Opinión

Mahsa Amini y la alegría del velo

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 14 minutos
opinion

Estambul | Octubre 2022

Manifestación por Mahsa Amini en Estambul (Sep 2022) | © Ilya U. Topper

Tris tras. La tijera se abre paso en la melena. Cae un mechón de pelo. Sonríen ante la cámara actrices, cantantes, políticas. Algunas parecen aprovechar para arreglarse las puntas con un poco de glamour, ahorrándose el paso por la peluquería. Pero no estamos en un plató de consejos de belleza. El lema es otro: En solidaridad con las mujeres de Irán. ¿Un postureo?

La ocasión lo merece. Es la primera vez que se ven mujeres —no dos o tres sino cientos— con la melena al aire desde 1979, desde la Revolución Islámica, aquella que convirtió el fundamentalismo religioso patriarcal en una ideología respetable en los círculos de la izquierda de todo el mundo. Tapar a las mujeres, bajo amenaza de muerte, era la primera medida que tomó el ayatolá Jomeini, tras aterrizar en Teherán en olor de multitud. Era lo inmediato; tardó un par de años más en pasar por la horca a los militantes marxistas y sindicalistas cuyo arrojo había permitido derrocar el sah. La masacre quizás amortiguara algo —no mucho— el entusiasmo de la izquierda europea en ver el islamismo como el nuevo sistema político llamado a traer a la humanidad la justicia social y hermandad prometida por el comunismo, al menos para los pueblos allende el Mediterráneo que no merecían una ideología de verdad, materialista. Lo que nunca hizo era atemperar la fascinación europea por el velo. Hasta hoy. Tuvo que morir Mahsa Amini para que nos diéramos cuenta.

No es que el vídeo vaya a cambiar algo. Es un brindis al sol; no tiene siquiera intención de presionar a los políticos europeos para que hagan algo. Porque no sabemos qué hacer. Bruselas ha prometido más sanciones, sin especificar cuáles, seguramente dirigidas contra personas o entidades oficiales específicas, pero esto tampoco es mucho más que un brindis. Llevamos años asfixiando Irán bajo sanciones comerciales y parece inútil amenazar a los mulás con más penalidades. El hombre mojado no teme la lluvia, como dice Olga Rodríguez.

Es difícil distinguir una fetua iraní de una encíclica del Papa, pero las encíclicas ya no tienen valor de ley

Tampoco es el momento, justo ahora no, por favor, pensará más de un ministro: estamos a punto de recuperar el acuerdo de renuncia al enriquecimiento nuclear de Irán, tras pasar años en el berenjenal en el que nos metió Donald Trump en 2018 al retirarse del pacto solo para hacerle un favor a la ultraderecha israelí, esa que no puede vivir sin la fábula de un Irán a punto de lanzar la bomba atómica sobre el resto del mundo. Y justo ahora, con Putin ante puertas, hablando de bombas atómicas de verdad en una guerra de conquista y anexión en Europa, no es el momento de castigar a Teherán y empujarlo aún más a la esfera de Moscú, en la que solo está porque nosotros no le hemos dejado otra opción.

Con Putin convertido en el nuevo abanderado de una ideología ultranacionalista, totalitaria, reaccionaria y religiosa en lo social y corrupta en lo económico, como tanto otro dictador que hay en el mundo, pero esta vez con designios de imperio y aclamado por seguidores en media Europa y parte de América, Europa no tiene mucha más opción que pensar en términos de geoestrategia. Alianzas, áreas de influencia, proyección de ideas. Por supuesto, no solo las ideas de Putin sino mucho más aún las de los teólogos de Teherán están radicalmente opuestas a lo que pueda defender Europa. Pero los teólogos no son Irán: son una dictadura.

Irán, con su civilización milenaria y su feminismo —tuvo ministras antes que Italia, Portugal o Suiza— siempre será aliada, prácticamente parte, de Europa: la nuestra es su propia cultura. Mal mirado, también los teólogos retrógrados forman parte de nuestra propia cultura: es bastante difícil distinguir una fetua iraní de una encíclica del Papa. La diferencia es que las encíclicas ya no tienen valor de ley. Contra eso precisamente, contra el concepto de que una fetua tenga valor de ley, se rebelan las mujeres y los hombres en las calles de Irán. Y es la primera vez que este sea el lema, a las claras, con las manifestantes riéndose en las barbas de Jomeini.

¿Con qué cara sancionamos a Irán, mientras seguimos haciendo fantásticos negocios con Arabia Saud?

No son las primeras protestas masivas: las hubo en 2009 contra el amaño electoral que le dio la victoria al reaccionario Ahmadineyad, las hubo en los últimos días de 2017 por la carestía de la vida, acompañados ya entonces por valientes pero aún aisladas protestas de mujeres que se arrancaban el velo en la vía pública, sabiendo que las esperaban años de cárcel, las hubo en primavera de 2018, de nuevo por la situación económica, pero con pocos visos de pedir laicismo. Es ahora cuando las marchas sacuden los fundamentos ideológicos de la República Islámica y piden volver a ser Irán.

Y quizás por eso, la represión parece ser aún más brutal que en las ocasiones anteriores: las manifestaciones son menos masivas, pero las muertes —que antes quedaban en el ámbito de varias decenas— se cuentan ahora por un centenar, quizás ya dos centenares: no lo sabemos con certeza. Teherán ha restringido internet, no permite la entrada a periodistas, está haciendo lo posible para apagar luces y taquígrafos. Pero ¿qué hacer? No, por favor no repetir el error de aliarse con grupos armados como la secta paramilitar ultraderechista iraní llamada Muyahidines del Pueblo (PMOI o MEK), cuya gurú residente en París, Maryam Rajavi, bien conectada con el Partido Popular europeo, encima lleva ese mismo hiyab por el que murió Mahsa Amini. Y mucho menos alimentar las fantasías de la ultraderecha estadounidense e israelí que desea bombardear el país para hacerle un favor a Arabia Saudí. Definitivamente no.

Y si de valores hablamos ¿con qué cara sancionamos a Irán, donde las mujeres se rebelan, mientras seguimos haciendo fantásticos negocios con Arabia Saudí, donde el control de una monarquía que ni siquiera ve necesario hacer el paripé de elecciones, es tan férreo que las mujeres ni siquiera consiguen rebelarse, donde Loujain Hathloul pasó casi tres años entre rejas por querer conducir un coche?

Idea para un lema: “Qué aburrido sería el mundo si todos vistiéramos igual. Ponte uniforme”

Pero este es el dilema de Europa: aparte de que es muy difícil prescindir de las dictaduras a la hora de aprovisionarse de materias primas, tampoco tiene sentido ir sancionando a todo el mundo, cortando relaciones, cerrando puertas y procurando que los pueblos subyugados por reyes, dictadores y milicias varias, desde Rabat a Kabul, se pudran bajo embargos, a ver si se rebelan o se mueren en el intento. Solo para que nosotros tengamos la satisfacción moral de no negociar con dictadores. Solidarizarnos con estos pueblos sin refrendar a sus opresores en el poder, esta es la cuadratura del círculo. Yo no tengo la solución.

Pero sé una cosa: el primer paso para solidarizarnos con estos pueblos es dejar de financiar, subvencionar y promover en Europa la ideología inhumana de sus opresores. Pero esto es lo que llevamos años haciendo, a conciencia, y sin vergüenza.

“Trae alegría: acepta el hiyab”. “El hiyab es la libertad”. Esos fueron los lemas de una campaña que se difundió por internet el año pasado. Los carteles mostraban a chicas tan correctamente veladas que ningún policía de la moral de Teherán encontraría mechón que reprocharles. Uno se pregunta si su feliz sonrisa se debía a la seguridad de saber que no iban a sufrir el destino de Mahsa Amini. Pero la campaña no llevaba el logotipo de los Guardianes de la Revolución iraní. Tampoco el de los Hermanos Musulmanes. Tampoco el de la monarquía saudí. Llevaba los logotipos de la Unión Europea y del Consejo de Europa.

Uno está tentado a pensar que los propios diseñadores se sintieron tan avergonzados que intentaron sabotear la campaña llevando los esloganes hacia lo absurdo. “Qué aburrido sería el planeta si todo le mundo tuviera el mismo aspecto. Celebra la diversidad y respeta el hiyab”. Ahí tenemos una idea para alistar a voluntarios en el Tercio de Legionarios: “Qué aburrido sería el mundo si todos vistiéramos igual. Ponte uniforme”. Porque ya se sabe, si se acaban las morenas, las rubias, las pelirrojas, las rizadas, las lisas, las rapadas y las melenudas, si todas las cabezas femeninas forman la misma silueta redondeada, indistinguibles, homologadas, un ejército de la castidad, entonces somos diversos. A Orwell le faltó prever ese detalle.

Una chica que lleva velo no puede quitárselo, tampoco para una foto

Aparte la propia vergüenza, los diseñadores tuvieron que superar otro pequeño obstáculo. Había carteles en las que una chica llevaba solo medio velo, con la otra mitad de la cabeza descubierta. Era un trabajo de filigrana superponer las fotografías de dos chicas parecidas hasta el punto de que un espectador fugaz pudiera creer que era la misma. Pero no era la misma. Una chica que lleva velo no puede quitárselo. Tampoco para una foto. El pelo lo tenía que poner otra chica distinta. Una que no tuviera problemas en desnudarse ante la cámara. Desnudas, así es como llaman los mulás a las mujeres a las que se les ve el pelo. Y tampoco era plan velar a una chica normal para la campaña, sugiriendo que pudiera ir de ambas maneras. ¿Qué es eso de ponerse y quitarse velos como a una le da la gana? Una vez puesto, el velo se queda. Si las chicas se lo pusieran y quitaran según el día, ya no habría manera de diferenciarlas, ya nadie sabría cuáles son las castas musulmanas y cuáles las guarras ateas. Con esas cosas no se juega. Diversidad no es que cada una vista como le da la gana: diversidad es tener mujeres decentes por un lado e impúdicas por el otro.

Me corrijo: hay una ocasión en la que se permite que una mujer se ponga el velo para un ratito ante las cámaras. El Día del Hiyab, que se celebra cada 1 de febrero —casualmente el día que Jomeini aterrizó en Teherán en 1979— desde que lo inventara en 2013 la estadounidense Nazma Khan, exhortando a las mujeres a hacerse una foto en redes con el velo puesto, para apoyar a todas aquellas que se dicen oprimidas por llevarlo voluntariamente. Por supuesta, ninguna de las mujeres veladas que promueven esta misión jamás ha propuesto quitarse el velo un día en señal de solidaridad con las mujeres de Irán o Arabia Saudí forzadas a llevarlo. Eso no. Eso es imposible.

Por eso, lectora, usted no ha visto a la diputada ceutí Fatima Hossain ni a la catalana Najat Driouech, ni a la concejal madrileña Maysa Douas aparecer ante las cámaras para quitarse el velo en gesto de solidaridad con las mujeres de Irán a las que matan por exigir el derecho a no llevarlo. Las tres han denunciado la represión de Teherán, las tres han condenado la ley que impone el hiyab, pero ¿quitárselo para una hora, un minuto, una foto? No, no pueden. No tienen esa libertad. Han elegido no tenerla. Porque si has decidido llevar hiyab, ningún hombre —salvo marido, hermano, padre— te puede ver el pelo, nunca, punto. Tu pelo podría excitar a los hombres, y tú tendrías la culpa. Mujeres sí, hombres no, así de sencillo es el mundo de las castas, y la castidad empieza por el pelo. Tu pelo está muy encima de la sangre de Mahsa Amini.

Contra la imposición del velo, sí. Pero nada más. Nada de denunciar una ideología patriarcal presente en Europa

Pero por eso mismo, lectora, usted tampoco ha escuchado más que el tris tras de las tijeras en el vídeo de las cantantes, actrices y diputadas que sí van con el pelo al aire. En solidaridad con las mujeres en Irán, sí. Contra la imposición del velo, sí. Pero nada más. Nada de laicismo ni de feminismo, nada de denunciar toda una ideología patriarcal muy presente en Europa, no solo desde la silla de San Pedro hasta el último púlpito de iglesia, y hasta el último pupitre de los colegios mayores católicos segregados por sexos —hemos visto los resultados hace días, y no son bonitos— sino también, y especialmente, en las mezquitas de Europa.

“En Occidente tenemos otros problemas, en el modo de ver y mostrar a la mujer”, dijo tras el rodaje del vídeo una de sus iniciadoras, la actriz francesa Juliette Binoche, al diario italiano Corriere della Sera. “Al contrario: mostramos a la mujer como un objeto; la mujer no va velada pero mutilada, es un juguete, una muñeca para el consumo”. ¡Como si las mujeres de Irán, de Arabia, de cualquier país islámico patriarcal, no fueran objetos destinados al consumo de su futuro marido! Como si traspasarlas de una familia a otra envuelta en velos a cambio de unas arras, como mano de obra aparte de productora de descendencia, fuese menos comercial y más digno que ofrecerles un sueldo por salir en bikini en televisión. Y como si no supiéramos que en Europa a las mujeres también se las vela, por obligación, bajo amenazas y palizas, en decenas de barrios de España, Francia, Bélgica, Holanda, Italia. Mujeres nacidas en Europa, pero en familias que llegaron con la inmigración y una vez en suelo europeo fueron captados por los predicadores de la televisión qatarí y por los imames en las mezquitas financiadas por los sucesivos gobiernos de España y otros países.

De eso no habla Juliette Binoche, no vaya a ser que la acusen de ser poco diversa. No aceptar el hiyab es de aplaudir si se hace en Teherán. No aceptar el hiyab en Europa—exactamente así lo presentó la campaña de la Unión Europea— es “discurso de odio”. En Europa, las proclamas de libertad son solo para las mujeres con árbol genealógico europeo. Las que tienen la mala suerte de nacer en una familia con raíces al otro lado del Mediterráneo son genéticamente musulmanas, entonces ¿para qué querrán libertad? Si las amenazan de muerte por criticar la religión, miramos para otro lado. Es más: pedimos libertad para la ideología que las oprime: Acepta el hiyab. Con alegría.

Señora Binoche, estimadas amigas. Mientras decidan callar lo que pasa ante sus propios ojos, en sus propias ciudades, ya pueden manejar las tijeras ante la cámara: se arreglarán las puntas, pero no ese racismo que es el silencio ante la opresión de las mujeres en Europa por ese mismo hiyab por el que murió Mahsa Amini.

·

© Ilya U. Topper (Oct 2022) | Primero publicado en El Confidencial; 19 Oct 2022