Reportaje

La mafia de los locos

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 8 minutos
Enfermo mental en Bouya Omar (Dic 2008)  | © Rafael Marchante
Enfermo mental en Bouya Omar (Dic 2008) | © Rafael Marchante

Bouya Omar (Kalâat Sraghna) | Diciembre 2008 | Con Erena Calvo

“Guantánamo”. Con esta palabra describen los lugareños Bouya Omar, un santuario en el centro de Marruecos, lugar de peregrinaje para enfermos mentales y toxicómanos de todo el país. Por las calles deambulan personas con la mirada perdida y los pies o las manos atados por gruesas cadenas. Tras las rejas de las casas de barro se aprietan otros rostros. “Hay hasta treinta personas por habitación, les dan de comer apenas dos trozos de pan y un vaso de té al día y los dominan a golpes de palo; algunos están encadenados a la pared o a la cama, se mean encima”, relata Abdelatif Fauzi, un vecino de la zona. Calcula que hay unos 1.200 pacientes, entre ellos menores de edad y muchas mujeres.

Ellas sufren aun más. “Si son guapas, los vigilantes las violan; si se quedan embarazadas, el bebé se vende a algún matrimonio sin hijos”, asegura Fauzi. “Muchos dementes mueren en los barracones y son enterrados de noche en un campo cercano, a no ser que la familia se haga cargo del cadáver”, añade. Incluso liberar a un paciente puede ser difícil: “Tras años de encierro, las llaves de los candados se han perdido y hay que partir los grilletes a martillazos”.

La riqueza se mide en dementes: tener una casa con 40 enfermos puede dar beneficios de 3.000 € al mes

El pueblo-manicomio de Bouya Omar tiene sus raíces en la ancestral veneración de las tumbas de los maestros sufíes; hay numerosos mausoleos en Marruecos a los que peregrinan los dementes para liberarse del ‘yin’ (demonio) del que se creen poseídos. Pero Bouya Omar alimenta un suculento negocio. El enfermo debe quedarse al cuidado de los guardianes del lugar que intentarán exorcizar al ‘yin’ mediante reiteradas sesiones de trance; cada paso exige una ofrenda monetaria y el proceso puede durar semanas, meses o años.

Los ‘yin’ exigen sacrificios de gallinas o cabras que hay que comprar a alto precio. Además, las familias pagan entre 60 y 150 euros al mes para asegurar la manutención de sus enfermos, pero a tenor de Fauzi, los guardianes gastan muy poco en sus pacientes. Tener una casa con 40 enfermos puede dar beneficios de 3.000 euros mensuales, calcula. En Bouya Omar, la riqueza se mide en dementes.

El hombre que controla esta riqueza se llama Tahar Tausi ‘Uld Duwaia’. Se niega a hablar con la prensa pero, según el periodista Najib Chaouki, tiene unos 50 años y posee varias aceiteras, amén de intereses inmobiliarios en Kalaa Sraghna, la capital de la provincia. “Llegó pobre a Buya Omar en 1986; hoy es millonario”, resume. Tausi se hizo fuerte entre los inversores locales que pujaban cada año por hacerse con los ingresos del cepillo a cambio de adelantar una suma fija.

“Hoy, estas subastas ya no se celebran”, asegura la periodista Zineb El Rhazoui, “porque nadie puede competir con Tahar, que lleva 18 años controlando la caja”. Paga anualmente 800.000 dirham (70.000 euros), por la gestión del mausoleo; el dinero se distribuye entre las familias que se reclaman descendientes del santo Bouya Omar. Hay quien cree que los ingresos alcanzan 3,2 millones de dirham anuales, casi 300.000 euros.

“Tausi está por encima de la ley, no paga impuestos y todas las autoridades de la región le deben favores”

No todos los ‘pacientes’ van encadenados. Ni todos están locos. “Si alguien se quiere deshacer de un familiar incómodo, por cuestiones de herencia o para evitar un divorcio costoso, lo interna en Bouya Omar; pudimos comprobar que los sicarios del santuario se desplazan a cualquier ciudad marroquí para recoger al supuesto enfermo; no piden certificados médicos”, asegura El Rhazoui. Forma parte de un equipo de la productora marroquí Connexion Media que realizó un reportaje con cámara oculta, emitido en octubre por la televisión pública. “Nos hicimos pasar por un matrimonio con un hermano demente y llamamos a Bouya Omar, mandaron a tres personas que llegaron de madrugada para llevarse al ‘enfermo’ por la fuerza”, relata.

Ahora, los ánimos andan encrespados: Tahar Tausi amenazó y arrolló con el coche a Fatima Ait Aouinate, presidenta de la Asociación de Mujeres Minusválidas de Marruecos, cuando intentó inspeccionar el lugar. Fauzi confirma que hubo cuatro testigos de la agresión, pero “la policía no ha iniciado investigación alguna”, denuncia Chaouki. “Tausi está por encima de la ley, lleva 18 años sin pagar impuestos, pero todas las autoridades de la región le deben favores”.

Cuando llegan los periodistas españoles, las autoridades locales exigen primero una autorización “especial” y al día siguiente llegan a las manos: empujones, zarandeos y carreras para recuperar una cámara robada crean una tensión violenta que ni siquiera se aplaca ante la llegada de la gendarmería. No era un enfado espontáneo: “El caid (dirigente) del municipio dio personalmente orden de agredir a todo periodista que se acercara a Bouya Omar” asegura Fauzi. Desde que apareció como testigo de cargo en televisión, este comerciante de aceitunas teme por su vida. “Ya no me atrevo a ir por la carretera con mi moto: Tahar controla todos los taxis de lugar, tiene 35 licencias a su nombre y los conductores le obedecen”, recuerda. “En 1986 ya asesinaron a un vecino, lo golpearon y lo tiraron al canal; la policía lo consideró un accidente”.

“Tenían escopetas legales; es extraño que un ex enfermo psiquiátrico tenga licencia de armas”

Ningún gesto violento, en cambio, se aprecia entre los pacientes. Muchos son toxicómanos sometidos a una ‘terapia’ radical. Como Mohamed, un joven tangerino que regresó desde Girona para curar su adicción. Asegura que pasó el ‘mono’ encadenado en un barracón. Similar es el caso de Hassan, de Barcelona, que vino unos meses “para descansar”, según afirma. “Las cadenas me las pusieron sólo unos días, es algo simbólico”, añade. Lo interrumpe un gesto de Omar Hamed, que se define como guardián del mausoleo y amigo de Tahar Uld Duwaia. Pide “no fotografiar la basura” que se acumula tras los barracones. “El reportaje de televisión ha hecho mucho daño, no han contado la verdad”, asegura.

Pero el revuelo permitió que unas 80 familias recuperaran a sus enfermos y dio lugar a una inspección policial que descubrió fusiles de caza en manos de los loqueros, casi todos ellos antiguos dementes. “Tenían los permisos en regla, pero es extraño que un ex enfermo psiquiátrico tenga licencia de armas”, observa El Rhazoui. Nadie tomó medidas después. El tema fue planteado en el Parlamento por el partido islamista PJD, en general opuesto a los cultos de los santuarios marroquíes, pero El Rhazoui desconfía. “Hay que combatir los abusos, pero no los ritos ancestrales que son nuestra forma de religiosidad propia, distinta del islam integrista que se importa desde Arabia Saudí”, remacha.

El mausoleo de Bouya Omar es antiguo –el santo vivió en el siglo XVII y es nieto del sufí Sidi Rahal – pero adquirió fama hace apenas 50 años. Inicialmente, las cadenas sólo tenían la finalidad de ‘atar al yin’, según la socióloga Khadija Naamouni: la creencia de que sólo se podía abandonar el lugar tras ser autorizado por el santo mediante un sueño retenía incluso a personas que llevaban tiempo sin síntomas. Hasta hoy. “¡Cuarenta años de humillaciones! ¡Me voy a morir aquí!” grita un anciano que no lleva cadenas. “Quiero irme. ¡Estoy harto! ¡harto!” En Bouya Omar, supersticiones y extorsión se dan la mano para perpetuar el culto y el negocio.

Una frágil salud mental

Las alternativas a Bouya Omar son escasas. “En todo Marruecos hay unos 15 hospitales psiquiátricos con 1.950 camas en total y no más de 350 especialistas” para unos 600.000 enfermos, asegura Driss Moussaui, psiquiatra del hospital Ibn Rochd en Casablanca. “Rechazamos pacientes cada día porque no hay espacio”.

Las estancias son cortas y se administran sobre todo medicamentos y calmantes, debido a la falta de fondos para otras terapias. “Tenemos un enorme retraso”, lamenta Moussaoui, “pero mejoramos: ya no hay manicomios de los antiguos y el ministerio ha tomado conciencia de la prioridad de invertir en salud mental”.

Algo muy necesario: la atención privada puede costar 150 euros al día y la pública tampoco sale gratis. “Hay familias que no pueden pagar las medicinas del enfermo y si es agresivo prefieren deshacerse de él llevándolo a Bouya Omar”, concluye Moussaui. “Pero lo que ocurre allí es un crimen; se le pondrá fin muy pronto”.