Un espía camina siempre a tu lado
Daniel Iriarte
Damasco | Noviembre 2011
«Aquí, por cada dos espías, hay otro espía en medio», nos asegura un presunto vendedor de alfombras de Damasco. Lo hace de forma amistosa, en italiano, para evitar oídos indiscretos, pero la conversación no tarda en derivar hacia quién es el extranjero que ha osado venir a Siria en tan delicado momento y qué está haciendo aquí, y cuál es su opinión sobre «la situación».
Estas preguntas, forzadas y antinaturales, parecen indicar que el vendedor es también un informador del régimen. Cuando, horas más tarde, este enviado especial vuelve a pasar por el mismo lugar, no hay ni rastro del presunto vendedor de alfombras… y los dueños de la tienda aseguran no conocerle.
Y es que la ‘mujabarat’ siria, el temido servicio de inteligencia dedicado en cuerpo y alma a reprimir la disidencia, es omnipresente. Se dice que en el barrio de Bab Touma, en Damasco, donde residen la mayoría de los extranjeros, hasta los barrenderos son políglotas.
«Intentan escuchar todas nuestras conversaciones. A veces hasta se les oye toser al otro lado de la línea del teléfono», nos explica un español con varios años de residencia en Damasco, familiarizado con la forma de trabajar de la «mujabarat». Famosa es la anécdota de aquella profesora de idiomas a quien, en mitad de una charla telefónica, le interrumpieron la línea y le soltaron un descarado: «¿Puede repetir, por favor?».
Los servicios secretos sirios son responsables de la desaparición de miles de personas desde el inicio de la revuelta
Pero el lado cómico del asunto se esfuma cuando la gente empieza a desaparecer sin dejar rastro. Según el último informe de Amnistía Internacional, los diferentes servicios de inteligencia sirios son responsables de la abducción de miles de personas, y la tortura de cientos de ellas, desde el inicio de la revuelta.
En realidad, no hay un cuerpo de ‘mujabarat’, sino cuatro: la Dirección General de Seguridad, la Dirección de Seguridad Política, la Inteligencia Militar, y la de la Fuerza Aérea. Cada una tiene su propia jefatura y su red de agentes, centros e incluso prisiones. Y a pesar de sus nombres, todas ellas participan de una u otra forma en actividades contra la disidencia.
La más poderosa es la Inteligencia de la Fuerza Aérea, mimada por el régimen (no en vano, el ex presidente Hafez al Assad, padre del actual líder sirio, era coronel de aviación), entre cuyas funciones ha estado siempre la represión interna, incluida la matanza de islamistas en Hama en 1982. Hace dos semanas el Ejército Sirio Libre lanzó un ataque contra su base en Harasta, en la periferia de Damasco.
«Quieren que sepas que están ahí»
«Yo, por cuestiones de rutina, he estado citado en una oficina de la ‘mujabarat’, y allí veías a un tipo con unos audífonos apuntando lo que iba escuchando. Vamos, que no se cortan un pelo», nos cuenta nuestro interlocutor español, que explica que normalmente todos los empleados sirios que trabajan en legaciones diplomáticas, institutos de idiomas o empresas extranjeras son informadores. «Es que si no lo hacen así, directamente no les permiten aceptar el trabajo», asegura.
«En épocas normales, lo que quieren es que sepas que están ahí. Te citan en la sede para preguntarte por tu vida, para dejarte claro que ellos lo controlan todo», nos dice un activista implicado en las actuales protestas. «También te piden que informes sobre tus amigos y conocidos. Y a veces oyes cosas: un vecino, un compañero de universidad que han arrestado y a quien no vuelves a ver durante un tiempo», cuenta.
Ahora, con una insurrección en marcha, la actividad de los «mujos», como los denomina la comunidad de expatriados residentes en Siria, es frenética. Y dado que apenas quedan occidentales en el país, cualquier recién llegado es sospechoso. Desde el pasado 1 de noviembre, las compañías de telecomunicaciones tienen prohibida la venta de tarjetas de teléfono a los extranjeros. Y durante la realización de este reportaje, este enviado especial ha sido vigilado de forma casi constante por un operativo de al menos cinco personas.
Las ‘mujabarat’, además, han empezado a hostigar a los exiliados sirios que se atreven a manifestarse públicamente en otros países, identificándoles, y, en algunos casos, castigando a sus familiares en la propia Siria. Con una oposición en la calle que crece cada día, la estrategia represiva no parece que sea eficaz. Pero el miedo, en los ojos y las palabras de los sirios, sigue presente.
Al miedo se le sume la desesperación. El presidente sirio, Bashar Asad, aseguró el pasado junio que «el mayor peligro» al que se enfrenta el régimen es «el colapso de la economía». Y tenía razón: mientras los Asad resisten la presión diplomática y las protestas de la oposición, e incluso una insurgencia armada formada por desertores, las cifras económicas no dejan de empeorar, extendiendo el descontento en la calle.
Samir, dueño de una tienda de alfombras y tejidos junto a la Mezquita Omeya, es vivo ejemplo de esta situación. El año pasado, por mediación de un pariente, trabajó unos meses como vendedor en el Gran Bazar de Estambul. Pero lo que entonces hizo más o menos por diversión, se plantea ahora repetirlo por necesidad.
«Prefiero ganar setecientos euros aquí con mi tienda que mil y pico en Estambul. Pero es que no estamos ganando nada. Nada de nada», nos confiesa, desesperado. Hace semanas que no pasa un solo cliente por su establecimiento. No es el único: por todas partes se ven carteles indicando rebajas de hasta un 40 por ciento, a pesar de lo cual, las tiendas permanecen vacías.
El turismo, que antes representaba el 12 % del PIB de Siria, se ha desplomado
El precio de los productos básicos no deja de subir: el del tabaco y el del combustible, prácticamente se han doblado. Al tiempo que los funcionarios —y hay muchos en la economía semiestatal de Siria— han visto cómo su sueldo se reducía en 500 libras (unos 9 euros) al mes, cuando el salario medio en el país es inferior a 200 euros. Así las cosas, el consumo no deja de disminuir.
Pero no todo es culpa de las sanciones. Ha sido la inestabilidad la que ha provocado el hundimiento del sector turístico, que representa el 12% del PIB de Siria. Y en las calles de la Ciudad Vieja de Damasco, normalmente atestada de turistas, es casi imposible encontrar ahora un extranjero.
«Está siendo así desde antes del verano. Este año, la temporada alta ha sido un desastre», explica Basel, gerente del emblemático hotel Zaytunet. A pesar de su encanto y su situación privilegiada, y de que ha reducido los precios en un tercio, solo tiene dos habitaciones ocupadas. «Es así no sólo en Damasco, sino en toda Siria», asegura el hostelero.
«Yo estoy con la ley y el orden»
«Lo malo es la incertidumbre. No sabemos qué va a ocurrir. Pero, sea lo que sea, estamos todos esperándolo», cuenta Samir el vendedor, muy cauto ante la posible presencia de informadores del régimen: «Lo peor es que no sabemos cuándo llegará, cuánto falta para que esto se resuelva».
Mientras tanto, el régimen insiste en la existencia de una «conspiración extranjera» contra Siria. La ciudad está empapelada con carteles llamando a los ciudadanos a permanecer leales al Gobierno, con eslóganes como «Yo estoy con Siria», o «Yo estoy con la ley y el orden», y cada día se suceden las manifestaciones de apoyo de uno u otro tipo. La televisión estatal siria describió las sanciones como «medidas sin precedentes contra el pueblo sirio».
Los damascenos no disimulan su nerviosismo: «Los cristianos de Damasco y los drusos tienen miedo de que caiga el régimen, porque no saben qué tipo de gobierno vendría después. Temen a los Hermanos Musulmanes, porque está claro que quieren imponer un gobierno islamista en toda Siria», nos cuenta M., una joven drusa cuyo novio ha tenido que exilarse por razones políticas. Ella no apoya al régimen, pero admite que la mayoría de sus correligionarios sí lo hacen, más por temor a quedar marginados por la mayoría suní que por un verdadero respeto al presidente Bashar Asad.
Muchos opositores sirios jalean con entusiasmo cualquier medida de presión contra el gobierno de Asad, incluyendo las sanciones. Pero no M.: «No creo que vayan a ser positivas. Al final, quienes las van a sufrir van a ser la gente corriente», dice, antes de describir cómo en algunos barrios de la capital la miseria ya está haciendo mella en muchas familias pobres, que no pueden pagar el combustible para calentarse.
Protestas invisibles
«Si Bashar Asad no deja el poder pronto, la guerra civil en Siria será inevitable», confiesa S., un activista político de Damasco que, como otros centenares, se ha exiliado en Beirut, desde donde contempla con amargura el inexorable ciclo de violencia en que se ha sumido su país.
Ayer, los opositores regresaron a las calles. El régimen volvió a matar. Y los insurgentes que lo combaten también recurrieron a la violencia. Al menos seis manifestantes fueron abatidos por las fuerzas de seguridad. Al tiempo que las fuerzas armadas reconocieron que se había producido un ataque contra un autobús de transporte de tropas en la carretera de Homs, que produjo una decena de bajas.
«Una banda terrorista armada ha asesinado a seis pilotos, un oficial y tres suboficiales que trabajaban en una base aérea», indicó el jefe del estado mayor. El ataque (que ya ha sido reivindicado por los desertores del Ejército Sirio Libre) «prueba», según el Ejército sirio, «la implicación de intereses extranjeros que apoyan estos atentados terroristas con el fin de debilitar las capacidades de combate de las fuerzas armadas».
«Hay protestas en Damasco cada día», asegura S. Puede que sea cierto, porque cuatro de los manifestantes muertos ayer cayeron en la capital, en el suburbio de Douma. Pero en el centro de Damasco es difícil percibirlo. Las únicas manifestaciones que este periodista ha podido constatar son, por ahora, marchas de apoyo al presidente sirio, Bashar Asad. Ayer, centenares de vehículos circularon por las calles de la ciudad enarbolando pancartas de apoyo al régimen.
Y sin embargo, es evidente que algo extraño sucede. Se han multiplicado los controles de carretera, y los soldados y policías, pertrechados con munición extra y con los kalashnikov a la vista, dejan sentir su presencia incluso en la, por ahora, tranquila ruta entre Beirut y Damasco
«Si hay guerra, no será de los alauíes contra los demás, porque hay muchos alauíes en el movimiento de protesta», afirma S. «Será de los esbirros del régimen contra el pueblo». Los alauíes son la comunidad religiosa a la que pertenece Bashar Asad y que controla los puestos estratégicos en el régimen.