Pedro Martínez Montávez
«Al-Andalus fue una tentativa de lo que hoy llamamos multiculturalismo»
Alejandro Luque
A sus 78 años, Pedro Martínez Montávez conserva todavía una lucidez y una vitalidad envidiables. Oyéndolo conversar, no resulta difícil imaginar el éxito que tuvieron sus clases, de las que han salido algunos de los mejores arabistas actuales. Además de Catedrático de la Universidad de Sevilla y de la Autónoma de Madrid, este jiennense de Jódar ha desarrollado una amplia obra que es hoy referencia para cualquier estudioso del mundo árabe contemporáneo y las relaciones hispanoárabes.
Su último libro hasta la fecha, Significado y símbolo de Al-Andalus –editado por CantArabia, Fundación Ibn Tufayl y CajaGranada– recoge sus investigaciones alrededor del mundo andalusí, que considera “un hecho concluso en el tiempo, pero mantenido en los imaginarios, en la memoria colectiva. De ahí esa contundente realidad simbólica, ese símbolo permanente que también es Al-Andalus”, explica. “Se trata, además, de un objeto común y compartido entre árabes y españoles. Mientras no nos acerquemos de esa manera compartida, nuestras visiones no sólo van a ser muy diferentes, sino inevitablemente enfrentadas”.
¿Toca reivindicar Al-Andalus como algo propio, frente a esa extendida idea de Al-Andalus como una derrota de España?
Yo huyo de ese planteamiento que me parece absolutamente maniqueo, y que no tiene nada de científico, de que la introducción de lo árabe islámico en lo hispánico supuso para unos la gloria y para otros la miseria. ¿Al-Andalus forma parte de lo que podríamos llamar la posible identidad hispánica y no española o no? ¿Dónde lo ponemos? Para mí no hay duda: forma parte. Y esa identidad es absolutamente plural, contrastada, dinámica, profundamente histórica. Con su dimensión de pasado, de presente y de futuro, y que no es ni monolítica ni unidimensional. Lo andalusí es uno de sus ingredientes, que aporta unos factores de alteridad que conviene tener en cuenta. Por eso, quizá lo genuino de esa introducción no sea la identidad ni la alteridad, sino la alteridentidad.
¿Cuánto hay de cultura árabe en Al-Andalus y cuánto de cultura andaluza en el mundo árabe en general?
Mire, he ido convenciéndome de que Al-Andalus fue una tentativa de lo que llamamos ahora multiculturalismo, un multiculturalismo en agraz, que no tuvo tiempo de cuajar. En ese marco, los elementos son enormemente plurales y diversos. Cualquiera que tenga un conocimiento un poco práctico del mundo árabe, uno de los primeros descubrimientos que hace se trata del paraíso de la diversidad. Ahí está precisamente su gran atractivo y su enorme riesgo. Fascina al mismo tiempo que uno intuye que es muy difícil de entender y explicar. Desde esos postulados, los porcentajes son imposibles de precisar. Un arabista tan genial y adelantado como Julián Rivera ya escribió algo en ese sentido, pero yo no soy un entomólogo, ni quiero hacer una tipología científica de todo eso. En España mismo, las huellas, las reliquias, los restos, las permanencias de todo eso son muy variables según los tiempos, los espacios. Y según los objetos o los productos, de las manifestaciones literarias a la arquitectura, la dulcería o el mundo de las relaciones humanas.
Mi generación estudió Al-Andalus bajo el epígrafe de “invasión árabe”, pero expertos como Olagüe hablan de islamización progresiva y niegan que subieran tropas por el Estrecho. ¿Cuál es su postura?
Bueno, la subida de tropas indudablemente se produjo. Lo árabe islámico, y no sólo lo guerrero, sino lo cultural y civilizador, entró en la Península Ibérica. Cualquiera que conozca la expansión que se produjo del islam como hecho político y administrativo sabe que abarcó una enorme extensión del planeta. A los españoles hay que recordarles siempre que si para nosotros 711 supone el año en que el islam árabe-bereber llega a la Península, por la misma fecha ese mismo islam ha llegado al valle del Indo por el este y por el norte al Cáucaso. Al-Andalus no es un hecho aislado. Sí un hecho propio y peculiar, y como tal comparable al modo en que, por ejemplo, se extendió por la Persia anterior, o como se extendió por el Norte de África o el África negra…
El matiz es si hablamos de la expansión de una cultura, o de unos señores de tez morena y lengua extraña que invadieron un territorio armados con alfanjes…
En esa expansión se producen dos fenómenos: la islamización y la arabización. Lo que no se puede afirmar es que en todos los lugares se produjeran al mismo tiempo y con la misma intensidad, ni con la misma aceptación. En la Península –prefiero hablar de Península y no de España– se discute si la islamización fue más rápida que la arabización, o no. Es una polémica más erudita que otra cosa, y en última instancia carecemos de un método que nos permita verlo. Pero son compañeros de viaje, y pasó en Al-Andalus como en Egipto o en el Magreb, y sigue pasando todavía. Mucha de la problemática del mundo árabe se origina precisamente en el sistema de relación que lo estrictamente doctrinal mantiene con lo árabe.
Le pregunto precisamente por la lengua: tradicionalmente, la enseñanza del árabe en España se daba en clave de lengua muerta. Los profesores eran capaces de traducir un texto del siglo XIV, pero incapaces de mantener una conversación en un mercado de Marruecos… Usted tiene fama de haber roto esa norma.
He tratado. Mire, si un arabista es sincero, lo primero que tiene que proclamar es que jamás llegará a dominar la lengua árabe. Yo no tengo dificultades para mantener una conversación con un arabófono. He recorrido el mundo árabe de una punta a otra, y he podido entender y hacerme entender, con mayores o menores dificultades, en todos los países. Pero jamás llegaré a poseer la lengua árabe, lo que hace que uno esté siempre atraído por ella, y en cierto aspecto maldiciéndola. Atrae tanto como repele.
¿Es por su complejidad?
El mundo árabe es la apoteosis de lo que podríamos llamar la diversidad lingüística dentro de una misma lengua. Un árabe, para ser bilingüe o trilingüe, tiene suficiente con su propia lengua. La variedad dialectal es portentosa, no sólo de país a país, sino que existen variantes en grado y número nada desdeñable dentro del propio país; no sólo por razones geográficas, sino por razones sociales. Yo me entiendo mejor con los varones que con las mujeres, porque las variantes del lenguaje femenino me son menos asequibles. Estudiar la lengua árabe es introducirte en un bosque, pero las veredas existen, aunque estén ocultos. Dicho lo cual, esa circunstancia de los profesores, de la que hablábamos antes, creo que ha pasado ya. Se ha mejorado a pesar de las enormes dificultades administrativas que la enseñanza de todo lo que tiene que ver con lo árabe tienen en este país. Y mucho me temo que irá a peor en el futuro.
Esa parece una suerte común con el griego, el italiano, el alemán… Todo peligra ahora en las universidades.
Entra dentro de esa inevitable tendencia a cercenar las humanidades. Y el arabismo, siempre lo he defendido, es una modalidad de humanismo. En eso soy absolutamente intransigente. Para mí el humanismo no se restringe a las humanidades clásicas, sino que tiene tanto que ver con lo que se puede calificar de clásico como con lo que teóricamente no se califica así. Se puede hacer humanismo estudiando a Platón como a Ibn Jaldún o Averroes.
Asín Palacios, Emilio García Gómez, usted mismo… ¿Quiénes van a completar la tradición brillante de arabistas españoles?
Le agradezco que me considere como tal, pero hay bastantes arabistas de mi generación y de la inmediatamente posterior que han hecho grandes aportaciones al arabismo español. No quiero dar nombres, tengo alumnos predilectos y alumnas predilectas, pero entre ellos hay personas muy allegadas, y hasta algún familiar directo, y no me parecería adecuado….
Cantera sí hay, al menos…
Bastante, y están excelentemente preparados. Sí se ha ido observando un peligroso deslizamiento hacia cierta manera de explicar y escribir sobre lo árabe que no responde a la realidad. Se creen que el mundo empieza con ellos, que ellos son los que descubren las cosas. Y eso no es cierto, ni en el arabismo ni en nada. En la vida hay que tener conciencia plena de algo que se llama continuidad, y que ésta no se impone ni a la innovación ni a la creatividad, ni al descubrimiento. Eso me preocupa especialmente en el terreno de la literatura árabe contemporánea, que muchos pretenden presentar como una labor hecha por ellos y por ellas, y olvidan cosas fundamentales. Por ejemplo, que durante la década de los 50, los 60 y quizá parte de los 70, a la lengua occidental a la que más textos árabes se tradujeron, fue concretamente a la lengua española. La primera antología de poetas palestinos vertida a lengua occidental fue en español, lo mismo el primer trabajo de un texto de Adonis, y la primera antología del poeta del amor sirio Nizar Qabbani. Por azar, las tres son aportaciones mías, pero sólo porque soy muy viejo y empecé muy joven.
Lo cierto es que, salvo el Nobel egipcio Mahfuz, Darwish, Adonis y pocos más, el gran público en España ignora casi todo de la literatura árabe.
Ahí hay una cuestión de comercialización. Las traducciones y estudios de primera época se hicieron en editoriales pequeñas o con apoyo de instituciones oficiales, que nunca es beneficioso para la divulgación. A partir de la concesión del Nobel a Mahfuz, se ha ido abriendo la cosa, la demanda ha ido aumentando, pero desde luego la literatura árabe no ha conocido la difusión que merece. Y a pesar de la buena labor que se está haciendo, el número de traducciones al francés y el inglés es mucho mayor que las del español.
¿Y cómo se explica que, en una lengua que cuenta con 250 millones de hablantes, la producción editorial sea escasísima?
Va unido, primeramente, a los porcentajes de alfabetización, todavía bajos, y más aún entre las mujeres. También se debe a la escasa potencia de las editoriales. Es un mundo editorial muy atomizado, muy fragmentado. Otro factor es la excesiva presencia que tiene lo institucional, que no sirve para promocionar la obra de arte y la obra creativa. Y en términos globales, la capacidad adquisitiva del árabe medio no es grande, y está más preocupado por tener que atender a la provisión de elementos indispensables para vivir, que de elementos que podríamos considerar de alta cultura. No hay que olvidar que el mundo árabe contemporáneo no es que esté en crisis, sino que vive en una sucesión de crisis secular. De esto no se debe derivar que sea un vacío de cultura; en todo caso, puede ser un vacío de libertad, y de ahí las rebeliones civiles que se vienen produciendo desde hace años. Y desde Occidente a menudo confundimos ambos vacíos.
¿Tiene esto también relación con el hecho de que el árabe clásico sea la norma con la que lee y escribe la mayor parte de la gente?
Cualquiera que se mueve por el mundo árabe, sabe que el arabófono se tiene que mover en diversos niveles lingüísticos. Los árabes, para entenderse entre sí, se comunican básicamente a través de su propia lengua. En congresos internacionales, la lengua que se utiliza es prácticamente el árabe. Los grandes organismos interárabes, con independencia de su grado de eficacia –la Liga árabe es un ejemplo de ineficacia absoluta–, no necesitan servicio de traducción. ¿Usted concibe cualquier organismo europeo sin servicio de traducción? También hay que indicar que el sistema educativo árabe, salvo contadas excepciones, está también inmerso en esa profunda situación de crisis continuas de la que hablaba antes.
¿Y esas propuestas de estandarizar el egipcio, el irakí, o el marroquí…?
Creo que, en primer lugar, no responde a la realidad, y en segundo lugar esa idea se inscribe en un momento histórico en que, lingüísticamente, el mundo árabe se sitúa en una situación muy parecida a la que quizá tuvo el mundo de la romanidad, es decir, el de las lenguas derivadas del latín. Y desde esa perspectiva, si los árabes no son conscientes de ello y no toman las medidas adecuadas, se corre el riesgo de que el árabe normativo quede reducido a algo similar al latín, una lengua en peligro de extinción. Pero insisto, el principal vehículo de entendimiento lingüístico que tienen los árabes es su propia lengua, y lo único que se exige es que el hablante tenga un conocimiento aceptable de ella. Conocimiento que a menudo no se tiene, porque lo que se manejan son las variantes dialectales.
Estando en Sevilla, quisiera preguntarle qué consideración tienen los arabistas de una figura tan curiosa como Cansinos Assens.
Creo que la inmensa mayoría de los arabistas no conocen, ni han leído a Cansinos Assens. También le digo que cuando uno lee las cosas de Cansinos, y sobre todo lo que más tiene que ver con lo árabe, su traducción del Corán o lo de Las mil y una noches, uno descubre que se trata de un excepcional literato, pero su conocimiento de la lengua y la cultura eran muy escasos. Es un gran creador, y eso se impone sobre lo otro. En última instancia, es la circunstancia a la que se enfrenta el arabista cuando tiene que valorar cualquier fenómeno que entre en ese mundo tan extenso y diverso que podemos etiquetar bajo el nombre genérico de orientalismo. Y los arabistas sabemos que esas modalidades de orientalismo, por azar, fueron rigurosamente contemporáneas en lo cronológico de la expansión del movimiento colonial… Y es un fenómeno que no se agota ni mucho menos en Cansinos Assens. En época contemporánea hay ejemplos más o menos similares. El mundo árabe islámico para un occidental siempre corre el peligro de convertirse en algo más o menos exótico.
¿Qué país, qué región encarnaría hoy mejor el espíritu de Al-Andalus?
Es una pregunta difícil de responder. Mecánicamente, decir Andalucía sería un tópico, una aceptación de lo convencional. Es curioso cómo esas posturas de aceptación y rechazo de Al-Andalus y lo arábigo se produce quizá de una manera más visceral en Andalucía que en otras partes de España. Uno se sorprende de que, dentro del conjunto de lo español, lo andaluz puede ser un ejemplo excelente de islamofilia o maurofilia, como de total islamofobia o maurofobia. Sobre la pregunta, creo que quizá el espacio ibérico, en donde posiblemente lo andalusí y lo árabe islámico se ha ido depositando e incorporando con más naturalidad, posiblemente es Levante, el arco mediterráneo, y en concreto el sudeste, lo que los árabes llaman “el ala rota de Al-Andalus”. Y dentro de Andalucía, no es lo mismo ver lo andalusí desde Sevilla, que tiene una natural tendencia a abrirse a lo atlántico, que desde Granada o Córdoba…
… o desde Qadish, que es mi tierra.
Cádiz siempre es distinta, incluso para lo español. Es que allí confluyen tantas cosas… Es una especie de receptáculo de todo lo ibérico. Siempre ha sido así.