lugar de las excavaciones: aparece bajo su forma árabe, sin indicación de que hoy se llama Reyhanli; claro, entonces formaba parte de Siria al igual que Antioquía, faltaban aún tres años para que Turquía anexionara esta región.
El contexto político y geopolítico, ausente del texto por obvio en su momento, lo añade el epílogo firmado por Rocío Rojas-Marcos, lo cual es muy de agradecer y suple en parte la ausencia de notas, especialmente en lo que se refiere al proceso de profunda reforma social que experimenta Turquía en esta década y al que Schwarzenbach dedica varias observaciones, incluida una reflexión directa sobre el concepto de civilización y progreso que tienen los idealistas burócratas turcos. Todo el capítulo sobre Ankara se entiende solo ante ese trasfondo que el epílogo resume con precisión.
Pero me parece poco acertado colegir la postura política de Schwarzenbach analizando sus comentarios, como intenta Rojas-Marcos, asumiendo, lógicamente, que la autora defiende como convicción personal lo que esboza como una posible consideración política. Esto es debido principalmente a la decisión de Cuartero Otal de trasladar el estilo impersonal de Schwarzenbach rutinariamente a la primera persona. Decisión que se debe aplaudir en muchos casos, porque Schwarzenbach abusa de la fórmula alemana del «man», que en el español correspondería a un mucho más cansino reflexivo («se»); escribir «Por encima de la fronda oscura de los naranjales avistamos Beirut» es mejor que un torpe»…se avistó Beirut».
Un rasgo de la autora: la impresión del staccato, de lanzar en rápida sucesión imágenes, cambiar de foco en cada frase
Pero Cuartero ha extendido esta primera persona también a reflexiones en las que Schwarzenbach tal vez mantuvo adrede la distancia. Leemos, en el caso de Palestina, «La cuestión árabe me resulta insignificante» cuando ella escribió «La cuestión árabe parece insignificante», y en la siguiente línea, «En estos tiempos oscuros, los que no tenemos prejuicios preferimos creer que aquí el futuro se prepara con valor y buena fe», cuando Schwarzenbach escribió: «Quien sea cándido deseará creer que en tiempos oscuros, aquí se prepara el futuro con valor y buena fe». Dejando abierta la pregunta de si ella se cuenta entre los cándidos o no.
En su conjunto, la traducción de Cuartero es buena, fluida, hermosa, hace justicia al estilo de Schwarzenbach, si bien buscar esa fluidez también alisa, de forma inevitable, lo que es un rasgo característico de la autora: la impresión del staccato, de lanzar en rápida sucesión imágenes no directamente relacionadas, cambiar de foco en cada frase. Pero más allá de ello, siguiendo ambos textos en paralelo me tropiezo en numerosos párrafos con frases que yo habría leído de distinta manera. A veces hay que hilar fino: unos camelleros cerca de Ankara «eran zafios mongoles», dice el texto español; Schwarzenbach escribe «tipos mongoles», ilustrando una fisionomía (de tipo mongol), sin sugerir que aquellos arrieros venían todo el camino desde el Gobi.
No siempre es un error; puedo certificar que en el abanico de libertad de interpretación del alemán, la misma frase puede significar «un poco de pan tierno» y «un pan poco tierno», y uno no tiene más remedio que decidir qué le gusta más, vistas las circunstancias. Tampoco importa: no hay mal pan para buen hambre literario. Y la prosa de Annemarie Schwarzenbach, una viajera por estos mundos y por los otros, una mujer que no apartó ningún cáliz, aunque nada de eso nos cuenta en este diario, está para mojar pan.
© Ilya U. Topper | Especial para MSur (2025)
