Salafistas contra Hizbulá
Ethel Bonet
Desde hace semanas, el Ejército libanés ha rodeado con tanques y soldados una mezquita en el centro de Sidón, la mayor ciudad al sur de Beirut. Dentro del barrio asediado se halla un hombre con barba poblada y verbo agudo: el jeque Ahmad Assir, que se ha proclamado como el nuevo libertador de Líbano por la vía de la fe. La fe suní salafista, habría que precisar: Assir es un declarado enemigo de la milicia-partido Hizbulá, islamistas también, pero chiíes.
“Me han confinado porque soy el único que se atreve a denunciar la dominación de Irán sobre el Líbano”, asevera Assir, en referencia a los lazos de Hizbulá con Teherán. El clérigo salafista recibe en su domicilio del barrio de Abra, en el que también se halla la mezquita Bilal Bin Rabah, donde dirige la oración desde el pasado verano. Todos los viernes, miles de personas se concentran en la explanada de la mezquita para escuchar el sermón de Assir, y escuchar cómo lanza retos a Hizbulá.
El jeque exhorta a sus seguidores a enfrentarse a los “hombres armados de Hizbulá”
La milicia chií, aliado de Damasco y parte del Gobierno libanés, ha recogido el guante, parece. Según Assir, varios de sus miembros tomaron dos apartamentos vacíos en un edificio aledaño a las oficinas suyas en Abra para controlar sus movimientos. Exhortó a sus seguidores a tomar las armas y echar a la fuerza a los sospechosos, que califica de “hombres armados y bien entrenados de Hizbulá”.
La prédica desencadenó la reacción del Gobierno que envió un destacamiento militar al barrio para poner orden. Pero la situación permanece tensa. “Alguien quiere atacarme; quieren acabar conmigo”, advierte el jeque salafista. Y la orden viene de arriba, añade: “(Nabih) Berri, el presidente del Parlamento y líder del partido chií Amal, dio la orden al Alto Consejo de Defensa para que asediaran mi mezquita”, denuncia.
Ya ha corrido sangre. El desafío de Assir ha llevado a varios enfrentamientos entre sus partidarios y los seguidores de Hizbulá, que han causado la muerte de dos guardaespaldas del clérigo radical. Tras instalarse en la mezquita Bilal Bin Rabah, sus seguidores han quemado neumáticos y bloqueado carreteras para protestar contra Hizbulá. En general, el jeque salafista ha causado más problemas que beneficios a los habitantes de Sidón, creen algunos vecinos.
“En esta ciudad vivíamos tranquilos, en armonía entre cristianos, musulmanes suníes y chiíes, pero desde que vino Assir todo son problemas”, se queja Rafiq, un comerciante del barrio de Abra, que ha perdido mucha clientela porque “nadie quiere venir a comprar aquí”.
En Trípoli se cuelgan las fotografías de Assir junto a la bandera rebelde de Siria
Hace apenas un año, el jeque Ahmad Assir era un completo desconocido. Ahora, la influencia de este clérigo salafista se extiende desde su sede de Sidón hasta la ciudad de Trípoli en el norte. En las calles de Bab al Tabane, un conflictivo barrio suní de Trípoli, se cuelgan las fotografías de Assir junto a la bandera rebelde de Siria. Los bandos se retratan: Si el propio jeque Hassan Nasralá, dirigente de Hizbulá “dijo estar orgulloso de ser un soldado del ayatolá Ali Jamenei”, – como recuerda Assir – y forma parte del eje Teherán-Damasco, el frente contrario une a los salafistas antichiíes con los opositores a Bashar Asad.
La tensión en Sidón recuerda a la década de los ochenta y principios de los noventa después de que el Ejército israelí se retirara de esta ciudad, que ocupó entre mediado de 1982 a principios de 1985. Tras la salida de los soldados hebreos, las milicias locales empezaron a enfrentarse entre ellos. Lo suníes, que se consideraban nasseristas, es decir de izquierda y no religiosos, agrupados bajo el nombre del Ejército Popular de Liberación y encabezados por Mustafa Saad, combatieron contra las Fuerzas Libanesas, milicias cristianas dirigidas por Samir Geagea.
Al sur se sucedieron los enfrentamientos entre la milicia chií Amal, apoyado por Siria, y el Ejército del Sur del Líbano, entrenado y financiado por Israel. Fue en esa época cuando nació Hizbulá, pronto convertido en la guerrilla antiisraelí más potente y la fuerza dominante del sur de Líbano.
Hizbulá fue la única milicia que no entregó las armas al firmase la paz en 1991; aducía que las necesitaba para combatir contra el ejército israelí, que mantenía ocupada la franja sur de Líbano. Pero Israel se retiró a sus fronteras hace 13 años y hoy “Hizbulá ha dejado de ser un movimiento de resistencia contra Israel y es un peligro para Líbano”, asevera el jeque Assir.
“Hizbulá fue quien trajo la guerra al Líbano en el verano de 2006 tras secuestrar a los soldados israelíes. No defendieron al país, sino que fueron ellos quienes provocaron la contienda”, insiste el jeque. “Ahora, su potente arsenal está siendo utilizado para atacar a libaneses -suníes- y a los rebeldes sirios que luchan contra Bashar Asad”, denuncia.
“Nosotros como el resto de libaneses queremos que sea el Ejército libanés quien proteja a los ciudadanos de un ataque de Israel. Pero el Gobierno ha fallado en el intento de desarmar a Hizbulá y las fuerzas armadas no tienen ni la capacidad militar ni armamentística que tiene Hizbulá”, critica Assir.
“Mi objetivo es crear una milicia de resistencia popular en el sur del Líbano»
De manera que el jeque se encargará personalmente de poner orden. “Mi objetivo es crear una milicia de resistencia popular en el sur del Líbano para defendernos de los ataques de Israel, porque el Ejército libanés es incapaz de frenar a Hizbulá, que tiene superioridad militar”, avanza. Sería algo así como una reedición del Ejército Popular de Liberación, aunque bajo un signo religioso.
El desafío de Assir dibuja el espectro de una nueva guerra civil entre milicias libanesas. Aunque el movimiento salafista no tenga una gran base en el país, los analistas consideran que muchos suníes libaneses, decepcionados por la tibieza del discurso de los lideres del Movimiento Futuro, el partido suni liderado por Saad Hariri, hijo del ex primer ministro asesinado, Rafic Hariri, han encontrado en Assir una voz antisiria que podrá oponerse al frente chií. El discurso radical del jeque salafista contra Damasco y Hizbulá ha captado la atención de miles de sunies en Sidón y amenaza con hacerle sombra a la familia Hariri que ha gobernado durante décadas esta ciudad portuaria del sur del Líbano.
“Nunca he estado en Qatar ni he recibido ayuda de ellos ni de Arabia Saudí»
¿De dónde surge el repentino poder de este predicador? En la prensa libanesa circulan rumores de que recibe financiación de Qatar. Assir lo niega rotundamente. “Nunca he estado en Qatar ni he recibido ayuda de ellos ni de Arabia Saudí. Todo el dinero lo recauda la mezquita; son donaciones privadas de los fieles. Al mes solemos recaudar unos 15.000 dólares de nuestros seguidores”, detalla.
Bassam Lahoud, analista de la Lebanese American University en Beirut, no lo tiene tan claro. “Por desgracia, las negaciones no significan mucho en casos como éste, donde los donantes van a mantenerse en el anonimato. Los salafistas tienden a mirar hacia los paises del Golfo para asistencia financiera; los que ayudan a Assir lo hacen para asegurarse de que el Líbano se vuelva más polarizado que nunca, con unas consecuencias posiblemente desastrosas», advierte.
“Las provocaciones de Assir se han dirigido no sólo a los chiíes sino también a los cristianos»
Y la contienda no es únicamente suní-chií, sino que amenaza con volver a barajar y enfrentar a los diecisiete confesiones de Líbano que ya se combatieron hasta la sangre entre 1975 y 1990. “Las provocaciones de Assir no se han dirigido sólo a los chiíes. Su decisión de tomar un autobús lleno de seguidores a Faraya -donde está segunda estación de esquí del Líbano- en la fiesta del nacimiento del profeta Mahoma fue igual de polémico. Assir tiene derecho a ir a cualquier lugar que quiera en el Líbano, pero sabía muy bien que la presencia de largas barbas salafistas en el corazón cristiano desataría una reacción en contra», recuerda Lahoud.
Un juego arriesgado: los cristianos laicos, seguidores de Aoun, forman bloque con Hizbulá, pero los más creyentes dominan la coalición de Hariri, suní. ¿Intenta Assir desbancar a sus rivales dentro de su propia comunidad?
Elecciones
Assir asegura que no tiene intención de convertirse en un líder político ni participar en las próximas elecciones generales, previstas para junio siempre que se llegue a un acuerdo sobre la reforma de la ley electoral. Es otro asunto espinoso que marcará los próximos meses. Las divisiones vienen por la propuesta de cambiar la ley electoral de 1960 y permitir que cada confesión elija a sus propios diputados, en lugar de fijar el reparto por circunscripciones.
El debate ya ha hecho caer a un primer ministro: Najib Mikati renunció a su cargo el pasado 23 de marzo por el desacuerdo electoral. Los diputados se pusieron de acuerdo para nombrar a Tammam Salam dirigente del nuevo “Gobierno de Salvación” y mantener así la cita electoral. Pero sigue la tensión entre los dos bloques parlamentarios rivales, la Coalición 8 de marzo, dominada por chiíes pro-Asad- y la Coalición 14 de Marzo, suní-cristiana y opuesta al régimen de Damasco. Son estos últimos quienes están en contra de la reforma, ya que ésta beneficiaria sin duda a los aliados de Hizbulá, el Movimiento Patriótico Libre, compuesto por cristianos laicos y encabezados por el general Michel Aoun.
Aunque Ahmet Assir no se muestra muy entusiasmado por iniciar una carrera política, estaría dispuesto a hacerlo “ante la falta de un verdadero liderazgo entre la comunidad suní”, adelanta. “La oposición, -liderada por el Movimiento Futuro de Hariri-, tiene miedo a hablar porque Hizbulá controla el Gobierno”, denuncia.
“Yo soy la única alternativa. La comunidad suní libanesa está al límite”, advierte Assir. “La gente no acepta que el Ejército sirio lance incursiones al interior del Líbano, pero las autoridades libanesas no hacen nada para contenerlo, porque quieren mantenerse al margen del conflicto en Siria”.
Y es Siria donde se decide, de momento, el pulso entre los bandos libaneses. Por lo pronto, Assir hace méritos con el bando opositor. Las áreas del norte del Líbano, tanto Trípoli como el valle de la Bekaa, están superpobladas por la llegada masiva de refugiados sirios. Muchos se desplazan ahora hacia el sur para poder acomodarse en viviendas de alquiler o edificios vacíos a medio construir. Y es Assir quien se ha convertido en la voz de los desheredados.
Los campamentos de refugiados palestinos podrían ser un refuerzo para Assir
Ahí se originó el último conflicto del clérigo con el Gobierno, aparentemente trivial. Assir instaló casas prefabricadas para 400 refugiados en un terreno privado, cedido por la asociación caritativa local Al Imam. La misma organización entregó 150.000 dólares para colocar las viviendas, así como otros 20.000 para un proyecto de drenaje. Algo ilegal, según la Administración. Assir lo niega. “No hemos levantado ningún campamento. No hay ninguna ley que prohíba construir en un terreno privado, y si las autoridades libanesas hubieran permitido levantar campamentos para los refugiados sirios, la situación no se habría salido de control”, defiende.
¿Será la semilla del cuarto campamento de refugiados de Sidón, tras los tres palestinos que ya existen? Según Bassam Lahoud, estos núcleos palestinos, cien por cien suníes y desde hace una década sujeta a una influencia cada vez más fuerte de corrientes religiosas radicales, podrían ser un refuerzo de Assir. «El jeque e beneficia de que en Sidón se sitúa el campamento palestino de Ain Hilweh – el más grande del país, con unos 70.000 habitantes – donde los grupos salafistas son fuertes”, recuerda.
El experimento de Assir recuerda la insurgencia de Fatah al islam en 2007
Fue precisamente en otro campamento palestino, el de Naher el Bared, cerca de Trípoli, en el norte de Líbano, de donde salió la última milicia radical salafista: Fatah al Islam. Aunque su origen, su financiación, sus objetivos y la causa de su repentino enfrentamiento en mayo de 2007 con las fuerzas de seguridad siguen siendo oscuros, no faltó quien apunto que estos palestinos armados eran una incipiente fuerza de choque suní que el partido de Hariri, entonces en el poder, habría utilizado más tarde contra Hizbulá.
Assir no oculta su intención de retomar el testigo, pero sus milicianos podrían también ser palestinos, vaticina Bassam Lahoud. “Si Hizbulá entra en un enfrentamiento armado con Assir, éste incluiría a los salafistas de Ain Hilweh en sus planes. No creo que Hizbula tenga intención de ser arrastrado a una lucha con palestinos armados en la carretera principal hacia el sur», concluye.
Todo indica que los guantes que el clérigo radical lanza cada viernes desde el púlpito de su mezquita a su adversario, no son solo un farol. Pero si forma efectivamente una milicia suní para lanzarla contra la chií, las demás confesiones seguirían su ejemplo para asegurarse una cuota de poder. Ni los drusos de Walid Jumblat, ni menos los cristianos maronitas de Samir Geagea han abandonado del todo el sueño de recuperar sus batallones armados. Han pasado 22 años desde el fin de la guerra civil, pero las cartas son las mismas de entonces.