Palmolive
«Había muchas mujeres en el punk, pero también mucho machismo»
Alejandro Luque
Sevilla | Octubre 2019
«Que levanten la mano aquellos a quienes les guste el punk», dice divertida Paloma Romero, y el salón de actos del Cicus sevillano se llena de manos alzadas y risas. El regreso a tierras andaluzas de una hija pródiga como Romero, alias Palmolive, no ha pasado desapercibido para la abultada parroquia de amantes de esa música, que le dan su merecido tratamiento de leyenda viva. No en vano, se trata de la que fuera batería de formaciones femeninas legendarias, como The Slits o Raincoats, compañera de banda de Sid Vicious, de los Sex Pistols y novia de uno de los más acreditados protagonistas del movimiento punk, como Joe Strummer, de The Clash.
La presencia de Romero tiene como percha la presentación en el marco del Bookstock del libro God save the Queens. Pioneras del punk (66 rpm), de Cristina Garrigós, Paula Guerra y Nuria Triana donde se entrevista a varias pioneras del punk ibérico, entre las cuales Romero es la estrella indiscutible. Tiene 65 años, nació en Melilla en 1954 pero pasó su infancia en Málaga –»soy boquerona», proclama con orgullo– hasta que decidió desafiar los nervios de sus padres y marcharse a Londres con una mano delante y otra detrás.
«Fui la octava de una familia de nueve hermanos. Mis hermanos mayores hacían ciertas cosas que a mí no me permitían hacer, y claro, yo me rebelaba. Decía: «¡Eso no es justo!» Era el sentimiento de crecer y sentir que te canalizan hacia algo con lo que no te sientes conectada», evoca. «Entonces se empezaba a hablar de la contracultura, y a mí me sonaba azúcar, me llamaba mucho la atención».
Ella había crecido viendo fascinada a los hippies que pasaban por España de vuelta de Marruecos. «Los recogíamos haciendo autostop y hasta les dábamos de comer, y yo pensaba, ¡wow, recorrer el mundo así! Y supe que tenía que irme. Mi padre no me dejaba irme, tenía 17 años y me tenía que firmar el pasaporte, pero no quería hacerlo. Entonces le dije: ‘si no lo firmas, me voy a Torremolinos’, ¡que era todavía peor! Mi madre lo convenció diciéndole: ‘si la niña tiene que hacer algo, que sea lejos’». Y se fue. «Sin un duro. Tenía una dirección, y llamé, knock knock, y ahí empezó todo. Yo había estudiado con las Teresianas, de modo que llegar a Londres fue un gran choque».
Ansia de independencia
La joven Paloma recaló en una casa de las muchas casas okupas de mediados de los 70, momentos y lugares empezaba a fraguarse el movimiento punk. «Yo tenía un gran ansia de independencia, no quería que nadie dictara mi vida. Había momentos de temor, también de soledad, pero las casas okupas fueron maravillosas: nos dieron un espacio a la gente joven donde poder debatir cómo queríamos hacer el mundo. No quería un trabajo de nueve a cinco y luego irme a ver la televisión y a dormir. Fue algo muy fecundo, teníamos tiempo y espacio», recuerda.
«Cuando empezamos, los punk decíamos ‘los hippies son un rollo, nosotros no nos drogamos»
¿Drogas? «Principalmente marihuana, algo de hachís, pero heroína no, al principio al menos. Lo curioso es que cuando empezamos, los punk decíamos ‘los hippies son un rollo, nosotros no nos drogamos. Y a las seis semanas estábamos en lo mismo».
«A mi madre», prosigue Romero, «le decía que estaba viviendo en una comuna. Una vez vino a visitarnos un equipo de Televisión Española, y me preguntaron: ¿qué tiene que decirle a nuestro público?». Romero sacó la lengua y emitió una onomatopeya burlona. En estos ambientes conoció a Joe Strummer, el que sería cantante y guitarrista de The Clash, entonces conocido como Woody Mellor, con quien viviría dos años. Strummer/Mellor militaba en una banda llamada The 101’ers, una de cuyas canciones, Keys to Your Heart, estaba dedicada a Paloma. «Joe hacía un rythm’n’blues fantástico. Tocaban Gloria mejor que Van Morrison», asevera la malagueña.
Define a Strummer como «alguien muy light, como un niño. Se interesaba por la política, y yo venía muy politizada de España. Él me decía ‘la libertad está en el corazón, no en la política’, pero tenía otra situación, no venía de una dictadura como yo», apunta. También recuerda la influencia que supuso para ella los discos de Aute, Paco Ibáñez o Serrat. «El disco de Antonio Machado no paraba de escucharlo», asegura.
Punks a tiempo completo
Dos años y muchos porros después, Paloma Romero empezó a aburrirse de aquel plan. «Me fui un tiempo a reflexionar sobre qué hacer con mi vida, por dónde tirar», dice. Entonces irrumpieron en escena los Sex Pistols. «Rompieron las guitarras de los cabezas de cartel de un concierto y todos los periódicos empezaron a hablar de ellos». El punk cobraba un nuevo sentido: «Estaban las crestas, las ropas de cuero compradas en los sex shops, o los punks de fin de semana. Nosotros lo éramos todo el tiempo: vivíamos la libertad, y no necesitábamos saber tocar un instrumento o hablar bien inglés para hacer canciones», subraya.
Romero llamó a su padre para pedirle dinero para una batería, y éste le preguntó si quería empezar a cocinar. «Estábamos hartos de peace and love, había mucha rabia y nos gustaba protestar como buenos adolescentes. Tampoco nos gustaban las etiquetas: nos decían que éramos feministas y nosotros respondíamos ‘¡no!’ Nos decían que éramos hippies, y nosotras, ‘¡no!’, pero teníamos un poco de todo aquello».
La entrada en la música de Palmolive –bautizada así por la dificultad de sus amigos para recordar su nombre– se produjo con The Flowers of Romance, donde también tocaba Sid Vicious, el icónico bajista de Sex Pistols. Duraron dos meses juntos. «Me echó del grupo y quedé muy contrariada, ‘¿quién es este para echarme a mí? Había muchas mujeres en el punk, pero también mucho machismo». ¿Se arrepiente de no haber seguido junto a aquel ídolo? «¡No! ¿Viste cómo terminó?»
The Slits y The Raincoats
Ni corta ni perezosa, Paloma formó su propio grupo con Viv Albertine, compañera suya en The Flowers of Romance, y Ari Up, a quien conoció en un concierto de Patti Smith. «Empezamos en el 76. Teníamos unas personalidades muy fuertes, pronto saltaban las chispas. Teníamos peleas en el escenario que no estaban programadas», ríe ahora.
«No teníamos ni TV ni teléfono. Tocábamos la batería, comíamos fish and chips, íbamos a una party…»
No pasaron desapercibidas para los managers ávidos de nuevos fichajes. «A unos los echábamos, otros dejaban de venir, y otros salían corriendo. Los Clash tenían a Bernie Rhodes, que les decía cómo tenían que vestir y todo eso, y los Pistols a Malcom McLaren. Éste quiso llevarnos a nosotras, un día nos invitó y nos dijo: ‘Yo odio la música, odio a las mujeres, me excita el odio’. Las otras se reían encantadas, y yo me decía, ‘¿Pero lo estáis escuchando?’ Al final hicimos lo que queríamos, fuimos libres».
De la movida que empezaba a fraguarse en la España del inmediato post-franquismo, no tenía ni noticias. «El mundo ahora es muy pequeño, pero entonces no teníamos ni televisión ni teléfono. Tocábamos la batería, comíamos fish and chips, íbamos a una party… Si en Estados Unidos surgían los Ramones, nos enterábamos por una cinta que nos llegaba y pasaba de mano en mano».
«Mística punk»
En 1979, un año después de abandonar The Slits, formó The Raincoats, otra formación de culto con la que recorrió toda Inglaterra. Hasta que se marchó a Estados Unidos, «muy quemada, dejé la batería, dejé todo». Atribuye a su formación teresiana el sustrato de una cierta tendencia mística que la llevó a la India. Afincada en Boston como profesora de español, se adscribió a la iglesia evangélica de los cristianos renacidos. «Ahora soy una mística punk», bromea.
Ahora, resisdente en Massachussets, cree que la actitud punk pervive en ella, a pesar de que son más de 40 años los que la separan de la Palmolive londinense. «Habría que preguntarle a Johnny Rotten qué quiso decir con aquel No future, pero nos sentíamos así: nuestros ideales no gobernaban el mundo, ellos decidían qué era lo bueno y lo malo, y nosotros éramos flores en la basura, los desperdicios de la sociedad. Y, al mismo tiempo, hacíamos nuestro propio futuro, no nos íbamos a quedar quietos».
En ese sentido, se identifica con Greta Thunberg. «El activismo tiene que renacer, no solo para gritar en un mitin, sino para ser conscientes de las cosas. Hoy soy granjera, estoy muy volcada en la permacultura, me interesan las cooperativas, estoy contra Trump y a favor de un feminismo que grite ‘viva la diferencia’, pero que no permita la brecha salarial o el que no te paguen si te quedas embarazada”, observa. “Y mi espíritu punk sigue ahí porque me da igual lo que piense la gente».
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© Alejandro Luque | Primero publicado en eldiario.es (26 Nov 2019)
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