Paz con olor a tinta y café
Carmen Rengel
En el corazón de la guerra late la esperanza. Está hecha de tinta y de café, de sosiego, pensamiento y palabras, de gestos amables, historias encantadoras y compromiso a flor de piel. La esperanza se cobija en un refugio de Jerusalén Este, en una librería —siempre los libros salvando al hombre del horror—, un remanso de paz llamado Educational Bookshop (EB), una cueva de calma en el torbellino de la calle Salah Eddin. Cuesta dar con ella, encajonada entre tiendas de especias, ferreterías insólitas, puestos de shawarma y un tráfico endiablado, sin reglas.
Allí lleva desde el año 1985 la librería palestina con más ventas de los territorios, la primera y única en la zona árabe en ofrecer títulos en inglés y francés. Imad Muna (ojos negrísimos, sonrisa tímida, al menos 300 años de árbol genealógico en la ciudad triplemente santa) regenta hoy un local remodelado, occidentalizado, rico en maderas, luces de diseño y música clásica de fondo.
Es la nueva cara de la librería original, apenas unos metros más allá, en la acera de enfrente, donde aún hoy se mantiene su viejo rótulo, donde ya no se venden libros, sino herramientas para elaborarlos (bolígrafos, libretas, cartuchos de tinta, diccionarios). El primigenio local fue, en los primeros 80, patrimonio de la familia de Edward Said, y aquel espíritu de ansia de saber y de necesidad de convivir se mantiene con los nuevos patronos.
“Porque EB es más que una tienda, es una puerta abierta al otro, un espacio neutro donde sentarse y hablar”, confiesa Muna, cabeza visible de los seis familiares que se hacen cargo del negocio. Y es que la librería no se limita a vender un puñado de libros, no. Es un espacio único en un barrio asediado por las limitaciones del Gobierno israelí en el que se pueden encontrar los principales autores palestinos de las últimas décadas, los mismos que en ocasiones “se quedan cogiendo polvo en un checkpoint porque no los dejan pasar desde los territorios”.
Entre esas cuatro paredes se alberga la libertad de escribir y pensar en palestino, pero también se ofrece un estrado impensable a autores israelíes excesivamente progresistas como para encontrar calor en los grandes círculos comerciales, como Uri Avnery o Amira Hass. “Aquí hay espacio para todo aquél dispuesto a contar con franqueza lo que ocurre”, resume el propietario de la librería.
En Jerusalén Este se ubica la librería palestina EB, única en la zona árabe en ofrecer títulos en inglés y francés
El empeño feroz por resistir al cerco del contrario ha llevado a los Muna a tener infinitos problemas para introducir libros en Israel, y no sólo con autores palestinos. Desde las últimas encíclicas vaticanas a las reflexiones de Arno Mayer. “No son pocos los volúmenes que han tenido que hacer el camino de regreso a Francia o Reino Unido…”, confiesa Imad, apesadumbrado. Esos obstáculos les han llevado a potenciar la impresión de títulos en la propia Jerusalén Este, con lo que, además de dinamizar el pensamiento, aportan una industria humilde pero estable a este barrio, que fue jordano entre 1948 y 1967 y que hoy es la pretendida capital del Estado palestino por venir.
Su esfuerzo no busca sólo arrojar luz sobre el conflicto, sino que abunda además en las relaciones internacionales y en la ficción. Ahí están las rebosantes estanterías con las obras completas de Mahmud Darwish, el atlas con las localizaciones de Las mil y una noches, el apartado para guías turísticas y CD para aprender árabe (y hebreo), o la repisa con periódicos y revistas editados en nueve idiomas diferentes, lo que convierte a esta tienda en la favorita de los diplomáticos, cooperantes y periodistas occidentales que recalan en Jerusalén.
Es el caso de Edith, canadiense, colaboradora del International Solidarity Movement (ISM), residente en la ciudad desde hace casi dos años y asidua compradora en EB. Es jueves y, como de costumbre, ha acudido al barrio con varios de sus compañeros, médicos, psicólogos y educadores en Cisjordania. Ojea la mesa de las novedades (le interesan las monografías sobre Hamás) y sube a la segunda planta de la librería, donde pequeñas mesas, arracimadas, convierten la estancia en un acogedor café.
Es la nueva cara del local: tras su remodelación, ocho meses atrás, EB es una librería y también una cafetería italiana, algo insólito en Jerusalén Este, donde el café está desterrado en beneficio del delicioso té con menta o hierbabuena. “Un café y un buen libro… ¡es la combinación perfecta!”, confiesa tras el día de batalla. Esa segunda planta, de pronto, se convierte en Babel. Gentes morenas, caucásicas… cruzan acentos, vivencias y risas.
“Nos dan mucho más que dinero, nos dan un altavoz al mundo para decir que los palestinos somos civilizados y queremos el desarrollo de los pueblos”, resume Salam, uno de los dependientes, que con sus gafas en la punta de la nariz lo mismo cobra el último de Grossman que pone un cappuccino con nata.
¿Y los palestinos de la zona? Ahí la clientela se reduce notablemente. La razón: no hay dinero entre ellos para libros último modelo y, además, la élite dirigente se encuentra en Ramala, Belén o Jericó, desde donde reciben la mayoría de los encargos.
Lo más demandado por los responsables de la ANP no son novelas ni versos ni ensayos, sino las traducciones de documentos oficiales, acuerdos de paz y memorándums que edita, incansable, el Jerusalem Media and Communication Center, así como los libros sobre la cuestión palestina que imprimen los gobiernos amigos de los países árabes. Imposible encontrar en otro lugar los folletos sobre la operación ‘Plomo Fundido’ de enero de 2009 editados por el gobierno de Siria… “Por eso hay israelíes que nos denostan”, lamenta Muna.
Además de dinamizar el pensamiento, la librería aporta una industria humilde pero estable al barrio
Sin embargo, poco a poco la prensa israelí está mostrando esta cara amable del pueblo vecino y se imprimen reseñas repletas de alabanzas en medios progresistas como Haaretz y Maariv en los que se recomienda acudir a EB en busca de determinados títulos.
Más de 25 años les ha costado que se refieran a ellos en buenos términos, dice un asiduo, Ayman, señalando en la pared un recorte del conservador Jerusalem Post animando a comprar el último Harry Potter en pleno sabbat aquí, en el barrio vetado, en el lado contrario, en territorio comanche. Porque ésa es otra de las bondades de este foco cultural: que abre hasta en los días sagrados del judaísmo y el islam.
La guinda a semejante apuesta intelectual y cívica es el sótano de la tienda, al que se llega por una estrecha escalera jalonada de obras insignes de la literatura universal traducidas al árabe. Allá abajo hay más mesas de café, con sus sobres de Segafredo y sus bombones americanos de regalo (Hershey’s Kisses, un detalle), y un pequeño estrado donde un par de sillones cruzados anuncian el debate.
Es allí donde se hacen las presentaciones de libros, rodeados de estanterías con ediciones de lujo (el dorado eterno de los lomos árabes, el cuero rojo y verde, la piel tersa de las joyas de imprenta). Es el germen del diálogo, el rincón donde se ejercita el sabio don de escuchar, dentro del búnker de la cultura palestina en pleno corazón de una ciudad que, dice Israel y niega la ONU, es la capital indivisible del estado hebreo.