Reportaje

No solo los muertos vuelven a Siria

Karlos Zurutuza
Karlos Zurutuza
· 13 minutos
Río Habur, frontera entre el Kurdistán iraquí y sirio (Octubre 2013) |  © Karlos Zurutuza
Río Habur, frontera entre el Kurdistán iraquí y sirio (Octubre 2013) | © Karlos Zurutuza

Kurdistán sirio | Octubre 2013

«Nos fuimos de Siria en julio tras la ofensiva de los islamistas para refugiarnos en Erbil -capital del Kurdistán iraquí-. La mala fortuna quiso que su hermano muriera en un accidente de coche ayer». Gulnaz está descompuesta por el dolor por lo que su acompañante aporta los detalles. Ambos esperan a que los oficiales de frontera kurdos en el lado iraquí cotejen su documentación.

El complejo de edificios desde el que se gestiona el tráfico transfronterizo en la localidad kurda de Peshkhabur apenas difiere del de cualquier otra aduana: soldados con uniforme del Gobierno Regional Kurdo registran los equipajes mientras funcionarios tras una ventanilla introducen los datos en sus ordenadores. Tras una espera de una hora, es la ausencia de ningún sello nuevo en el pasaporte la que revela la singular naturaleza de este control entre la Región Autónoma Kurda de Iraq -lo más parecido a un país que han tenido nunca los kurdos- y la región nororiental de Siria, hoy bajo control de los kurdos de Siria.

Tras el control en la orilla iraquí, los miembros del cortejo fúnebre reciben un papel con su nombre que les permitirá subirse a una de las dos barcas que realizan el trayecto a través del río Habur. Algunos de los hombres enfundados en su shal-e-sapik -la vestimenta tradicional kurda- intentan contener las lágrimas mientras dos mujeres canalizan el dolor a través del serkeftim, ese grito sincopado que sirve para manifestar desde la alegría más absoluta hasta el dolor más profundo.

Unos 30.000 refugiados huyeron a Irak cruzando el puente del río Habur en agosto, según el ACNUR

«Todo esto será mucho más fácil cuando acaben de construir el puente sobre el río», apunta Sherwan, el piloto de la embarcación, señalando a las dos excavadoras amarillas que trabajan ya en la orilla siria. El puente provisional construido con pontones a su izquierda es reservado para el tráfico rodado. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), alrededor de 30.000 personas lo atravesaron durante un flujo masivo de refugiados que huyeron de Siria el pasado mes de agosto. Estima que el número de los desplazados en el Kurdistán iraquí ronda hoy los 200.000.

Porque la situación en Siria es todo menos calma. En julio de 2012, los kurdos -un mínimo de dos millones de personas; entre tres y cuatro según sus propias cifras – consiguieron hacerse con el control del noreste del país, inicialmente sin enfrentarse a las tropas de Asad. Sin embargo, su neutralidad hoy pasa por constantes enfrentamientos con ambas partes. Los más encarnizados se vienen librando desde julio con grupos afines a Al Qaeda supuestamente apoyados por Turquía: Ankara no ve con buenos ojos la creación de una nueva entidad política kurda en sus fronteras.

Pero ya no hay vuelta atrás, afirma Ilham Ahmet, portavoz del Movimiento de la Sociedad Democrática (Tev-Dem), al que describe como «la columna vertebral de Rojava» – el nombre con el que los kurdos sirios se refieren a su territorio – y que constituye una alianza de agrupaciones sociales kurdos y partidos, entre ellos el poderoso el Partido de la Unión Democrática (PYD), el único con milicias armadas. «Esta es nuestra primera oportunidad de conseguir nuestros derechos y no la vamos a desperdiciar», asegura.

En el centro de Qamishli, la capital del Kurdistán sirio, siguen presentes las fuerzas de Asad

Ilham no duda en denunciar «la evidente colaboración entre Masud Barzani (presidente del Kurdistán iraquí) y Ankara». «Barzani nos somete a un embargo, cerrando nuestra frontera común, algo que sólo beneficia a nuestros enemigos», se queja. Éstos son «Arabia Saudí, Qatar, Turquía… cada uno con su propia agenda pero con un interés común de quitarnos de en medio», cree. «No es extraño, ya que apostamos por una sociedad laica basada en la igualdad entre hombre y mujer, la convivencia de todos los pueblos de Mesopotamia y la autogestión».

Sin embargo, Qamishli, la capital del Kurdistán sirio, es una extraña mezcla de dominio kurdo y pervivencia del régimen de Asad. «Toda la zona está bajo control pero tened cuidado en el centro de la ciudad». Es el consejo de un miliciano kurdo en la puerta oriental de esta ciudad de 200.000 habitantes, conocida por sus multitudinarias procesiones cristianas en Semana Santa.

Asad sigue saludando sonriente desde un mural en el edificio de correos. Justo en frente, su padre despliega una bandera siria desde la escultura que preside la plaza principal del centro de la ciudad. Es el punto de encuentro de unos encapuchados vestidos de negro antes subirse a una camioneta artillada y pintada con la bandera siria.

«Son shabbihas, civiles a los que el régimen pagó y armó al principio de la revolución», espeta Edmon, un cristiano local cercano a la oposición a Damasco. «No hables, ni les mires ni lleves tu cámara a la vista», aconseja. Si bien no hay un puesto de control fijo, un registro inesperado puede acarrear problemas a un informador que ha cruzado a esta parte del país con el consentimiento de los kurdos, pero sin el de Damasco.

Los otrora ubicuos retratos de la saga de los Asad han desaparecido de escaparates, restaurantes y parabrisas. Pero tampoco son visibles las enseñas kurdas ni los retratos de Öcalan.

Los policías de tráfico descansan en sus garitas pintadas con la bandera siria; los puestos del bazar están repletos de género y gente, y en las pastelerías se siguen vendiendo los dulces locales de miel y almendras. «Este hombre que nos acaba de servir es hermano de un conocido torturador del régimen en Alepo», explica Edmon. «Aquí todos sabemos quién es quién pero nadie habla de política. Nadie quiere problemas».

Orden dentro del caos

«Dentro de lo malo no nos podemos quejar. Hemos perdido mucho pero también hemos conseguido avances inéditos», apunta Hozan, un joven que se habría licenciado ya en Ingeniería Civil de no ser por la guerra. Por el momento colabora en la edición de un periódico local kurdo, una lengua que, dice, su padre le enseñó a escribir de pequeño y en secreto -«No se lo digas a tus profesores en la escuela-«.

«El hermano de aquel hombre es un torturador del régimen. Aquí sabemos quién es quién», dice un vecino de Qamishli

Si todo funciona, más o menos, es gracias a la labor de un auténtico ejército de voluntarios, como los que dirige Hashim Mohamed, jefe de la Asayish, la policía kurda. Un enorme retrato de Abdullah Öcalan, el fundador del PKK, la guerrilla kurda de Turquía, preside su despacho, en una comisaría cercana al centro de la ciudad. A su lado, un poster despliega un idílico paisaje nevado. Podría ser un valle de los Alpes pero no hace falta irse tan lejos.

«Es una zona de la frontera con Turquía, combatí allí durante años», recuerda con nostalgia indisimulada este exguerrillero del PKK, quien asegura haber coincidido con miembros de ETA en Libia hace 20 años. Ahora dirige un cuerpo formado por 4.000 voluntarios.

Mohamed llega a admitir denuncias sobre supuestos abusos a presos al principio de la revolución: «Era una situación completamente nueva para todos y se cometieron errores», explica, pero subrayando que, a día de hoy, dicho escenario sería «impensable».

La existencia de patrullas pro-gubernamentales a escasos metros alimenta los rumores sobre un supuesto pacto secreto entre Asad y el PYD. Asia Abdula y Salih Muslim, codirigentes del movimiento, llevan tiempo negando tajantemente tales acusaciones. Un discurso que también suscribe el comandante de la policía kurda: «Ellos no entran en nuestra zona ni nosotros en la suya. No nos coordinamos, simplemente nos ignoramos».

También Ilham Ahmet lo rechaza: «Es doloroso escuchar estas acusaciones porque somos precisamente los kurdos los que más hemos sufrido con el régimen del partido Baath», recuerda. «Nosotros apostamos por la «tercera vía», ni con el Gobierno ni con la oposición. Esta última insiste en que nos unamos al Ejército Libre Sirio (ELS) pero nosotros ya contamos con nuestras propias fuerzas armadas. Nuestro objetivo no es tomar Damasco sino garantizar nuestros derechos», recalca.

«Yo cobro unos 110 euros. Apenas puedo mantener a mi familia», dice un profesor de primaria

Un vuelo diario la conecta Qamishli con la capital: «Nadie puede viajar por carretera hasta Damasco», asegura Hamid, un antiguo comerciante de pollos que ha sustituido su negocio por el más lucrativo de la gasolina. «Me la traen a diario desde Banyas -en la costa mediterránea-. Son tantos los controles de todas las facciones a los que hay que pagar un arancel que el precio de la gasolina ha pasado de las 15 libras sirias el litro -10 céntimos de euro- a 300», explica.

La inflación es enorme. «Yo cobro 20.000 libras sirias -unos 110 euros-. Antes de la guerra vivía con todas las comodidades pero hoy apenas puedo mantener a mi familia», explica Qadir, profesor de primaria. También falta la luz, a veces el agua y las comunicaciones se mantienen gracias a la cercanía de la frontera: prácticamente todos los sirios del norte son usuarios de la telefonía móvil turca.

La escasez hace mella. Un día una persiana de un comercio permanece echada; el correo no llega, ni tampoco los resultados de los exámenes… Son señales casi inequívocas de que otra familia más ha huido al vecino Kurdistán iraquí. Precisamente desde donde vuelve ahora Gülnaz con el féretro de su hermano.

Pero no sólo los muertos regresan. En el mismo grupo llega Masud Hamid, oriundo de Qamishli, un periodista de 33 años. Pasó tres años en la cárcel por publicar, en 2004, unas fotografías de unos niños manifestándose frente a la sede de UNICEF en la capital siria. Tras pasar por el exilio en Francia, volvió a Qamishli en 2012, pasando por el mismo cruce de Peshkhabur.

«Hoy hemos tenido que pasar por todo el proceso burocrático aduanero pero ambas orillas son kurdas», apunta. «Hay cambios que se avecinan», cree. Uno de los más llamativos es la carga que lleva: ejemplares de Nû Dem -Nuevo Tiempo-, el primer periódico bilingüe en kurdo y árabe de Siria. Viaja de vuelta a Qamishli con la tirada íntegra tras haberla imprimido en Erbil. «En el Kurdistán sirio todavía no tenemos imprentas, pero todo llegará», promete.

«De no ser por los yihadistas, el régimen habría caído hace tiempo»

Redur Khalil · Portavoz de las YPG

Redur Khalil, portavoz de las milicias kurdas YPG | © Karlos Zurutuza
Redur Khalil, portavoz de las milicias kurdas YPG | © Karlos Zurutuza

 
El rostro más visible de las Yekîneyên Parastina Gel (YPG, Unidades de Protección Populares), la milicia del PYD, nos recibe de de uniforme, descalzo y sentado tras un portátil en su despacho en Qamishli. Redur Khalil (Hasakah, Siria, 1977) pasó diez años en las filas del PKK en Qandil.

¿Cuál es la situación actual de la seguridad?
Tanto Asad como ELS han dejado de ser un problema para nosotros y desde 16 de julio nuestras fuerzas han estado combatiendo a grupos vinculados a Al Qaeda como Yabhat al Nusra y muy especialmente, el ISIS (Estado Islámico de Iraq y el Levante) por todo nuestro territorio; los hemos empujado hasta Til Kocer, en la frontera sirio-iraquí.

¿Es cierto que Turquía canaliza células yihadistas través de su frontera?
No hay duda. Hace unos días los vimos cruzar desde la frontera turca e incluso hemos sido atacados por la artillería turca desde allí. Dos de nuestros combatientes fueron abatidos por soldados turcos, pero también tenemos una gran colección de pasaportes pertenecientes a combatientes procedentes de Egipto, Túnez, Bahrein… muchos de Iraq y, hasta el momento, tres de Turquía [Khalil aporta los pasaportes].

¿Por qué hay tantos combatientes extranjeros en esta zona, donde casi no hay fuerzas de Asad?
Por un lado, el chauvinismo turco busca boicotear cualquier paso hacia el reconocimiento del pueblo kurdo, sea en Turquía o en Siria; por otro, los islamistas sueñan con un Estado islámico. Los kurdos somos un obstáculo para esos planos y nos hemos convertido en un objetivo mucho más prioritario que el régimen de Damasco. De no ser por los yihadistas, el régimen habría caído hace tiempo.

¿Mantienen una vía de comunicación con esos grupos?
Intercambiamos prisioneros por los cadáveres de algunos de nuestros mártires.

¿Qué relación tiene con Yabhat al Akrad, que luchaba junto al ELS?
Yabhat al Akrad se creó como una unidad kurda que se unió al ELS en Alepo pero que se ha replegado a Kurdistán cuando se han producido ataques contra kurdos lanzados por yihadistas, el régimen o incluso el ELS. Están comprometidos con la defensa de su tierra y mantenemos una buena relación.

¿De dónde obtienen ustedes sus fondos?
Nuestra financiación procede principalmente de los aranceles que recaudamos en los pasos de frontera bajo nuestro control.

Dicen que el PKK se está reagrupando en Siria tras el repliegue de Turquía.
No es cierto. Tenemos un Ejército de 45.000 combatientes, todos con un entrenamiento de 45 días. El PKK será bien recibido si viene, pero no lo necesitamos.

Sin embargo, el PJAK, movimiento kurdo-iraní afín al PKK, sí ha prometido sumar sus fuerzas a las de los kurdos de Siria.
Eso es cierto, pero insisto en que podemos manejar la situación sin ningún tipo de ayuda.

¿Hay combatientes no kurdos dentro de las YPG?
También hay árabes, asirios y turcomanos que se han unido a nosotros en la defensa de nuestro territorio común. Hemos vivido juntos durante siglos y son parte integral de Kurdistán. Y un 35% de nuestros combatientes son mujeres.

Hay denuncias de que están reclutando a menores de edad en sus filas.
Rechazamos tajantemente el reclutamiento de individuos por debajo de la edad legal. Es inaceptable. Por desgracia, algunos se inscribieran voluntariamente bajo la presión de las circunstancias. Fueron casos muy puntuales y no se les permitió participar en operaciones militares. Fueron actuaciones individuales, y no de la organización en su conjunto.

También dicen que las YPG utilizaron fuerza indiscriminada contra manifestantes en Amude, en junio, donde murieron tres activistas.
Lo ocurrido en Amude formó parte de una conspiración. Individuos armados se unieron a aquellas protestas y dispararon contra un convoy del YPG que volvía de una operación de combate. Un miembro del YPG, Sabri Gulo, murió en aquel ataque. Tenemos pruebas gráficas de aquello.