La venganza del maestro
Ilya U. Topper
Estambul | Abril 2024
«No son los resultados que esperábamos», dijo el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, cuando ya no pudo aplazar más, en la noche del domingo electoral, su comparecencia en el balcón ante sus seguidores. Una debacle tremebunda, dirían otros.
Por primera vez en sus 22 años de historia, el AKP, el partido islamista fundado y dirigido por Erdogan, cae a segunda fuerza en votos. De las 38 capitales provinciales que mantuvo en 2019 ha perdido 14; su rival, el socialdemócrata CHP, ha subido de 22 a 35. Entre ellas las cinco mayores ciudades del país —Estambul, Ankara, Izmir, Bursa, Antalya— que suman 32 de los 85 millones ciudadanos turcos. Más de la mitad de la población turca vivirá ahora en un municipio socialdemócrata. Incluido el propio Erdogan: hasta el muy conservador distrito de Üsküdar en Estambul, donde tiene su residencia privada, ha pasado a manos del CHP.
Hay dos preguntas: ¿Cómo ha pasado esto así de repente? Y: ¿Por qué no pasó el año pasado, cuando todas las encuestas vaticinaban la derrota de Erdogan en las presidenciales?
Al presidente le ha cruzado la cara el hijo de quien fuera maestro de Erdogan en sus inicios, Necmettin Erbakan
«Una olla vacía puede derrocar a cualquier gobierno», cita mi amigo, el veterano periodista turco Dogan Tiliç, un viejo adagio político turco. Años de desastrosas políticas económicas han tenido finalmente sus largamente vaticinadas consecuencias. Desastrosas no por falta de expertos sino por cálculo político de Erdogan. El presidente ha insistido siempre en bajar los tipos de interés del Banco Central, con la inaudita explicación de que los tipos altos generan una inflación alta, cuando se sabe que es al revés. Cuando por fin el Banco le hizo caso y redujo los tipos a cifras muy por debajo de la inflación, esta lógicamente se disparó. No, no era ceguera: una alta inflación impide ahorrar dinero y fuerza a gastar o invertir lo que se gane. Eso espolea el consumo, el consumo crea empleo… y una frágil sensación de bienestar económico, con todo el mundo tirando de tarjeta de crédito, porque el dinero es barato. Eso incrementa la inflación… y así sucesivamente en una espiral que algún día tiene que derrumbarse.
El momento del derrumbe era calculable, porque para evitar que la lira turca cayera a un pozo infinito, el Banco Central debía quemar sus reservas, manteniendo el cambio artificialmente estable. Las reservas son finitas; Erdogan calculó que gracias a unas permutas con China y Qatar iba a llegar hasta mayo de 2023, fecha de las elecciones presidenciales. Apostó, acertó, ganó.
A la semana siguiente de las elecciones, nombró nueva gobernadora del Banco Central, la joven Hafize Gaye Erkan, que puso en orden el patio y subió los tipos escalonadamente del 8,5 al 45 %. Las agencias de calificación de riesgo aplaudieron, la lira se tranquilizó, las cosas empezaban a ir correctamente. Solo que en un primer momento, hasta surtir el efecto positivo de la estabilidad y la capacidad de ahorro, estas medidas crean más pobreza, no menos. Es el llamado efecto aterrizaje. A principios del año, Erdogan decretó una subida del salario mínimo del 50%, imprescindible para mantener una cesta de la compra básica, pero esto, por supuesto, ha vuelto a impulsar la inflación, que sigue en el 67 % interanual.
Estas dinámicas explican en parte por qué ahora sí, y el año pasado no. Pero a esto se añade un factor político que no era previsible para Erdogan: la venganza de sus viejos compañeros de ruta. O más bien la de sus herederos, como ocurre en las sagas de ciertos juegos de tronos. Ahora, al presidente turco le ha cruzado la cara el hijo de quien fuera maestro y mentor de Erdogan en sus inicios, Necmettin Erbakan. Un maestro al que Erdogan traicionó hace 23 años para emprender el vuelo hacia la cumbre del poder. O así lo sintieron algunos. El domingo se tomaron la revancha.
El poder no se podía conquistar con una formación islamista clásica, porque la mayoría del pueblo turco no es islamista
Necmettin Erbakan es el hombre que inventó el islamismo turco. Le puso de nombre Milli Görüs, ‘Visión Nacional’. Formado como ingeniero, doctorado en Alemania y forjado durante un año de exilio en Suiza, creó su primer partido en 1970 y, tras sucesivas prohibiciones, porque la Constitución turca vetaba explotar políticamente la religión, llegó brevemente a primer ministro en 1996 con el partido Refah. Dos años antes, uno de sus jóvenes acólitos, un tal Recep Tayyip Erdogan, conquistó la alcaldía de Estambul. Un trampolín para el poder.
Solo que el poder de verdad, más allá de un acuerdo rotatorio de coalición, como el de Erbakan, no se podía conquistar con una formación de corte islamista clásico, porque la mayoría del pueblo turco no es islamista, no lo ha sido nunca. Cuando el Constitucional prohibió en 2001 también el sucesor del Refah y hubo que refundar el partido por quinta vez, Erdogan vio su momento: se llevó al ala reformista a crear el partido AKP, liberal, moderno y capitalista, abandonando la vieja guardia alrededor de Erbakan, que se constituyó como partido Saadet. Al año siguiente, el AKP ganó el 34 % del voto y el Saadet el 2,5 %, y el resto es Historia.
El Saadet, en estos 22 años transcurridos desde entonces, no ha vuelto a superar el 3 %. Ni hablar de llegar al Parlamento, con un umbral primero del 10 y ahora del 7 %. En 2010 sufrió otra escisión cuyo cabecilla se acabó pasando al AKP y en 2011 falleció Erbakan, glorificado como maestro por propios y extraños —Erdogan canceló un viaje a Bruselas para ir al funeral y acudió el exjefe de los Hermanos Musulmanes, Mohammed Mehdi Akef, desde Egipto— pero ya totalmente marginado de la política efectiva. En 2018, el Saadet formó alianza con el socialdemócrata CHP y el nacionalista y laico IYI aunque lo único que compartían era la oposición a Erdogan. El mismo año, Fatih Erbakan, hijo de Necmettin, fundó un nuevo partido al que le dio el nombre de Yeniden Refah, ‘Refah Renovado’ (YPR), a todas luces destinado a disputar a sus compañeros del Saadet ese potencial del 3%. Pero Erbakan junior —tiene 45 años y mucho futuro político— fue más inteligente.
Fatih Erbakan, hijo del maestro, no se quiso convertir en «la rueda de repuesto del AKP»
En mayo de 2023, el YRP se presentó por primera vez a las elecciones, y lo hizo bajo el paraguas de una coalición con el AKP, lo que le permitió cosechar 5 diputados con un 2,8 % del voto popular, sin necesidad de alcanzar el dichoso umbral. A cambio, siete semanas antes de la cita con las urnas, Fatih Erbakan retiró su candidatura a las presidenciales, que se celebran el mismo día que las generales, y declaró su apoyo a Erdogan, que renovó mandato con un 52% de los votos.
Para las municipales se esperaba un acuerdo similar al que el AKP tiene con el MHP y que le facilitó a este partido, con apenas el 7 % del total de los votos, obtener 11 capitales de provincias: en algunas circunscripciones, solo el AKP presentaba candidato y en otras, solo el MHP. En febrero pasado, Erbakan rompió la baraja y lo explicó sin tapujos: «Habíamos pedido dos capitales de provincia y cuatro distritos de Estambul. No quisieron». Si se retiraba de la competición, agregó, el YRP «se convertiría en la rueda de repuesto del AKP». Así que lanzó el órdago.
Y vaya si lo ganó. De las dos provincias que conquistó el YRP, una, la religiosa Sanliurfa, es la octava mayor ciudad de Turquía, bastión del AKP. Pero además se convirtió en tercera fuerza en votos en todo el país, con 2,8 millones de papeletas. Esto no es una posición duradera, porque la tercera fuerza política seguirá siendo el DEM, antes HDP, el partido de la izquierda prokurda, firmemente implantado en una decena de provincias con mayoría kurda en el sureste del país —de hecho, mejoró su resultado del 4,2 al 5,7 % y subió de 8 a 10 alcaldías de capitales de provincia— pero además tiene un enorme potencial de votantes en las grandes urbes como Estambul o Ankara, tanto por la población kurda asentada allí (se estiman 2,3 millones en Estambul) como por la población no kurda que se sitúa a la izquierda del CHP.
En las parlamentarias, el DEM puede esperar un resultado entre el 10 y el 13 %; en las municipales, sus votantes apoyan sistemáticamente al candidato que se oponga a Erdogan. Lo hicieron también este domingo, en bloque, pese a que esta vez, el DEM sí presentó candidata a la alcaldía de Estambul, la veterana diputada Meral Danis Bestas, que se dio de bruces con una realidad del 2,1%. El partido había justificado la candidatura con una supuesta voluntad de las bases de marcar rumbo propio y no aparentar como —copiemos la frase— la rueda de repuesto del CHP. Las bases, sin embargo, lo han tenido claro: en primer lugar no quieren que gane Erdogan.
Erdogan convirtió la guerra en Gaza en discurso electoral, perfilándose como único líder que dice a Israel cuatro verdades
El paso en falso le puede pasar factura al partido, que ya está inmerso en una competición solo medio amistosa con el izquierdista TIP, surgido el año pasado del ala más urbano y menos kurdo del DEM. De momento, ninguno de los dos tiene un liderazgo carismático, y no se sabe cuándo la izquierda turca volverá a tener un líder de verdad, como fue Selahattin Demirtas, encarcelado bajo espurias acusaciones desde hace siete años y cinco meses.
¿Puede el Yeniden Refah convertirse en una nueva fuerza decisiva en la política turca? Dudoso. Su éxito es en parte un voto de protesta espoleado por una eficaz instrumentalización del conflicto palestino. Erdogan convirtió la guerra en Gaza en un punto central de su discurso electoral —en las últimas semanas iba dando dos mítines diarios en más de 50 provincias del país, intentando traspasar a los candidatos el tirón del que él goza en el pueblo y sus funcionarios de partido, no— perfilándose como único líder mundial que dice a Israel cuatro verdades sobre Palestina. Pero el YRP tuvo fácil atacarlo por ese flanco: Decir cuatro verdades, sí, pero ¡póngale sanciones a Israel! ¡Pare las exportaciones! No, eso no, claro. El negocio no se toca. Con la economía turca maltrecha, Israel como décimo cliente de Turquía y exportaciones por valor de 7.000 millones de dólares (en 2022), quizás hacerlo le habria supuesto problemas mayores que una campaña municipal.
La campaña caló en el sector más sinceramente convencido del discurso religioso y moral de Erdogan: en materia de convicciones, siempre es mejor el original que la copia. Necmettin Erbakan era original; el AKP una copia aguada.
Y precisamente porque Fatih Erbakan mantiene la línea pura de su padre, que fantaseaba sobre una conspiración mundial masón-sionista y el valor supremo de la umma, la comunidad de los creyentes—cuando en Turquía nadie quiere a los árabes, ni siquiera a los árabes ricos, por muy creyentes que sean—, porque equipara el feminismo con el fascismo y hasta se proclamó antivacunas durante la pandemia del covid, no puede dar el salto que dio Erdogan en 2002 al dejar atrás toda esa palabrería religiosa y apelar al voto de muchos millones de ciudadanos sensatos.
Quedan cuatro años para regatear: las próximas elecciones, las generales y presidenciales de 2028, no se adelantarán
Cierto: esa palabrería religiosa ha vuelto al discurso de Erdogan en la última década, con un discurso agresivo contra la homosexualidad —cuando las primeras marchas del orgullo gay se habían organizado en tiempos del AKP— e incluso con la retirada de Turquía del Convenio de Estambul contra la violencia machista, que él mismo firmó orgullosamente en 2011. Esa progresiva radicalización tiene dos vertientes: por una parte, Erdogan siempre ha sido fundamentalista, pero en la primera década en el poder iba, como prudente político, con pies de plomo para no espantar a la ciudadanía sensata. Al aumentar su poder sobre el paisaje mediático puede sincerarse. Por otra parte, esa radicalización va destinado a mantener en su órbita precisamente a ese sector islamista radical y conspiranoico en un momento en que contaba cada voto. No le ha servido, al final.
Lo malo para Erdogan es que ahora tampoco le servirá volver a suavizar el discurso: el electorado espantado no volverá. Puede intentar seguir radicalizándolo para sobrepasar a Erbakan, pero es arriesgado. O puedo hacer lo que hizo con el partido ultraislamista Hüda-Par, heredero de un grupo armado de la década de 1980 habituado a secuestrar, torturar y atacar con ácido a las mujeres, y que supo trocar su 0,3 % de votos en las elecciones de 2018 por cuatro escaños en el Parlamento en 2023, cedidos graciosamente por el AKP. Solo que con la fuerza que ha mostrado Erbakan, el precio será mucho más alto.
Quedan cuatro años para regatear. Las próximas elecciones son las generales y presidenciales de 2028. No se adelantarán. Si Erdogan decidiera disolver el Parlamento para convocar elecciones anticipadas, él no podría presentarse, porque la Constitución veta un tercer turno. Esto, ahora mismo, sin sucesor a la vista, sería la derrota asegurada. Si el Parlamento decidiera disolverse por su cuenta, entonces Erdogan sí podría ser nuevamente candidato, pero para eso hace falta una mayoría de tres quintos, 360 escaños sobre 600. Y la alianza de Erdogan solo tiene 323. Nadie le prestará 37 votos para el ejercicio. El único partido que podría hacerlo, el derechista IYI de la carismática exministra Meral Akşener —tiene 38 escaños— tiene hoy menos motivo que nunca: el domingo bajó de su habitual horquilla del 7-10% al 3,8% y está en ruinas. No es momento para jugársela.
Así que nos esperan cuatro años con Erdogan al mando. Quién habría dicho que el inesperado batacazo del AKP iba a traer, al final, una casi igualmente inesperada estabilidad.
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© Ilya U. Topper | Abril 2024 | Primero publicado en El Confidencial · 2 Abr 2024