Guasa frente al atentado
Alejandro Luque
«¿Incidente, qué incidente?», pregunta el empleado del Dubai Shop Center, en la céntrica y larguísima calle Valiasr de Teherán. «¡Ah, lo del Parlamento! Tranquilo, es la primera vez que nos pasa y será la última. No hay nada de que preocuparse».
El primer atentado yihadista en Irán, reivindicado por el Estado Islámico cuando la policía áun estaba intercambiando tiros con los terroristas en el Parlamento, ha causado cierto estupor, pero sobre todo escepticismo y prácticamente nada de pánico en Teherán. Era como si nadie creyese que la amenaza fuera del todo real, pese a los tiroteos en el hemiciclo y las explosiones en el mausoleo del imam Jomeini. Pese a los 12 muertos y 39 heridos con los que se saldó el doble ataque.
«La gente aquí es así: cuando ocurre algo se queda, para enterarse de qué pasa»
Más bien al contrario: una muchedumbre acudió poco después a la calle del Parlamento, en lugar de alejarse. «La gente aquí es así, cuando ocurre algo se queda, para enterarse de qué pasa», dice Bita, una empleada de guardería de treinta años. No hay ninguna cultura del terror, lo viven casi con curiosidad, apunta. Los transeúntes se arremolinan en pequeños grupos ante los quioscos de prensa por si sale algo nuevo, se dan cita ante los televisores, pero sobre todo buscan información en Telegram, la red social más popular.
Una de las imágenes que ha circulado en dicha red opone precisamente dos fotografías, una de Londres y otra de Teherán. En la primera se ve a ciudadanos corriendo aterrorizados tras un acto terrorista, en otra a la multitud asomándose al lugar de los hechos. No hace falta añadir mas.
La ciudad de 14 millones de habitantes (solo 12 millones cuando cae la noche y muchos trabajadores regresan a las ciudades dormitorio de los alrededores) no se para por un tiroteo. Hay cierta impresión, algo de miedo, el vídeo de un hombre herido y sentado en una acera, atendido pero consciente, con la camisa ensangrentada, no para de acumular visitas… Al igual que otro, un vídeo casero filmado desde fuera del Parlamento en el que se escuchan abundantes ráfagas de disparos, que suma decenas de miles de clics en pocas horas. Pero así y todo, el pulso de Teherán no se detiene, ni siquiera disminuye: se tarda una hora en recorrer la calle Valiasr en medio de un pandemonio de coches y motos imposible.
«Cuidado, que está noche vienen los del ISIS a la fiesta». «¡Venga hombre!»
Muchos se lo toman directamente a chanza. El empleado del Dubai Shopping Center recorre la tienda, escoba en mano y viendo de reojo la tele, cuando se acerca un colega y le dice al periodista: «Cuidado: este también es del Daesh». Los dos prorrumpen en una carcajada. Otros se desahogan en las redes sociales donde es habitual organizar las fiestas, ilegales pero poco ocultas, que los jóvenes celebran cada noche en alguna casa particular. Fiestas donde las normas morales del Gobierno no valen, las chicas prescinden del velo y a menudo incluso corre alcohol del mercado negro. Alguien se hace el gracioso: «Cuidado, que está noche vienen los del ISIS a la fiesta». «¡Venga hombre! Así no hay quien pueda», resopla el anfitrión.
Otros no se muerden la lengua en su gusto por el debate político que en los últimos años, y especialmente durante la campaña electoral del mes pasado, ha implicado a muchos jóvenes: «La gente normal por favor que se quede en casa, o la matarán. Que salgan solo los ricos, que tienen guardaespaldas y pueden permitírselo».
También hay escepticismo cuando corre el rumor de que Daesh ha amenazado con atentar en el metro. «Venga yaaaa», es la respuesta de algunos al escuchar la noticia. Las autoridades se limitan a aconsejar que no se utilice el transporte público a ser posible, pero la única medida tomada es el cierre de algunos museos, que permanecerán clausurados hasta nuevo aviso. La Policía da instrucciones básicas para una situación inédita: «Si pasa algo, mantén la calma, muévete rápido y aléjate del lugar tan pronto como puedas. No pelees con nadie a tu alrededor».
Incluso desde la embajada española se difunden mensajes de tranquilidad a los españoles de vacaciones. Apuntan que la situación ha estado muy localizada en dos puntos precisos y simplemente aconsejan reducir en lo posible sus movimientos en el día de hoy. Y si usted vuela próximamente, que vaya con tiempo, pues habrá más controles de lo normal. Solo eso.
A pesar del desenfado general, hay, lógicamente, algo de miedo. «Hoy hay menos personas de lo habitual. La gente está asustada y se ha quedado en casa», dice un vendedor de especias del popular mercado de Tajrish, en el norte de la ciudad. Sin embargo, la clientela deambula aparentemente tranquila entre los puestos de hortalizas, legumbres y dulces. En el exterior, soldados uniformados y agentes de paisano con fusiles ligeros vigilan los vehículos que van y vienen. Al cabo de un rato, sin embargo, solo queda un par de coches de policía apostado en la zona. Muy cerca, en el vistoso mausoleo de Imamzadeh Saleh, se toma una medida insólita: un empleado pasa un detector de metales a los visitantes, como los que en España se usan en la seguridad de los trenes.
Nadie habla de la profanación de la tumba de Jomeini, pero sí del jardinero que murió allí
Morteza, un guía turístico, se muestra preocupado no tanto por su vida como por su bolsillo: teme que el atentado afecte al turismo, «justo ahora cuando el país se va abriendo más al exterior y esta viniendo más gente», considera. «De hecho, cada vez que había un atentado fuera, en Turquía por ejemplo, sufríamos cancelaciones aquí. Ojalá no sea así «, espera.
Los iraníes ponen de su parte para la imagen general de «Aquí no ha pasado nada».
Cuando las fuerzas de seguridad aún resolvían el secuestro a tiros, tres diputado subieron a las redes una foto, posando sonrientes en el Parlamento para transmitir tranquilidad. Un gesto apreciado por el público, que practica el antídoto de la guasa ante otra imagen, la de otro parlamentario visiblemente crispado mientras se oía el tiroteo en el exterior. «Que es ese ruido, por favor, no nos dejan ni dormir tranquilos!» es el subtitulo que le han colgado.
Conforme avanza el día, se suceden mensajes de unidad y solidaridad. No exactamente por símbolos nacionales como el mausoleo del fundador de la República Islámica, el imam Ruholá Jomeini, donde se inmolaron con explosivos dos de los terroristas, mientras que otros dos, uno de ellos una mujer, fueron detenidos por las fuerzas de seguridad. Nadie habla de la profanación de la tumba del Gran Líder. Pero la imagen del jardinero que pasaba por ahí y murió en la explosión recorre las redes y se convierte en la expresión del dolor nacional, el paradigma de la víctima inocente.
«Los iraníes nos sentimos seguros con nuestras fronteras, no hay sensación de vulnerabilidad»
Alguien ha diseñado un logotipo con el nombre de la ciudad, en el que un signo de puntuación es una gota de sangre, pero la hache de Teherán son dos brazos agarrados entre sí, como símbolo de cohesión. Por la noche, corre una consigna, los vecinos se subirán a las azoteas para cantar versos coránicos. Es el único detalle religioso en una jornada que, pese a ser de ramadán, no parece recordar especialmente el carácter teocrático de la República. Cierto, nadie come en la calle, y los restaurantes están cerrados pero, entre cuatro paredes, Bita no tiene reparos de dar cuenta de un ‘jujeh kebab’ mientras consulta las últimas noticias en el móvil. El hecho de que el atentado haya ocurrido en ramadán no parece revestir ninguna importancia para los jóvenes.
Y eso que hay unanimidad sobre los perpetradores: ha sido Daesh. El Estado Islámico reivindicó el atentado con rapidez y despliegue de medios en su agencia Amaq, y nadie lo pone en duda. Estado Islámico, o sea Arabia Saudí, para muchos, conscientes de la pugna geopolítica que enfrenta desde hace años a Riad con Teherán, y convencidos de que las redes ultraislamistas, de la misma fe wahabí que la familia real saudí, son un mero instrumento del reino del desierto.
Quizás también por eso, el atentado ha inspirado poco miedo: se achaca a los árabes de allí, allende el Golfo Pérsico, es decir relativamente lejos. «Los iraníes nos sentimos muy seguros con nuestras fronteras, no tenemos ninguna sensación de vulnerabilidad», dice Bita. «Es solo una acción aislada», cree la joven.
El escarnio de los terroristas forma parte de la ceremonia antiestrés de las masas. Mientras se difunde una imagen de uno de los terroristas, destripado tras inmolarse, no apta para estómagos delicados, el periodico Iran Daily publica una viñeta donde aparece una figura representative del mapa de Iran con uniforme, aplastando una rata con el pie. El humor tambien se ceba con ellos: en otra fotografia, donde se ve a uno de los yihadistas abatidos, un internauta ha colocado una flecha señalando la gruesa chaqueta que llevaba: «Por favor, nadie se dio cuenta de que ese tío era algo sospechoso, con el calorazo que hace?»
Nadie hace mención siquiera del grupo terrorista Muyahidínes del Pueblo (también conocido por las siglas MKO, MEK o PMOI), que en los años noventa firmaba numerosos atentados en Irán, con la intención declarada de derrocar el gobierno teocrático. El último ataque, con morteros, tuvo lugar en 2001; desde entonces el grupo, que mantiene su cuartel central en París, parece haber ido cayendo en el olvido.
En ningún caso se espera una oleada de furia contra «los suníes»
Tampoco se recuerda mucho que en 2007, un grupo islamista radical, llamado Yundalá (Soldados de Dios) y cercano a Al Qaeda, mató a 18 miembros de las Fuerzas de Seguridad en Zahedán, ciudad fronteriza con Pakistán y a más de 1.000 kilómetros al sureste de Teherán. Tampoco el atentado de 2008 en una mezquita de la ciudad de Shiraz, reivindicado por un grupo monárquico prácticamente desconocido.
Pero tampoco hay mucha preocupación por que Daesh pueda dividir la sociedad iraní, pese a la importante minoría suní, que podría servir de chivo expiatorio para los crímenes yihadistas. En ningún caso se espera una oleada de furia contra «los suníes», asegura Bita. Eso sí, desde hace algo más de un año crece cierta sensación de división, admite, pero más que religiosa, referida a la minoría de habla árabe en la provincia suroccidental de Juzestán. Allí, una serie de atentados con bombas ya se cobró 28 muertos entre 2005 y 2006, achacada a separatistas árabes. Pero es un problema local: «Hay descontento allí a causa de graves problemas de contaminación, hasta el punto de que mucha gente no puede salir a la calle, y el Gobierno no da solución», apunta Bita.
Juzestán, se teme, puede ser un foco para que otras potencias árabes metan cizaña. En la red Telegram arrecian mensajes de propaganda contra Arabia Saudí. Se cita una noticia de la cadena saudí Al Arabiya, en la que se propone «castigar a Irán por su injerencia» en otros países, es decir Siria.
«A ver si cae este régimen»
Pero también hay quien da la bienvenida al ataque, percibido como una bofetada contra el régimen que pese a llevar 37 años en el poder sigue siendo un enemigo odiado por muchos iraníes, que nunca aceptaron la teocracia del imam Jomeini. Un viejo y bigotudo taxista -conduce uno de los vehículos verde chillón, color de los taxis privados- discute a voces con una joven estudiante. «Así, con estas cosas, iremos mejor. A ver si siguen y cae este régimen», desea el hombre.
«Los jóvenes no queremos nada de esto, y menos repetir los errores de nuestros padres»
«Los jóvenes no queremos nada de esto, y menos repetir los errores de nuestros padres. Queremos cambios, claro, pero no hacer la revolución ni nada de eso», replica la chica. Lleva un pañuelo de colores echado hacia atrás, como es hábito entre las chicas de Teherán, suficientemente atrás como para lucir una diadema de flores en el pelo moreno y ondulado, un pañuelo que es la mínima expresión necesaria para poder evitar una multa de la policía de la moral.
En las redes sociales se lleva tiempo debatiendo si el año que viene se levantará efectivamente, tal y como afirman los rumores, la obligación de llevar el velo, pero las conversaciones terminan indefectiblemente con la frase: «Por si acaso, aún no te lo quites». Una frase que ahora se hace extensiva, en clave no menos humorística, a los atentados.
«Menos mal que tenemos seguridad», dice una mujer, comentando el ataque. «Sí», responde otro, «pero por si acaso no se quiten el pañuelo».
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