Generación Zzzzzzzzzzzzz
Alejandro Luque
Tahar Ben Jelloun
El insomnio
Género: Novela
Editorial: Cabaret Voltaire
Páginas: 288
ISBN: 978-84-19047-29-8
Precio: 20,95 €
Año: 2022
Idioma original: francés
Título original: L’insomnie
Traducción: Malika Embarek López
Imagino a Tahar Ben Jelloun unos años atrás, de noche y en la soledad de su escritorio, pensando sobre su lugar en la literatura actual. Hace más de 30 años que ganó el premio más prestigioso de las letras francesas, el Goncourt —“¡Soy el primer moro en recibirlo!”, proclamó—, y es verdad que desde entonces ha tenido algunos éxitos, aunque también es cierto que todos siguen hablando de sus viejas novelas, como El niño de arena o La noche sagrada, o a lo sumo de su ensayo Papá: ¿qué es el racismo? Ha intentado desde entonces tocar palos diversos, manteniendo un equilibrio entre la calidad literaria y el compromiso con el Magreb del que procede, pero lo cierto es que lleva tiempo sin entusiasmar a las masas, y lo sabe.
Por otro lado, hay jóvenes escritores marroquíes empujando fuerte, hablando un lenguaje contemporáneo, mirando al mundo con los ojos del siglo XXI. Hasta una de esas compatriotas, Leila Slimani, ha ganado el Goncourt como él. Se pregunta si el mercado querrá arrumbarlo como un mueble viejo, ha visto a muchos saborear la gloria antes de caer en el olvido, pero deshace el pensamiento con un aspaviento. No, un veterano como él no se rinde nunca, porque nunca es tarde para reverdecer laureles. Pero, ¿qué podría hacer esta vez? ¿Cómo sorprender al público después de tantos años? La cuestión le quita el sueño. Entonces, de madrugada, sonríe al pensar que podría escribir precisamente sobre ese mal que comparte con muchos millones de personas en todo el mundo. Enciende el ordenador y se dice que al menos tiene el título: El insomnio.
Sabe que la gente se ha vuelto loca últimamente con las novelas negrocriminales. A él la mayoría le parecen malísimas, pero está seguro de que puede ser divertido intentar una, al tiempo que comercialmente viable. Sí, empieza a escribir sobre un asesino, alguien que se revela como tal desde la primera página, ¡no, mejor desde la primera línea! La Slimani empezó una novela con la frase “El bebé ha muerto”. ¿Por qué no arrancar con “He matado a mi madre”? Ben Jelloun sonríe cuando se le ocurre vincular ese personaje con el insomnio: en el primer capítulo va a descubrir que, cuando mata, logra el descanso que no puede disfrutar de otro modo, como si le fuera concedido un bonus de sueño.
Los escritores experimentados, y Tahar ben Jelloun lo es, saben que un argumento puede permitirse ser inverosímil en un principio. Solo tiene que lograr aquello que Coleridge llamó la momentánea y voluntaria suspensión de la incredulidad, cierto margen de confianza a partir del cual convencerlo de que la novela funciona, de que quiere seguir leyendo hasta el final. Incluso vuelve a sonreír cuando da con otro hallazgo: cuanto más viles sean las víctimas del asesino, más bonus de sueño conseguirá acumular.
Para redondear la propuesta, introduce un matiz: el protagonista, que en un principio podría ser un escritor como él, pero que decide convertir en un guionista de cine para tomar cierta distancia (pero no mucha) no es un killer a sangre fría, ni un psicópata al uso. De hecho, más que matar, ayuda a morir a los que están a punto de hacerlo, les da el último empujoncito. Esto lo hará más simpático a los ojos del público, y le evitará tener a la policía pisándole los talones durante toda la novela.
Lo tengo, dice Tahar, quizá sirviéndose un dedo de licor para celebrarlo consigo mismo. Solo falta un paso más: como remachan insistentemente todos los nuevos teóricos de la novela negra, este género debe ser una radiografía de la sociedad en la que se ambienta. Y eso es algo que va a tener chupado, porque conoce al pueblo marroquí como pocos. Se lo va a pasar bomba —y espera que el lector comparta su regocijo, llegado el momento— describiendo ese mundo de corruptelas, supersticiones, tráficos ilícitos y poderes abrumadores que se entretejen en el Bled. Ignoro si en algún momento se plantea jugar con el Rey, el gran tabú, y si finalmente desiste porque está a partir un piñón con Mohamed VI y no vale la pena meter la pata con una simple novela.
Al cabo de unos meses, lo ha logrado: ha completado una novela que, sin llegar a obra maestra —ni falta que le hace—, engancha, divierte, posee ese desenfado y esa acidez que tan desinfectantes resultan para el corazón de las sociedades, pone un espejo a sus paisanos para que se miren en él y rían reconociéndose, y enseña al lector occidental cómo es el Marruecos de verdad, o al menos una parte de él. Es alta madrugada cuando pone el punto final. Apaga el ordenador y la luz del despacho, se mete en la cama y duerme de un tirón tantas horas como si acabara de matar a un malvado de los muy, muy gordos.