Desertores en el fuego cruzado
Daniel Iriarte
Estambul | Junio 2012
“Te advierto que el video es bastante fuerte”, dice el rebelde. En la pantalla de su móvil vemos cómo dos jóvenes maniatados son forzados a tumbarse en el suelo y degollados lentamente por un grupo de hombres, que les gritan: “¿Es esta la libertad que queréis?” Son desertores del ejército capturados y ejecutados en la plaza de su pueblo, delante de sus familias, nos asegura el insurgente.
“Estos vídeos los graba el propio ejército sirio y los difunde entre la tropa, para dar ejemplo. Son bastante desmoralizantes, así que intentamos que no circulen”, dice Omar Aldoumany, encargado de relaciones públicas de la Comisión de Ayuda a Siria, una organización humanitaria que coopera con el Ejército Sirio Libre (ESL). “Este vídeo solo existe en ese teléfono, que le quitamos a un soldado”, explica Omar.
Y es que las deserciones se han convertido en un verdadero problema para la fuerzas armadas del presidente Bashar Asad. A mediados de junio, un piloto huyó a Jordania con un caza MIG-21, en una operación aparentemente orquestada en connivencia con el ESL. Y el pasado 26 de junio, cuatro decenas de miembros del ejército, incluyendo a un general, dos coroneles y varios oficiales más, escaparon a territorio turco con sus familias. El grupo, de más de doscientas personas en total, ha sido alojado en el campamento que el ESL mantiene en Apaydin, en la provincia fronteriza de Hatay.
Fuentes de la inteligencia turca creen que el ejército sirio podría encontrarse “en la antesala de una desintegración”, según aseguró recientemente el diario Hürriyet Daily News. Los bombardeos cada vez más intensos contra poblaciones civiles serían a la vez una causa y una consecuencia de ello, consideran estos analistas. Aproximadamente un centenar eran soldados regulares.
“El ejército de Asad está destruido física y moralmente”, asegura el general de brigada Ahmad Berro, que escapó a Turquía a principios de este mes. “Han perdido el control de aproximadamente el sesenta por ciento del país”, afirma este oficial. El ministro de exteriores turco, Ahmet Davutoglu, declaró recientemente que “muchos más oficiales desertarían si se pudiese dar seguridad a sus familias”.
La estrategia rebelde pasa por aprovechar la desmoralización causada por el elevado número de bajas, y ofrecerle a la tropa una salida. Muchos insurgentes tratan de contactar con sus antiguos compañeros de armas para convencerlos de que se unan a ellos. Arabia Saudí y Qatar han comenzado a pagar los salarios de los militares desertores, con un doble fin: incentivar a los dubitativos a que se cambien de bando, y asegurar la profesionalización del ejército insurgente, para evitar la infiltración de extremistas y aventureros.
40.000 combatientes
Porque al ESL no le faltan voluntarios. “Quiero unirme al Ejército Libre, pero no me dejan porque no tengo entrenamiento militar”, nos dice Mahmud, un joven sirio que escapó a Turquía hace una semana tras haber participado en las protestas de Damasco. “Pueden formarme, pero la cosa no es tan fácil. Los campos de entrenamiento están dentro de Siria”, asegura. Algunos, como ha comprobado M’Sur, a apenas unos pocos kilómetros de la frontera con Turquía, pero otros están en mitad del país, expuestos a la acción del ejército.
Los líderes del ESL aseguran contar con más de 40.000 combatientes, aunque algunas agencias de espionaje occidentales creen que la cifra es exagerada. En todo caso, a muchos soldados no les faltan motivos para huir. Uno de ellos —nunca nos dirá su nombre; solo que escapó de Hama hace unos meses— cuenta su historia personal. Una entre muchas. “Nuestro comandante nos ordenó ir a un lugar en Hama para evacuar a unos soldados heridos. Cuando llegamos, descubrimos que nos habían mentido. Querían que hiciésemos desaparecer unos cadáveres”, relata.
Pero el horror, el punto en el que su moral se quebró, vino justo después: “Cuando el responsable del batallón abrió los ataudes, vimos que estaban llenos de bebés muertos, unos treinta o treinta y dos. Durante el ataque a la ciudad, el ejército cortó la electricidad, y estos bebés prematuros murieron en las incubadoras. Y ahora querían que nosotros eliminásemos las pruebas”, cuenta. Entonces, alza la vista y nos mira con firmeza, para explicar algo que sin duda le tortura, le quema.
“No me preguntes por qué no deserté entonces. Porque los ‘mujabarat’ [el servicio de inteligencia del régimen] estaba alrededor de Hama y mataba a los que escapaban. Solo podíamos obedecer”, dice. Describe entonces una sucesión de hechos que lo cambiarían todo. Recuerda muy bien la fecha: “Seis de agosto de 2011”. Según su relato, ese día fue testigo de cómo los habitantes de Hama tuvieron que enterrar a unas sesenta personas (“disparados y degollados”) en una fosa común en el parque central de la ciudad, porque las fuerzas de seguridad no les permitían llevarlos al cementerio.
Al día siguiente, su grupo fue enviado a la prisión central de Hama, para otro “trabajo especial”. En el camino fueron emboscados por un pelotón del Ejército Sirio Libre. “Nos refugiamos tras el vehículo. Los del ESL nos gritaban: “Hermanos, venid aquí. Si no, os mataremos por matar a nuestra gente”. Discutí con mis quince soldados, y decidimos desertar”, cuenta.
«No podía quedarme a luchar, estaba demasiado cansado»
Ese día, asegura, el régimen mató a todos los presos de la prisión central. “Lo que ocurrió exactamente, no lo sé, porque nunca llegamos a la cárcel. Pero sé que ocurrió, porque algunos de los oficiales que estaban allí luego desertaron”, explica. Los responsables del ESL le preguntaron si quería quedarse y luchar con ellos, o escapar a Turquía, a los campos de refugiados de Hatay. Decidió marcharse. “No podía quedarme. Estaba demasiado cansado”.
“Cuando me enteré de que me destinaban a la Cuarta División, supe que iba al infierno”, dice otro desertor. No quiere dar su nombre: no sólo por miedo a las represalias contra su familia, que sigue dentro de Siria, sino también porque el estigma de la pasada pertenencia a la Cuarta División pesa como una losa en los campos de refugiados de Reyhanli, en Turquía, donde le encontramos. Y es que esta unidad de elite, comandada nada menos que por Maher Asad, el hermano del presidente sirio, ha liderado la represión de las protestas contra el régimen, especialmente en Daraa, Homs y Damasco.
“La Cuarta División Acorazada es como un niño mimado dentro del ejército, es el juguete de Maher Asad. Pueden hacer lo que quieran”, explica el joven. “Es lo suficientemente grande como para ir donde quiera, para actuar en varios lugares a la vez. Está compuesta de 24.000 combatientes, la mayoría alauíes”, nos dice. Él era uno de los pocos suníes de la división. Su compañero, en cambio, sí es alauí, pero aunque escucha con atención, se niega a hablar con periodistas. “Ha matado a bastante gente, es por eso que no quiere decir nada”, nos explicará luego Qais, otro militar desertor, cuando estemos a solas.
En realidad, la Cuarta División es heredera de las Compañías de Defensa de antaño, las guardias pretorianas que sirvieron como vanguardia en la represión de las rebeliones que sacudieron Siria entre 1978 y 1982. Participaron en las operaciones contra Alepo en 1980, y en la masacre de Hama dos años después. En aquella época también las comandaba el hermano del presidente, Rifat Asad, quien trató de utilizarlas para derrocar al dictador y hacerse con el poder. Pero, ante el fracaso del golpe, las Compañías fueron reconvertidas a su forma actual.
“Yo no elegí unirme a la Cuarta División; me enviaron allí durante mi servicio militar”, explica el joven. “Nos hacían hacer mucho ejercicio, nos tenían en calzoncillos todo el tiempo a pesar de que hacía mucho frío. No nos daban bastante comida ni nos dejaban dormir lo suficiente, y nos hacían caminar por aguas fecales”, describe.
“Las palizas por faltas disciplinarias eran constantes. Todo lo malo y duro que te puedas imaginar, nos lo hicieron. El propósito es romper tu alma, que recibas órdenes sin pensar”, asegura. “Nuestro jefe de batallón quería que creyésemos todo el tiempo que estábamos combatiendo a terroristas. No se nos permitía hablar con amigos ni familiares. Al principio lo creímos. Pero me di cuenta de que era todo mentira desde el mismo momento en que nos enviaron a las calles”, explica.
Cuenta, entonces, su deserción. Ocurrió en Douma, en el extrarradio de Damasco, hace cinco meses. “Nos enviaron a disparar contra las manifestaciones. Mis amigos y yo no queríamos, pero los manifestantes se acercaban más y más, cantando “El pueblo y el ejército, unidos en una sola mano”. De repente nos rodearon y nos abrazaron, y dos soldados y yo desertamos”, explica. En los días siguientes, los combatientes del Ejército Sirio Libre los llevaron de lugar en lugar hasta alcanzar Turquía.
“El responsable último de las acciones de la Cuarta es Maher Asad. No está presente en todos los teatros de operaciones, pero es él quien da las órdenes a los coroneles que comandan cada batallón”, cuenta el hombre. Por este motivo, el hermano del presidente ha sido objeto de sanciones por Estados Unidos, la Unión Europea y la Liga Árabe. En los campos de refugiados, los desertores lidian con la culpa como pueden.
“La mayoría de los soldados no quieren disparar contra el pueblo. Pero los ‘mujabarat’ ejecutan a los que no lo hacen”, asegura el joven. “Creo que yo no maté a nadie”, nos dice. Al lado, su compañero guarda silencio.