Luisgé Martín
«Si el consumo sirve para conquistar libertades, adelante»
Alejandro Luque
Sevilla| Noviembre 2016
Luisgé Martín (Madrid, 1962) ya se había ocupado del amor homoerótico en varias ficciones novelescas con guiños más o menos autobiográficos, pero nunca se había expuesto tan a tumba abierta como El amor del revés (Anagrama), una confesión pública no tanto de su vida sentimental y carnal, como del largo camino que hubo de recorrer para asumir su identidad sexual ante sí mismo, su familia y sus amigos.
Aunque en ningún momento trata de exponerse como paradigma de nada, el libro permite seguir la evolución de las libertades en España, y en concreto las que atañen al mundo gay. De la negación y la represión –con intentos de curación por la vía del psicoanálisis entre hilarantes y estremecedores– a los escarceos clandestinos, los anuncios de contactos en revistas, las tinieblas de los cines y la sordidez de los baños públicos, la proliferación de los bares de ambiente, la irrupción de la peste del sida y la progresiva apertura –nunca consumada del todo, por desgracia– de nuestra sociedad.
¿Sigue siendo difícil para un homosexual hablar de su educación o su vida sentimental?
«En el colegio toda sexualidad era mala por definición, pero la homosexualidad ya era el infierno»
Creo que más de lo que creemos, pero nada que ver con lo que era en décadas pasadas, con lo que yo viví. Sigue habiendo una presión subyacente, que hace que uno piense que ejercer su sexualidad puede ser algo contraindicado, que te puede traer más perjuicios que beneficios. En todo caso, para alguien de mi edad, que vive en un entorno urbano, es todo más fácil, y por eso también tiene el deber de contarlo.
En su libro, usted afirma que nadie le dio la espalda por su condición homosexual, que el problema era con usted mismo. ¿Sabe de dónde nace esa culpa?
Bueno, lo que digo es que no había tenido experiencias de aislamiento ni de repudio, pero eso no quita que día sí, día no, en el recreo se gritaba aquello de “mariquita el último”, y en el Un, dos, tres los chistes eran de mariquitas y de gangosos. En el colegio toda sexualidad era mala por definición, pero la homosexualidad ya era el infierno personificado. Todo eso era cierto, pero nadie me dijo que me apartara de su camino, entre otras cosas, porque no di nunca oportunidad ni ocasión para hacerlo: me cuidaba mucho de mostrar mi condición. Pero sí, he tenido suerte, cuando desapareció mi problema de aceptación, no he tenido jamás un problema laboral ni social por el hecho de ser gay.
La religión, ¿cumple un papel en la represión de los homosexuales?
No es que tenga un papel, es que es el papel de la religión. Más allá de que en un colegio de curas todo fuera peor, incluso en el que yo iba, público, en el fondo todos hemos mamado esa moral judeocristiana, que se caracteriza por la obsesión con las alcobas. Eso nos ha construido, y el sentimiento de culpa tenía un alcance insólito, porque no solo no podías pecar de palabra ni de obra, sino de pensamiento; es algo terrible.
También llama la atención que durante mucho tiempo se negara a entrar en bares de ambiente. ¿Fueron guetos o espacios de libertad?
«No solo no podías pecar de palabra ni de obra, sino de pensamiento; es algo terrible»
Yo pienso que mi evolución fue pasar de pensar en un gueto, y además un gueto de pervertidos: compré ese argumento homófobo porque, aunque tenía mis hormonas disparadas como todo el mundo, quería amar a alguien y compartir mi vida con esa persona, no como creía que hacía quienes iban a esos sitios… Pasé a creer que era un espacio de libertad porque, entre otras cosas, a los guetos vas obligado y yo en aquellos tiempos iba no solo con libertad, sino también con entusiasmo. Es verdad que la normalidad hace que estos lugares tiendan a difuminarse, pero cumplieron una función importantísima. Fueron espacios de reconocimiento, de encontrarte a gente que era como tú. Hace poco viví una anécdota estremecedora: me escribió un chico de Soria que, al leer mi libro, se dio cuenta de que nos conocíamos desde hacía 25 años. El venía desde Soria a Madrid para poder vivir, para poder salir de la opresión. Para él, me contaba, llegar a Madrid era poder hablar, reír, tomarse una copa… Era la vida.
Hoy ligar es infinitamente más fácil, gracias a las nuevas tecnologías. ¿Las generaciones actuales van a perder algo que tuvieran los que, como usted, ponían anuncios en revistas?
Buena pregunta, pero no tengo respuesta. Si me preguntas si me gusta más este sistema, digo que sí, porque todo es más fácil e inmediato. Es verdad que la facilidad, como todo en esta vida, tiene su reverso perverso. Acabas perdiendo el poso de la reflexión, algo de contacto, de búsqueda, de ligue… Pero tal vez todo esto sean comentarios de abuela. Las aplicaciones son magníficas, y desde luego yo hubiera preferido tener un Grinder antes que tener que mandar todas aquellas cartas, esperar respuesta, etc.
En alguna novela suya ya aparecían experiencias más o menos autobiográficas. ¿Por qué un libro confesional, como este?
Evidentemente, para mí hablar de situaciones homosexuales es algo absolutamente normal, natural y hasta obligado. En mis novelas muchos de mis personajes son escritores también, porque al final uno tiende a pisar un territorio donde se siente más firme, que conoce mejor. Hace tiempo que salí del armario vital y literariamente, aunque la única novela realmente autobiográfica que he escrito es Los amores confiados. De todos modos, siempre tuve claro que aquello era eso, una novela, no un libro confesional. Podría manipular cuanto quisiera, exagerar, torcer los hechos. En este caso, las cosas son distintas. Lo que se pretende es que sea un libro confesional, nada está escondido ni disfrazado.
¿Recuerda qué supuso la irrupción del sida a su alrededor?
«Los gays tenemos derecho a la vulgaridad y la mediocridad como cualquiera»
Bueno, cuando yo llego plenamente a la noche, a la sexualidad más o menos desinhibida, ya hay todo tipo de prevenciones. Se sabe ya que es una peste que hay que retraer. Yo recuerdo haber tenido solo dos relaciones con riesgo en aquel tiempo, era bastante consciente de lo que había. Otra característica mía es que soy muy hipocondríaco, así que viví el tiempo del sida con pánico. Ahora lo vemos con distancia, pero recordemos que entonces semana sí, semana no, había debates en los medios sobre si la saliva transmitía o no el HIV. Era una paranoia. No estuve tan metido en el mundo gay como para decir cómo se vivió, pero creo que, sin ser una plaga bíblica, sí cambió el ritmo y el comportamiento de las relaciones.
Hablemos del matrimonio gay. Recuerdo que, cuando estaba por aprobarse, hubo voces que afirmaban que los homosexuales iban a perder, casándose, una libertad genuina, casi exclusiva. ¿Qué pensó usted?
Yo tuve una polémica entonces con Álvaro Pombo y más gente, aunque fue Pombo el más significado de los imbéciles que esgrimieron ese argumento. Al final, me pareció una opinión aristocrática, de los que se creen y siguen sosteniendo que los gays teníamos que ser diferentes, especiales. Hay quien todavía cree –yo también lo defendí alguna vez– que somos más sensibles y cosas así, cuando es evidente que no, y que tenemos el derecho a la vulgaridad y la mediocridad como cualquiera. Lo que sí desarrollábamos era un sexto sentido, como los ciegos. No podíamos follar, así que leíamos más y tocábamos el piano, eso era todo. De modo que las renuncias históricas, bienvenidas sean si podemos ser iguales en derechos a todo el mundo.
Esto me recuerda al debate sobre la cabalgata del Orgullo, a la que se critica su exhibicionismo o vulgaridad incluso desde dentro de la comunidad LGTBI. ¿Es justo?
«Ojalá un día no exista la cabalgata porque no sea necesaria, pero mientras haga falta, hay que apoyarla»
Es verdad que históricamente hay particularidades a las que no podemos renunciar de la noche a la mañana. Yo pienso que ojalá haya un día en que no exista la cabalgata ni el Día del Orgullo, porque no sea necesario reivindicar nada, ni vestido ni desnudo. Pero mientras haga falta, hay que apoyarla. Luego están esos que preguntan cada año por qué no hay un Día del Orgullo Hetero. Gente que no ve que se sigue apaleando a homosexuales, que hay chavales que por serlo sufren bullying en la escuela, transexuales que no son comprendidos a veces ni por los gays… Lo que no se puede pretender es que sea como la manifestación del Primero de Mayo. Soy absolutamente partidario de que se haga como se hace. Otra cosa es la mercantilización de la cabalgata, ese ya es otro cantar…
Un personaje como Boris Izaguirre, exhibicionista, desinhibido… ¿fue bueno o pernicioso para el mundo gay? Recuerdo que incluso algún famoso peluquero sentía que, después de toda una vida queriendo ser conocido por su profesión y no por su homosexualidad, estos personajes frívolos manchaban la imagen del colectivo.
Está claro que todo esto forma parte al final de un sentimiento de culpa, que nos hace dudar. Yo mismo reconozco mis sentimientos de homófobo, pero a veces me cuesta identificarlos. A la vista está que lo de Boris fue positivo, porque ese desparpajo, esa exageración sin tapujos, sirvió para que la gente dejara de escandalizarse ante un gay. Quienes lo hacían al principio, en dos años dejaron de hacerlo, y se abrieron otras muchas puertas para los homosexuales.
¿Qué siente cuando en el congreso de los diputados de su país un supuesto experto habla de la homosexualidad como enfermedad? Argumento, por cierto, repetido en la campaña de Trump…
En estos casos siento, no solo como homosexual, una terrible desolación al ver de qué poco ha servido en el fondo la Ilustración. Nuestros padres, y yo mismo, creíamos que en el fondo todo esto de la democratización de la educación, la cultura para las clases medias, iba a hacer que algunas cosas fueran impensables. Sin embargo ahí estamos, entre la indignación, la impotencia y la tristeza.
¿Cree que es posible dar pasos atrás, que los derechos conquistados no son irreversibles?
«Como en todo manda el dinero, los gays son aceptados en tanto pueden gastar»
Hasta hace poco, te habría dicho que no son posibles los pasos atrás, por más que en las escuelas todavía quede mucho trabajo por hacer, y alguna ley se pueda arreglar un poco. Pero los últimos síntomas planetarios me hacen preguntarme si eso es verdad, si no está en peligro no solo la situación de los homosexuales, sino de la tolerancia en general. Creíamos haber construido una sociedad respetuosa con las minorías, y estamos en plena regresión. La de Trump es una América profunda que, como la España profunda o la Francia profunda que viene en camino, parecía estar agazapada esperando a decir al moro y al marica que se vayan a tomar por culo.
Usted comenta en su libro que en un tiempo en que había causas solidarias de todo tipo, no las había a favor de los homosexuales…
Sí, las había de todas clases, pero no había una causa gay. En Barcelona se movía quizá algo, pero en Madrid nada, y en el resto de España ni te cuento. Los homosexuales seguían siendo para la izquierda, la derecha y el centro apestados de los que era mejor ni hablar. Y a mí, que no era fervoroso militante de nada, ni se me pasaba por la cabeza lanzarme a algo así.
Otra cuestión clásica: ¿qué opina de que parte de la tolerancia hacia los gays derive de su descubrimiento como consumidores potenciales privilegiados?
«Me siento orgulloso no de ser homosexual, pero sí de sobrevivir tras nadar a contracorriente»
Este es, en efecto, otro de los debates que se vienen teniendo desde hace tiempo. Como en todo manda el dinero, los gays son aceptados en tanto pueden gastar. Si es así, bienvenido sea el consumo. Si los mecanismos, las herramientas del mundo en que vivimos, sirven para que la gente conquiste sus libertades, adelante. Si el camino para la normalización es ser portada del catálogo de Ikea, adelante. No hay que hacerse el puro con esto.
¿Se le ocurre de qué modo podemos ayudar a los homosexuales en países que todavía están muy lejos de alcanzar nuestras libertades?
La verdad es que no puedo responder a eso con seguridad, pero sé que en las asociaciones que se dedican a la cooperación hay gente centrada en la defensa de los homosexuales. Me desborda pensar en la mejor ayuda que podría prestarse, pero también he sabido, por ejemplo, que hay varias editoriales de la Europa del Este que han leído con mucho cariño mi libro y están interesadas en publicarlo. Y pienso que el hecho de que se pueda leer una historia como esta en sociedades muy cerradas puede servir de algo, como lo sería en países tan cercanos como Marruecos. Eso, y ver el modo de presionar a los propios gobiernos para romper esa hipocresía dominante, que no es otra cosa que una falta de respeto a los derechos humanos.
¿Qué le diría hoy al muchacho que fue?
Algo que es verdad: que no crea que sus angustias van a perdurar siempre, que no son un estado definitivo. Y que, aunque no lo crea y le parezca inverosímil, todo eso que le ocurre tiene su lado positivo, lo hace más fuerte y más duro. Ahora me siento orgulloso no de ser homosexual, como no puedo estar orgulloso de ser de Madrid, pero sí de estar en pie y sobrevivir después de nadar a contracorriente. Eso le diría a aquel chico: que al final va a encontrar la paz.
La pregunta invitada de…
¿Qué personaje influyente o con poder querrías que leyera tu libro?
Pues mira, es una pregunta cabrona pero hoy es más fácil: ahora mismo, querría que lo leyera Donald Trump. Desde que Una vida al revés vio la luz, he dicho que quien me gustaría de verdad que lo leyera son los homófobos. Es la historia de un chaval vulgar, al que le cae un meteorito en la cabeza, que no sabe que hacer y que construye su ideología como puede, entre fobias sustentadas por la ignorancia. Dado que el líder del mundo libre es un homófobo declarado, es la persona adecuada para leerlo.
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