Reportaje

La esperanza viaja en ferry

Ethel Bonet
Ethel Bonet
· 12 minutos
Una refugiada siria a bordo del ferry en el puerto de Trípoli. Ago 2015 | © Diego Ibarra/ MeMo
Una refugiada siria a bordo del ferry en el puerto de Trípoli. Ago 2015 | © Diego Ibarra/ MeMo

Beirut | Septiembre 2015  | Con Nico Lupo [recuadros]

La aduana del puerto de Trípoli, la mayor ciudad de norte de Líbano, hierve de actividad. Son tantos los sirios que quieren ir a Turquía que las compañías de ferris han tenido que reforzar con dos buques diarios el trayecto de Trípoli a Mersin, cuando antes salían los barcos tres veces por semana. La ruta entre estos dos puertos se inauguró en junio de 2012 con fines comerciales y turísticos entre ambos países, pero ahora las compañías navieras están haciendo su agosto con los refugiados sirios.

“Desde hace unas semana hemos empezado dos trayectos diarios. Viajan entre 800 y 900 pasajeros por ferry”, explica un capitán de barco, que no quiere dar su nombre. En el puerto libanés operan tres compañías que cubren diariamente esa ruta, lo que significa que entre 8.000 y 10.000 sirios llegan cada semana desde Líbano a las costas del sur de Turquía.

Los sirios pueden entrar en Líbano si traen un pasaje para un crucero a las costas turcas

“La situación en Siria día a día es más peligrosa. Muchos sirios de Damasco que tienen dinero buscan seguridad y pagan lo que haga falta para ir a Europa”, afirma el capitán.

De hecho, también el paso fronterizo de Masnaa vuelve a ser un hervidero. Las normas para los sirios que buscan refugio en Líbano son estrictas desde enero: deben presentar un visado de turista, negocios o estudios, algo nada fácil para quienes escapan de la guerra. Pero desde el verano, los sirios pueden cruzar la frontera libanesa con un pasaporte vigente, si traen en mano la reserva de un pasaje para un crucero de vacaciones a las costas turcas.

Líbano acoge entre 1,2 y 1,5 millones de sirios, lo que significa que los refugiados ya constituyen un tercio de la población del país, que contaba con unos 4 millones de habitantes en 2010. Para atajar el problema, el gobierno libanés ha restringido la entrada a los sirios pero, en cambio, les facilita la salida a Turquía, dejando que las autoridades turcas lidien con la situación. Es el único país vecino que acepta actualmente a los sirios, después de que Jordania cerrase su frontera.

Mahmud no da abasto. Con una mano revisa la documentación y con la otra organiza a los pasajeros para que hagan fila y esperen su turno para subir al autobús. Mahmud lleva cuatro meses trabajando en los servicios de autobuses que hacen el recorrido desde Masnaa hasta el puerto de Trípoli. “Es la ruta más segura para llegar a Turquía”, explica.

«Algunos aprovechan el verano para visitar a familiares en Turquía y después regresan. Otros, no sé»

“Nosotros facilitamos autobuses para trasladar a los sirios hasta el puerto de Trípoli y desde allí cogen un ferry para Turquía. Algunos aprovechan el verano para visitar a sus familiares que están en Turquía y después regresan a Siria. Otros, no sé. He oído que muchos se van desde allí a Europa con la idea de llegar a Alemania”, admite este funcionario de transportes.

El trayecto por carretera no son más de tres horas, pero a veces les toca esperar durante mucho tiempo hasta que se llenan todos los autobuses para ir en caravana a Trípoli.

El autobús es un horno. A Mariam, los chorretones de sudor se le escapan por los extremos del pañuelo que le cubre el cabello y el rostro. Está nerviosa por el viaje; no sabe ni cuándo ni dónde terminará. Con ella viajan sus cuatro hijos y su esposo. Sobre su regazo lleva al más pequeño, otros dos se acomodan como pueden el asiento de al lado y detrás viaja su marido con el mayor. “Temo por la vida de mis hijos, por la de mi esposo, no hay seguridad. Tenemos mucho miedo por eso nos hemos marchado de Siria”, manifiesta la refugiada que viene de los suburbios de Damasco.

“Todos los caminos están cerrados desde Damasco. La única manera segura es llegar por carretera al Líbano y después cruzar en barco a las costas de Turquía y desde allí a Europa”, explica.

“He dejado a mi padre y mi madre, que son mayores y están enfermos. He dejado atrás las memorias de una vida, el hogar donde me casé y nacieron mis hijos. Nuestros recuerdos. Vamos a un lugar desconocido, dejando todo lo que teníamos. Estoy muy triste pero no tenemos otra elección si queremos sobrevivir”, se lamenta Mariam.

Por fin los autobuses arrancan. En el puerto de Trípoli, de nuevo, tienen que volver a hacer todo el proceso de chequeo de pasaportes, billetes de ferry, y trasiego de equipajes. Otra larga espera por la noche hasta subir al buque y poder acomodarse en los camarotes para descansar unas horas hasta el barco arribe a las costas turcas.

“Líbano ya no puede soportar más sirios, así que les facilitamos los medios para llegar a Turquía»

La familia ha pagado 200 dólares por cabeza para el ferry y tendrá que pagar entre 1.000 y 1.500 más por cada uno a las mafias para que les lleven ilegalmente en embarcaciones precarias desde las playas turcas a las islas griegas. Así lo prevé incluso el capitán del ferry. “Hay muchas mafias de trafico de personas en Turquía, especialmente en la ciudad portuaria de Izmir”, señala.

El trayecto más corto es desde la localidad turística de Bodrum (en la provincia de Mugla) hasta las islas griegas del Egeo. “Algunas como Kos están a sólo a cuatro kilómetros de distancia y se puede incluso llegar nadando”, comenta el marino. Según cuenta, hay incluso libaneses que viajan con su pasaporte a Turquía y allí se deshacen de él y “compran un pasaporte falso por 2.000 dólares para hacerse pasar por sirio y entrar ilegalmente a Europa”.

Hace unas semanas, añade, un capitán griego que vino a Trípoli le dijo que la situación es desesperante porque han llegado cientos de miles de refugiados a su país. “En Grecia , los detienen por unos días y después les dan un visado y ya tienen vía libre para ir hasta el norte de Europa, donde tienen más oportunidades de trabajo”, explica el capitán libanés, repitiendo las palabras de su colega griego. En realidad, los refugiados sirios no reciben un visado sino apenas un documento que los identifica y les permite permanecer en Grecia, pero de ninguna manera les autoriza a viajar a otros países, por lo que en Atenas apenas arranca una nueva etapa de un viaje ilegal a través de los Balcanes.

Pero es la única salida, cree el capitán. “Líbano ya no puede soportar la llegada de más sirios al país, así que les facilitamos los medios para llegar a Turquía. Todo lo hacemos de forma legal. Éste es el trayecto más seguro”, justifica.

Llega el invierno

A Khadil Ahmad no le preocupan demasiado los más de 40 grados que su familia sufre a diario dentro de la tienda en la que viven. Tampoco la tormenta de arena que esta semana asola el valle de la Bekaa libanés y que impide ver nada más allá de 500 metros. Lo que teme esta refugiada siria con seis hijos es el invierno, que está a la vuelta de la esquina, y la falta de medios para afrontarlo.

“El año pasado sufrimos muchísimo, había un metro de nieve y encima luego tuvimos que lidiar con las constantes inundaciones» explica sentada alrededor de una mesita en el campamento informal dónde se ha instalado con su familia después de escapar de la guerra en Siria. Como otras 63 familias, alquila en las afueras de la localidad de Zahle una parcela de terreno a Salim Mehdi, libanés, por unos 420 euros al año.

Las temperaturas en esta región pueden descender hasta los diez grados bajo cero cuando arrecian las tormentas invernales. Para mantener «un poco» el calor que desprende la madera que queman en las estufas en invierno, Khadil y su familia ponen «una segunda capa de nylon encima del techo ya que la que tenemos es muy fina».

Nico Lupo (Beirut)

Más refugiados, menos fondos

Refugiados sirios en Arsal (Líbano) en 2012 | © Ethel Bonet
Refugiados sirios en Arsal (Líbano) en 2012 | © Ethel Bonet

Mientras la Unión Europea debate qué nueva cuota establecerá para absorber parte de los refugiados, cinco países –Turquía, Líbano, Jordania, Iraq e Egipto– acogen el 95% del total de sirios registrados ante el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). A ellos se suman decenas de miles que han preferido no inscribirse o no han podido hacerlo.

ACNUR coordina un plan de ayuda regional para los refugiados y la resiliencia, conocido con las siglas 3RP, que debe alcanzar a cuatro millones de personas. Incluía una previsión de 5.500 millones de dólares para el año 2015, de los que 4.500 son donaciones a través de las diferentes agencias de Naciones Unidas y el restante acuerdos bilaterales con los gobiernos de los países afectados. Pero entre enero y agosto apenas se había recaudado el 37% de lo previsto.

El símbolo de esta escasez son los recortes en los bonos que distribuye el Programa Mundial de Alimentos (PMA), cuyo valor ha caído en picado, a la vez que el número de beneficiarios se ha reducido de forma drástica. Desde septiembre y hasta final de año, los beneficiarios del programa en Líbano cobrarán cada mes 13,5 dólares, menos de la mitad de los 30 dólares que recibían por bono en 2014. En Jordania, el PMA ha reducido el valor de los bonos en más del 70% en apenas un año.

«Nos falta tanto dinero que tenemos que seleccionar a las personas más vulnerables de entre las vulnerables» explica Edward Johnson, del departamento de PMA en Líbano. Una donación de última hora de Estados Unidos evitó que se cancelara el programa en Jordania, pero las reservas para Líbano se agotarán a finales de diciembre. “Luego no sabemos qué haremos», indica Johnson.

«El otro día recibí un mensaje en el móvil en el que me informaban no sólo de que se reducía el dinero de los bonos, sino que cinco de mis diez hijos quedaban fuera de la lista de beneficiarios» explica Ali Khalef, de 46 años. Abandonó Alepo con su familia hace dos años y se estableció en el pueblo de Bar Elias, cerca de Zahle. Cada día sale con su moto cargado de ropa que vende en los campamentos informales o puerta a puerta en las casas. De los 400 dólares que gana al mes, la mitad sirve para pagar el apartamento de un edificio en construcción. Además de los bonos, recibe pequeñas ayudas en forma de vestimenta, gasóleo para calentarse en invierno y parte del material necesario para escolarizar a sus hijos. Pero ante la falta de medios, se plantea sacar de la escuela al mayor de sus hijos, de 15 años, para que se ponga a trabajar.

Más de 750.000 niños sirios refugiados en edad escolar no asistieron a la escuela el curso pasado. «Antes mis hijos pasaban los días vagando por los alrededores» explica Khadil Ahmad, que ha puesto a trabajar en el campo a sus tres hijos varones, que tienen entre 10 y 12 años. Apenas ganan cinco dólares al día, pero es un dinero indispensable.

En un país donde el sistema de transporte público es muy deficiente, el coste mensual para que un niño refugiado vaya a la escuela oscila «entre los 20 y los 50 dólares, lo más caro a lo que debe enfrentarse una familia», afirma una trabajadora humanitaria en Líbano.

Los primeros recortes a finales del año pasado sobre los bonos de comida repercutían directamente en la cantidad de niños que dejaban la escuela. Un estudio del 3RP detallaba que el 14% de las familias sirias con hijos en edad escolar en Líbano habían retirado de la escuela a los niños para que ayudaran a afrontar las reducciones en ayuda alimentaria, «forzándolos a trabajar o a mendigar».

Además, en un intento de desviar a futuros refugiados a otros países, el gobierno libanés ordenó a ACNUR a principios de 2015 que dejara de registrar a sirios, dejando a muchos recién llegados sin acceso a las ayudas.

«No quiero que mis hijos se queden en Líbano, la vida aquí es demasiado difícil» dice Ali Khalef, que desea que sus hijos «puedan ir a Alemania para estudiar, o sencillamente para tener una vida digna».

Nico Lupo (Beirut)

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