Reportaje

El monasterio batalla contra el muro

Carmen Rengel
Carmen Rengel
· 9 minutos
Misa de los salesianos de Cremisán, Palestina (2013) | © Carmen Rengel/M'Sur
Misa de los salesianos de Cremisán, Palestina (2013) | © Carmen Rengel/M’Sur

En la hondonada del valle un par de niños saltan de risco en risco, entre gritos y carcajadas. Una mancha de color en mitad del marrón y el gris. Poco más arriba, en las terrazas milenarias plagadas de olivos, su abuelo pastorea cabras a la sombra. Frente a él, rodeado de vides, un monasterio de 128 años, levantado sobre ruinas bizantinas del siglo VII, se erige en el rey de este paraíso natural de Cisjordania, Cremisán, uno de los últimos pulmones verdes que le restan a Palestina.

Ahí, amenazándolo todo, está el muro. Las planchas de hormigón vigilan desde lejos, con la promesa cierta de destrozar para siempre la belleza. Dentro de poco, el kilómetro y medio de terreno que aún está despejado se cubrirá con su velo de 10 metros de altura. Tras siete años de batalla judicial, los salesianos propietarios del monasterio y sus tierras y 58 familias palestinas dueñas de los campos de labor cercanos han perdido la batalla contra el Ministerio de Defensa de Israel. El muro se construirá, partiendo Cremisán en dos. Apenas queda la esperanza del recurso.

“Nunca hemos sido una amenaza. Lo que hacemos aquí es pasear los viernes, venir con los hijos y criar animales y árboles. No hay motivo para meternos en una cárcel”, dice el abuelo pastor, Hassan Nour, 64 años, vecino de Beit Jala, el pueblo anexo a Belén donde se encuentra el valle. Es su reacción cuando se le pregunta por la razón de Israel para levantar la pared: buscar la seguridad de su territorio. Nour niega insistente con la cabeza. “No hacemos daño y ellos sí nos lo hacen a nosotros”, zanja.

El muro se construirá y partirá en dos el espacio verde de Cremisán, pulmón de Palestina

Israel comenzó a planificar el muro de Cisjordania en 2002, en plena Segunda Intifada, cuando los atentados en el país eran casi diarios. La idea era impedir el acceso de los palestinos que quisieran atacarles. La Corte Internacional de Justicia y la Asamblea de Naciones Unidas lo han condenado por violar la legislación internacional, pero eso no ha impedido que prosigan los planes, hasta cubrir más de 700 kilómetros de pared. Según informa la ONG israelí B´Tselem, se han presentado más de cien recursos contra el trazado, que se interna en un 85% del recorrido en tierras palestinas, en vez de respetar la Línea Verde, la del armisticio de 1967, considerada frontera internacional de Israel. La inmensa mayoría han sido rechazados.

El argumento es siempre la seguridad. Aunque hasta la muerte, hace una semana, de un colono, apuñalado en el cruce de Tapuach por un joven palestino, hacía casi año y medio que ningún israelí moría por un “ataque terrorista”. Los años duros del terror parecen olvidados y en gran parte, sostiene Defensa, es gracias al sistema de muro y checkpoints (puntos de control militar) instalado desde entonces. Cremisán hasta ahora estaba libre, a la espera de la decisión de la Justicia, pero todo el perímetro está ya amurallado. Falta el tramo final.

El juez del Comité de Apelaciones Especiales de la Corte de Tel Aviv dictaminó el día 24 de abril que la expropiación de las tierras necesarias para la obra era correcta. En total son 55 kilómetros cuadrados. Ha alterado ligeramente el trazado del muro, de forma que se abrirá una puerta por la que los agricultores podrán pasar a sus campos y también podrán cruzar los alumnos del colegio de Infantil y Primaria que tienen las Hijas de María Auxiliadora en la zona, en el que estudian 450 menores de familias sin recursos. Hará falta un permiso para ello y el paso estará siempre vigilado por soldados de sus Fuerzas Armadas. De esta forma, entiende el juez, se llega a un “compromiso razonable” entre la seguridad de Israel y el derecho a la libertad religiosa y a la educación.

Ghayyath Nasser, abogado de los agricultores, sostiene que todo es una “excusa” para llevar a cabo su “verdadero plan”: unir de una vez las colonias de Gilo, Har Gilo y Givat Hamatos, en el sur de Jerusalén, a tiro de piedra de Belén. Sostiene Nasser que hay ya planes de construcción para la zona de la que van a adueñarse. En el Ayuntamiento de Jerusalén confirman que hay “planes de expansión” especialmente para el núcleo más nuevo, Givat Hamatos, donde el Ministerio del Interior, en diciembre, mostró su voluntad de crear hasta 3.000 pisos. Ambas administraciones se niegan por ahora a indicar la ubicación exacta de las urbanizaciones.

Manal Hazzan Abu Sinni, la abogada de los religiosos en nombre de la Sociedad de Sant Yves, que batalla por los derechos humanos en Tierra Santa, resopla mientras repasa el argumentario de Israel. “Nuestros alegatos han sido ignorados por completo. Ni nos han escuchado”, afirma.

¿Colegio o cárcel?

Frente al pro de la seguridad, Abu Sinni expone los contras de la medida: “El muro dañará duramente el tejido social y económico de la zona, dejando a muchas familias sin sustento, porque el acceso al campo no será pleno y no tenemos confianza en los permisos, que Israel deniega cuando quiere, como vemos a diario en toda Cisjordania. Se bloquea el acceso a una zona verde que es casi la única de esparcimiento que hay en los territorios, se verán afectadas terrazas de cultivo que hasta la Unesco está estudiando en proteger como Patrimonio de la Humanidad, y se va a crear un enorme trauma a los escolares”, que tendrán que ir al colegio “como si fuera una cárcel, rodeado por tres lados y con puestos de control militar”, como lo define Radio Vaticana.

«Lo que quieren es unir las colonias de Gilo, Har Gilo y Givat Hamatos», denuncian los palestinos

Temen que los chavales acaben abandonado ante las complicaciones del sencillo proceso de ir a las aulas. Temen que la ampliación de la escuela ahora sea inviable, cuando ya tenían hasta niños seleccionados para ser atendidos. Temen que los 20 empleados que los monjes tienen en la bodega del convento, la única de Cisjordania que hace vino con uva local, no puedan llegar a trabajar. “Por eso deploramos con firmeza lo sancionado”, insiste la abogada.

La puerta de acceso que quedará abierta no le basta a sus representados. “¿Qué pasa con las procesiones que se hacen en Cremisán frecuentemente? ¿Nos darán permiso? Sólo hablan por ahora de los agricultores y el colegio. ¿Y cuándo la abrirán? ¿Tendremos que adaptarnos a sus fiestas judías?”, insiste.

Esperando al Vaticano

Los bienes actuales de los salesianos quedarán anexionados en un 75%, denuncian. Defensa responde que por “seguridad y topografía” no hay más alternativas. Israel recuerda que en 2005, cuando planteó la obra por primera vez, informó al Vaticano. Los medios locales israelíes han publicado estos días análisis sobre si la Santa Sede accedió o no al trazado muro, si hay un acuerdo secreto con Israel por el que cedía el suelo a cambio de esta puerta de consolación.

En el Patriarcado Latino de Jerusalén niegan que haya acuerdo alguno e insisten en que Roma “está con los suyos en su batalla por impedir que se separen las comunidades de Tierra Santa” y que tampoco entiende las “débiles e imprecisas” razones que aporta Israel, indica uno de sus portavoces. El Padre Giovanni Laconi, vicario de los salesianos en la provincia de Oriente Medio, es más duro. “La Santa Sede no está interesada en este caso, aunque sí el Patriarcado. Nosotros no podemos hacer más sin el permiso del Vaticano, por eso aún no sabemos si vamos a recurrir el fallo”, sostiene.

El Papa Francisco se entrevistó la semana pasada en Roma con el presidente de Israel, Simón Peres, pero nadie señaló que Cremisán hubiera estado en el orden del día de la cita. Ni los portavoces vaticanos y los de israelíes hablaron del asunto a la prensa. Es sorprendente, ya que la poderosa Asamblea de Obispos Católicos de Tierra Santa emitió previamente un comunicado calificando de “injusto” el fallo y alertando del “daño” que causará a la comunidad cristiana de Beit Jala. Visto que no hubo presión alguna, las comunidades de cristianos de base le mandaron una carta al Papa, directa a su conciencia: “Que la esperanza de cambio que trae su Pontificado sea una realidad hecha justicia en nuestra tierra”.

Los salesianos esperan el visto bueno de Roma para recurrir, pero creen que el Vaticano no está interesado

Es casi la única salida: que se genere un conflicto entre el Gobierno de Israel y el Vaticano, que se permita un recurso con todo el apoyo de Roma y que se haga bandera de Cremisán como símbolo de los “derechos violados” a los cristianos en Tierra Santa, como denuncia el padre Johny Abu Khalil, párroco de Nablus y una de las voces más críticas de su comunidad.

De momento, gana el desánimo. Cada viernes, desde 2011, una misa a primera hora de la tarde, en mitad del campo, recuerda la pelea por el valle. La de la pasada semana, ya con el veredicto sobre la mesa, fue casi un funeral. Pancartas llamando a la resistencia frente al tono hundido del padre Ibrahim Shomali, sacerdote católico de Beit Jala, que oficiaba la ceremonia. “Jesús nos dice que no tengamos miedo y no lo tenemos. Seguiremos en nuestra lucha no violenta contra la injusticia”.

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