José María Castellet
«Para escribir mis memorias, solo me sale el catalán»
Alejandro Luque
Barcelona | Diciembre 2012
De las paredes del despacho de José María Castellet en las oficinas de Edicions 62 cuelgan un Arroyo, un Cesc, un Miró y una pieza del Equipo Crónica. La mirada se abandona a la pintura antes de ver la entrada del escritor y editor en la sala. Es tan alto que parece a punto de golpearse la frente con el dintel. Su notable delgadez, uno de sus rasgos característicos junto a la barba cana a lo Barral, sin bigote, no está exenta de agilidad y vigor a pesar de sus 86 años.
Castellet (Barcelona, 1926) será siempre para muchos el autor de la antología Nueve novísimos, que revolucionó la lírica española en los 70. Pero su obra como crítico posee un alcance mucho mayor, destacando su labor en torno a las letras de su tierra y su defensa de la lengua, que le llevó a fundar y presidir la Asociación de Escritores en Lengua Catalana. El Premio Nacional de las Letras Españolas que le fue concedido en 2010 reconoció una trayectoria profesional que se completa con varias entregas memorialísticas, como Los escenarios de la memoria, Seductores, ilustrados y visionarios o Memòries confidencials d’un editor.
«La lista para iniciarse en la literatura catalana daría para una docena de autores de primera fila»
La visita a su lugar de trabajo se produce en un momento revuelto de la vida política y civil catalana, donde las legítimas reivindicaciones se amalgaman con los intereses partidistas y los más encendidos apasionamientos. Aunque Castellet asegura que se fatiga al hablar durante mucho tiempo, demuestra en la conversación tener pilas para mucho rato.
La lengua, que es un invento para que los hombres se entiendan, ¿hasta qué punto ha sido en Cataluña un factor de desencuentro?
El problema de la lengua creo que ha sido menos comprendido aún desde el Franquismo, que trajo la prohibición: de publicar periódicos, de hablar catalán en radio y televisión, más allá de pequeños permisos. Claro que siempre que hablaba con amigos de Madrid, muchos entrañables desde Aranguren a Juan García Hortelano, preguntaba: Si os hubieran prohibido la lengua, ¿qué hubiérais hecho? Y no había respuesta nunca. Esto ha pesado mucho, es un recuerdo que ha persistido de padres a hijos, y se acabará superando, pero siguen siendo muchos los que han vivido esto. ¿Usted me contestaría a esa pregunta, por favor?
Me pilla desprevenido, solo puedo imaginar que la prohibición de la lengua implicaría una grave reducción de mi pensamiento, para empezar, y por ende de mis libertades.
Esta cosa brutal no ha sido suficientemente estudiada. Ahora se enseña en la escuela, pero hay que decir que durante 40 años las cosas han pasado así. Lo digo porque su pregunta la encuentro pertinente y normal en el ámbito de la cultura, pero probablemente los políticos no se han dado cuenta de que había una losa histórica. Por otro lado, tampoco es esto lo que ha decidido la situación actual, es una suma de muchas cosas.
Para quienes queramos acercarnos al catalán, ¿qué guía de iniciación nos recomendaría?
Josep Pla y Mercè Rodoreda son ya escritores universales. Pero por ejemplo Carles Riba, que participó en las conversaciones de Segovia, es un gran poeta, lo que pasa es que murió joven, y es mucho más desconocido… La lista daría para una docena de nombres de primera fila.
«Cuando hablo de autores catalanes, hablo en catalán, y de novísimos, en castellano»
¿Y quién de ellos cree que entendió mejor el alma catalana, el espíritu de esta tierra?
A ver, estos escritores también tuvieron que plantearse el problema de la relación con España. Hay un escritor muy interesante, [Salvador] Espriu, que dedica un libro, La piel de toro, a plasmar su vivencia y a generalizar un poco esta problemática. Quiero decir que manifestar este conflicto también es manifestar una parte de algo que no se puede olvidar, y es que lingüísticamente, en este momento en Cataluña se habla más en castellano que en catalán, pues hay que añadir la emigración… Aunque muchos inmigrantes se integren muy bien en catalán.
Usted, que ha escrito en varias lenguas, ¿qué le hizo decantarse por una u otra?
Soy hijo de catalán y de mexicana, pero de mexicana de padre cántabro, que venía de la emigración. En casa hablábamos siempre en catalán, pero con la familia de mi madre, con la que siempre tuve mucha relación, la lengua era el castellano. Me formo bajo el franquismo, solo en castellano, hago mis libros de crítica, mis antologías, pero incluso el libro sobre Espriu lo hago en castellano. Por eso, cuando hablo de autores catalanes, lo hago en catalán, y cuando hablo de novísimos, en castellano. Esta última etapa, en la que efectivamente escribo casi todo en catalán, se explica porque estoy en la fase de las memorias, y aquí sí que es la única lengua en la que puedo escribir. Lo que me sale es el catalán.
¿Nunca ha querido traducirse a sí mismo?
Anagrama ha traducido mis libros, no me lo he planteado… Pero volver a escribir lo mismo…
En Los escenarios… cita usted a Pedro Laín, cuando hablaba de que todos “los castellanos” tenían que hacer un ejercicio de comprensión de Cataluña. ¿Eso sigue siendo necesario hoy, más que nunca? ¿Por dónde empezamos?
Hubo un momento en que hubo una tentativa de conocimiento mutuo, a través de una serie de encuentros que celebramos en Segovia, y también en Santiago de Compostela. Yo era lo suficientemente joven para que todavía me invitaran, eran los años 50. Posteriormente vinieron los Diálogos Castilla-Cataluña, promovidos en parte por Dionisio Ridruejo. Había la idea de hacer un frente común contra el franquismo, muchas ganas de ponerse de acuerdo. A todo esto, se acaba el franquismo, llega la democracia, y en Cataluña el presidente Pujol reunió a todo el mundo que había participado en los coloquios, y dijo que aquello tenía que continuar. Pero muchos, entre los que me incluía, creíamos que, dado que había llegado la democracia, ese diálogo le correspondía ahora a los políticos. Nos retiramos prudentemente, y el resultado es lo que tenemos. Creo que lo han hecho muy mal.
«Tras el franquismo, muchos creíamos que el diálogo les correspondía a los políticos. Nos retiramos, y el resultado es lo que tenemos»
Se habla de independentismo, pero también de un anticatalanismo muy furibundo. ¿qué posibles vacunas podríamos aplicarle a la situación?
No lo sé, nunca he sido político, y ya no sé si hay que aplicar vacunas. Ha habido una falta de voluntad de diálogo por parte –digámoslo así– de España, no ha habido suficiente sensibilidad para darse cuenta de que cosas que podían ser simplemente jurídicas, se convirtieron en políticas. Pongo por caso la sentencia contra el Estatuto, que dio pie a una gran movilización que hubo en Barcelona. No se dieron cuenta, en general en España, de que esto era ya una afirmación importante, que ha dado lugar después a la gran manifestación del 11 de septiembre. Falta comprensión y cintura, sobre todo en los dos grandes partidos políticos. Y aquí ha revertido en un fenómeno actual, en el que un partido, Convergencia i Unió, está intentando sacar provecho del tema. Lo que es innegable, es que la movilización estuvo, existió, y no fue organizada por partidos, sino por organizaciones independientes. Y así estamos: ya no sabe uno la situación cuál es, pero estamos en un punto malo. Algo pasará, pero no será nada muy llamativo.
Reunión de novísimos
En septiembre de 2012 se reunieron en el festival Cosmopoética en Córdoba todos los poetas ‘novísimos’ que siguen vivos. Castellet, el antólogo, fue la única ausencia notable.
¿Por qué no asistió?
Coincidió con otras cosas, y yo a esta edad ya no puedo prodigarme. Hablé con ellos y lo entendieron perfectamente. Son todos amigos míos.
José María Álvarez dijo además que estaban reunidos todos los novísimos, no sólo los de la antología. Acudieron Colinas, Luis Antonio de Villena, Luis Alberto de Cuenca… ¿Está de acuerdo con esa ampliación de la familia?
Me parece muy bien. Creo que la familia novísima fue lo que fue en aquel momento, con justicia o injusticia. Han pasado tantos años, que cada uno de ellos ha dado de sí lo que pudo, pero también sus compañeros de generación, alguno de los cuales se mostró ofendido en su momento. Tenga en cuenta que esto ha pasado a la Historia, muchos están jubilados o han dado paso a otras generaciones…
Y con la perspectiva actual, ¿qué cree que ha quedado del movimiento novísimo?
Creo que queda una actitud de ruptura, sobre todo frente a la generación de inmediata posguerra, muy influida por los poetas realistas, porque con un retraso de algunos años el realismo que se había impuesto en Europa llegó a España. Fue una ruptura simpática, nada violenta, más bien divertida, juguetona, y eso es lo que caracterizó la actitud de aquellos jóvenes.
Leyendo su libro Los escenarios de la memoria, me preguntaba si en los movimientos emancipadores de los pueblos, como lo que sucede ahora en los países del sur del Mediterráneo, pueden jugar algún papel relevante los críticos literarios.
Sería difícil generalizar, pero en la rebelión de los novísimos, y quizá en las generaciones que les han sucedido, hay como un distanciamiento de la crítica, como una falta de interés. Creo que en parte es debido a que la crítica española no ha sabido renovarse, no ha sabido beber de las fuentes extranjeras, y más que extranjeras cosmopolitas, e integrarlas con sus propias vivencias. No veo que la crítica española lo haya intentado, y sí veo una desafección de los escritores hacia la crítica. Es muy corriente oír entre los escritores eso de “yo no leo las críticas”, no sé si será verdad o no.
«La crítica española no ha sabido renovarse, beber de las fuentes cosmopolitas»
Pero en su momento sí tomaron ustedes una actitud militante, una posición muy activa en la oposición a la dictadura y la lucha por que las cosas cambiaran.
Creo que hubo dos actitudes: una, un tipo de crítica digamos muy seria, que instituyó el fenómeno del realismo, en poesía y en la novela, y luego hubo un movimiento de ruptura, y aquí creo que empezó la incomprensión. Toda ruptura produce esta desorientación que luego se ha podido ver. En un momento determinado esperábamos la crítica de gente como Rafael Conte. Eso no lo veo hoy.
Italia, ¿qué peso ha tenido en su vida? Lo digo por esa manía nuestra de alejarnos tanto de nuestros vecinos más próximos, se llamen Italia, Francia, Portugal o Marruecos.
Hace poco se leyó en la Autónoma una tesis de un joven de aquí de Barcelona, que ha investigado las relaciones literarias entre Italia y España durante la dictadura. Y el doctorando ha encontrado que las personas que tienen más contacto somos Carlos Barral y yo, también por un privilegio de amistad con Einaudi y otros editores. Yo soy de formación francesa, porque mis padres me mandaron a la escuela francesa, fue mi primera lengua de cultura; luego vino el castellano por imposición franquista. Luego, en los años 50, 60 y 70, en que los premios internacionales me permiten viajar, Einaudi me invita, me traduce, a continuación llega la Comunidad Europea de escritores, viajo continuamente, me empapo de cultura, de literatura, de cine muy buenos, y a todo eso se añaden los amigos. [Vasco] Pratolini, [Elio] Vittorini, [Italo] Calvino…
La deriva política de Italia a partir de esos años, ¿se podía intuir de algún modo?
Todo lo que vino después, a mí me cogió de sorpresa, y a muchos italianos también. Tal vez las claves del desastre haya que encontrarlas en el acercamiento de la Democracia Cristiana y el Partido Comunista, y la figura de Aldo Moro, que rompe la posible entente democrática entre las dos grandes fuerzas políticas. Hubo en Italia una mano negra que sabía perfectamente a quién había que matar. Pero no creo que el declive haya sido solo italiano: es europeo.
«La figura de Aldo Moro rompió la entente democrática entre las dos grandes fuerzas políticas, los democristianos y los comunistas»
Taormina, Túnez, Formentor… La resistencia intelectual europea, ¿fue tan mediterránea como parece?
Creo que eso es mérito de Barral, gran impulsor de encuentros, que era un mediterranista total. A los tres años comí arena de Calafell, e hizo que una parte importante de la intelectualidad la comiera por él. Bueno, es cómodo vivir en la ribera del Mediterráneo, ¿no? Las costumbres son muy parecidas en todo el arco, hasta Grecia y Turquía, el sustrato, el ambiente, el aire, la vegetación… Demasiado cómodo, por eso también estamos económicamente como estamos.
Un editor de vieja escuela ante el libro digital
“Pase lo que pase con el libro electrónico, no lo voy a ver, así que me da un poco igual”, se encoge de hombros Castellet cuando casi abandonamos el edificio. “En estas cosas nunca pasa nada. Estamos en lo de siempre, que si el cine mató a la radio, que si la televisión al cine… Sobrevive todo, aunque sea a trozos. En Estados Unidos, donde está más desarrollado, el libro tradicional conserva un 80 % de mercado. En España, el electrónico no llega aún al 2 %. Entenderá que no es momento de preocuparse de lo que pueda ocurrir dentro de 10 o 15 años, con los problemas que tenemos. Me preocupa mucho más la caída de las ventas”, apunta.
Y aunque reconoce que le han regalado un lector de e-books, todavía no ha aprendido a cargarlo de contenidos. Eso sí, se cuida mucho de despreciar lo nuevo: “Tener contacto con la gente joven es fundamental, si uno quiere sobrevivirse mentalmente. Siempre he sabido que en la vida tienen tanta importancia los hombres y mujeres del pasado como los del futuro. Son las sucesivas generaciones las que hacen funcionar y progresar el mundo. O no”, apostilla.