Reportaje

A la caza del inmigrante

Laura J. Varo
Laura J. Varo
· 8 minutos
Inmigrantes subsaharianos en los alrededores de Tánger (Ago 2018) | © Laura J. Varo

 

 Tánger | Septiembre 2018

Desde la carretera que sube de Castillejos se advierte el olor penetrante del vertedero de Mnzala. Cuando el coche se detiene a los pies de la montaña de basura, el estómago se desasienta de un vuelco violento y allí, entre los matorrales de plásticos del erial, aparece Abdulá. El andar cansino del joven no se corresponde con sus 17 años, sí con el calor hediondo del mediodía y el agotamiento de rebuscar entre la podredumbre del estercolero. “No he comido aún”, dice.

Abdulá, senegalés, y los compatriotas que lo acompañan han conseguido hacerse con dos bolsas de mendrugos de pan, varias garrafas grasientas llenas de algo que parece agua y media botella pequeña con refresco de naranja como premio. Suben a por comida cuando pueden. Un guarda marroquí avisa de que hay vigilancia policial. Los tres bajan la ladera de regreso al refugio de su campamento entre los árboles de la vaguada bajo el vertedero, a menos de cuatro kilómetros de la valla ceutí que separa Marruecos de España, África de Europa.

Efectivos de las Fuerzas Auxiliares, un cuerpo paramilitar dependiente del Ministerio del Interior marroquí, llevan semanas batiendo la zona- Buscan a subsaharianos refugiados en la maleza de los pinares que cubren la región fronteriza, desde Mnzala hasta Ben Yunesh. Los furgones se apostan en cada recodo de la carretera de montaña que atraviesa la zona. Dos días después del encuentro con Abdulá, el mismo vigilante reconoce no haber visto de nuevo al joven.

“Si la policía quiere cogerme y devolverme, bien, pero no tienen por qué herirnos ni robar nuestras cosas»

Marruecos se ha lanzado a la caza del migrante. Entre julio y agosto, las redadas han sido “constantes”, tanto en campo abierto, en torno a la valla, como en barrios donde los migrantes esperan para embarcarse hacia costas españolas. Se llevan a cabo en Tánger y Tetuán, ambas cerca de Ceuta, en Nador, que está junto a Melilla, y en puntos de distribución como Rabat o Fez. Unas 5.000 personas, según cálculos de Amnistía Internacional y la Asociación Marroquí de Derechos Humanos, han sido detenidas y enviadas al sur del país. Solo en Tánger ha habido entre 1.500 y 2.000 retenidos, de acuerdo a diversas asociaciones de defensa de los migrantes.

“Te quitan el teléfono, el dinero…”, protesta Roland, camerunesa de 28 años. Hace unas semanas, cogió sus bártulos y se largó en cuanto vio precintar la puerta de sus vecinos. La policía irrumpió en plena noche, como muestra el vídeo donde se la ve con una maleta y la mirada perdida sobre el cemento de su antiguo callejón en Mesnana, una barriada de Tánger. “Vimos que estaban desalojando la primera casa y nos fuimos”, dice la joven, tumbada sobre el futón-sofá de Kevin (nombre falso), un paisano que consiguió regularizar su situación hace cuatro años.

Ni los migrantes con papeles se salvan de la quema que les ha infundido miedo a la piel propia. “Había una casa aquí”, cuenta Kevin, “el dueño echó a todo el mundo fuera para no tener problemas con la policía”. Eran, según el camerunés, 65 personas, 50 guineanos y 12 cameruneses. “Ahora mi vecino me ha dicho que la policía vendrá aquí. ‘Ten cuidado’, me ha dicho, ‘coge todo tu dinero y llévalo encima”.

Inmigrantes en una casa cerca de Tánger (Ago 2018) | © Laura J. Varo

Teme por él y por su nueva coinquilina, que se niega a volver al “bosque”, como llaman al descampado de Bresen, a las afueras de la ciudad. Su paso por esa tierra de nadie, asegura, le dejó de recuerdo un bocado en el moflete que ya casi ha cicatrizado, cortesía de un perro de los que usan las fuerzas marroquíes para rastrear y cazar a los subsaharianos. Con la herida abierta, rojo sobre negro, se fue al hospital. Otros dos no tuvieron tanta suerte y murieron tirados en mitad de la nada. Ella volvió a la ciudad.

“Si la policía quiere cogerme y devolverme, bien”, dice, “pero no tienen por qué herirnos, no son quién para robar nuestras cosas. No solo te cogen, se llevan todas tus pertenencias y, después, adiós; vuelves a estar como estabas”.

Amnistía Internacional ha denunciado la “indignante ofensiva” por parte del Gobierno marroquí para limpiar el norte del país de migrantes subsaharianos. “Marruecos tiene una política violatoria de los derechos humanos con migrantes y personas refugiadas”, afirma Esteban Beltrán, director de la organización en España. El temor es que Marruecos se convierta para España en lo que Libia se ha instituido para Italia y para el conjunto de la Unión Europea: el cuarto oscuro de las pateras.

Según datos de la Organización Internacional para las Migraciones (IOM), 35.515 personas han llegado a España en 2018, casi el triple que el año anterior. Solo hasta el cinco de septiembre se han registrado 1703 entradas por mar. En una sola jornada a mitades de septiembre fueron rescatadas 187 personas frente a las costas de Cádiz, Motril y Málaga. Cinco cadáveres iban a bordo.

Las cifras colocan a España como primera receptora del Mediterráneo, frente a las 20.250 llegadas a Italia y las 19.564 de Grecia. Son cifras que están lejos aún de las 99.883 entradas en Italia en 2017 y las 853.650 registradas en Grecia en 2015. Ese cambio de tendencia en el Mediterráneo confirma el éxito de los acuerdos con Libia y Turquía y ha servido para incorporar Marruecos al blindaje europeo con el liderazgo de España, según el ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska.

“La Unión Europea ha financiado a Marruecos para liberar la ciudad de Tánger de migrantes”

El desembolso negociado por Madrid incluye 30 millones de euros en material y entrenamiento para gestionar el perímetro, aprobados en el último Consejo de la Unión Europea. Otros 6,5 millones irán destinados a la Estrategia Nacional de Migración y Asilo marroquí, un programa de integración de migrantes que el Gobierno magrebí aprobó en 2014 . Pero ha sido infructuosa en términos legislativos porque “Marruecos no tiene una ley de asilo”, confirma Beltrán. Túnez recibirá 25 millones, y Libia mantendrá los 31 millones anuales de la EUBAM, además de los 266 consignados al Fondo Fiduciario para África entre 2016 y 2018.

“La Unión Europea ha financiado a Marruecos para liberar la ciudad de Tánger de migrantes”, se lamenta Bertrand Cameni, camerunés de 24 años. “La Unión Europea ha pagado para que nos maltraten, así que queremos que diga que eso no va a ocurrir”. El joven explica así la protesta ante el consulado de España en Tánger que congregó a cientos de personas a la calle el pasado 31 de agosto.

“Estábamos tranquilos en el bosque”, relata, “vimos un helicóptero que nos sobrevolaba y justo después llegaron a atraparnos”. “Ya que no podemos vivir, ya que no podemos estar en casas, pero tampoco podemos quedarnos en el bosque, decidimos marchar para que Europa escuche nuestra voz”, apostilla. Aquella manifestación se saldó con 150 detenidos que metieron en furgones y acabaron mandando a Kenitra, o Agadir, o Tiznit; a cualquier sitio lejos de la frontera norte.

Marruecos justifica estas acciones como un medio para acabar con el «crimen organizado» y las «redes de trata de seres humanos y de inmigración irregular» de acuerdo al principio de «solidaridad compartida», según declaraciones del portavoz del Gobierno, Mustafa El Khalfi, en el Parlamento marroquí. Recordó que en 2014 y 2017, Rabat lanzó sendas iniciativas administrativas que desembocaron en la regularizarón de 50.000 inmigrantes clandestinos, el 90 % de ellos subsaharianos. Por otra parte hubo 22.000 “retornos voluntarios” de inmigrantes indocumentados desde 2014, aseveró. Y solo en los primeros ocho meses de 2018, la policía abortó más de 54.000 intentos de pasar ilegalmente de Marruecos a Europa, subrayó el portavoz.

El juego no es nuevo. Desde 2013, Marruecos ha utilizado periódicamente el hostigamiento contra los migrantes cada vez que España, o Europa, ha llamado a su puerta. Lo hizo en 2015, tras la regularización de miles de personas, y ha repetido la operación año tras año, verano tras verano, cuando el estado del mar hace presagiar que, como dice Joaquin, también camerunés, “no habrá muchas muertes”. A él ya lo han pillado dos veces, enviándolo a Tizni, una ciudad en las puertas del desierto, a 800 kilómetros al sur del Estrecho. Regresó por la mañana a Tánger, y esa misma noche lo enviaron del nuevo al sur. Una carrera de ratón y gato en la que él no piensa abandonar.

“Si cierran la frontera, es cosa nuestra llegar a España”, sentencia el paisano Bertrand. “Si la frontera está cerrada, muy bien, pero que nos dejen en paz”.

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