El Ejército Sirio Libre lucha por su imagen
Daniel Iriarte
El sonido de las ametralladoras se escucha cada vez más cerca, y el pequeño pelotón del capitán Homsi se parapeta detrás de una tapia para protegerse de las balas, que pasan silbando sobre sus cabezas. Enfrente, en la otra colina, los soldados leales al presidente Bashar Asad han consolidado sus posiciones y disparan contra la pequeña localidad rebelde de Idlitab.
El pelirrojo Mustafá se asienta detrás de un muro de piedras y desliza el cañón de su rifle por un hueco. Es el francotirador del grupo. Cuando dispara, el sonido nos golpea por sorpresa, como una pequeña explosión.
“¿Ese ruido? ¡Son los bombardeos de la OTAN!” bromean los soldados. “¡Ahora ganamos seguro!”, dicen entre carcajadas. Porque esa cuestión, el apoyo de la Alianza Atlántica (o más bien, la falta de él) a los rebeldes sirios se ha convertido en uno de los temas favoritos de conversación de los insurgentes con los periodistas extranjeros.
“Respecto a ese asunto, no estamos autorizados a opinar”, ha declarado, la noche anterior, el mayor Ismail Hayuni a M’Sur. “Solo el coronel Riad Asaad [el líder del Ejército Sirio Libre, exiliado en Turquía] puede hablar sobre estos temas”, se disculpa. Pero aquí, en mitad del tiroteo, sus compañeros son menos discretos. “¡Claro que queremos una zona de exclusión aérea! ¡Y que machaquen a los “asadistas”, como en Libia!”, dice uno de los soldados. Los demás asienten. Es una opinión bastante extendida entre los insurgentes, que ven cómo combatientes y civiles caen cada día bajo las balas de las fuerzas de seguridad sirias sin que Asad haya dado muestras significativas de flaquear.
«¡Queremos una zona de exclusión aérea, y que machaquen a los asadistas, como en Libia!», dice un rebelde
Tal vez por ello, los desertores están obsesionados con su imagen. El régimen insiste en que los culpables de la violencia son “terroristas”, en su mayoría extranjeros, una idea que ha sido recogida por la prensa gubernamental rusa, iraní e incluso por los medios oficiales de Venezuela, y que atormenta a los insurgentes.
“¿Te parecemos terroristas? Mira, este era policía antes, aquel era de la Seguridad del Estado, los demás éramos militares”, dice el mayor Hayuni, señalando a sus compañeros. “Somos patriotas que nos hemos rebelado contra la dictadura, nada más”, asegura.
Y lo cierto es que la inmensa mayoría de los combatientes del llamado Ejército Sirio Libre no son otra cosa que antiguos miembros de las fuerzas de seguridad, aunque algunos, según ha constatado M’Sur, son civiles que han decidido tomar las armas en los últimos meses.
Goteo de deserciones
“Estad atentos. Hemos recibido información de que un grupo de soldados podría intentar pasarse hoy a nuestras filas a través de estos campos. Si eso ocurre, no sólo no debemos tirar sobre ellos, sino que tendremos que cubrirles con nuestro fuego”, les dice el capitán Homsi a sus soldados. Esperamos durante horas, pero al final la deserción no tiene lugar.
Pero el goteo de éstas es constante en todo el país. Muchos ex miembros de las fuerzas de seguridad siguen en contacto con sus antiguos compañeros, tratando de convencerles de que cambien de bando. Pero las oportunidades son escasas, y el castigo, muy cruel: los desertores que fracasan son mutilados salvajemente y torturados hasta la muerte.
Aquellos que lo logran son instados a grabar un video en el que muestran sus viejas identificaciones, que luego será colgado en internet. Después, si han conseguido traerse sus armas, se integrarán en una unidad de combate del Ejército Sirio Libre, donde conservan su rango anterior.
La ausencia de armas es otra de las fijaciones de estos hombres. A pesar de los rumores del posible apoyo de algunos países de la OTAN al ESL, ni M’Sur ni ninguno de los periodistas en las zonas rebeldes ha podido constatar la existencia de otro armamento que viejas metralletas Kalashnikov y algunos rifles turcos de fabricación belga, como el que porta Mustafá el francotirador, que, aseguran, han comprado a unos contrabandistas. Hoy, los combatientes de Idlitab se enfrentan a una quincena de tanques con apenas dos lanzacohetes RPG y estos viejos fusiles.
“Todas las armas son las que se han traído los desertores, o las que capturamos a los soldados de Assad. Si la OTAN nos hubiese dado armamento hace unos meses, ya habríamos vencido”, dice Hassan, un antiguo miembro del “Amin Dawla”, la temida seguridad estatal.
Casi todos los miembros del ESL son musulmanes suníes. “Pero hay de todo: cristianos, alauíes, kurdos…”, asegura un oficial de rango intermedio al cargo de la región de Dar Khus, él mismo un alauí. “¿Y drusos?”, preguntamos. “No, drusos no hay”, responde. “¡Sí, hay uno!”, le corrige otro soldado. Pero la abrumadora mayoría de suníes se explica por la propia demografía del país: suponen más de tres cuartos de la población, y su porcentaje es aún más elevado entre la baja oficialidad del ejército, que es la que ha desertado en masa para unirse al ESL.
Nadie hace preguntas sobre el pasado de los combatientes: la revolución es lo primero
Hassan nos muestra su carnet de la Seguridad del Estado, y, en su teléfono móvil, el video en el que declara orgulloso su nueva adhesión a la insurgencia. Apenas pasa la veintena, pero el tenebroso historial del “Amin Dawla” nos lleva a preguntarnos si este muchacho tendrá las manos manchadas con la sangre de los opositores. Sin embargo, en la “Siria Libre”, por ahora, nadie hace preguntas sobre el pasado de los combatientes. La revolución es lo primero.
«Territorio liberado»
Las manifestaciones en Kan Safra destilan una energía especial. Los sirios corean con entusiasmo consignas contra los Asad, porque, por primera vez, después de más de cuatro décadas con el partido Baaz en el poder, pueden hacerlo. Los hay que aún cantan con voz queda, mirando a izquierda y derecha, como reflejo de pasados temores. En las consignas, en todo el país, se percibe el deterioro de la situación: de “El pueblo quiere la caída del régimen” han pasado a entonar “El pueblo quiere la muerte del presidente”. Ya no hay acuerdo posible con Bashar Asad.
Y las ciudades en rebeldía —Homs, Idlib, Deraa— están siendo violentamente castigadas por las fuerzas de seguridad sirias. Kan Safra es “territorio liberado”, y, a pesar de los combates en la zona, no sufre el goteo de cadáveres de manifestantes muertos que tienen lugar en otros lugares. Pero sí hace frente al acoso del régimen, que intenta someterla por desgaste. Muchos suministros han sido interrumpidos, entre ellos el combustible, y la red de telefonía móvil ha sido cortada en toda la provincia de Idlib. Aparentemente, la presencia de civiles es lo único que impide al régimen arrasar las posiciones rebeldes con su artillería.
El miliciano Brahim está preocupado. “Hay un control del ejército en la entrada de la carretera”, dice la campesina, lo que significa que las rutas de salida de Yebel Zawía están cortadas. Nos temíamos algo así, por lo que los muy escasos reporteros extranjeros hemos decidido salir de Siria, ante el riesgo de quedarnos atrapados dentro. Pero parece que llegamos tarde.
Finalmente, cuando anochece, Brahim encuentra una solución. Moviliza tres coches: el primero, el único que lleva luces, abre el convoy e ilumina el camino. En él viajan dos miembros de la organización rebelde vestidos de civiles. Le sigue otro con cuatro hombres armados, como escolta. En el tercero, totalmente a oscuras, viajamos los periodistas.
Tras algunas horas de espera en un checkpoint, logran hacernos cruzar las líneas enemigas por otro punto. Brahim se ríe, satisfecho: “¡El Ejército Sirio Libre ha encontrado una salida!”, dice, orgulloso.
Siria acepta el envío de observadores de la Liga Árabe
Tras varias semanas de negativas, el gobierno sirio aceptó el lunes 19 de diciembre finalmente el envío de observadores de la Liga Árabe, con el fin de poner freno a la violencia en el país, que se ha cobrado ya un mínimo de 5.000 vidas, según las Naciones Unidas.
El documento firmado en El Cairo permitirá la llegada en los próximos días de varios centenares de profesionales de todo tipo —desde médicos a juristas— que actuarán como observadores. Se espera que su presencia reduzca el nivel de represión que las autoridades sirias vienen desplegando contra los manifestantes de la oposición.
“Hemos firmado solamente tras asegurarnos de que no violaba nuestra soberanía”, declaró en Damasco el ministro sirio de asuntos exteriores, Walid Mualem. “La soberanía está protegida en el texto del protocolo”, aseguró.
“Hay muchos países que no quieren admitir la presencia de grupos armados terroristas en Siria”, afirmó Mualem, quien expresó su confianza en que la misión observadora “confirmará” que estos grupos “están presentes” en Siria. “No tenemos nada que temer”, dijo.
El régimen espera así capitalizar las acciones del llamado Ejército Sirio Libre, responsable de la muerte de numerosos miembros de las fuerzas de seguridad, que empezó a actuar a gran escala el pasado septiembre, cinco meses después de comenzar las protestas.