Los islamistas que vinieron de Occidente
Darío Menor
No son hijos de la miseria y la opresión. Los políticos y guerrilleros que hoy levantan el Corán como bandera de un ‘mundo musulmán’ humillado por Occidente y dispuesto a tomarse la revancha no pasaron hambre en la cuna. Pese a erigirse en portavoces de los explotados, casi todos forman parte de la clase privilegiada de sus países.
Osama bin Laden, hijo de una familia saudí multimillonaria, sólo es la cara más conocida de una estirpe de líderes que cambiaron el despacho de papá por la pluma incendiaria o el fusil del guerrillero. Pero mientras el joven Osama se paseaba por las discotecas de Suecia, otros aprovecharon el tiempo estudiando un doctorado en la Sorbona o un máster en Londres y hoy están en la cúpula de Hamás y Yihad Islámica, a la cabeza de la guerrilla integrista argelina y en las Cortes Islámicas de Somalia.
Más lejos que nadie llegó Hassan Turabi, quien convirtió Sudán en uno de los tres países del mundo que imponen la ‘sharia’ (ley coránica) como código penal y civil. Un desafío histórico para el que Turabi se preparó bien: tras licenciarse en Derecho en Jartum, estudió un máster en la Universidad de Londres entre 1955 y 1957 y a continuación realizó un doctorado en la Sorbona, que concluyó en 1964.
Ese año regresó a Sudán, donde se convirtió en dirigente del Frente Nacional Islámico, la rama sudanesa de los Hermanos Musulmanes. El poder de Turabi se hizo evidente cuando el dictador Gaafar al Nimeiry le nombró fiscal general y le permitió, en 1983, instaurar la ‘sharia’ en el país.
El egipcio Qutub ideó el islam radical tras cursar un máster en EE UU
Tras caer en desgracia, el doctor por la Sorbona volvió al poder como líder intelectual del golpe de Estado militar que llevó a Omar Bashir a la presidencia en 1989. Poco después, Turabi fundó el Congreso Islámico y Popular Árabe, una suerte de asamblea anual de grupos islamistas de todo el mundo. En 1991 ejerció de maestro de ceremonias cuando Osama bin Laden, expulsado de Arabia Saudí, se estableció en Sudán y se casó con la sobrina de Turabi.
Pese a haber derrocado con la ayuda de los militares al primer ministro Sadiq Mahdi, Turabi defiende hoy que “la democracia es la única respuesta viable para los desafíos de Sudán”, según explicó en una conferencia en Madrid, donde dio muestras de su carisma y sus modales europeos. Pero mostró también su otro rostro, el de guía espiritual de los movimientos radicales musulmanes. “Conozco a todos los grupos islamistas del mundo, conocidos o secretos”, declaró. A ellos dedica sus palabras más duras: “Para todos los musulmanes del mundo, América encarna al demonio”.
Modales europeos
Uno de los padres espirituales tanto de Turabi como de Osama bin Laden es otro miembro de la clase media que puso un máster occidental en su vida: el egipcio Sayid Qutub, nacido en 1906. Tras estudiar en centros de corte occidental de El Cairo y trabajar como profesor, Qutub cursó de 1948 a 1950 un máster en Educación en el Colorado State College (hoy Universidad Northern Colorado). Aunque Norteamérica le resultó un lugar detestable, inundado por una pérfida libertad sexual —al menos eso afirmó más tarde en sus escritos— no abandonó Estados Unidos hasta apurar los dos años de su beca.
A su regreso a Egipto, con su primer libro de reflexión religiosa bajo el brazo, Qutub se afilió a los Hermanos Musulmanes y pronto se convirtió en abanderado de este movimiento integrista. Sus ideas le llevaron a la cárcel tras el intento de asesinato de Gamal Abdel Nasser en 1954 y fue entre rejas donde escribió su obra más famosa: ‘Señas en el camino’, pronto convertido en el libro rojo del islamismo radical.
Qutub considera extinta la comunidad musulmana, por haber sucumbido a la corrupción moral y las influencias extranjeras y exige una observancia estricta de la ‘sharia’ y el Corán. Tras declarar apóstatas a la inmensa mayoría de sus conciudadanos (lo que les expone, téoricamente, a la pena de muerte), se le acusó de instigar a la violencia. Fue ejecutado en 1966 pero sus ideas, conocidas como Qutubismo, siguen siendo el fundamento ideológico de Al Qaeda: esta organización nunca ha tenido reparos en masacrar a musulmanes, pecado mortal en la concepción clásica del islam, pero no en el Qutubismo, que considera infieles a quienes no formen parte del movimiento.
Es la línea de pensamiento que aplicó durante los años noventa el Frente Islámico de Salvación (FIS) en Argelia. “No aceptamos una democracia que permita a los cargos electos estar en contra de la ‘sharia’”, declaró su fundador, Abasi Madani, en 1989, dos años antes de las elecciones interrumpidas por el golpe militar que desencadenó la guerra civil. Madani conocía muy bien el sistema democrático europeo: obtuvo su doctorado en Educación en la Universidad de Londres.
Abasi Madani, fundador del partido argelino islamista FIS, se doctoró en Londres
Haber vivido en Europa no le impidió a Madani calificar como “desafío” y “renuncia a los valores de la nación” las manifestaciones de las mujeres contra la violencia. En la misma onda se pronunció su compañero de armas Alí Belhadj: “Quien vota contra la ley de Dios comete blasfemia. Hay que matar a los infieles que elijan una autoridad distinta a la divina”. Tras el golpe, el FIS llevó a la práctica estas amenazas directamente derivadas del ideario de Qutub.
Abasi Madani no adquirió su conciencia islamista en Inglaterra —ya anteriormente había fundado la asociación islámica Al Qiyam— pero fue a la vuelta de Londres cuando decidió pasar a la acción. Como otro huésped del sistema educativo británico, el licenciado en Economía Abdulá Ramadán Shalá, hoy líder de la organización radical palestina Yihad Islámica, responsable de numerosos atentados en Israel.
El doctorando encabezó su tesis en la Universidad de Durham con una cita del Corán: “Creyentes: temed a Dios y renunciad a lo que se os debe por usura. Si no lo hacéis, sabed de la guerra de Dios y su profeta”. El trabajo proponía sustituir la banca occidental por un sistema bancario acorde a la ‘sharia’, que prohibe el pago de intereses.
De Florida a la yihad
Durante los cinco años en los que Ramadán Shalá estudió en Durham, se ganó fama de “severo, serio y distante”, según la secretaria de su Facultad. Pero pese a su aparente inadaptación a Occidente, no dudó en aceptar el puesto de profesor de estudios de Oriente Medio en la Universidad de South Florida, en Tampa, donde permaneció hasta 1995. Este año, el Mossad asesinó a su amigo Fathi Shaqaqi, entonces líder de Yihad Islámica —y gran admirador de Shakespeare, Dostoyevski y Sartre— y Shalá ocupó su cargo.
Los líderes de Hamás y Yihad Islámica escribieron sus tesis en Inglaterra y EE UU
Una carrera muy similar la tiene uno de los máximos dirigentes de Hamás, eterno rival de la Yihad en cuanto a sus posturas radicales se refiere: Musa Abu Marzuq, vicepresidente del buró político del movimiento, doctorado en Ingeniería Industrial por la Universidad de Louisiana. No era una breve incursión en Occidente: Abu Marzuq vivió durante una década en Estados Unidos, donde nacieron cuatro de sus hijos.
A partir de 1992, Abu Marzuq volvió a Jordania, país que le expulsó en 1995, y hoy se cree que reside en Siria, desde donde participa activamente en los esfuerzos de Hamás de formar un gobierno de unidad nacional con Fatah. Aunque se le tiene por uno de los representantes más moderados del movimiento, fue declarado terrorista por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, dados sus vínculos con la Fundación Tierra Santa, una entidad palestina que funciona supuestamente como recaudadora de fondos para Hamás.
El flujo de inmigrantes musulmanes con altos niveles de estudios hacia grupos radicales de sus países de origen no ha terminado. En Somalia, el avance de las milicias islamistas puede haber empujado al exilio a algunos, pero ha atraído a otros, emigrados durante los años de guerra civil, que ahora se lanzan a participar en un movimiento que promete traer una ‘pax islámica’ al desangrado Cuerno de África.
Es el caso de Abdulahi Afrah, alias Asparo, uno de los máximos dirigentes de la Unión de Tribunales Islámicos (UTI). Emigró de Somalia en 1986 para estudiar un máster en agricultura en la Universidad del Estado de Texas. Dos años después se mudó a Canadá, donde fue, entre otros ocupaciones, responsable de la seguridad de un colegio católico de Toronto. Durante este tiempo, en que consiguió la nacionalidad canadiense, se mostró como una persona “tímida y tranquila”, alejada del islam radical, según cuentan los miembros de la comunidad somalí en Canadá que le conocieron.
Nueve años después, Asparo regresó a Somalia. “Me encanta la aventura, así que no ha sido duro para mí volver y adaptarme de nuevo a esta vida”, declaró desde Mogadiscio al diario Toronto Star, que descubrió su trayectoria.
Asparo, dirigente de los islamistas de Somalia, trabajó en un colegio católico de Toronto
Como líder de UTI, Asparo hace hincapié en la restauración de la seguridad en las zonas controladas por los islamistas: “La ley y el orden han vuelto. Los somalíes son gente con mucho talento y si mantenemos la paz podrán trabajar, las inversiones volverán y la reconstrucción podrá comenzar”.
Una reconstrucción, eso sí, guiada por la mano de hierro de UTI y su interpretación extremista del islam, inspirada en el ideario wahabí —oficial en Arabia Saudí y defendido también por los talibanes— que ha sido capaz de tornar un somalí con educación occidental y once años de vida en Norteamérica en un líder radical. Ni él mismo es capaz de explicar su mutación: “No era algo que buscara. Ni siquiera es algo que disfrute haciéndolo, pero tengo que hacerlo”, afirma Asparo, refiriéndose a su labor como dirigente islamista, rodeado de fusiles en la convulsa Mogadiscio.
De Marx a Mahoma
¿Cómo se vuelve uno islamista tras años de una vida apacible en una sociedad en la que nadie está obligado a mostrar su fe? La respuesta la da el veterano periodista marroquí Mustafá Iznasni: “No diferencio entre el fundamentalismo islámico violento y los movimientos marxistas armados de los años sesenta. Entonces se hablaba de la revolución social, de Marx y Che Guevara; hoy, de religión, justicia e igualdad. En ambos casos se trata de expresiones violentas fruto de la marginación social. Ni siquiera ha cambiado la seña de identidad: si hoy los barbudos son los islamistas, en mí época, llevar barba significaba admirar al Che”.
Mohamad Tavakoli-Targhi, profesor de Historia de Oriente Medio en la Universidad de Toronto, matiza: “Durante los años sesenta, las élites de los países musulmanes optaron por el socialismo como ideología de cambio. La sociedad se politizó. Tras el colapso del socialismo, el islamismo ofrece una nueva identidad global que permite hacer frente a la condición transnacional del mundo”.
La necesidad de sentirse parte de un colectivo concreto pero universal es mucho más acuciante para un joven inmigrante en las calles de Toronto o Londres que para un obrero en un tradicional barrio de El Cairo. En consecuencia, cree Tavakoli-Targhi, los nuevos líderes islamistas saldrán de entre los hijos de los inmigrantes musulmanes que se han establecido en Europa y Norteamérica en las últimas décadas.
“El racismo, la segregación y la falta de oportunidades que Occidente ofrece a los musulmanes hacen que los hijos de los inmigrantes olviden el laicismo y la voluntad de integración de sus padres y se refugien en el islam. Estas segundas y terceras generaciones de inmigrantes sienten que no pertenecen al país donde han nacido, por lo que buscan su identidad en sus raíces musulmanas”, sostiene el experto. Añade que “la política de Occidente hacia el islam ha contribuido a empeorar la situación”.
Hay matices. Abdessalam Yasín, fundador del movimiento islamista marroquí Justicia y Espiritualidad, durante años acomodado funcionario del Ministerio de Educación marroquí, se convirtió en 1965 a una corriente radical —pero no violenta— del islam, algo que no le impidió enviar a su hija Nadia al Liceo Francés.
La portavoz del movimiento islamista marroquí estudió en colegios franceses de Rabat
Tras completar sus estudios en los prestigiosos —y caros— colegios Paul Cézanne, Descartes y Victor Hugo en Rabat y Marrakech y licenciarse en Ciencias Políticas en la Universidad de Fes, Nadia Yasín enseñó francés durante cuatro años, antes de convertirse en mano derecha de su padre. Hoy, esta mujer de discurso brillante utiliza con maestría los recursos de la imagen y se ha convertido en la cara más conocida del movimiento, aunque se rumorea que será apartada de la dirección tras la desaparición de su anciano padre.
Mientras que la prensa editada por Justicia y Espiritualidad arremete contra la falta de fe en la sociedad marroquí, Nadia apoya la nueva ley para los derechos de la mujer (a la que se opuso hace diez años) y se distancia rotundamente del wahabismo saudí. De sus palabras a las del lugarteniente de Bin Laden, Ayman Zawahiri, —hijo de una familia de la alta sociedad de El Cairo— hay un abismo, aunque ambos compiten por los corazones de los jóvenes en los suburbios de Casablanca.
Quizás por ello, los pescadores de almas de Al Qaeda prefieren echar ahora sus redes en los barrios de inmigrantes de Londres o Amsterdam, donde toda una generación de jóvenes pide referencias políticas para cambiar el mundo. La futura generación de islamistas no saldrá de las universidades, sino de los colegios y, quizás, las guarderías de Europa.
La cantera de Bin Laden
La radicalización de los inmigrantes de segunda generación los convierte en la cantera del islamismo radical. Ahmed Omar Said, de 33 años, considerado el autor del secuestro y asesinato, en 2002, del periodista norteamericano Daniel Pearl, nació en Gran Bretaña de padres paquistaníes y estudió en la prestigiosa London School of Economics. Según los servicios de inteligencia, más tarde ocupó altos puestos en los grupos islamistas paquistaníes Yaish e Muhammad y Harakat ul Muyahidín, que combaten contra el ejército indio en Cachemira. Se especula con que Said haya servido como agente de los servicios secretos de Pakistán (ISI) y como contacto entre distintos grupos asociados a Al Qaeda.
Un alma gemela podría ser Abdel Jayum, londinense musulmán de 25 años de padres bengalíes. Abdel Jayum se desplazó a Egipto durante seis meses para vivir en una sociedad musulmana y aprender árabe. En lugar de elegir alguna de las modernas academias de El Cairo, decidió enrolarse en la escuela islamista Markaz al-Nil. Defiende la sharia, o al menos su filosofía, señalando que “en Egipto, nadie roba en los puestos de la calle”.
Las becas de aprendizaje de árabe, financiadas a menudo por bancos saudíes, atraen cada año a muchos estudiantes, tanto europeos como africanos o asiáticos, a Egipto o Pakistán (donde estudian miles de extranjeros). Algunas incluyen una condición: la conversión al islam. El resto lo hace la fascinación por una cultura ajena, desconocida también para muchos hijos de emigrantes musulmanes, que creen descubrir aquí sus ‘raíces’. Una cantera en la que es fácil fichar a jóvenes promesas.