Mira Awad
«Trato de abrir ventanas, como un albañil»
Carmen Rengel
Jerusalén | Mayo 2011
“Si el día que muera sé que al menos una persona ha cambiado su forma de pensar gracias a mi trabajo, si sé que ha aprendido a respetar a los palestinos y a entender su causa, entonces moriré feliz”. Mira Anwar Awad dice que es la máxima pretensión de su carrera como cantante y actriz: cambiar mentalidades, ayudar al entendimiento entre los pueblos.
Aunque la llaman la “embajadora de la paz” de la música palestina, ella elude la etiqueta. “Sólo soy una artista, yo no tengo soluciones mágicas, pero al menos trato de tender puentes o de abrir ventanas, como un albañil, piedra a piedra”, argumenta la cantante palestina, que es ciudadana israelí y fue compañera de Noa en la edición 2009 de Eurovisión.
No quiere protagonismo, pero lo tiene, porque su labor como defensora de la convivencia pacífica entre estos vecinos enfrentados la convierte en una de las palestinas más notables del momento.
Una joven que vive entre dos aguas, entre dos identidades, entre dos banderas: una árabe que vive en Tel Aviv, hermana del millón y medio de palestinos con nacionalidad israelí, integrada pero con memoria, dispuesta siempre a “luchar por el ideal de una vida común de respeto y aprecio mutuo donde la guía vital sea el respeto al valor sagrado de la vida y la paz”.
Árabe de Galilea con casa en Tel Aviv, hija de palestino y búlgara, se topó de lleno con el racismo a los 17 años.
Hija de un médico árabe, comunista, y de una lingüista búlgara comprometida con los derechos humanos, Mira Awad nació hace 36 años en Rama, Galilea, un entorno multicultural, casi un laboratorio de convivencia con calles en las que se mezclaban el hebreo y el árabe, las estrellas de David con el canto del muecín y las cruces de las iglesias.
“Era algo natural, fruto de la historia. Yo sabía la tragedia de mi pueblo, porque mi padre fue expulsado de su aldea en 1948, aunque luego pudo regresar. Tenía consciencia de ser palestina y de los problemas de los árabes, pero convivía con ello, como muchos otros ciudadanos. Luego me fui a estudiar a la Universidad de Haifa —Literatura Inglesa y Bellas Artes— y tampoco sentí grandes tensiones a mi alrededor, porque el norte de Israel tiene mucha población árabe. El choque brutal vino cuando, pasados dos años, me fui a Tel Aviv para empezar en el mundo de la música. Ahí descubrí realmente la complejidad de ser palestina e israelí al tiempo, de saber que soy parte de una comunidad y, a la vez, soy una extraña.La experiencia reforzó mis raíces palestinas, tan ricas y fuertes, y descubrí que hiciera lo que hiciera en mi vida debía intentar aportar algo bueno para acabar con las diferencias entre los hombres”, explica a M’Sur vía correo electrónico.
La toma de conciencia final vino con el “racismo” que notó a su alrededor: no es morena, no es musulmana, a los 17 años tocaba en un grupo de rock, estaba rapada y tenía un pendiente en la nariz, pero cuando hablaba con los otros jóvenes de Tel Aviv, cuando exponía su pensamiento sobre el conflicto, cuando intentaba dialogar y se confesaba palestina, “encontraba un muro enfrente” hecho de desconfianzas y miedos. Y había que tirarlo de alguna manera.
Ella eligió, siempre, la música como herramienta. Su madre pertenecía a un coro en su Sofía natal y su padre participa en los cánticos de la iglesia cada domingo. Para Mira era “natural” expresarse con la voz, así que empezó a cantar muy pronto, con apenas nueve años. A los 15 sus inquietudes la llevaron a componer sus primeros temas. Ya entonces, como ahora, las letras entremezclaban la política con el romanticismo. “¡Es que soy palestina pero también soy joven y soy mujer y me enamoro!”, justifica.
«¡Es que soy palestina pero también soy joven y soy mujer y me enamoro!»
Para ser profesional dio el paso de abandonar la universidad e ingresar en la escuela de jazz y música contemporánea Rimon, la más prestigiosa de Israel. Mira se convirtió en la primera árabe que se matriculaba, tras pasar las pruebas de acceso. No fue fácil, confiesa. Luego vinieron sus estudios sobre armonía e improvisación, una beca en Reino Unido y formación en expresión corporal y danza, que la llevaron irremediablemente al teatro y al cine, sus otras grandes pasiones, en las que se estrenó en 1999.
Ahora compagina los musicales con el arreglo de vestuario de varias obras de teatro —“me encanta idear trajes y escenografías”—, la composición de bandas sonoras para películas como Los Limoneros, de Eran Riklis, la actuación en varias series de la televisión israelí como Arab Work o la animación de programas infantiles sobre literatura árabe, “el gran reto: educar a los niños para que superen las barreras entre los pueblos”.
Vive con la maleta hecha permanentemente: acaba de cerrar el último de sus tres discos, mezcla de pop y bases árabes, All my faces, grabado con Sony y producido en España por Carlos Jean, y emprende de inmediato una gira de un mes por China junto a la cantante israelí Noa, amiga personal con la que lleva más de 10 años colaborando, y junto a la que vivió sus peores momentos como artista.
Corría el año 2009. La comisión israelí encargada de escoger a un cantante que representara al país en Eurovisión se decantó precisamente por Achinoam Nini, Noa, quien llamó de inmediato a Mira Awad y le propuso compartir canción y escenario en la gala de Moscú. Ambas compondrían el tema y el marido de Noa, el bajista Gil Dor, haría los arreglos. Mira dijo sí y se convirtió en la primera árabe en representar a Israel en una competición internacional. Con su There must be another way, quedaron en el puesto número 16, “pero el mensaje ya estaba lanzado: juntos podemos”, remarca ahora la cantante palestina.
Si Mira vivió los días más amargos de su carrera fue porque nadie, ni israelíes ni palestinos, la querían compitiendo bajo la bandera israelí. Unos la acusaban de renegar de los símbolos nacionales, de no mostrar lealtad suficiente al estado, de ser “demasiado palestina”; otros decían que actuaba con ligereza al pintar una convivencia realmente inexistente y una cooperación que no es más que una quimera, o sea, de ser “demasiado israelí”. Estuvo a punto de tirar la toalla cuando su familia —especialmente su hermano pequeño—, comenzó a recibir amenazas de muerte.
«Estoy aquí desde antes»
“Yo no sabía qué hacer, porque el concurso fue poco después de la Operación Plomo Fundido en Gaza, donde habían muerto miles de palestinos. Estaba enojada con el Gobierno de Israel y dolida por mi gente. Varios artistas y grupos izquierdistas escribieron una carta en la que me pedían que renunciase a Eurovisión porque iba con la gente que estaba matando a mi pueblo… Eso es muy duro. ¡Y encima yo voto comunista, soy del Hadash! Me sentía muy mal, muy contrariada. Pero di el paso, porque estoy convencida de que el diálogo y la convivencia pueden ser verdad, porque no podía cerrar más puertas, también yo. Hubo un hecho, es una anécdota, pero que acabó de convencerme: fueron unas declaraciones de [Avigdor] Lieberman (ministro de Exteriores de Israel), que dijo que sin lealtad no hay ciudadanía y que los árabes no somos leales. De repente sentí la importancia de mi intervención en el concurso, porque nadie puede negar mi ciudadanía israelí ni mi origen palestino. Quería decirle al ministro: “Eh, estoy aquí desde antes que tú”. Lieberman, de hecho, emigró desde Moldavia a Israel en 1978, a los 20 años de edad. “Yo sólo quería lanzar junto a Noa un mensaje de diálogo y libertad, el empeño de ver al otro como un ser humano”, insiste.
En 2009 representó a Israel en Eurovisión junto a Noa. Quería lanzar un mensaje de diálogo y libertad
No obstante, la presión para que se decante por uno de los dos bandos es constante. “Estoy agotada”, reconoce. “Cada uno me exige que me alinee con ellos. Los israelíes quieren que demuestre mi alianza con ellos y que ponga a prueba mi lealtad, porque vivo en su mismo espacio y trabajo en sus teatros y en sus canales de televisión, y los palestinos me lo reprochan y me preguntan si he olvidado la expulsión que sufrió mi padre hace 60 años”.
Pese a la energía desbordante que rezuma, la artista de Galilea confiesa que, en ocasiones, se siente “acorralada” y “cansada” de explicarse constantemente. “A veces me angustia saber que estoy haciendo infelices a las dos partes, que los estoy decepcionando, pero quiero creer que he elegido el comportamiento adecuado”, insiste. Más allá de los reproches, se siente respetada en el lado israelí y querida en el palestino. Aunque eso de mezclar canción y política le reste algunos contratos, algunas giras, algunas apariciones en televisiones americanas. “El único músico que se compromete y no lo paga es Bono, de U2; los demás debemos pagar un precio por poner música a unas ideas”, lamenta.
Pero se siente feliz. Sabe que en Gaza y Cisjordania se canta su Bukra, (Mañana), un tema compuesto hace casi 20 años con el que cierra siempre sus conciertos y que sólo ahora, más eléctrico, modernizado por Carlos Jean, se ha atrevido a grabar. “Esta es una historia muy antigua sobre gente sin casa y sin tierra, niños que juegan a tirar piedras. No podemos olvidar lo que pasó, pero seguro que mañana será un nuevo día y que si caminamos juntos podremos llegar muy lejos…”, dice la letra, una de esas composiciones que Mira Awad pule “como un verso, durante horas y horas”.
Su fama al otro lado de las fronteras y los muros de hormigón le llega por amigos y familiares lejanos, porque sólo puede entrar en los territorios muy de cuando en cuando, lo que le impide “conectar” con músicos palestinos, más allá de los temas que grabó con el rapero Sameh Zakout, Saz. Su voluntad de mezclar y experimentar y compartir conocimientos queda clara en las carátulas de sus discos, plagadas de colaboraciones y duetos en árabe, hebreo, inglés y castellano: con los israelíes David Broza, Guy Mar o Idan Raichel, el griego Giórgos Ntaláras o el grupo español La Oreja de Van Gogh.
¿Es optimista Mira Awad ante un hipotético acuerdo de paz? Dice “sí, sí, sí” con un convencimiento insólito en Oriente Próximo.“Estamos mejor ahora que hace 15 años, antes de la Segunda Intifada. Creo que todos somos más abiertos a la hora de entender el dolor de los demás y la sensación de pérdida de ambos pueblos”.
«Yo lo que quiero es cantar en la ceremonia en la que se firme el acuerdo de paz final»
“Yo lo que quiero es cantar en la ceremonia en la que se firme ese acuerdo, pero uno de verdad, auténtico y resolutivo, no un mero documento de voluntades”, sueña.Está convencida de que, si los pactos los firmaran los pueblos, el conflicto palestino-israelí ya sería historia. “Esto ya no es la pelea entre palestinos e israelíes sino entre los moderados, que son la inmensa mayoría y quieren la paz pero no están organizados, y los extremistas, que son los que hablan más alto, una minoría que dicta la realidad. Este gobierno en particular [el que lidera el primer ministro del Likud, Benjamin Netanyahu] nos está dividiendo más que nunca”, denuncia.
Es la misma filosofía luminosa que aplica a las otras causas por las que combate: la participación de la mujer en la vida pública (participa en varias asociaciones de Haifa y dona el dinero de los premios que recibe a talleres para acabar con “el patriarcado opresor que a veces ejercen los árabes”), la defensa del medio ambiente (hay alusiones a la naturaleza y el conservacionismo en muchos de sus temas), o la defensa de los derechos de la infancia (es madrina de al menos tres ONG).
“En esas causas no tengo que preguntarme en qué bando estoy”, resume irónica. Pese a sus más de dos décadas de carrera, Mira Awad ya ha asumido que tendrá que llevar siempre a cuestas esa dicotomía “infernal”. “Sé que algunos palestinos me seguirán llamando ‘colaboracionista’ y me acusarán de dar una falsa imagen de hermandad, y sé que algunos israelíes me reprocharán que un día dijera que no me siento identificada con los símbolos nacionales de mi país porque se basan sólo en tradiciones judías que no me representan… Pero yo lo seguiré intentado. Con que una persona capte mi mensaje será suficiente. Sólo por una, la vida merece ser vivida”.