Lamia Ziadé
«La guerra y el sexo son dos caras de la misma moneda»
Alejandro Luque
La editorial Sexto Piso acaba de editar lujosamente el álbum Bye bye Babilonia (Beirut 1975-1979), en el que la artista libanesa Lamia Ziadé evoca una guerra que vivió siendo muy niña, pero que la marcó profundamente, como a todos los que pasaron de disfrutar del ‘París de Oriente Medio’ a presenciar cotidianamente indescriptibles atrocidades.
Dibujos y textos se ponen así al servicio de una historia a la vez íntima y colectiva, que invita a reflexionar sobre la facilidad con la que prende a veces la mecha de la violencia sin control. Beirutí de 1968, Ziadé es hoy una creadora cotizada, afincada en París y acostumbrada a exponer en galerías europeas y solicitada por diseñadores como Jean-Paul Gautier.
Pero en las distancias cortas se manifiesta como una mujer de su tiempo, sencilla y muy simpática. Tal vez ese carácter sea el que le ha llevado a volverse hacia un pasado difícil con una mirada limpia y desenfadada, que muchos han comparado con la de Marjane Satrapi o Zeina Abirached.
Han pasado casi 40 años de la guerra del Líbano, pero vuelven sobre ella historiadores, escritores, artistas. ¿Qué tuvo aquel conflicto para seguir atrayendo la atención?
No sé si aquella guerra fue diferente a otras, porque ésta es la única que yo viví. Pero lo que sí es llamativo es que durante estos 40 años apenas se haya hablado de ella, y sólo en los últimos cinco o seis años se haya empezado a explicar a través del cine, las novelas y las artes. Nos llega de la mano de esta nueva generación, de quienes éramos niños entonces.
Dice en su libro que lo primero que pierde una ciudad en tales situaciones, es el espíritu. ¿Cómo era el espíritu del Beirut de su niñez?
Beirut era una Babilonia, una ciudad cosmopolita a la que llegaban egipcios, armenios, gentes de todas partes… Beirut era la libertad de prensa, y la tolerancia, en todos los sentidos, incluso en el religioso. En Beirut, por ejemplo, viven los cristianos con toda tranquilidad. Sin embargo, se notan los efectos de una guerra, el espíritu está tocado. Se ha perdido la magia.
Es curioso que usted busque el espíritu perdido de la ciudad a través de lo material, de los objetos de consumo, las marcas, los edificios…
No había pensado en eso… Yo trato en efecto de recuperar ese espíritu en lo material, porque es donde más se notan los efectos de la guerra. He trabajado sobre fotografías, y en ellas se ve esto muy bien. Es en los edificios, en las marcas que había por todas partes, en las vallas publicitarias, en los pósters y carteles, donde esas transformaciones han dejado más su huella. Además, como artista plástica, es un estilo que conozco, y en el que me siento cómoda.
A la Guerra de los Hoteles ya le había dedicado una exposición en Munich. Me gustaría que hablara un poco del simbolismo de aquellos edificios.
Yo adoro los hoteles, y cuando empecé a dibujar sobre la guerra, no pude prescindir de ellos. Antes de esa exposición en Munich, estuve trabajando durante un año para la revista Jalouse, visitando una habitación de hotel al mes donde imaginaba una escena erótica. Son espacios con mucha fuerza, con una gran carga simbólica.
Las mujeres, en una guerra como la que cuenta, ¿son sólo víctimas, elementos pasivos, o también intervienen activamente en esas atrocidades?
Algunas mujeres participaron en el conflicto, pero eran las menos, porque en el proceso de documentación he visto que sus caras se repetían. Quizá las más jóvenes, tanto cristianas como musulmanas, eran más proclives a tomar las armas, pero el rol principal era el de madres, esposas, hermanas… Las mujeres son las sufridoras de la guerra.Las jóvenes que se comprometieron lo hicieron sobre todo al principio de la guerra. Luego, cuando ésta se volvió más dura y más cruenta, ese compromiso fue desapareciendo.
En su libro, da la sensación de que un niño inmerso en un conflicto está obligado a afrontar dos guerras: una, la que estalla cada día en la calle, y otra la guerra generacional, el choque con los mayores…
Ambas “guerras” no tienen que estar relacionadas necesariamente. Pero es verdad que yo, como cualquier adolescente, tuve un choque generacional muy fuerte, quizá porque debido al otro conflicto salíamos muy poco a la calle, y no nos relacionábamos apenas con amigos. Recuerdo especialmente que la mala relación con mi madre, cuando yo tenía 17 o 18 años, fue lo que me obligó a partir a París a estudiar Bellas Artes…
¿Se ha imaginado cómo sería Lamia Ziadé de haberse quedado en Beirut?
Me costaría mucho imaginar algo así, pero sí puedo decir que París es algo mágico que me ha ocurrido en la vida. Y aunque visito con frecuencia Beirut, porque echo de menos a mi familia y a mi país, en Francia soy muy feliz.
¿Allí tiene contacto con otros libaneses? ¿Cómo viven desde allí, por ejemplo, la situación actual en Siria?
La verdad es que no tengo muchos contactos libaneses allí, pero sí me consta que a todos nos preocupa la situación siria, nos preguntamos si esto puede durar otros 15 años, y sobre todo si puede afectar de un modo significativo a la paz en el Líbano, que está en una zona muy inestable.
Hablando de sus desnudos, ¿se sentiría bien siendo considerada una versión libanesa de Courbet, por su gusto en el dibujo de vaginas?
¡Ah, no me importaría en absoluto! Es más, estaría encantada de ser la Courbet libanesa…
¿Y qué dicen esas vaginas, más allá de su condición genital?
No, no tienen ningún mensaje, yo dibujo desnudos femeninos no como una representación del espíritu de liberación de las mujeres. Justo ahora se esté exponiendo en mi país mi vagina hecha con hilos de lana. Pero es un trabajo que yo hago para los ojos ya liberados, no para educar ni adoctrinar, ni llamar la atención ni provocar a nadie.
Ha dibujado la guerra y el sexo. ¿Eros y Tanatos están más cerca de lo que parece?
La guerra y el sexo son dos caras de la misma moneda. Los dibujos eróticos en una habitación de hotel van íntimamente ligados a los periodos bélicos, y ése será precisamente el tema de mi próxima exposición. Estará inspirada en un filme libanés rodado en Beirut en 1978, protagonizado por Hannah Schygulla, que habla de una relación sexual muy fuerte en medio de la guerra.