Una sinagoga sin rabino
Ethel Bonet
Beirut | Diciembre 2015
Ya hay sinagoga en Beirut. Falta todavía un rabino, pero como símbolo, el nuevo edificio en el centro de la capital libanesa cumple su labor: recordar que los judios nunca se fueron del país, y que la comunidad sigue viva, si bien de forma casi invisible.
El edificio no es nuevo: se trata de una restauración de la sinagoga de Maghen Abraham, construida en 1926 por la familia Dishy en el barrio Wadi Abu Jamil, en pleno centro de Beirut, a cinco minutos de la elegante Place de l’Étoile y a quince de la concurrida calle Hamra.
“Queremos que los judíos vuelvan a tener un lugar de culto, como el resto de las otras 17 confesiones religiosas que hay en Líbano”, exclama Simon Behur, secretario general del Consejo de la Comunidad Judía del Líbano. Este empresario judío libanés, que ronda los sesenta, fue el encargado de conseguir los fondos para la restauración de Maghen Abraham, misión ahora cumplida.
«Todos los partidos libaneses, incluido Hizbulá, ofrecieron su apoyo a la reconstrucción de la sinagoga»
“La reapertura de Maghen Abraham es un recordatorio muy necesario de la convivencia religiosa. Todos los partidos políticos del Líbano, incluido Hizbulá [islamista y aliado con Irán], ofrecieron su apoyo a los esfuerzos de la reconstrucción”, destaca Behur, sentado en el despacho del abogado Bassam al-Hout. Este jurista es el que se encarga de los asuntos legales de los nacimientos, matrimonios y defunciones de la comunidad judía, al igual que hizo su padre Mahmud, también abogado, antes de jubilarse.
Hout es musulmán suní pero se crió entre los judíos libaneses. “En Líbano no tenemos ningún problema con los judíos. Lo que no apoyamos es al Estado de Israel”, manifiesta el abogado libanés frente a su cliente judío.
Behur añade que él también como libanés está en contra de “la política belicista” del Estado de Israel hacia Líbano. “Nunca he estado en Israel ni estaré. Es mi forma de protestar por los ataques de las fuerzas israelíes en el sur del Líbano”, exclama este judío libanés.
No es frecuente que un miembro de la comunidad judía libanesa hable con la prensa. Ni siquiera hay datos claros sobre cuantos miembros cuenta la comunidad. Probablemente, en la actualidad, no alcancen medio centenar, aunque también hay quien habla de 80 personas e incluso hay estimaciones que elevan la cifra a 200 almas.
«Los judíos en Líbano prefieren mantenerse en el anonimato por seguridad y oran en sus hogares”
Lo que es obvio es que los judíos libaneses se ha acostumbrado a mantener un perfil bajo, a menudo ocultando sus nombres y la religión con el fin de evitar el ostracismo o la hostilidad. “Los miembros de nuestra comunidad evitan asistir a las funciones públicas. Prefieren mantenerse en el anonimato por seguridad y oran en silencio en sus hogares”, indica Simon Behur.Aunque el judaísmo es una de las 18 confesiones oficialmente reconocidos en la Constitución libanesa, lleva tiempo ausente de la conciencia colectiva. Referirse ahora a esta comunidad es un tema tabú para la mayoría de los libaneses.
No siempre fue así. Los judíos han formado parte de la historia del Líbano desde hace trece siglos. Así lo explica el historiador libanés Nagi George Zeidan, que ha escrito un libro sobre la comunidad judía de su país pero todavía no ha encontrado una editorial que se lo publique.
Zeidan ha dedicado varias décadas a recopilar información de periódicos árabes, listas electorales y registros de defunción para establecer una gran base de datos y recomponer la historia de las familias judías que vivieron en Líbano hasta finales del siglo XX. Según sus investigaciones, la comunidad se estableció cuando, poco después de la época de Mahoma, se produjo un gran éxodo de los judíos que vivían en la región de Khaibar, un centenar largo de kilómetros al norte de Medina, en la actual Arabia Saudí. Su destino era Iraq, Damasco y Trípoli, la mayor ciudad portuaria en el norte de Líbano.
Durante siglos, los judíos se concentraron en Trípoli, así como en Sidón, unos 30 kilómetros al sur de Beirut, otro puerto importante en aquellos tiempos, con grupos menores en la ciudad de Biblos y la vecina Aamchit, ambos en la costa al norte de la capital.
También era importante la presencia judía en la región de Monte Líbano, hoy feudo de la comunidad drusa pero también de cristianos maronitas. Los judíos vivían en sus propios barrios, donde construyeron sinagogas y escuelas. Además tenían líderes políticos y religiosos.
A unos quince kilómetros al sureste de Beirut, en Deir al Qamar, en las montañas de Chouf, se encuentra la sinagoga más antigua de esta montañosa región, construida en el siglo XVII por el Emir Fakhreddin II “como parte de su palacio para atender a la población judía local», señala el historiador libanés. “El templo se encuentra aun en buenas condiciones pero fue cerrado en 1998 por cuestiones de seguridad”, explica Zeidan.
«Las fuerzas palestinas y drusas protegieron la sinagoga en la guerra civil, fue el único templo que resistió»
Los enfrentamientos armados entre drusos y maronitas a principios del siglo XIX llevaron a muchos judíos a abandonar el Chouf, vendiendo sus propiedades, para buscar mejores oportunidades en Beirut, donde fundaron su comunidad durante la década de 1840. Más tarde, la propiedad del emir fue transferida al Gobierno libanés, que lo restauró junto con el resto del barrio histórico de Deir al-Qamar.
En Bhamdoun, lugar de veraneo en las frescas montañas a una decena de kilómetros al este de Beirut, hay una sinagoga, todavía lo suficientemente intacta para dar una idea de lo que una vez fue. “Las fuerzas palestinas y drusas la protegieron durante la guerra civil. Al final, la sinagoga fue el único lugar religioso que resistió. Todo lo demás fue arrasado», detalla Zeidan.
En la cercana localidad de Aley se encuentra los restos de un edificio sin techo. Construida alrededor de 1885, “la sinagoga estuvo abierta hasta que comenzó la guerra civil y miles de libanes de todos los credos comenzaron a huir del país”, explica Zeidan. Como cualquier otro edificio, la sinagoga fue saqueada y sufrió graves daños durante los combates que se produjeron en Aley. Lo único que indica su antigua condición son las ventanas de arco.
Algo similar ocurrió con la histórica comunidad judía de Sidón, que se redujo enormemente hace un par de siglos, no por guerras sino por el terremoto de 1768 y la epidemia de cólera de 1813. Aún así, en 1850 se construyó en 1850 la sinagoga de Ohel Jacob. “Se abrió para unos 250 miembros”, señala el historiador libanés. En el censo de 1855 “había 453 judíos entre una población de 5000 musulmanes y cristianos”, agrega.
Hoy, la sinagoga de Sidón se ha convertido en un atractivo turístico para extranjeros. “Es una vivienda particular, alquilada a una familia de origen palestino, que permite a los turistas visitar la casa”, indica Zeidan.
El decline de Sidón se tradujo en un auge de Beirut. Hasta el siglo XIX apenas había presencia de judíos en la capital. La sinagoga de Abraham fue la primera que se construyó en el centro de la capital libanesa en 1817, en Bab Idris , el antiguo barrio judío. “Esta sinagoga fue destruida en 1930 y el solar se compró para construir el Hotel Suite”, lamenta el historiador libanés.
Hasta el siglo XIX apenas había judíos en Beirut, luego llegaron desde Sidón y Trípoli
Los miembros de la pequeña comunidad judía de Beirut, mayoritariamente comerciantes, se trasladaron después a la vecina calle Wadi Abu Jamil, donde compraron viviendas, establecieron sus comercios y construyeron la sinagoga de Maghen Abraham.
Líbano vio crecer su comunidad judía en la década de 1950, a diferencia de la mayoría de los países árabes y norteafricanos, que empezaban a perder su población judía a partir de 1948, cuando el recién creado Estado de Israel fomentó de forma masiva la emigración de las comunidades para atraerlos a su territorio.
Pero la serie de guerras árabe-israelíes en las dos décadas siguientes hicieron reducir el numero de esta comunidad. En 1970 era aún superior a 12.000 almas, pero después fue bajando a menos de 2.000.
Durante la guerra civil de 1975-1990, el histórico barrio judío de Beirut se encontra muy cerca de la “línea verde”, la franja que dividió el este de la capital, en manos de milicias cristianas, de la parte oeste, dominada por grupos musulmanes. De hecho, la restaurada sinagoga Maghen Abraham se encuentra a solo 500 metros al oeste de la famosa línea.
En 1982, las Fuerzas de Defensa de Israel bombardearon la sinagoga como parte de una campaña aérea contra los combatientes de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). El clima de violencia y los continuos enfrentamientos convencieron a casi todos los restantes miembros de la comunidad judía a abandonar el país.
Los que se trasladaron a Israel lo tienen difícil para volver: Oficialmente, Líbano sigue en guerra con Israel, y si bien los incidentes fronterizos se han reducido mucho en los últimos años, no se admiten viajeros con un pasaporte que demuestre una anterior estancia en Israel.
La Maghen Abraham quedó en ruinas. Isaac Arazi, presidente de la Comunidad Judía de Líbano, inició por primera vez el proyecto de restauración de la sinagoga en 2008. “La mayoría de los fondos recaudados provienen de la diáspora judía libanesa, que incluye a los Safras, una familia prominente de banqueros”, explica Simon Behur.
Muchas familias de empresarios, judías o no, han financiado la restauración de Maghen Abraham
También contribuyeron grupos empresariales y políticos libaneses de otros credos. La firma inmobiliaria Solidere SAL, creada por la familia del ex primer ministro Rafic Hariri, asesinado en 2005, “se comprometió a donar una cantidad de 150.000 dólares”, detalla Behur. El costo total de la restauración es de entre 4 y 5 millones de dólares.
Las obras finalizaron a principios de 2014 y Maghen Abraham iba a volver a abrir sus puertas tras décadas de marginación, detrás de unos muros con grafitis antijudías y olor a orín. Sin embargo, el clima de inestabilidad política, y con el Estado Islámico (Dáesh) a las puertas del Líbano, se decidió posponer la apertura. “Por seguridad, decidimos que no era el momento adecuado”, puntualiza Behur, sin dar más explicaciones.
El empresario judío libanes desmiente que hubieran un par de incidentes mientras se realizaban las obras. “No es cierto que hayan intentado atacar la sinagoga. Son informaciones falsas”, asegura el empresario judío.
Maghen Abraham es una de las cinco sinagogas que se conservan en el país y la única restaurada. Al hermoso edificio sólo le falta un detalles: poder entrar en funciones. La comunidad sería suficientemente grande para formar al menos el ‘minyan’, el grupo de diez hombres necesarios para rezar. Pero no hay rabinos disponibles para oficiar servicios en el país de los cedros. El último rabino jefe, Yakoub Chreim, dejó el Líbano en 1978.
«La comunidad judía libanesa desaparecéra en una o dos décadas, pero no debe olvidarse»
Los cementerios judíos también siguen existiendo, si bien están descuidados y cubierto de arbustos o zarzales. A veces, la presencia judía está hasta en el subsuelo. Uno de los secretos mejor guardados de la existencia de los primeros judíos que habitaron Líbano se halla en la vivienda familiar del arquitecto Bassam Lahoud, en Aamchit, al norte de Biblos. Bajo los pilares de su casa, una de las más antiguas de la zona, se encontró los restos de una sinagoga familiar y un pequeño cementerio judío.
Lahoud narra una anécdota que le relató su primo, un general del Ejército libanés. Sucedió en verano de 1982, tras la invasión de las tropas de Tel Aviv: “Unos soldados de Ejército israelí llegaron a Aamchit, cerca de mi casa. Mi primo estaba en el barrio. Uno de los oficiales le preguntó si sabía de la existencia de una sinagoga en esta área, y él respondió que no. De hecho, él sabía que existía debajo de nuestra casa, pero sin saber cuáles eran sus intenciones, no lo diría”.
El historiador Zeidan estima que la pequeña comunidad del Líbano “desaparecerá dentro de una o dos década”. Aún así, “no hay que olvidar que los judíos son parte de la cultura y la historia del Líbano. No debemos ignorarlo”, defiende. Reconoce que los judíos que se quedaron prefieren mantenerlo en secreto. “Tienen miedo y, a menudo, ni siquiera dicen que son judíos” advierte.
«La mayoría de ellos son viejos, y los que se fueron no mantienen ninguna esperanza de volver», puntualiza Zeidan. “Todo lo que tienen aquí son sus recuerdos.»
¿Te ha interesado este reportaje?
Puedes ayudarnos a seguir trabajando
Donación única | Quiero ser socia |