Manuel Vilas
«Yo hace 15 años era Sid Vicious, y ahora soy Frank Sinatra»
Alejandro Luque
Sevilla | 2023
Desde que se convirtió en un fenómeno de ventas con Ordesa, su novela traducida a una veintena de idiomas, Manuel Vilas (Barbastro, Huesca, 1962) vive instalado en el éxito. Fue premio Planeta en 2019 y ahora ha obtenido el Nadal con su última obra, Nosotros (Destino), un título que remite al célebre bolero de Los Panchos y en el que el escritor explora, una vez más, el ámbito amoroso.
“Quería poner el dedo en la llaga en algo que la civilización occidental sigue sin resolver, como son los problemas amorosos y en particular los problemas de las parejas de larga duración”, explica. “En la novela yo planteo un hecho prodigioso, según el cual la protagonista, Irene, cree haber vivido 20 años de amor pasional en los que no ha habido ni un solo día de desfallecimiento. Ella y su esposo, Marcelo, se sienten receptores de un milagro que de vez en cuando la Naturaleza manda a la Humanidad. Poco a poco, la novela va desvelando grietas en esa historia, abriendo la posibilidad de que ese retrato esté falseado. Hay un giro de guion y vamos viendo la historia real de ese amor aparentemente perfecto”.
Cuando Marcelo fallece, la vida de Irene pierde su sentido. Ni siquiera la fortuna que el marido le ha dejado parece consolar a esta mujer de 50 años, que no obstante encuentra un insospechado modo de seguir en contacto con su marido. “Ella ha quedado viuda y emprende una road movie partiendo desde Málaga. Inicia una liturgia fantasiosa, se acuesta con hombres y mujeres y en el momento del orgasmo alcanza a contemplar a su marido muerto. Éste no le habla, solo le sonríe desde el Más Allá”, añade Vilas.
«Se habla también del amor bajo el capitalismo. Hay un mundo de lujo, pero relacionado con la belleza, no con la frivolidad”
El novelista subraya que en la obra “hay también una filosofía de ese nosotros. La épica de cualquier vida es pasar de un yo en la construcción de un nosotros, en eso gastamos nuestras energías sentimentales, aunque al final ese nosotros esté condenado a desvanecerse”, dice. “En esta historia se habla también del amor bajo el capitalismo, aparecen las marcas de relojes, de coches… Hay un mundo de lujo, pero relacionado con la belleza, no con la frivolidad”.
Vilas está convencido de que la generación actual de escritores es la llamada a cuestionar el patrón clásico de amor eterno. “Creo que ese modelo ha estallado al principio del siglo XXI, y sigue estallando. No obstante, en la novela se recuerda ese arquetipo a través del soneto de Quevedo, recordando la utopía romántica de que el amor puede vencer a la muerte. La gente sabe que no es así, pero desde el punto del pensamiento mágico que invocaba Joan Didion, siguen creyendo que es así. Pero ahora ya lo vemos como una fantasía”.
Frente a esa caída del mito, opina Vilas, “sociológicamente no hay una alternativa clara». «A mí la novela lo que sí me ha permitido incluir es la idea de placer. Irene descubre que el amor sin placer cojea. La lealtad, la complicidad, el crecimiento juntos, la lucha de dos contra el mundo, son los grandes aparatos morales del amor. Irene se da cuenta de que todo eso está muy bien, pero sin placer no es nada”.
El placer femenino ha estado siempre estigmatizado, y sigue estándolo; en ese sentido, Irene está empoderada
“Además, el placer femenino ha estado siempre estigmatizado, y sigue estándolo. En ese sentido, Irene está empoderada, es una mujer libre que ejerce esa libertad. A veces da la sensación de que es frívola, caprichosa, pero está buscando la plenitud”, asevera Vilas. Y el escenario la ayudará a lograrlo: “El Mediterráneo simboliza la plenitud y el placer. Tú te vas al Mediterráneo y te contemplan Aristóteles, Platón y Safo. Hay muchos mares más, y mejores, paradisíacos, pero la cultura y el placer en la civilización Mediterránea van juntos. A mí el hedonismo me parece una corriente muy acertada, que debería volver. Hemos sido todos un poco hipócritas, de la represión de esa palabra nacen muchas de insatisfacciones y las insanias mentales en las que vivimos. Ahora se habla de juventud hedonista pero en un sentido vulgar, barato, no filosófico. El hedonismo es alta filosofía, y lo que tenemos son placeres vulgares”.
Lo que subyace en Nosotros es, en definitiva, una reivindicación del placer, incluso a contracorriente. “El placer en sí mismo tiene muy mala prensa, nos recuerda excesivamente la corporalidad y la animalidad, dos componentes que nos sacan de quicio como sociedad. Lo primero que hace cualquier ideología, la que sea, es la represión del placer. Siempre se ataca lo mismo”.
Respecto al hecho de haber conquistado el Nadal –curiosamente, tres años después que su compañera, la también escritora Ana Merino–, Vilas afirma que “supone una alegría ganar un premio con semejante nómina de ganadores, desde Carmen Laforet, que no pudo haber un comienzo más esplendoroso. Y es una responsabilidad, porque hay que estar a la altura de ese listado. Yo soy de esos escritores miedosos, con un síndrome del impostor muy acusado”, comenta. “Luego hay una cosa maravillosa en el Nadal, los lectores. Hay gente que se lo lee todos los años, son fijos. Es algo muy importante, un escritor como yo quiere lectores. No escribo para cambiar la Historia, escribo para que me lean”.
Cabe recordar que Manuel Vilas, hasta hace apenas 15 años, era conocido sobre todo como poeta, y no empezó a destacarse como narrador hasta los años 2008 y 2009, con títulos como España y Aire nuestro. “Casi son identidades irreconocibles, aquel y el Manuel Vilas de ahora”, reconoce el aragonés con una carcajada. “Yo hace 15 años era un punki total, era Sid Vicious, y ahora soy Frank Sinatra”.