Opinión

La derrota de Israel

Amira Hass
Amira Hass
· 5 minutos
Opinion

Ramala | Junio 2024

Israel ha sido derrotada, y sigue siendo derrotada. Y no porque después de nueve meses de guerra, todavía no ha derrocado a Hamás. El símbolo de la derrota figurará ya para siempre junto a la bandera de Israel y la menora en su escudo, porque los líderes, los comandantes y soldados israelíes han matado y han herido a miles de palestinos, sembrando la desolación en la Franja de Gaza. Porque la aviación ha bombardeado edificios llenos de niños, mujeres y ancianos. Porque los israelíes creen que no hay alternativa.

El Estado judío ha perdido, porque sus políticos condenan al hambre y a la sed a millones

El Estado judío ha perdido, porque sus políticos condenan al hambre y a la sed a dos millones trescientos mil seres humanos. Porque en Gaza se propagan las infecciones de la piel y las inflamaciones intestinales. Ha sufrido una derrota sonada, porque su ejército concentra a cientos de miles de palestinos en áreas cada vez más reducidas, etiquetadas como zonas humanitarias seguras, para luego bombardearlas. Porque miles de personas, discapacitadas de por vida, y niños no acompañados están atrapados en estas áreas. Porque se acumulan allí montañas de desechos y el único modo de eliminarlos es prenderles fuego, causando humaredas tóxicas. Porque por las calles corren ríos de aguas fecales y excrementos. Porque cuando la guerra acabe, la gente volverá a casas reducidas a ruinas llenas de munición sin explotar y con el suelo saturado de sustancias tóxicas. Porque millares de personas sufrirán enfermedades crónicas. Porque muchos de los valerosos equipos médicos de la Franja de Gaza, hombres y mujeres, doctoras, enfermeros, conductores de ambulancia y ayudantes (sí, incluidos aquellos que apoyaban a Hamás o recibían un salario de su Gobierno) han muerto bajo las bombas y los disparos de artillería de Israel. Porque los niños habrán perdido valiosos años de estudio. Porque libros y archivos públicos y privados han sido arrasados por el fuego, y manuscritos, dibujos y bordados de los artistas de Gaza se habrán perdido para siempre. Porque es imposible imaginar el daño psicológico infligido a millones de personas.

La mayoría de los israelíes rechazaron escuchar las campanadas de alarma del recurso a la Corte Internacional

La derrota consiste en el hecho de que un Estado que se presenta como heredero de las víctimas del genocidio perpetrado por los nazis ha producido este infierno en menos de nueve meses, sin que se pueda divisar aún el final. Llámalo genocidio. O no lo llames genocidio. El fallo estructural no reside en el hecho de que esta palabra ahora se haya adherido al nombre de Israel en la denuncia presentada por Sudáfrica a la Corte Internacional de Justicia. El fallo está en que la mayoría de los israelíes rechazaron escuchar las campanadas de alarma de este recurso judicial. Continuaron sosteniendo la guerra, contribuyendo a que la denuncia se convirtiera en profecía y toda duda quedara enterrada bajo más y más pruebas.

La derrota es la de las universidades israelíes, en las que se forman juristas que justifican todo bombardeo, con sus muertes de niños, como «adecuado». Son ellos quienes suministran a los comandantes el chaleco antibalas del cliché de que «Israel respeta el derecho internacional, cuidando de no perjudicar a civiles», cada vez que dan la orden de expulsar a la población y concentrarla en un área aún más reducida.

Las caravanas de desplazados, a pie, con carros, con camiones cargados de personas y colchones, con las sillas de ruedas que transportan a ancianos o mutilados, marcan el examen suspendido por el sistema de enseñanza de Israel, por sus Facultades jurídicas y sus departamentos de Historia. La derrota es también un fallo de la lengua hebrea: las expulsiones se convierten en «evacuaciones»; un ataque militar es una «actividad», el bombardeo de barrios enteros es «el buen trabajo de nuestros soldados».

No podemos ser una democracia sin poner fin a la ocupación de los territorios palestinos

La naturaleza monolítica de Israel es otra razón y una demostración definitiva de su derrota. La mayor parte de la opinión pública israelí judía, incluida la oposición a Benjamin Netanyahu, es presa de la idea de que la respuesta a la masacre del 7 de octubre debe ser una mágica victoria total.

Es verdad que Hamás ha cometido acciones horribles: no hay palabras para describir el sufrimiento de los rehenes y sus familias. Es verdad: haber transformado Gaza en un enorme depósito de armas listas para usar es exasperante. Pero la mayor parte de los judíos israelíes se ha dejado cegar por la sed de venganza. El rechazo de escuchar y de conocer está en el origen de esta derrota. Nuestros comandantes omniscientes no solo no han escuchado a las soldadas observadoras que habían lanzado la alarma de un posible ataque: sobre todo no han querido escuchar a los palestinos.

El germen de esta derrota reside en los manifestantes que protestaron contra la reforma de la Judicatura el verano pasado, sin asumir el hecho básico de que no podemos ser una democracia sin poner fin a la ocupación de los territorios palestinos. Es un fallo ya inscrito en los primeros días después del 7 de octubre, cuando a cualquiera que destacara el «contexto» se le consideraba un traidor o un simpatizante de Hamás. Esos traidores eran los verdaderos patriotas, pero la derrota también es suya.

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© Amira Hass (2024) | Primero publicado en Haaretz (4 Jun 2024) y en Internazionale Nº 1567 (14 Jun 2024) | Traducci´ón de Ilya U. Topper