Vuelta a la misma casilla
Ethel Bonet
Beirut | Mayo 2018
Banderas rojas, naranjas, azules, verdes y amarillas ondeaban en todo Líbano: los colores de una decena de partidos políticos que compitieron el domingo pasado en las urnas. Muy pocas insignias nacionales con el cedro verde sobre fondo rojiblanco. La división por colectivos religiososo y clanes – dos conceptos estrechamente asociados en Líbano – seguía dominando todos los distritos, todos los barrios de Beirut. La imagen renovada de laicismo y pluralismo, que vendió el primer ministro libanés, Saad Hariri, de cara a estas elecciones parlamentarias, no se ha visto reflejada entre la comunidad electoral.
Las primeras elecciones de Líbano en 9 años no han suscitado mucha emoción. “Es un show de los partidos políticos. Nada va a cambiar. Seguirá la misma clase gobernante que tenemos desde hace 38 años”, se queja Michel, que decidió no ir a votar. “Prefiero pasar el día con mis amigos en el café”, reconoce, sentado en la terraza de un café de moda de la céntrica plaza de Sassine, donde hombres y mujeres disfrutan del buen tiempo, acompañados de una narguile.
“Hariri se vendería a si mismo si pudiera. No tiene ética ni principios”
No hacían falta los datos del Ministerio de Interior para darse cuenta de que el bullicio y el infernal trafico del domingo no se debían precisamente a la jornada electoral. El absentismo era la gran amenaza comicios, y de hecho, la participación se quedó en un 49,2 por ciento, netamente por debajo de la última vez, cuando alcanzó un 54 por ciento. No sirvió de mucho el llamamiento desesperado del presidente del país, Michel Aoun, que al mediodía instó a los votantes a que fueran a votar. Y el resultado parece haber perjudicado sobre todo al actual primer ministro, Saad Hariri.
El batacazo era considerable: De los 33 escaños – sobre un total de 128 – que Hariri y su movimiento Mustaqbal (Futuro) ganaron en 2009, bajaron a 21. Y eso que poco antes, el partido de Hariri, basado en los feudos suníes y considerado moderado y respaldado por Estados Unidos, se había aliado con su enemigo de siempre, el cristiano Michel Aoun y su Corriente Patriótica Libre, que hasta ahora mantuvo una alianza con el partido chií Hizbulá, una de las fuerzas más destacadas del país.
“Hariri se vendería a si mismo si pudiera. No tiene ética ni principios”, lanza Adam, cristiano y partidario de las Falanges Libanesas dirigidas por Samy Gemayel, heredero de una estirpe de históricos dirigentes venidos a menos: el partido ha bajado de cinco a tres testimoniales escaños.
La fuerte bajada de los escaños de Hariri ha sido un jarro de agua fría para los saudíes
El resultado de las elecciones dibuja un país nuevamente estancado donde ya estaba: con una pugna entre Saad Hariri, aliado de Arabia Saudí, y Hizbulá, fiel peón de Irán. La fuerte bajada de los escaños de Hariri ha sido un jarro de agua fría para los saudíes. La “vuelta del hijo pródigo”, tras el extraño episodio de una dimisión anunciada en noviembre de 2017 desde un hotel de Riad, su posterior regreso a Líbano y su recuperación del cargo no ha jugado a su favor. Aún nadie tiene muy claro si Arabia Saudí le forzó a dimitir, y bajo qué condiciones le permitió seguir en el cargo. Pero parece claro que el hijo del ya mítico Rafic Hariri, asesinado en 2004, es cada vez menos caballo ganador, afectado también por rivalidades entre sus candidatos. Durante su breve ‘exilio’ saudí, su partido incluso propuso com presidenta de la formación a su hermana mayor, Bahia Hariri.
Pero nada hace prever que Hariri desaloje el palacio. No lo hará, si el Movimiento Patriótico de Michel Aoun, el gran ganador de la jornada – sube de 21 a 28 escaños y se convierte en el partido más votado del país con una base electoral cristiana pero un discurso laico – puede cumplir el pacto preelectoral y confirmarlo en el cargo. También podría volver a elegir el bando de Hizbulá, con el que formaba bloque en los últimos años, o hacer de fiel en la balanza, un papel reservado hasta ahora al Partido Progresista Socialista del líder druso Walid Jumblatt, que baja de 11 a 9 escaños.
Hizbulá ha jugado bien su carta, mostrando unidad mediante la voz omnipresente del secretario general, Hassan Nasrallah. Ha conseguido que durante la campaña electoral se han obviado totalmente asuntos espinosos, como el nunca realizado desarme de la milicia de Hizbulá o su injerencia, al margen del Gobierno, en Siria.
Parece incluso que su apoyo a Asad y el freno que los milicianos libaneses han puesto al avance del Frente Nusra y otros grupos yihadistas cuando se acercaban a la frontera libanesa, han subido su popularidad. Y si vuelve a atraer a Aoun, el partido-milicia chií, que sube de 14 a 15 diputados, volvería a tener influencia suficiente para vetar una política que no sea favorable a Irán.
Encaje de bolillos
Los libaneses que sí fueron a votar tuvieron que hacer un ejercicio de equilibrista. En los hacinados pasillos de los colegios electorales donde había más miembros de las fuerzas de seguridad que ciudadanos, los votantes cargados de paciencia buscaban su nombre entre las listas colgadas con chinchetas en un panel, mientras los policías le daban a uno sin querer con la culata del rifle.
Algunos partidos se alían en unos distritos electorales y compiten en otros
Antes de entrar a los propios colegios, los voluntarios de cada partido, atrincherados tras mesas y sillas de plástico cubiertos con toldos y rodeados de cajas apiladas de botellas de agua, galletas y zumos de fruta, explicaban sin mucho éxito el nuevo sistema electoral proporcional y el concepto del voto preferencial. Muchos al final decididieron poner la cruz junto a la foto del candidato que conocen, y listo.
Al ya escaso entusiasmo se añade la reforma electoral, poco comprendida: el cambio de un sistema mayoritario a uno proporcional. En teoría debería significar una ruptura con el patrón tradicional de poder que se dividía durante la última década en dos grupos mayoritarios parlamentarios y rivales: la coalición del 14 de Marzo, encabezada por Saad Hariri y la del 8 de Marzo, liderada por los bloques de Hizbulá y Michel Aoun.
Los 128 escaños, divididos en partes iguales entre cristianos y musulmanes (bloque en el que se integran los drusos) están subdivididos entre las diferentes ramas de cada religión. En el entramado sociorreligioso de este diminuto país de 4 millones de habitantes con 18 confesiones reconocidas y 15 estatus civiles, acorde a estas, el sistema electoral es un auténtico encaje de bolillos.
Pero a excepción de la alianza de Hizbulá y Amal, ambos de electorado chií, las grandes fuerzas políticas no han formado listas electorales conjuntas a nivel nacional. Algunos se alían en unos distritos electorales y compiten en otros, dependiendo de los intereses personales. El resultado favorece el clientelismo para comprar votos, que desanima incluso a quienes venían entusiasmados.
«Yo, la verdad, no sé a quien voy a votar. Ninguna lista me convence»
“Estoy emocionada de poder votar. Somos muchos jóvenes los que queremos participar en el proceso democrático de nuestro país, pero el problema es que a los independientes no les dan voz”, explica Sara, una joven ciudadana, en un colegio electoral de Hamra, un barrio beirutí que es feudo de Hariri. “Yo, la verdad, no sé a quien voy a votar. Ninguna lista me convence. Aquí en mi distrito de nueve listas solo hay dos candidatos independientes y no los conozco”.
Sara habla en un colegio electoral femenino, donde la mayoría de las votantes llegan acompañadas de sus hijos, esperando a que el marido acabe de votar en el colegio de enfrente. En Líbano, votar es como ir al baño: los ciudadanos se separan por sexos. No es una innovación sino una norma de toda la vida, explica Begoña Lasagabaster, coordinadora en íbano de ONU Mujeres.
Esta norma, nada habitual en países oficialmente islámicos – Libano mantiene una estudiada división multirreligiosa, pero no es laica – quizás haya influido en el escasísimo número de mujeres parlamentarias, muy por debajo del de otros países de la zona: un 3 por ciento, cuando un 56 por ciento de las mujeres tiene educación secundaria y un 23 por ciento participa en el mercado laboral.
“Hay muchas mujeres que se quieren presentar pero tienen enormes dificultades. No te puedes creer que en Líbano estemos en estas circunstancias”, lamenta Lasagabaster. En colaboración con la ONG “Women in Front” promociona programas donde las mujeres hablan de política para educar a la opinión pública. Reconoce que “hay cierta apatía de las mujeres que no quieren cambio. El patriarcado se refuerza con ello: Ojo con lo que deseas que luego se cumple”.
Pero las barreras no solo están para las mujeres: ““El clientelismo, la compra de votos, la estructura de clan y la pertenencia a una familias es una herencia difícil de olvidar”, resume Lasagabaster.
“El poder es un negocio, y los negocios son para los hombres”
Lo tuvo que experimentar la conocida periodista Paula Yacubian, que en estas elecciones se ha presentado con la lista civil Kuluna Watani (Todos somos mi patria), junto a la también periodista y escritora Joumana Haddad. Todo fueron espinas: “Me han insultado, amenazado por ser mujer. Mis oponentes me tienen miedo porque me atrevo a denunciar las cosas tal y como son”, manifestó antes de los comicios. En la noche electoral, la lista ganó dos escaños. Al día siguiente, el Ministerio de Interior aseguró que se había perdido una urna, y que solo una de las dos candidatas podía obtener un escaño.
Uno de los problemas es la financiación. De las 113 mujeres que se presentaron a candidatas, sólo 66 han entrado en las listas electorales, lo que significa que han perdido los 6000 dólares que pagaron para registrarse. Si hay campaña, hay qaue añadir hasta 500.000 dólares en publicidad, mítines, carteles y el espacio reservado en la televisión que asciende a unos 150.000 dólares más. Si el dinero viene de donaciones privadas o del mismo partido no van a arriesgarse a promocionar a un candidato poco conocido y menos si es una mujer.
Yacubian puede con los gastos: es dueña de su propia compañía de telecomunicaciones. “Tengo el dinero para pagarme la campaña y cuento con el apoyo de mi familia, incluso de mi exmarido. Pero para el resto de mujeres es muy difícil”, concluye.
Mártires de la lista
Kholoud Mouwafak Kassem, fundadora de la organización Madres del Líbano, también critica que la vida política es “un área reservada a los hombres, a aquellos que han participado en la guerra”. Efectivamente, prácticamente todos los jefes de partido –Aoun, Geagea, Jumblatt, Nasrallah, el tío del joven Gemayel, todos salvo el clan Hariri, dedicado a los negocios- se ciñeron cartuchera y metralleta en la guerra civil de los años ochenta. Aún son los mismos. “El poder es un negocio, y los negocios son para los hombres”, concluye Kassem.
“La opinión pública libanesa quiere que haya mujeres en los asuntos de Gobierno, pero los políticos no hacen el esfuerzo de darnos una oportunidad. Algunos partidos han puesto en sus listas electorales a mujeres pero es sólo por aparentar. Nos llaman las mártires de la lista”, se queja la candidata.
“Hay que boicotear”
Paula Yacubian no necesita presentación en Líbano: La conocida periodista ganó aún más popularidad cuando le tocó el papelón de entrevistar al primer ministro, Saad Hariri, el día que anunció, en vivo y en directo, su dimisión desde un hotel en Riad, en noviembre de 2017. Aún así, ha empapelado el barrio cristiano de Ashrafiyeh con la imagen de su atractivo y retocado rostro.
“Todas las mujeres que entran en el Parlamento lo hacen de negro”, dice un macabro dicho libanés, en referencia a que la mayoría de las siete mujeres parlamentarias de la historia de Líbano eran viudas o hijas de políticos asesinados. Yacubian, que lleva 25 años como presentadora en programas y tertulias políticas, quiere cambiar la tendencia, aunque sabe que es difícil: “Vivimos en un país sectario. La segregación es el sistema político que nos rige, y así se mantiene al pueblo libanés dividido. Es momento de cambio. No quiero que mi hijo crezca en un país gobernado por ladrones y mafiosos”, asegura.
Aunque ella misma trabaja para la cadena Futuro, propiedad de Hariri, no duda en denunciar: “Los partidos en el Gobierno son muy fuertes, tienen el dinero, son dueños de los medios de comunicación, de los servicios de seguridad… todo les pertenece”.
También está muy enfadada con el Movimiento Patriótico Libre de Michel Aoun, cristiano. “Pese a las promesas de abrir una cuota de mujeres no tiene a ninguna mujer en sus listas en el distrito de Ashrafiyeh. Es una vergüenza. Son peores que Hizbulá”, cuyo marcador también está en cero. “Creo que hay que boicotear las listas que no tienen a mujeres candidatas”.
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