La invasión de Gaza que nadie quiere
Ilya U. Topper
Jerusalén | Octubre 2023
¿Entrarán esta noche? ¿No entrarán? ¿Será mañana? La primera semana de la guerra de Gaza, la prensa de Israel, corresponsales extranjeros incluidos, hacía guardias nocturnas para no perderse el momento en el que las Fuerzas Armadas israelíes anunciaran, seguramente de madrugada, que habían lanzado la operación terrestre en la Franja para acabar con las milicias islamistas. Tres semanas después, esa inminente intervención por tierra parece mucho más lejana. Incluso dudosa.
En teoría, dudas no puede haber. Porque el objetivo declarado del Gobierno israelí en esta guerra es acabar con Hamás, la organización islamista que domina Gaza desde 2006 y que elñ 7 de octubre pasasdo lanzó un ataque sorpresa contra poblaciones israelíes cercanos a la Franja, con un saldo de 1.400 muertos en el bando israelí, al menos un millar largo de ellos civiles. También se llevaron a dos centenares de rehenes. El choque ha sido tan profundo en Israel que todo el mundo, desde el presidente hasta cualquier transeúnte al que se le ofrece un micrófono, habla de la peor masacre de judíos desde el holocausto.
La respuesta será contundente, ha prometido el primer ministro, Binyamin Netanyahu. «Vamos a destruir completamente a Hamás, el Daesh de Gaza. Se esfumarán de la Tierra, ya no existirán. Cada miembro de Hamás es hombre muerto», proclamó cinco días después del ataque, cuando el Ejército israelí acababa de recuperar el territorio tomado al asalto por Hamás.
Sin una operación terrestre, el objetivo de destruir a Hamás no se puede cumplir. Porque hay una enorme infraestructura bajo tierra
Eso es fácil decirlo, pero «hay un gran trecho entre este objetivo y las maneras de alcanzarlo», observa Giora Eiland, general retirado con experiencia en las guerras de Líbano y exjefe del Consejo Nacional de Seguridad. La aviación bombardeaba Gaza día y noche, con un saldo de cientos de muertos cada día y dejaba un paisaje en ruinas, desolado, una mayor destrucción que en cualquier operación israelí precedente. Pero todo el mundo sabía que con bombardeos aéreos no se puede erradicar Hamás.
«Sin una operación terrestre, el objetivo de destruir a Hamás no se puede cumplir. Porque hay una enorme infraestructura de Hamás bajo tierra», constata Eyal Pinko, politólogo de la Universidad Bar-Ilan. Intervenir con tanques, localizar esos túneles y refugios y tomarlos uno por uno sería una operación larga y compleja. Y desde luego obligaría renunciar al objetivo de traer a casa sanos y salvos a los rehenes, porque no se pueden destruir esos búnkeres subterráneos con los milicianos de Hamás dentro y a la vez salvar a los israelíes en sus manos. Si tras semanas de intenso bombardeo están aún vivos —y lo están, como han mostrado las recientes liberaciones de cuatro rehenes y los vídeos difundidos— es porque están igual de bien protegidos que sus captores.
Pero negociar primero con Hamás para salvar a los rehenes implicaría con certeza ofrecer alguna garantía para no entrar inmediatamente después y aplastar la organización; la liberación de los cautivos se convertiría así en una victoria militar de la milicia islamista y una derrota para Israel. Ante la disyuntiva, cree el analista israelí Adi Schwartz, «Israel está intentando negociar sobre los rehenes como si no hubiera guerra, y hacer la guerra como si no hubiera rehenes». En su opinión «es algo delicado», aunque más bien parece un oxímoron.
«Israel está intentando negociar sobre los rehenes como si no hubiera guerra, y hacer la guerra como si no hubiera rehenes»
Así las cosas, más de un analista israelí ya da por perdida la vida de los cautivos. «Es muy triste, pero pienso que Hamás no los soltará. Al menos no a los hombres; quizás a las mujeres y los bebés sí», dice Ronit Marzan, académica de la Universidad de Haifa especializada en sociedades árabes, con 32 años de experiencia en los servicios de espionaje israelíes. «Podría haber un intercambio limitado: Israel podría canjear mujeres y menores en cárceles israelíes por las mujeres y los niños entre los rehenes», abunda. Los hombres en edad militar no tendrán salida, cree. Similar piensa Yehuda Weinraub, coronel retirado y doctorado en Filosofía en Nueva York, al poner en la balanza de vida de doscientos ciudadanos frente a lo que significaría permitir que Hamás se salga con la suya. «El total del pueblo israelí, 8 millones de personas, también son rehenes de Hamás», reflexiona, y si no se aplasta a Hamás ahora, se recuperará con facilidad «y entonces podría volver a ocurrir».
Pero incluso haciendo la guerra como si no hubiera rehenes, una operación terrestre para realmente erradicar a Hamás será un quebradero de cabeza militar. «Es algo que en los últimos 17 años hemos evitado intentar», comenta Eiland. Exigiría una larga y compleja batalla urbana y mantendrá al Ejército israelí enmarañado en el sur, lo que aumentaría el riesgo de un ataque desde el norte por parte de la milicia libanesa Hizbulá, que hasta ahora solo ha lanzado algún ataque menor, pero podría pasar a la ofensiva, si ve a Israel vulnerable, analiza el exgeneral.
Este riesgo es menor, opina el coronel retirado Eran Lerman, politólogo de la Universidad de Tel Aviv, ya que Hizbulá es demasiado importante para su gran aliado, Irán, como para sacrificarlo en una guerra contra Israel solo para salvar a Hamás, y además, los 300.000 reservistas que han acudido voluntariosamente a la primera llamada serían suficientes para ambos frentes.
«No deberíamos intentar reconquistar Gaza. Sería un error. La alternativa es imponer un asedio muy, muy estricto»
«Las cosas no se pueden hacer con prisa. Pero deberá haber y habrá una operación terrestre. Prácticamente todo el espectro político, incluida la izquierda laborista, está de acuerdo en que se debe destruir a Hamás. Y eso no se puede hacer desde el aire», esgrime Lerman. Se muestra convencido de que «aparte de la retórica contundente», el Gobierno entiende la necesidad de acabar con la milicia islamista, algo que también esperan, asegura, los socios estratégicos de Israel en la región, especialmente Arabia Saudí, que no tiene interés en que Hamás salga fortalecido el conflicto.
También Weinraub da por hecho que «tras unos fuertes bombardeos habrá una intervención terrestre», porque «si la intención es eliminar a Hamás como fuerza de combate, no basta con una campaña aérea» y «todo el país está a favor de una operación para desmantelar Hamás por completo». «Es inconcebible que Hamás siga ahí, amenazando… Con los años ha acumulado un arsenal de decenas de miles de misiles que usan contra nosotros. Ya se les ha infligido un considerable daño, pero con la campaña aérea no basta. Al final habrá que entrar», concluye.
Eiland, en cambio, está rotundamente en contra de una operación terrestre: «Podríamos lanzar incursiones, pero no deberíamos intentar reconquistar Gaza. Sería un error», asevera. «La alternativa que yo recomiendo es imponer un asedio muy, muy estricto a Gaza, durante semanas o meses. Impidiendo que llegue comida, agua, energía; así la única manera de sobrevivir para la población sería cruzar la frontera hacia Egipto. Los que prefieran quedarse probablemente no sobrevivirían», describe el exjefe de seguridad de Israel la estrategia a seguir en una entrevista telefónica realizada el sexto día de la guerra. Solo se quedarían los miembros de Hamás, si no prefieren dejar las armas y salir como unos refugiados más, agrega.
Dos semanas después se diría que Netanyahu ha elegido efectivamente esta vía, solo falta un detalle: Egipto tendrá que facilitar este éxodo y construirá campos de refugiados, acorde al plan trazado por Eiland. Y esto no ha ocurrido aún, ni es fácil ver qué podría hacer Israel para forzar a El Cairo a abrir las puertas a lo que sería una oleada de refugiados sin precedentes. «La presión de los demás países árabes», aventura Eiland, al que le parece preocupar poco qué ocurra fuera de las fronteras de Israel, con tal de conseguir el objetivo marcado. «Si el Estado de Israel no puede proteger a todos sus ciudadanos, no tiene razón de existir. Es una guerra existencial. Y si dos millones de personas en Gaza tienen que ser evacuadas, temporalmente o permanentemente, pues que así sea. Es Gaza o nosotros», concluye el militar.
Pero la segunda pregunta es también existencial: ¿Y después?
«Nadie quiere Gaza. Nadie. Nosotros tampoco. Pero es nuestra obligación estar ahí, queramos o no»
Porque matar hasta al último hombre de Hamás en la Franja —algunos tertulianos en prensa israelí exigen extender la pena capital también a los familiares de los afiliados a la organización— y por supuesto también a los de la organización rival Yihad Islámica y desmilitariar la zona «no quiere decir que Hamás no vuelva a formarse uno o dos años más tarde», resume Adi Schwartz. En una población de dos millones encerrada en este territorio surgiría más pronto algún tipo de organización que o bien recuperaría directamente el estandarte de Hamás o al menos alguno muy parecido, quién sabe si más radical aún.
Yossi Kuperwasser, exjefe de una unidad de espionaje en las Fuerzas Armadas israelíes y antiguo director general del Ministerio de Asuntos Estratégicos, lo tiene claro: «Israel se debe quedar en Gaza». Da por hecho que una invasión terrestre de la Franja tendrá lugar pronto, porque es imposible vencer a Hamás solo mediante bombardeos aéreos, dado que la milicia dispone de una enorme red de túneles y búnkeres subterráneos, pero destruir toda esta infraestructura no pone fin al problema, reconoce. «No se puede fiar uno de los palestinos, de ninguno. Si nos retiramos, formarán una nueva organización similar. Tampoco podemos entregar el territorio a la Autoridad Palestina, porque ellos tienen la misma ideología enfocada en destruir Israel», opina Kuperwasser, pese a que en Cisjordania, el Gobierno israelí colabora estrechamente con este cuerpo de autogobierno formado por Fatah, el principal partido palestino enfrentado con Hamás.
Adi Schwartz ve posible, sin embargo, copiar el modelo: «Tal vez baste con mantener mayor control sobre la frontera egipcia, por donde se efectúa la mayor parte del contrabando de armas», sobre todo a través de túneles que conectan el territorio de Gaza con puntos dispersos en el desierto del Sinaí. Aventura que «si se controla esta frontera, quizás se pueda garantizar la desmilitarización de Gaza mediante incursiones diarias, como en Cisjordania», donde existe una policía palestina con control sobre islotes del territorio, pero las fuerzas israelíes irrumpen con frecuencia en estos enclaves autogestionados para detener a supuestos militantes o destruir casas de familias que tienen un miembro implicado en un ataque.
Kuperwasser es más escéptico e insiste en que no se puede volver a confiar en la calma y solo de vez en cuando «cortar el césped», expresión de los estrategas israelíes para describir los ocasionales bombardeos aéreos de Gaza con el fin de reducir periódicamente las capacidades militares de Hamás y mantener el temor a represalias por cualquier ataque a Israel. Evoca incluso la opción de que, destruido Hamás, algún país árabe pudiera hacerse cargo de este territorio costero de 40 kilómetros de largo por 10 de ancho —Egipto lo administró de 1948 a 1967— o que una organización internacional lo gestionara, pero la descarta: «Nadie quiere Gaza. Nadie. Nosotros tampoco. Pero es nuestra obligación estar ahí, queramos o no», asegura.
«Hay que poner fin al sufrimiento de Gaza. Los palestinos ya no pueden quedarse allí»
Pero ¿quién construirá carreteras, gestionará hospitales y colocará cañerías? «De estas tareas se podría ocupar cierta administración civil palestina, pero la seguridad debe estar en nuestras manos», responde. Esto, desde luego, hace prever constantes fricciones entre la población civil y los cuerpos de seguridad, quizás peores aún que las ya habituales en Cisjordania, donde en las primeras dos semanas de la guerra han muerto unos 70 palestinos por disparos de las fuerzas de seguridad israelíes y ataques de los colonos ultranacionalistas, con los detenidos contándose por centenares.
La solución debe ser mucho más radical, opina Ronit Marzan.
«Si los palestinos se quedan en Gaza, será muy difícil para Israel. Y sería todo otra vez exactamente lo mismo. Israel no puede permitir que esto vuelva a pasar. Israel tendrá que tomar la Franja de Gaza, derrocar el régimen de Hamás y luego debe convencer a la gente allí que si quieren tener una vida agradable, tienen que abandonar la Franja», sentencia. «El mundo debe entender que hay que poner fin al sufrimiento de Gaza. Los palestinos ya no pueden quedarse allí».
«Incluso si volvieran, Gaza estaría destruida. Vivir en Gaza es vivir en un infierno», observa la académica, según la que «todo el mundo debería acoger contingentes de refugiados gazatíes para ofrecerles una vida mejor». Al mismo tiempo, en la Franja vacía ya de habitantes, Israel debería construir una enorme base militar para defenderse en el futuro.
Pero para afrontar esta cuestión aún queda cierto margen de tiempo, porque la guerra durará como mínimo un mes, estima Kuperwasser. Eso, desde luego, si finalmente hay invasión terrestre, cosa que todo el mundo da por hecho, pero nadie sabe a ciencia cierta. Probablemente tampoco lo sepa nadie en las máximas esferas del Gobierno israelí. «Es un enorme dilema», subraya Eyal Pinko. «En estos momentos estoy feliz de no ser el primer ministro».
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© Ilya U. Topper. Parcialmente publicado en Agencia EFE