Lídia Jorge
«Los portugueses somos negociantes, gente levantina»
Alejandro Luque
Sevilla | Marzo 2018
De los nombres que ha venido dando en las últimas décadas la literatura portuguesa, pocos como el de Lidia Jorge (Boliqueime, Algarve, 1946) logran abarcar un espectro tan amplio de temas y registros. De la literatura infantil al ensayo, pasando por el teatro y la narrativa corta y larga -la poesía, asegura, la reserva para la intimidad-, esta mujer serena y reflexiva sigue siendo una desconocida para el gran público en nuestro país, a pesar de que algunos de sus principales títulos han sido traducidos al español, y en editoriales punteras: La costa de los murmullos, El jardín sin límites, El fugitivo que dibujaba pájaros, Noticia de la ciudad silvestre… Y el más reciente, los relatos El tiempo del esplendor, publicados el año pasado por Libros de la Umbría y la Solana.
Para presentar este último título, donde está muy presente la herencia colonial lusa, acudió hace unas semanas la autora a la Fundación Tres Culturas de Sevilla, y allí conversó con MSur con su genuino acento del Algarve.
Empecemos con una curiosidad. ¿Por qué los portugueses entienden tan bien el español, y los españoles en cambio no los entendemos tan bien a ustedes?
Es simple: porque tenemos una escala vocálica muy amplia, no tenemos cinco sino doce o catorce vocales, doce, y eso nos permite distinguirlas en las otras lenguas: estamos habituados a las diferencias mínimas. Como tenemos una lengua difícil, las otras nos resultan más fáciles.
¿No tiene nada que ver, entonces, con esa distancia que ha habido tradicionalmente entre los habitantes de la Península Ibérica?
«Pessoa retiene la melancolía portuguesa y la grandiosidad, que caracteriza la poesía inglesa»
No, ese es otro aspecto, un aspecto de alma, no uno fonético. Hay algo en el hecho de ser un país periférico. Somos esencialmente negociantes, no como los españoles, que son más imperiales. Somos gente de pequeño comercio, gente levantina. Queremos siempre comprender la lengua del otro. Miramos hacia el otro, y eso significa también una falta de arrogancia, que a veces se traduce en una cosa buena, la capacidad de ir al encuentro del otro.
No deja de ser curioso que el poeta nacional por excelencia, Fernando Pessoa, tuviera como primera lengua el inglés. ¿Se explica por eso?
Bueno, él en casa hablaba portugués. Aprendió inglés y llegó a hablar una lengua como la otra. El hecho de hablar dos lenguas da dos visiones del mundo. Pessoa retiene la melancolía portuguesa, y la vastedad inglesa, esa especie de grandeza, de grandiosidad, que caracteriza la poesía inglesa. Estos dos ejes juntos hicieron de él un poeta genial.
As Lusiadas, el gran poema nacional, habla de Portugal como un país descubridor, no colonizador, sin dimensión imperialista como la tiene Francia, o España. ¿Era todo tan bonito?
«Se dice que los portugueses bailan con todo el mundo: en la mesa, en la cama y en la tumba»
No, no. Es una leyenda, una visión tópica de la realidad. Los portugueses fueron tan viles como los otros, pero tuvieron una forma diferente de hacer las mismas villanías. El encuentro no se hacía desde lo superior. Se acostumbra decir que los portugueses bailan bien en un giro de tres rectángulos, y bailan con todo el mundo: en la mesa, en la cama y en la tumba. Pero después son traficantes como los otros, eran tan bárbaros como los demás, no se debe tener una visión idílica de los portugueses: hicimos esclavos, y muchos. Eso nos da vergüenza. Pero se hizo de otro modo, de un modo portugués.
¿Cuál es ese modo?
Eso de beber con todos, de dormir con todos, ¿no lo hicimos en Brasil? Y morimos en cualquier parte. Esto tiene un lado bueno y un lado malo. El lado bueno es esa fraternidad física. Pero por otra parte es un pueblo que no se expresa mucho a sí mismo. No tiene complejo de superioridad.
Y esa buena fama de los portugueses conquistadores, ¿puede ayudarnos a entender por qué fueron los últimos en abandonar África, en 1975?
«Nosotros tratábamos de rostro a rostro, de cuerpo a cuerpo, con los pueblos colonizados»
Fue por varias razones: una, por debilidad económica, eso es una razón objetiva, física. La debilidad económica de la metrópoli justificaba que se continuase con las colonias. Sin las colonias, Portugal no tenía capacidad de supervivencia como nación. Otra razón, positiva, fue que como la relación del pueblo con los pueblos colonizados era fácil, se prolongó esa idea de que había un Portugal multicontinental que existiría para siempre. Considerábamos que estábamos donde debíamos.
¿Cómo se percibe esa buena relación?
Puedo dar un síntesis de un general portugués que comparó el colonialismo inglés y el portugués. Mientras que los ingleses decían a los pueblos colonizados: Levántate, pero no te aproximes, nosotros decíámos: Aproxímate, pero no te levantes. Me parece una síntesis perfecta para entender la diferencia. Porque nosotros nos tratábamos de rostro a rostro, de cuerpo a cuerpo, y eso resultó en esa creencia de que teníamos una cultura fraternal, no como otros.
¿Fue traumática la separación de Portugal de sus colonias?
Sí, sí.
¿Para los portugueses más que para los colonizados?
Para los otros fue difícil porque tenían que encontrarse y estaban llenos de voluntad de venganza. Para los portugueses fue difícil porque se creó la idea de una pérdida. Eduardo Lourenço tiene una imagen: nos quedamos como si nos cortásemos un miembro fantasma: como si viviéramos aún la fantasía que teníamos. Como cuando se pierde un brazo. Sufrimos esto en un momento en el que ya es algo superado. En un momento en el que se ve un espíritu muy revanchista por parte de los otros países, una especie de resentimiento que durará todavía mucho. La colonización duró 500 años, no podemos pensar que en 40 años se cierren las heridas, no es posible. Los portugueses lo están superando, creo, pero para los nuevos países es difícil.
La lengua, ¿se enriqueció a través de aquellos países?
Sí, léxica y morfológicamente. El portugués se enriqueció, tiene ahora otras vertientes mucho más abiertas, más capaces… más manejables, y eso es algo muy bueno.
Usted viene del Algarve, que en el siglo XV era reino aparte, se hablaba del ‘rey del Portugal y del Algarve’. ¿Cree que posee esa zona una identidad especial?
«Algarve tiene una identidad muy especial pero creo que es una zona sodomizada»
Sí, Algarve tiene una identidad muy especial, fuerte… Es una zona completamente abierta al mundo, cosmopolita, aunque está perdiendo identidad. Es un sitio que da dinero para el gobierno central y recibe muy poco. Hay una especie de resentimiento. Es una zona de características morfológicas y geográficas únicas, pero desde el punto de vista de reconocimiento del país no se le agradece. A menudo, el sitio se ve atravesado por todo tipo de intereses. Voy a usar una expresión fuerte: creo que es una zona sodomizada.
¿Cómo se vive esto?
Desde el punto de vista cultural, nos preguntamos, ¿qué somos nosotros? Sabemos que tenemos una raíz, una cultura propia, pero nunca llegamos a organizarnos de forma que mostremos esa identidad. Al contrario, estamos disolviéndola, sin apostar, cuando deberíamos apostar por ella. Lo más extraordinario es la apertura: llega a haber en una escuela 36 etnias, y toda esa gente está bien, me parece extraordinario. Comparando con otros países del sur de Europa, el sur de Portugal es una zona en la que prácticamente no hay racismo.
Y con el otro Algarve, el de ultramar, es decir Marruecos, ¿hay conexión todavía?
Muy pocas. Hay tentativas para retomar estos vínculos, pero son esporádicas, cuando deberían ser mucho más fuertes. El Algarve tiene una cosa extraordinaria, que es Sagres, un polo de cultura europea y que hasta ahora no encontró forma de manifestarse frente a Europa como sitio emblemático del descubrimiento de nuevos mundos. Esto tiene que ver con no ser capaz de cerrar la puerta a nadie. No somos capaces de decir: “Espera, a ver qué nos conviene”.
Mi familia es de Ceuta, donde la bandera conserva el escudo de Portugal. ¿Forma parte de un pasado muy lejano para ustedes?
«Salazar no estableció vínculos con España, pese a sus lazos con Franco. Su aislacionismo fue tremendo»
Creo que es un pasado alejado. Vive como un elemento histórico, pero no como una vivencia cívica, cultural, cotidiana, eso no existe. El Estado Novo [1933-1974] separó eso mucho. Nuestros padres y abuelos viajaban al norte de África: eran trabajadores en el norte de África. Con el Estado Novo, el país giró hacia dentro de sí mismo, y hacia las colonias. No estableció vínculos con España, por ejemplo, pese a los vínculos entre Salazar y Franco. Su aislacionismo fue tremendo. Y es difícil hablar de eso en Europa, porque hay mucho recelo de que ese aislacionismo, que se asentaba en las capas bajas de la población, vuelva de nuevo. No se hizo un referéndum [por la UE] en Portugal, por miedo a que esa imagen aislacionista, nacionalista, que Salazar dejó, nos desviase de la integración europea.
De las escritoras portuguesas, conocemos en España sobre todo a Sophia de Mello. ¿Cuánto nos queda aún por descubrir?
Muchas. Menciono solo a Maria Velho da Costa y Maria Teresa Horta, que viven aún, son dos de las tres Marías que marcaraon un periodo importantísimo en la literatura portuguesa. Junto a Deolinda de Conceição, Hélia Correia, Luisa Costa Gomes…
¿Hay alguna conexión entre todas? ¿Alguna forma concreta de ser mujer en la literatura portuguesa?
Cierta forma es automática… Luego están las más jóvenes: Inês Pedrosa, Maria Cardoso, Patrícia Reis, otra muy importante, que se llama Ana Margarida de Carvalho. Son escritoras más jóvenes, y creo que en su generación fueron las primeras en hacer una relación entre el pueblo y la historia. Tienen una visión de querer actualizar historia con temas escritos de forma modernista, pero profundamente históricos. Como diciendo: este país sufrió, y ahora tiene dificultad de afrontar la modernidad. Hablamos de la forma de afrontar la modernidad, desde el punto de vista de las mujeres. Son las más jóvenes, con su perspectiva más amplia. Sus temas son no una visión portuguesa sino internacional.
¿Cuáles son los puntos más difíciles de esta labor de afrontar la historia?
Hablamos de afrontar la historia reciente del país, la guerra colonial, la relación con África, la policía política, la fantasmagoría de la familia, los valores tradicionales, la dictadura, el peso de la dictadura. Crecemos más jóvenes, estamos tocadas por un mundo más amplio. Mostramos la modernidad, los puntos frágiles, la injusticia, el combate, persona a persona. Es lo que hacen las escritoras de mi edad. El país se desarrolla en una nueva onda, y esa complejidad es nuestro tema.
En El fugitivo que dibujaba los pájaros, usted vuelve la mirada hacia ese mundo rural que en las letras españolas había desaparecido durante mucho tiempo, hasta que hace poco volvió a ponerse de moda. ¿En Portugal siempre ha estado presente?
«Lo rural se mezcla con la modernidad. Lo rural no se perdió entre nosotros»
Aquí continúa. La semana pasada estuve con un escritor, João Ricardo Pedro, que hablaba del mundo rural como una cosa que deja marcas en el presente. Tiene un libro maravilloso que habla del mundo urbano habitado por elementos rurales. El mundo urbano absorbe el rural, y lo rural se mezcla con la modernidad. Lo rural no se perdió entre nosotros. Hay dos temas entre los portugueses, siempre, que no se pasan: uno es el el mar, la relación con el mar, y África, naturalmente, y el mundo de las raíces. Están de forma permanente.
Dijo una vez en España que en su país no existe la literatura light. ¿Sigue siendo cierto, o ya llegó a Portugal?
No, no, hay en una crisis enorme. Entre editores, libreros, escritores. Los libros que se venden son de ensayo: política, economía, fenómenos extraordinarios como deportistas que alcanzaron el Everest, y luego literatura light, literatura light hecha con el aspecto de literatura hard, histórica. Es un pastiche, no hay diferencia ahora respecto a España.
Como Ken Follett.
Sí. Como país pequeño que somos, buenos lectores hay pocos, el desafía es mucho mas duro que en España. Quien antes vendía veinte mil ejemplares, que para nosotros estaba muy bien, ahora puede vender cinco mil como mucho. Y eso es muy poco, si uno es un escritor serio, que necesita investigar, necesita reposo. Conozco a editores que quieren dejar la edición de libros. La semana pasado una editora de Planeta portuguesa me dijo: “Los libros que me gustan no son los que gustan al público, y lo que le gusta al público no me gusta. Y no soporto más esta tragedia”.
La izquierda española quiere mirarse de nuevo en Portugal. ¿Se están haciendo las cosas tan bien allí? ¿Qué podemos aprender?
«El Partido Comunista y el Bloco de Esquerda entendieron que debían ayudar al gobierno socialista»
El panorama es optimista, es una especie de milagro. El Partido Comunista y el partido Bloco de Esquerda, que es de extrema izquierda, entendieron que debían ayudar al gobierno socialista. Porque fue tan mal, tan mal lo que consiguió el gobierno de la derecha, que pensaron que no deberían bloquear la tentativa de ser un poco mejor. Se inventó una palabra para esto, para señalar que es una asociación más bien frágil: geringonça [chapuza]. Parece un caso único en Europa. Esta asociación todos los días se deshace y se rehace [ríe].
¿El efecto de la izquierda se nota también en la cultura? ¿La cuidan más?
No estoy segura. Hay una obsesión por los negocios inmediatos, por la política social. Simplemente tiene más apertura para la cultura que la derecha, que no tenía ninguna. Son personas que van al teatro, que tienen interés por la cultura. Pero hoy día no se nota una gran diferencia. Sí se ve una diferencia en el aspecto social: prestan mucha más atención a los que tienen poco o no tienen nada, a la política del trabajo, la política para los jubilados… es la tónica dominante.
Portugal ha sido siempre país de grandes poetas y novelistas, pero, ¿y el relato? ¿Tiene consideración?
En Portugal los cuentos tampoco tienen mucha opción. La novela sí, pero para los cuentos siempre es difícil. Los editores tiemblan cuando se trata de cuentos. Aunque sean una pequeña joya, siempre hay dificultad de publicar cuentos. Con todo, será el género del futuro, cuando la gente no tiene tiempo para leer mucho.
Usted ha cultivado la literatura infantil y juvenil. ¿Se aprecia este género en Portugal?
«Escribir para los niños es siempre como si acábaramos de nacer»
Tiene cierta consideración, pero está completamente dominada en este momento por las marcas extranjeras. Los escritores portugueses tienen dificultades para publicar cuentos infantiles. Pero tiene bastante consideración, hay autores que se dedican a ella.
¿Ha enseñado ya a leer a algunas generaciones de portugueses?
Sí. Cuando hablo con niños de doce años, y uno me dice que cuando tenía siete leía por ejemplo O Romance do Grande Gatão, me impresiona. Da alegría saber que se sintieron tocados por esta historia, que les dice algo. Es una faceta muy tierna.
Y la escritora Lídia Jorge para lectores adultos, ¿ha aprendido algo escribiendo para niños?
Sí. Aprendí que hay que ver el mundo como si fuese la primera vez. Tendemos a mirar todo el tiempo como si ya supiéramos cómo se nace y como se muere. Los niños no saben cómo se nace, ni cómo se muere. Y eso es encantador. Para los adultos se escribe sabiendo cómo se nace y cómo se muere, si no, no hay profundidad, no hay amplitud suficiente para tocar a un adulto. Pero para los niños no: es siempre como si acábaramos de nacer.
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