El ejército desorganizado
Daniel Iriarte
Un grupo de jóvenes libios, vestidos con ropa de calle, corre en formación azuzados por los gritos de un veterano. Son los nuevos reclutas del ejército rebelde de Zintan, a los que los insurrectos esperan poder incorporar en un futuro próximo como soldados profesionales. Sin mucha fe, tal y como muestra el gesto adusto de un hombre de mediana edad, aunque muy atlético, que observa la escena a pocos metros mientras habla con un teléfono por satélite.
“Es un instructor de la OTAN. Lo sé porque lleva las gafas reglamentarias. Yo tengo unas iguales”, dice Marco Nilsson, cámara de la televisión pública sueca y antiguo miembro de las fuerzas especiales de su país. Los representantes de la Alianza Atlántica están en las montañas Nafusa (el gran bastión rebelde en el oeste) para intentar convertir a estos hombres, valientes, sin duda, pero casi inútiles desde el punto de vista militar, en un verdadero ejército.
Los accidentes bélicos causan numerosas bajas entre estos jóvenes inexpertos e inconscientes
No es tarea fácil. A los jóvenes libios que se han alzado contra Gadafi les gustan las armas, pero no saben cómo manejarlas. A menudo, cuando las cosas empiezan a ponerse feas, dan media vuelta y echan a correr, lo que, entre otras muchas desventuras, provocó la captura, el pasado marzo, del fotógrafo español Manu Brabo por las tropas gubernamentales, que le retuvieron durante más de un mes. Tras su liberación, Brabo, con bastante humor, se refería a los rebeldes como “el ejército de Pancho Villa”, por su desorganización.
Heridos en el pie
Los accidentes bélicos son frecuentes. “En Brega, un tipo saltó de una camioneta, la culata golpeó contra el suelo y se disparó en el pecho, muriendo en el acto”, cuenta Nilsson, que lleva cubriendo la guerra en Libia desde el principio y ha visto decenas de incidentes como ese. En el hospital de Zintan, cada dos por tres aparece un muchacho con disparos en el pie. Siempre, cuentan los doctores, aseguran que ha sido en combate, pero la probabilidad de recibir un disparo a esa altura es muy remota, según explican los propios médicos.
El programa de entrenamiento intenta frenar este tipo de incidentes. “El programa total dura tres meses, aunque algunos sólo están una semana, sólo quieren aprender a manejar el fusil y ya está”, explica Mahmud Al Zintani (un apellido ficticio, puesto que todavía tiene familiares en Trípoli a los que no quiere exponer a represalias), que está en su segundo mes de preparación. “Nos enseñan a usar fusiles y granadas, pero también cosas más complicadas, como el manejo de baterías antiaéreas y lanzacohetes”, asegura.
De acuerdo con los testimonios de los reclutas, los ejercicios han dejado de ser meros juegos de resistencia física –subir y bajar muros, arrastrarse, correr- para convertirse en auténticas enseñanzas profesionales. El día anterior, cuenta Mahmud, han hecho una práctica de comandos, cómo asaltar y asegurar un edificio. Y los resultados de esta profesionalización se están viendo en los diferentes frentes, donde los rebeldes avanzan inexorablemente, a pesar de las prácticas cada vez más cuestionables de las tropas de Gadafi.
En el frente de El Gualish, el joven Assad observa la explanada con preocupación: los cohetes GRAD vienen desde las colinas, pero también, de vez en cuando, los rebeldes responden al fuego con su propia artillería. Un proyectil cae en tierra de nadie, levantando una enorme columna de humo y polvo. “Tengo familiares allí”, explica, señalando la localidad de Assaba, donde se encuentra el frente en aquel momento.
“Cada día llamo a mis conocidos allí, nos dicen que cuándo vamos a tomar la aldea, nos esperan con impaciencia. Pero no podemos”, se lamenta Assad, estudiante de relaciones internacionales hasta que la insurrección le convirtió en soldado. El motivo, según los rebeldes, es que las tropas de Gadafi están utilizando a la población civil como escudos humanos. El caso más grave, según numerosos testimonios, ocurrió aquí, entre El Gualish y Assaba, hace algunos días.
“Pusieron a los habitantes de Assaba en mitad de la explanada, como si fuese una manifestación, pero nos disparaban desde atrás, e iban avanzando”, explica Walid, otro combatiente de apenas veinte años. “Teníamos que hacer algo, así que disparamos elevando la trayectoria, intentando no darle a los civiles. A los que intentaban huir, los de Gadafi les disparaban. No sabemos cuántos murieron”, relata.
«Pusieron a los habitantes de la aldea en mitad, como escudos humanos», relata un combatiente
De confirmarse, estos hechos supondrían la adopción de una nueva estrategia por parte del ejército gubernamental, que está resultando muy efectiva. “Hemos visto esto muchas veces, en sitios como Gasen El Haya o Shachachok”, dice Walid.
Minas contra el avance rebelde
Al uso de escudos humanos –que constituye un crimen de guerra, según la legislación internacional- hay que añadirle el empleo de miles de minas para retrasar el avance rebelde. “Utilizan las minas en todas partes. Las colocan en los caminos, en los coches abandonados, dentro de las casas”, explica a M’Sur el coronel Mujtar Fernana, comandante supremo de las fuerzas rebeldes en el oeste de Libia.
“Han empezado a utilizar estas tácticas hace muy poco tiempo. Supongo que Gadafi pensó que ganaría rápidamente, pero a medida que sus tropas pierden terreno, ha cambiado de opinión”, dice Walid. Libia no es signataria del Tratado de Ottawa de 1997, que prohíbe la utilización de minas antipersona, un arma cada vez más en desuso debido a los problemas que crea a largo plazo: una vez terminada la guerra, sigue causando numerosas víctimas entre la población civil a menos que se realice un costoso proceso de desminado.
Lo cierto es que el avance rebelde parece bloqueado en esta zona, de donde parte la carretera hacia Trípoli. Los insurrectos no pueden atacar el pueblo sin causar numerosas bajas civiles. “Les llamamos por teléfono y les decimos que se vayan, pero no pueden, o no quieren abandonar sus casas”, explica Assad.
Pero tampoco los insurrectos han sido ajenos a las acusaciones de comportamiento poco ético. El pasado 12 de julio, la organización de derechos humanos Human Rights Watch emitió un informe acusando a las tropas rebeldes de saquear algunas localidades recién tomadas –incluyendo El Gualish – y de quemar las casas de los partidarios de Gadafi.
El coronel Fernana admite los hechos, y asegura que los responsables ya han sido castigados. Pero da una versión ligeramente diferente a M’Sur: “La mayoría de los saqueadores no eran rebeldes, sino quintacolumnistas que intentan culparnos. De hecho, nuestros soldados intentaron detener los saqueos”, asegura.
Mientras tanto, los rebeldes debaten la forma de continuar su camino hacia Trípoli sin matar a unos civiles que, en muchos casos, son sus propios parientes. “Veremos si a Gadafi se le ocurren nuevas ideas, nuevos trucos sucios”, dice el soldado Walid. “Tal vez haya sorpresas”.
El lento avance de los rebeldes
Los insurrectos continúan su avance hacia Trípoli, con resultados espectaculares en los últimos días: los rebeldes aseguran haber tomado la ciudad petrolífera de Zawiya, aunque los gadafistas podrían controlar todavía la refinería de esta localidad. Más importante es la conquista de la carretera que une Trípoli con Túnez, que aísla completamente la ciudad, ya sometida al bloqueo marítimo y en la que la escasez comienza a hacer mella en la población civil.
No obstante, la capital sigue estando muy bien defendida, y el uso de escudos humanos por parte de las tropas de Muamar El Gadafi impide que los rebeldes puedan beneficiarse de la superioridad aérea que les proporciona la OTAN. El desgaste hace mella en ambos bandos. Gadafi acusa el bloqueo impuesto a sus activos bancarios en el exterior, y algunos informes de inteligencia aseguran que ha comenzado a pagar a sus proveedores con pagarés, algo que, de ser cierto, es insostenible a medio plazo.
El final, en todo caso, parece cercano, y todo indica que será, seguramente, político. Arrecian los rumores de negociaciones continuadas entre el gobierno libio y los rebeldes en la isla tunecina de Djerba, con supervisión estadounidense, si bien ambos bandos lo niegan. El gran punto de fricción en las negociaciones sería el futuro estatus de Gadafi y sus familiares más cercanos, quienes no parece que vayan a tener lugar alguno en el gobierno de la futura Libia. Todo apunta, más bien, a que lo que se discute es si el otrora “líder de la revolución libia” podrá quedarse en el país, evitando así la orden de detención cursada por el Tribunal Penal Internacional.
Se ignora, no obstante, si el propio Gadafi participa de estas reuniones. Abundan los testimonios de que, con un juicio en La Haya pendiendo sobre su cabeza y una psique egomaníaca que no le permite concebir el traspaso del poder, el viejo Muamar está dispuesto a luchar hasta el final, hasta la inmolación. Los rebeldes temen ahora que sea capaz de utilizar armas químicas contra ellos. El pasado lunes, las tropas de Gadafi lanzaron un misil Scud que cayó en el desierto sin causar víctimas. Pero tal vez era solo un aviso.