Las finanzas del Vaticano
Irene Savio
Jorge Mario Bergoglio tiene mucho trabajo por delante. Concluida la elección papal que lo convirtió en Francisco I, el antiguo arzobispo de Buenos Aires ya está probando la hiel del poder. Entre los múltiples rompecabezas que hereda de sus antecesores en el Vaticano se halla un informe que ha de ultimar en breve —antes de 4 de julio, según confirmaron— para entregarlo a Moneyval, el organismo adscrito al Consejo de Europa que lucha contra el blanqueo de dinero. Éste tendrá que decidir si la milenaria institución ha hecho avances para ser eliminada sin reservas de la lista negra que recoge los llamados paraísos fiscales.
Un trabajo difícil que requerirá destreza, como atestiguan las crecientes voces, dentro y fuera de la Iglesia, que apuntan a que el jerarca católico está trabajando a contrarreloj para una reforma del sistema financiero de la Santa Sede. Añaden que se baraja también el cierre o la reestructuración del atribulado Instituto para las Obras de Religión (IOR), el llamado Banco del Papa. El que fue portavoz del arzobispo Bergoglio en Buenos Aires, Federico Vals, incluso llegó a decir, en una entrevista del 3 de abril, que efectivamente se cerrará el IOR, aunque posteriormente intentó minimizar el alcance de sus palabras.
La Iglesia baraja reestructurar o incluso cerrar el ‘Banco del Papa’
En el trasfondo del caso está el objetivo que se persigue, sin éxito, desde que las autoridades italianas —la fiscalía de Roma y el Banco de Italia— pusieran hace tres años el IOR bajo sospecha por presunta violación de las normas antiblanqueo.
Una meta compleja por su dualidad: Se trata de»ahorrarse escándalos, intentando conciliar los intereses de la Iglesia con el respeto a las leyes internacionales», explica Marco Politi, que desde 1971 sigue el Vaticano. O sea, que la Iglesia encuentre una forma para lidiar con su dimorfismo: ser institución religiosa y un Estado sujeto a las leyes civiles. «Algo que hasta ahora no le ha salido muy bien», puntualiza Politi.
De ahí que entre las opciones en la mesa esté incluso la liquidación o la renovación del IOR, siendo esta segunda alternativa la que cuenta con más adeptos entre los expertos. «Sobre lo que no hay dudas es que el Vaticano no va a quedarse sin banco. Si el Papa cierra el IOR, o bien sus funciones serán absorbidas por otros organismos o bien abrirán otro banco», explicó a este diario un religioso del sector progresista.
Con más de 30.000 cuentas abiertas en el IOR y y 5.000 millones de euros, la razón de esto es sencilla: «El banco le sirve al Vaticano para gestionar el dinero de todas las congregaciones religiosas del mundo, cuyo patrimonio es invertido en busca de beneficios», argumenta el vaticanista Francesco Peloso. «Por eso, las reformas no sólo involucrarán el IOR, sino también a las otras tres entidades que realizan operaciones financieras (el Governatorato, la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica y el Fondo de Pensiones)», precisa Ignacio Ingrao, vaticanólogo de la revista Panorama.
La Santa Sede sólo cumple con 9 de las 16 pautas contra el lavado de dinero
Por estas razones, según la mayoría de los expertos, algunas decisiones llegarán en breve, pero luego se irá por etapas. Los motivos son múltiples. Por un lado está evitar otro informe como el de Moneyval de julio de 2012—cuando se dictaminó que de las 16 pautas contra el lavado de dinero, la Santa Sede sólo cumplía con 9—; por el otro, al Vaticano le urge embridar el enfrentamiento judicial con el país que lo rodea, Italia, que mantiene abierta una investigación contra la Santa Sede desde que el Banco de Italia lo solicitara.
«Desde hace dos meses, se ha vuelto a abrir la negociación con el Banco de Italia. Es difícil decir si el Papa se apurará; lo seguro es que, en estos días, el Papa se está encontrando con mucha gente», cuenta Peloso, al estimar que cuanto más rápido se solucione la cuestión, menos pesarán las resistencias que hay dentro del Vaticano.
En cuanto a Moneyval no es que el Vaticano tenga de verdad un plazo muy amplio a disposición. Pues si bien, según lo decidido por el organismo europeo, el informe vaticano será discutido entre el 9 y el 13 de diciembre de este año —en reunión plenaria en la que, en principio, está prevista la discusión y aprobación del informe, tras lo cual se publicará la evaluación final—, una fecha improrrogable es el 4 de julio. Es decir, el plazo límite que tiene la Santa Sede para enviar el documento exigido (el ‘progress report’) explicando las medidas adoptadas para cumplir con las pautas no aprobadas en el primer informe de 2012. «Lo cual significa que si el Vaticano aprobara alguna medida después de julio, eso en principio no sería tomado en cuenta», explica una fuente de Consejo Europeo.
El problema es que meter mano al asunto financiero significa entrar en un enredo al que uno se puede referirse con un símil mitológico: la apertura de la caja de Pandora. «Después de que se demostrara incluso que pasó dinero de la mafia por las arcas del IOR (algo documentado en el libro Vaticano SA, de Gianluigi Nuzzi), el miedo de agitar las aguas es el de siempre: que haya más», dice Politi. Esto porque, a pesar de que en estos últimos dos años en parte se le ha restado alcance, el secreto bancario aún se aplica.
Un ejemplo es es la nueva organización creada por Benedicto XVI en 2010 a través de la ley 127 (que entró en vigor el 1 de abril de 2011): la Autoridad de Información Financiera (AIF). Si bien este organismo ha significado un paso adelante hacia la transparencia en la gestión de las cuentas del Vaticano, su autonomía fue posteriormente limitada por inspiración del Secretario de Estado, el cardenal Tarsicio Bertone.
Esto, dicho en palabras sencillas, significa que hoy el Vaticano sí proporciona información sobre el dinero que tiene en sus arcas si otra autoridad lo solicita, pero sólo previa autorización de la Secretaria de Estado. Algo que, claro, no está bien visto por Bruselas.
Pero, además, el Vaticano también deberá declararle a Moneyval otras cosas, de más difícil solución. El organismo europeo pidió, por ejemplo, que el Banco Vaticano sea supervisado de manera independiente, es decir por una autoridad externa al Vaticano. Y la propuesta, a pesar de que los expertos no creen que se cumplirá, ha recibido el beneplácito de parte de la Iglesia. Famiglia Cristiana, el semanario católico más leído de Italia, pidió que los fondos del IOR sean administrados por un «banco ético».
Un hombre clave, en toda esta historia de dinero y religión, es un abogado alemán, Ernst von Freyberg, que en febrero fue nombrado nuevo presidente del IOR. Sin embargo, la designación, que tuvo lugar dos semanas antes de la renuncia de Benedicto XVI, fue opacada por vínculos de Freyberg con un astillero militar.
Y aún hay más: entre las últimas decisiones del Papa alemán también estuvo la defenestración de Ettore Ballestrero —considerado la mano derecha de Bertone, y uno de los hombres detrás de la fuga de información Vatileaks— de su puesto como encargado de las relaciones con el IOR. Ballestrero, que fue enviado a Colombia como nuncio, fue substituido por el maltés Antoine Camilleri, quien, sin embargo, no ha vivido en primera línea todo lo ocurrido hasta ahora.
Aún así, no hay que ser un vaticanista experto para llegar a una conclusión: el Papa no le queda otra opción, so pena de incurrir en flagrante incoherencia. Más aún después de que, en las reuniones anteriores al cónclave, donde se cuece el futuro programa de gobierno de la Iglesia, un copioso grupo de cardenales —molestos con los escándalos de la Curia— pidieran explícitamente informes sobre el IOR , fuente inagotable de pecaminosos escándalos financieros, algunos de ellos perpetrados por la mano de servicios secretos e incluso por la Mafia. El cardenal austríaco Christoph Schönborn incluso preguntó si el Vaticano necesita de verdad un banco.
«No han sido los únicos. Un grupo de prelados del noroeste de Italia ha enviado una carta preguntando lo mismo», agrega el padre Carmine Curci, director de la Agencia de los Misioneros católicos (MISMA). «No creo que éstos se quedarán con los brazos cruzados». Se avecinan tiempos difíciles para los dineros de la Iglesia.