Pilar Albarracín
«El humor es la vaselina para asimilar la dureza de la vida»
Alejandro Luque

Sevilla | Marzo 2024
Durante la pandemia recibió la Medalla de las Bellas Artes de la República francesa, el Reina Sofía acaba de adquirir obra suya, pero en su tierra andaluza todavía hay quien le niega el pan y la sal. Algo que no parece importar mucho a esta onubense de Aracena y de 1968, que desde su casa-estudio de Sevilla sigue explorando su universo creador con todas las herramientas a su alcance.
En la obra de Pilar Albarracín, las señas de identidad andaluzas y españolas, los toros, el flamenco, la Semana Santa… son tuercas atemporales que siempre admiten una vuelta más. Los trajes de lunares, las guitarras, los ecos y los lugares del cante jondo, son un punto de partida desde el que emprender viajes imprevisibles. Un hilo invisible que conecta su tradición cultural con los temas que la obsesionan desde siempre, con la condición femenina como foco central.
A punto de partir para la nueva edición de ARCO, con una taza de café entre las manos, Pilar Albarracín repasa su trayectoria con esa mezcla de seriedad y de ironía que caracteriza todo lo que hace.
Usted ha abordado todos los palos, de la fotografía a la performance, el bordado, la instalación, la videocreación… ¿Siempre ha tenido esa vocación de artista total, o una disciplina la ha llevado a otra?
Todo surge de manera natural, escuchando a las ideas. Siempre lo he hecho y he respetado el modo en que querían salir, aunque a priori me pareciera una locura. Hay quien se inclina hacia un formato u otro, yo lo he dejado todo fluir.
«Yo he intentado ser muy realista; no me frenan las limitaciones técnicas, sino la dura realidad»
Y las limitaciones técnicas, ¿nunca le han frenado?
Cuando eres más joven, a menudo te mueve la euforia. Unas veces es posible trasladar lo que tienes en la cabeza y otras no. Cuando la euforia se baja, si sigues buscando lo mismo que al principio, lo ajustas todo. Yo he intentado ser muy realista en este sentido. No me frenan las limitaciones técnicas, sino la dura realidad.
Así fue con el confinamiento. ¿Cómo lo vivió?
Fue muy sorprendente, porque por primera vez vivíamos un fenómeno que nos unificaba a todas y a todos. El ‘todo el mundo’ del que siempre hablamos se hacía al fin realidad. Me sirvió para reflexionar mucho… y para seguir por el mismo camino. Ha habido un cambio de paradigma que ya se veía venir, pero que se ha acelerado por el covid.
¿Tuvo días pésimos, de esos en que las paredes se le caen a una encima?
Esos los tengo con pandemia y sin ella [risas].
«Cuando conoces bien tus medios, hay que arriesgarse a usar otros, o a usarlos en otros contextos»
Sus temas recurrentes, la mujer, la identidad… ¿También llegaron decantándose solos?
Sí, también han fluido de manera natural y correlativa, sin que ninguno sea más importante que otros. Unos han ido destacando, pero sigo tratando los mismos temas desde perspectivas nuevas.
Viendo su obra, siempre me pregunto si el trabajo sobre los tópicos responde a un rechazo hacia éstos, o a una fascinación. ¿O se combinan ambas cosas?
Lo interesante es que en una formalización pueden coincidir los dos aspectos, el rechazo y la atracción. Somos más que duales, tenemos muchos matices, y lo importante es que a la hora de hacer la lectura sepamos diseccionar bien la obra, decir: esto es momentáneo, esto me preocupa siempre, esto es un guiño a esta circunstancia… Trabajo mucho en escala, de forma progresiva, superponiendo cosas, y a veces incluso esa superposición te gasta bromas, te lleva a un engaño no óptico, pero que solo entiendes contrastándolo con otros trabajos. Eso se ve mejor con la perspectiva de muchos años. En el arte yo me siento más investigadora que otra cosa. En lo que hasta hoy significaba el arte, porque está cambiando…
¿Ese panorama cambiante le preocupa, les estimula…?
Me parece genial, si me inquieta es que estoy viva. El confort está muy bien, pero al final te hace conformista. Cuando conoces bien tus medios, hay que arriesgarse a usar otros, o a usarlos en otros contextos. Sin hacer cambios rotundos, pero sin estancarse.
Hablando de tópicos, ¿el flamenco ha estado siempre a su alrededor?
En mi casa no. En Huelva sabes que lo más característico es el fandanguito, que mucha gente dice que ni es flamenco… Me gusta mucho, como otro tipo de expresiones o gestos culturales de otras partes.
«El espíritu del flamenco se veía con los pucheros y en la playa, con la lotería: el compás de la gente»
En los 90, sus años estudiantiles, ser flamenco estaba un poco fuera de la moda, ¿no?
Me gustaba el flamenco y también el punk. La verdad es que ahora me parece de una gran torpeza tener que definirte de una manera, cuando podías tener muchas. Yo lo de los uniformes lo he llevado fatal siempre. Cuantas más cosas he conocido, más me ha gustado. Procuro disfrutar de todo lo que la vida
¿Era camaronera?
Por supuesto, y patanegrera. Nací en Sevilla, me crie en Aracena y he veraneado toda mi vida en Cádiz, qué quieres que te diga. El espíritu del flamenco se veía con los pucheros y en la playa, con la lotería. El compás de la gente, el compás de la vida, eso es lo que aprendí. No soy flamencóloga ni nada de eso, pero lo que observo es que hay una tendencia a la profesionalización, como ocurre también en las artes. Veo que se está perdiendo la frescura, la autenticidad, el derecho a equivocarte. Quizá las nuevas generaciones valoran más esa diferencia. A mí siempre me ha gustado mezclar cosas, con mis precauciones, despacito, pero sin quedarme con las ganas.
¿Ha tenido su obra reacciones entre los flamencos, les interesa el arte contemporáneo?
He trabajado mucho con los flamencos, han cogido mucho mis imágenes para sus cosas de forma natural, me han invitado como parte de las nuevas puertas, visiones o perspectivas del flamenco. Mi trabajo antiguo y lo que ahora se está haciendo tienen muchos puntos en común. En el año 99, Miguel Candela me dejó la cueva del Candela para que hiciera una obra, y me decían: “Ojú, hija, tú estás loca, ¿eh?”
«En el posfranquismo se asociaba aún el flamenco al Antiguo Régimen, cuando siempre ha sido cosa popular»
A propósito de tópicos andaluzas, ¿no hay una sobredosis de identidad hoy? ¿No hemos pasado de cierto complejo a lanzarle al otro nuestro chauvinismo?
Conocerse a una misma, tus raíces y de dónde vienes, honrar tus ancestros, siempre es algo positivo. Eso te permite quizá atinar hacia dónde vas. Pero ahora mismo se juega con muchos componentes interesantes, pero no se puede jugar a medias. Tienes que ser a través de un conocimiento, y eso es lo que creo que no hay. La gente llega al saber a través de Wikipedia.
Sus obras, ¿dicen cosas distintas cuando las ve un andaluz o español, o cuando las ve un extranjero?
Sí, pero depende también de la época, hay cosas más intuitivas y otras más intencionadas. Yo empecé a trabajar el tema de España y cómo nos veían cuando estuve viviendo en Irlanda. Allí se conocía de nuestra cultura la tortilla de patatas, los toros, el flamenco y si me apuras el fútbol. Y no olvidemos que en el posfranquismo se asociaba aún el flamenco al Antiguo Régimen, cuando siempre ha sido cosa popular, incluso de gente desarraigada… Hoy también hay mucha instrumentalización del flamenco, también. Es algo muy atractivo, es de estas cosas casi mágicas que cada grupo posee, y que llama mucho la atención y llega a la emoción directa. Eso es muy tentador para el poder. Los que menos se aprovechan de él, son quienes lo hacen.
«Hoy, para que algo sea creíble, aceptado y reconocido, tiene que estar asociado a lo serio, a lo formal»
Ha mencionado el tema taurino, hoy sumido en la controversia. ¿Ha sido usted taurina, más allá del atractivo de la iconografía?
Tengo muchas obras donde el toro es protagonista, y realmente ha evolucionado todo tanto en 30 años, que… Cuando yo era pequeña, en un contexto rural, la relación del hombre con los animales era radicalmente distinta de la de hoy. Nos traían la leche del campo, la gente iba en burro a trabajar, los perros nunca vivían dentro de la casa y comían lo que sobraba, se hacía la matanza, en Navidad se comía un pollo como un artículo de lujo… Para mí lo interesante es esa evolución, no de la fiesta, que sigue siendo igual, sino el contexto. Hay piezas que hoy serían difíciles de entender, en su forma y hasta en su contenido. Un toro taxidermizado, por ejemplo, hace 22 años era otra cosa.
Y una mujer vestida de torero, como se fotografió usted con un puchero bajo el brazo, era un símbolo de coraje, ¿no?
Sí, eran cosas chocantes. Las obras hay que leerlas en su contexto, luego unas aguantan el tiempo y otras que no.
Usted hablaba de violencia contra las mujeres cuando ni siquiera había cifras de víctimas anuales. ¿Se considera una adelantada?
En algunas cosas sí. Hace 30 años hacía piezas sobre el tema trans, que entonces abría un debate interesante y ahora está justo de moda. El arte a veces va por delante de la pulsión de la vida, y desde luego de la política.
¿Cómo ha sido trabajar sobre su propio cuerpo, como soporte?
Muy barato, muy barato [risas]. No tenía que pagarle a nadie y tomaba yo todo el riesgo.
«Mis obras son pequeñas armas que no quiero gastar en cosas inútiles; no me autocensuro, pero selecciono»
Otra cosa que me llama la atención siempre de su trabajo, es que hay obras que estremecen y otras que sacan una sonrisa. ¿Siente que esa convivencia de drama y humor es muy andaluza, o muy de Pilar Albarracín?
Creo que se da en todas las culturas, es una forma de ver la vida. Hay quien dice que doy imagen de chica seria, y… regular. Lo curioso es que hoy, para que algo sea creíble, aceptado y reconocido, tenga que estar asociado a lo serio, a lo formal. Es un rollo muy militar. El humor en cambio es siempre subversivo, empezando por reírte de ti misma, que es lo más sano que se puede hacer. Aceptar tu parte débil y convivir con ella. Y ser coherente entre tu vida y lo que ofreces a los demás. El humor es la vaselina, tío, para asimilar la dureza de la vida.
¿En algún momento se ha autocensurado?
Como en todas las crisis, hemos dado todos pasos para atrás. En mi caso, con los años me he pensado mucho lo que quiero decir. No por miedo a una censura, sino más bien por una responsabilidad. Ya que puedo llegar a un montón de gente, para mí mis obras son pequeñas armas que no quiero gastar en cosas inútiles. No me autocensuro, pero selecciono mucho sobre lo que quiero contar y dónde pongo mi energía.
Y la presión de lo políticamente correcto, ¿cómo lo gestiona? ¿Ese temor a que una obra sea leída como machista, xenófoba, irreverente…?
Hay gente a la que le encanta, y otra que lo pasa fatal con esas cosas. Yo, como te digo, me obligo a pensar más. Por otro lado, como creo que la gente descalifica en general sin argumentos, no le doy mucho valor. Soy yo la que decide en última instancia.
«Hay artistas superfamosos por Instagram o Twitter, pero luego no ves ninguna obra real»
Por un lado, hay un neopuritanismo, pero también es cada vez más difícil provocar, ¿no? ¿No se ha provocado ya de todos los modos posibles?
Ahora han cambiado mucho las cosas en ese sentido. Hay artistas superfamosos por Instagram o Twitter, pero luego no ves ninguna obra real. Es un mundo que se mueve en la especulación, con unas redes diferentes. Lo difícil es llevarte lo mejor de todos los mundos, el real y el de las redes. Me recuerda a la gente que se opera: por mucho que te estires, la edad es la edad.
Las redes, ¿le interesan?
Bueno, me interesan, pero creo que lleva mucho tiempo. Para las nuevas generaciones que han crecido con ellas es más natural.
También hemos vivido un movimiento de vuelta al campo, un neorruralismo que se mueve en varios órdenes. Usted, que viene de pueblo, ¿Qué opina de ello?
Parece postureo, pero en muchos casos a la gente la pandemia le ha hecho ver que llevamos unas vidas desorbitadas, con jornadas de trabajo interminables, no puedes desconectar, estás inmerso en el consumismo… Luego un pueblo tiene ventajas e inconvenientes, como la ciudad.
No quiero acabar sin preguntarle por sus referentes. ¿A quién quería parecerse cuando empezaba?
Me gustaría más bien no parecerme a muchos [risas]. Más que referentes, he conocido a gente que han sido puntos de apoyo e impulso, que me han ayudado a ser más yo. Te podría decir muchos nombres, pero sería reducir. Evidentemente, todas las artistas mujeres de los 60 y 70 y personas de colectivos minoritarios, también. Y la gente que ha sabido llevar bien el éxito.
«En el fondo los artistas somos un poco bonzos, te quemas en vida, pero sabiendo lo que haces»
La cuestión teórica, ¿le supone a priori una obligación, o la teoría siempre viene después de la obra?
Todo viene de forma paralela, pero yo normalmente trabajo desde un lado más instintivo, intuitivo, más difícil de traducir en palabras, porque sé que lo otro viene luego. Ese aparato teórico aflora desde dentro. Las obras son listas, eligen cómo quieren salir y qué les quieres contar. Y la prueba del algodón es la gente, que sabe cuándo le llega algo, aunque no sepa por qué. Quien quiera teorizar y desmembrar luego que lo haga, pero lo interesante es qué le dice la obra a quien mira. Puede ser un shock positivo o negativo, que les haga marcharse del lugar.
Le han dado la medalla de las Bellas Artes de Francia, acaba de comprarle obra el Reina Sofía, se marcha ahora a ARCO… ¿Hasta qué punto son importantes los reconocimientos?
Son importantes, pero no para ti como individuo, sino para que los valores por los que tú has luchado lleguen más lejos. El reconocimiento es para toda esa gente anónima que lucha por las mismas cosas que tú.
O sea, no ha perdido la fe en que el arte, además de político, pueda cambiar efectivamente las cosas, ¿correcto?
Totalmente. Lo que pasa es que el arte avanza de una forma mucho más lenta, más que revolucionario es un acto de resistencia. En el fondo los artistas somos un poco bonzos, te quemas en vida, pero sabiendo lo que haces.
Usted se quema, se pincha con alfileres…
Lo que haga falta. Nos atrapa mucho lo físico, el peligro físico. Llevamos nuestros valores al límite que sea necesario.
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© Alejandro Luque | Especial para MSur