Gerardo Núñez
«La guitarra española, flamenca, está abandonadísima»
Alejandro Luque
Sevilla| Septiembre 2016
Gerardo Núñez (Jerez de la Frontera, 1961) pertenece a esa estirpe de guitarristas que prosperó bajo la sombra imponente de Paco de Lucía, de quien aprendieron a buscar su propia identidad. Se forjó acompañando a voces legendarias como Terremoto, Tío Borrico o La Paquera, pero muy pronto empezó a dar muestras de su talento como compositor y concertista, en vivo como en discos tan celebrados como Andando el tiempo o Travesía. Su último atrevimiento ha sido interpretar sus creaciones con una big band de jazz encabezada por el saxofonista Kike Perdomo. “Nos une una única cosa, que nos gusta tocar”, afirma.
En 2004, se plantó en la Bienal de Sevilla con un recital a guitarra pelada. Este año ha regresado con una big band, ¿necesitaba arroparse?
En este espectáculo no es tanto una cuestión de arropo, sino de desarrollar un concepto nuevo, tratando de conjugar el flamenco con la sonoridad de una big band. No puedo decir que ésta me acompañe, yo soy parte del proyecto, tengo mi función, pero se trata de abrir un nuevo campo. No es cuestión de demostrar nada, sino de explorar posibilidades, abrir espacios para la guitarra y sobre todo la música flamenca, que tienen una entidad propia.
¿Cómo surgió el proyecto?
«Tocar la guitarra es lo mejor que me ha pasado en el mundo»
Empezamos como Kike Perdomo, la sección de metales viene por cortesía del gobierno Balear, y como todos los proyectos arrancamos en plan de a ver qué pasa. Es una apuesta muy bonita y original, no es el típico concierto donde el solista solea y la orquesta acompaña, la sonoridad la produce todo el conjunto. Y claro, no pensamos qué vamos a hacer: la vida nos va poniendo cosas por delante, y es un lujo para nosotros tocar por diversión. Tocar la guitarra es lo mejor que me ha pasado en el mundo. Mi hija me dice a veces: “papá, tú has trabajado mucho”, y yo le respondo: yo no he trabajado en mi vida.
¿Cuál era el objetivo con la big band?
El interés para mí es poder decir que la música flamenca desarrollada por la guitarra ha logrado una entidad, un prestigio, nivel… Y ahora puede viajar por el mundo entero en cualquier formato. Ya hay interés por parte de la Big band de Colonia, por la de Bruselas… Son proyectos muy bonitos, y se trata de que los que vengan lo tengan más fácil. Que cuando alguien quiera llevar una falseta por bulerías a orquesta, no suene a chino.
Este trabajo, ¿es la culminación de toda la labor que ha venido desarrollando con el jazz?
Claro, el jazz, como el flamenco, no es cuestión solo de coger la clave, un, dos, cuatro-cinco-seis… Yo llevo tiempo tocando con los jazzeros, colaborando con ellos. Sin esa andadura, algo como esto habría sido muy complicado. Ahora tengo mucha experiencia tocando con orquestas. Empecé en Jerez, pero siempre he tratado de buscar mi sitio como músico y de defender mi identidad musical, y eso me ha llevado, por ejemplo, a tocar mis composiciones con la Sinfónica de Chicago, armonizadas por un músico ruso. Siempre es gratificante, todo va dejando cositas. Me interesa que mis alumnos, la gente que ha empezado con nosotros y a la que hemos ayudado, Manuel Valencia, Jesús Méndez, se encuentre con que hay un mercado, porque somos únicos y el mundo está ahí.
¿De qué forma cree que puede ensancharse el flamenco a partir de una orquestación como esta? ¿Cómo puede robustecerse o desarrollar este arte?
Ya lo hemos hecho en otra ocasión, por ejemplo cuando hicimos el disco de Jazzpaña. Creo que todo lo que sea promocionar, a través del jazz, el clásico o el contemporáneo, es bueno. No toco jazz, no soy tocaor de jazz. Toco mis cosas, mi música, y cada uno toca lo suyo. Nuestro arte, la guitarra flamenca, es por lo que hay que luchar. Es una obligación destacarla. Si para ello hay que llevarla con una orquesta a Rusia, la llevamos, siempre por bandera la guitarra y la música andaluza.
¿Pero se enriquece rítmica, armónicamente?
«La Agencia Andaluza del Flamenco subvenciona 12 espectáculos de cante, 10 de baile y cero de guitarra»
Hombre, si te das cuenta los guitarristas de hoy ya no tocan como los de mi generación. Diego del Morao, Dani de Morón, Manuel Valencia, ya ahí se ve lo que hemos aportado antes a nivel armónico, rítmico, todo. Es la construcción de un edificio envidiable, pero pienso que la guitarra española, la guitarra flamenca, está abandonadísima. La Agencia Andaluza del Flamenco subvenciona doce espectáculos de cante, diez de baile y cero de guitarra. Hay que hacer nuestra guerra, lucha por nuestra cuenta.
Cuando toca por el mundo, ¿ha sentido que entendían cosas que no siente el público de aquí? ¿Han visto en su música el bosque que aquí tal vez no nos dejan ver los árboles?
No. La transmisión en la música es lenguaje universal. En Tokio y en Jerez, se abre el telón para todos. Hay quien por supuesto que no comprende qué es una transición armónica en un pasaje de ópera o la dificultad para resolver una falseta. Pero al final le digo a mis alumnos que con lo que hay que tocar es con el corazón, al fin y al cabo es lo que va a llegar a la gente que te escuche. Y en cuanto a transmisión humana, da igual que te escuchen en Japón o en cualquier otra parte del mundo.
Hablando de Jerez, se ha representado tradicionalmente como una fortaleza inexpugnable, poco dada a influencias externas. ¿Mito o verdad?
Hay mucho de verdad: pero la realidad demuestra también que hay desmentidos. Para mí, por ejemplo, lo más representativo de Jerez es la guitarra, la de Diego del Morao, la de Pepe del Morao, la de Juan Diego, la de Bolita, es gente que está en la fortaleza como dices, pero basta escucharlos para saber que han salido de ella. El cante es distinto, las familias flamencas se protegen, se ayudan, se cierran en banda. Es naturalmente lógico. Es una autodefensa porque de eso sacan su arte, de conservar ese núcleo. Por otra parte, abandonar el círculo, el patio del bienestar, es algo a lo que todo el mundo no está dispuesto.
Usted siempre ha tenido, incluso en sus incursiones jazzeras, un ramalazo mediterráneo muy claro, en cuanto a motivaciones y también a músicos de los que se ha rodeado: Perico Sambeat, Paolo Fresu… ¿Es una búsqueda consciente?
«Lo que no me veo desde hace tiempo es acompañando a cantaores en los festivales»
No, eso es que dios los cría y ellos se juntan [risas]. No sé por qué, hay ciertos talentos –lo digo por ellos, no por mí– que se atraen, se llaman. Ahora acabo de publicar un disco con un guitarrista sueco [Ulf Wakenius], en dúo. La verdad es que lo que no me veo desde hace tiempo es acompañando a cantaores en los festivales. Tengo ya una manera de hacer las cosas, y lo que me gusta es la música en general.
Su últimos disco, Travesía, atendía a esa parte trágica del Mediterráneo. Normalmente los discos de guitarra son poéticos, pero no se suelen mojar, ¿no?
Sí, los guitarristas tenemos una herramienta en las manos con mucho poder, no se trata solo de hacer una falseta por bulerías genial, podemos describir cosas, contar cosas con nuestros instrumentos. Lo de Travesía vino por una experiencia que tuvimos en los Caños [de Meca], cuando llegó una patera y toda la gente se puso a ayudar y a camuflarlos entre los pinos, porque en cinco minutos teníamos allí el helicóptero de la Guardia Civil. Aquello me impactó, y en el disco cuento la historia de dos hermanos que cruzan el Magreb, salen en patera y acaban en Madrid, donde todas las culturas se mezclan. Empieza con el canto del muecín, cuando están durmiendo y luego empieza su aventura. Creo que se pueden describir cosas con esa música.
Siempre se habla, también tópicamente, de guitarra gitana o paya. ¿Cree que se podría hacer una categoría de guitarra mediterránea con Niño Josele, Tomatito o usted mismo?
Yo creo que sí, esa definición nunca la he escuchado pero me agrada bastante [risas]. Tengo un punto marinero, además, en el que me siento muy a gusto. La distinción entre guitarra gitana y paya tiene una connotación racista que a mí no me gusta, no quiero saber nada de eso. Por otra parte, hay guitarristas impresionantes que no son mediterráneos, así que mejor dejarlo en guitarra flamenca, y punto.
Gente que ha trabajado con usted afirma que tiene “la cabeza de un alemán”, por lo de riguroso y metódico. ¿Eso es un piropo, o una acusación?
«Yo veo la enseñanza más al modo de la Grecia antigua; no doy clases, no pongo precio a una hora»
Verás, Gerardo Núñez a la hora de trabajar es muy alemán. Pero si no trabajamos, estamos nada más haciendo el tonto, el payaso. Si me ves con el Cepillo, estamos divirtiéndonos todo el rato, pero a la hora de trabajar y asumir responsabilidades… Si me dices el 15 de mayo del 2018 en San Petersburgo, allí estaremos. Con un email, no hace falta más, se acabó. El sistema sajón de los negocios es interesante, todo tiene su parte positiva. Lo importante es levantar los conciertos, que la gente disfrute de tu música. Quiero simplificar las cosas, que un sí sea un sí, y no un no sé pero a lo mejor. Es un concepto.
Una vez me contó que en aquellas giras que hacía con sus alumnos aventajados, lo difícil no era que tocaran de maravilla, sino que llegaran a tiempo al aeropuerto…
¡Exactamente! [risas] A partir de aquel proyecto abandoné, no quiero ser el padre de nadie. No me podía comprometer con gente de Suiza, de Austria, y que los niños no se levanten porque están cansados. Así que nada…
Su parte docente, en la tradición de grandes maestros, sigue siendo un interés suyo, ¿no?
Sí, pero solo un seminario al año, en Sanlúcar. Yo veo la enseñanza más al modo de la Grecia antigua. No doy clases, no pongo precio a una hora. En este caso, hay un alumno de un chaval de Sanlúcar, Alfonso, que nos ayuda con las entradas y las invitaciones, y toca con nosotros, le dejamos un espacio para que vea lo que es un concierto, la responsabilidad que conlleva, y lo incorpore a su vida y su experiencia. Ese es el tipo de enseñanza que me interesa.
Han pasado cuatro años de Travesía, ¿cuál será el próximo viaje discográfico?
Mira, cuando se vayan las calores, que no se van nunca… Yo tengo una manera de componer últimamente muy visceral, que no se lleva mucho, que consiste en encerrarme en el estudio con Cepillo y ver qué sale. Sí me apetece volver a invitar a esos cantaores que tanto me han gustado, a El Rubio de Madrid, a María Carmona, gente muy salvaje, que son los que al fin y al cabo tienen la verdad del arte.
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