Militares en batalla contra el uranio
Irene Savio
Es tan sonriente el excabo Antonio Attianese, que cuando se entristece provoca vergüenza ajena. Tiene 38 años, dos hijos de cinco y seis, y mantiene una sonrisa ingrávida a pesar del insoportable dolor. Antes de participar en dos misiones militares en Afganistán en 2002 (denominada ISAF) y 2003 (Enduring Freedom), su historia era la del prototipo de soldado italiano nacido en el sur de Italia, que cambió una probable vida de inestabilidad económica por un puesto fijo. Ahora está azotado por las secuelas de 35 intervenciones quirúrgicas y casi cien hospitalizaciones. Le detectaron metástasis pulmonar, le extirparon la vejiga, el riñón derecho y parte del izquierdo. Por ello, de las entrañas de su cuerpo, sale un tubo delgado de plástico transparente, que le permite expeler la orina y que deberá llevar de por vida.
Además, Antonio también hace quimioterapia, lo que a cada rato le provoca vómitos, fiebres, mareos y una sensación de debilitamiento físico perenne. “Es el uranio empobrecido que respiró. De ahí le viene todo. Ahora tiene el 25% de posibilidades de seguir viviendo”, afirma María Attianese, su mujer, cuando los encontramos en Roma.
EE UU utilizó munición de uranio empobrecido contra Daesh en Siria en noviembre de 2015
En los últimos treinta años —desde que se tiene conocimiento de que ha sido usado con fines bélicos—, la controvertida historia del uranio empobrecido como arma de guerra continúa acumulando polémicas y silencios, desmentidos y contradicciones. La Agencia de Protección Medioambiental de EE UU lo ha considerado “un riesgo radioactivo para la salud”. El Laboratoire de Radiotoxicologie Experimentale de Marsella (Francia) ha llegado a sugerir que la exposición a esta sustancia puede alterar el ADN.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estableció —ya en 2001— que “el uranio empobrecido es un elemento potencialmente tóxico desde el punto de vista químico y radiológico, y sus órganos diana son fundamentalmente los riñones y los pulmones”. Agregó que “las partículas insolubles de uranio inhalado (…) tienden a quedar retenidas en el pulmón y pueden provocar radiolesiones en ese tejido, e incluso cáncer de pulmón”. La forma más habitual y que conlleva más riesgo de absorber el polvo tóxico que desprenden las municiones de uranio empobrecido (cuando impactan) es la inhalación.
Usado en Siria e Iraq
Así y todo, se sigue utilizando. La última vez (de la que se tiene constancia) ocurrió en 2015 en Siria, donde lo usó el Gobierno de EE UU. Lo admitió la propia Administración estadounidense, en concreto el mayor Josh Jacques, portavoz del Mando Central del país (CENTCOM), en una conversación con la revista Foreign Policy y Airwars. Según precisó Jacques, Estados Unidos disparó 5.265 balas de 30 milímetros fabricadas de uranio empobrecido los días 16 y 22 de noviembre de 2015. Los ataques, que provinieron de un avión de combate A-10 ‘antitanque’, destruyeron 350 vehículos, presuntamente de Daesh.
Organizaciones no gubernamentales como ICBUW y PAX buscan desde hace tiempo la aprobación de una legislación contra este armamento, que también obligue a los responsables a descontaminar las zonas donde han sido usadas. Algo que no ocurre hoy, pues no hay legislación internacional al respecto. Subrayan además que EE UU ha violado sus propias reglas, al negar primero —en 2015— que había usado estas armas contra Daesh, cuando luego admitió que era verdad.
Razón de peso
¿Por qué se usa el uranio empobrecido? Por su enorme peso, 1,67 veces superior al plomo, que lo convierte en un proyectil eficaz para perforar un blindaje. Además es barato, ya que es un subproducto del uranio enriquecido que se usa en las centrales nucleares. Y según muchos expertos es totalmente inofensivo o debería serlo, porque contiene solo un 0,3 por ciento del isotopo radiactivo U-235. No solo menos que el 3-4 % del uranio enriquecido usado en los reactores, sino también menos que el 0,7 por ciento presente en el uranio natural. La radiación que desprende es por ello mucho menor que la que sufren los mineros empleados en la extracción de este metal tóxico… y el riesgo de salud también debería ser menor, concluyen los expertos. Pero soldados y civiles residentes en áreas bombardeadas tienen una experiencia distinta.
Nadie sabe a ciencia ciertas cuántos casos de militares afectados por el uranio empobrecido hay en el mundo, a pesar de que al menos tres Gobiernos —Estados Unidos, Reino Unido y Canadá— han llevado adelante estudios. Lo que sí se sabe es que ha habido denuncias de antiguos soldados canadienses, estadounidenses, franceses y de otros países europeos. A estos habría que sumar —si hubiese un registro— las denuncias de civiles en todos los países en los que ha sido empleado, en algunos de los cuales —como Iraq— se ha producido un incremento de los casos de cáncer sin que esto haya tenido, de momento, una explicación definitiva.
El caso italiano ha elevando a cotas kafkianas el debate sobre el uranio empobrecido. El motivo es la reiterada negación por parte del Estado del riesgo que implica para la salud el uso de esta sustancia (con todo lo que conlleva para las víctimas, como la ausencia de protocolos específicos para quienes enferman) y que ha suscitado campañas públicas de exsoldados y ONG, que le han dado visibilidad al fenómeno.
Han fallecido 340 soldados italianos y hay 4.000 enfermos, la mayoría por misiones en los Balcanes
Hasta la fecha han fallecido 340 soldados italianos y hay 4.000 enfermos, de acuerdo con el Osservatorio Militare (OI), la ONG italiana de abogados y exmilitares que lleva este macabro conteo. En su mayoría se trata de militares que participaron en misiones en los Balcanes, pero también hay casos de Somalia, Iraq y Afganistán, como el de Antonio Attianese. Soldados que, según OI, han denunciado no haber sido informados previamente de los riesgos que corrían (como sí hace, por ejemplo, el Ejército de EE UU) y haber operado en el terreno sin los equipos técnicos necesarios para resguardarse del mortífero polvo que desprenden las municiones. Y que, una vez enfermos, han tenido que batallar para ver reconocidas una asistencia e indemnización específicas para estos casos.
“Dos o tres. Ese es el número de militares que se ponen en contacto con nosotros, para denunciar, todas las semanas”, cuenta el expiloto de la aviación italiana Domenico Leggiero, miembro de OI y quien hoy colabora con la Comisión Parlamentaria de Investigación sobre los efectos del uranio empobrecido del Congreso italiano. “¿Por qué la situación italiana es tan llamativa? Es sencillo. El Estado todavía no reconoce de manera definitiva las secuelas para la salud de las municipios elaboradas con esta sustancia. Eso también significa que el Ejército no toma medidas para resguardar a sus soldados en zonas donde se usan estas armas y no aplica protocolos especiales para los que enferman”, asegura Leggiero.
Todo ello a pesar de que, desde que se revelara que EE UU lo usó con fines militares en la primera guerra del Golfo y luego la OTAN volviera a hacerlo a finales de los 90 en los Balcanes (Serbia, Kosovo y Montenegro), los abogados italianos han sentado unas 70 veces en el banquillo de los imputados al Estado, obteniendo cuantiosos resarcimientos para los militares italianos que participaron en aquellas misiones, enfermaron y denunciaron.
El hospital del horror
Corría marzo de 1991. Sadam Husein acababa de perder la I Guerra del Golfo y sus tropas huían de Kuwait tras una ocupación de siete meses. Una unidad estadounidense detectó una columna de tanques en retirada en territorio iraquí en la localidad de Rumeila, a apenas 40 kilómetros de la ciudad de Basora. Decidió bombardearla. Utilizó munición de uranio empobrecido para perforar los blindados. La destrucción fue inmensa.
No solo en este momento: Una década más tarde, el hospital de Basora era un gabinete de horror donde los médicos mostraban fotos de bebés con espantosas malformaciones a los visitantes. Según sus datos – que no se han verificado en estudios internacionales, por falta de expertos que quisieran desplazarse a Iraq – la tasa de pacientes con cáncer en la región se ha disparado de 11 casos en 100.000 en 1988 hasta los 116 casos en 2001.
Ellos siguen muriendo. Un artículo titulado ‘La matanza ignorada de los soldados italianos’, que el diario italiano Il Corriere della Sera publicó recientemente, recordaba el último caso, el del coronel Claudio Carboni, de 59 años, que falleció en febrero de 2017. “Todo empezó con el conflicto en los Balcanes. En esa época, para evitar generar oposición entre la población italiana sobre la participación del país en el conflicto, se ocultaron los riesgos que los militares corrían y no se tomaron las precauciones debidas para evitar que enfermaran”, puntualiza Leggiero. “Esta es la clave del caso italiano, que estos militares han sido abandonados por su propio Estado”, añade.
Organizaciones opacas
La misma Comisión Parlamentaria con la que Leggiero colabora refleja el conflicto con el uranio en Italia. No es la primera vez que investiga el caso. Es la cuarta consecutiva desde 2002. Es decir, desde que por primera vez se consideró que era necesario un grupo de trabajo para esclarecer la cuestión, no ha producido ningún fruto. “Ni para los periodistas es fácil investigar estos temas. Hay involucrados altos mandos del Ejército”, asevera, por su parte, la periodista Mary Tagliazucchi.
El Parlamento Europeo pide elaborar una posición común de la UE para prohibir el uso
Un limbo que también reposa sobre la opacidad de organizaciones internacionales como Naciones Unidas y la Unión Europea, que todavía no han expresado una posición clara. En su última intervención sobre el asunto en febrero de 2014, el Parlamento Europeo pidió a la UE desarrollar “una posición común (…) a favor de la prohibición del uso de municiones de uranio empobrecido y que preste apoyo para el tratamiento de las víctimas”. Pero todavía no se ha trabajado en nada concreto (una propuesta de ley se presentó sin éxito). En su sexta resolución sobre el asunto (del 14 de diciembre de 2016), la ONU ha recomendado prudencia a los Estados y ha pedido más investigaciones sobre las consecuencias a largo plazo de la exposición al uranio empobrecido. Nada más. De momento.
Si bien existen estudios sobre las secuelas que produce la exposición al uranio empobrecido, lo que no está claro es qué distancia entre este material y la persona afectada y qué tiempo de exposición significan un riesgo para la salud. Así lo apuntan diferentes informes, entre ellos, del United States Armed Forces Radiobiology Research Institute (AFRRI) y de la British Royal Society. Una incógnita que usan como argumento quienes rechazan el nexo entre el uranio empobrecido y los daños para la salud.
EE UU se ha negado a proporcionar datos sobre el uso de uranio empobrecido
Dicha opacidad también la subraya un informe de 2013 financiado por el Ministerio de Exteriores de Noruega —uno de los más recientes y completos sobre el tema—, en el que se analizan las consecuencias del uso de esta arma en Iraq en 1991 y en 2003. “Hay una ausencia de información crucial sobre las coordenadas [de las zonas afectadas], la cantidad y la tipología de armas de uranio empobrecido usadas y las zonas descontaminadas (…), lo que impide llevar adelante una labor de saneamiento”, reza el texto. Subraya numerosas veces que Estados Unidos “se ha negado reiteradamente” a proporcionar datos para aclarar las circunstancias del uso de uranio empobrecido.
El mismo informe asegura que ha sido probado de manera “clara” que el uranio empobrecido fue usado “en áreas urbanas y rurales pobladas, contra objetivos no blindados tales como vehículos ligeros, edificios y otras instalaciones civiles”, lo que “es alarmante”. La discusión también se ha complicado con la propaganda política de algunos países en los que el uranio empobrecido fue usado, que han instrumentalizado el debate para sus propios fines, y por el uso de otras sustancias químicas en las guerras modernas.
“Solo quiero lo que me corresponde. Nos han enviado a luchar, sin decirnos que el peligro provenía también de nuestro bando”, vuelve a insistir Antonio Attianese, el exmilitar enfermo, cuando le volvemos a contactar unos días después de nuestro primer encuentro. Pero no es un buen día para él. Ha tenido fiebre y mareos y está acostado en la cama. La última noticia es que le encontraron metástasis en el cerebro. “Seguiré luchando. Hasta el final, no quiero saltar al maldito foso”, dice.
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Primero publicado en Esglobal · 19 Abril 2017
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