El éxodo de los ricos
Ethel Bonet
El cruce principal de Masnaa, que conecta Damasco con el valle de la Bekaa, vuelve a ser un hervidero. Miles de familias sirias de los barrios del centro de la capital han decidido abandonar sus hogares y refugiarse en país vecino por temor a una intervención internacional contra Damasco.
Este paso fronterizo ha permanecido abierto desde que el conflicto en Siria estalló en 2011, y es una de las pocas salidas que tienen los residentes de Damasco que escapan de la guerra de su país. “Han llegado más de 25.000 personas”, explica Firas Khaldi, un voluntario que ayuda a los oficiales de la frontera a registrar a los nuevos refugiados que han llegado estos días desde la capital siria.
“No se habían visto tan largas colas en la frontera de Masnaa desde hacía más de un año”, insiste Khaldi. Hace referencia a los sucesos de julio de 2012, cuando más de 30.000 sirios cruzaron en menos de 48 horas, tras los atentados contra la cúpula militar en la capital.
Evacuan a los simpatizantes del régimen que vivan cerca de bases militares en Damasco
Porque ahora, la incertidumbre se cierne más que nunca sobre la capital de Siria. Rami es dueño de un negocio de servicios financieros, se ha marchado de Damasco por el momento, y se quedará hasta que “la guerra se resuelva de una manera u otra”. “Si van a bombardear los aeropuertos militares y los edificios estatales, pueden bombardear lo que quieran”, declara con cierto nerviosismo.
Según informa una fuente rebelde, se están registrando movilizaciones masivas dentro de Damasco. “Un convoy de camiones salió del barrio de Moadhamiat al Sham, al suroeste de la capital, transportando a familias de simpatizantes del régimen de un barrio residencial ubicado frente a la base militar de la Cuarta División del ejército”, explica en una entrevista via Skype este activista, que prefiere no dar su nombre.
Lo confirma Rashia, que sigue en Damasco. “El régimen está trasladando a soldados y armas a las escuelas”, asegura. “Es muy peligroso, porque los colegios están en barrios residenciales y si los atacan, morirán civiles. Los vecinos están muy asustados”, explica esta mujer. Aquellos que no han podido o no han querido huir de la capital siria se han marchado a barrios alejados de los cuarteles militares.
Los opositores no confían en que la intervención de Estados Unidos y sus aliados europeos pueda cambiar el curso de la guerra. “Los americanos y los franceses lo han dejado más que claro que el golpe militar será un castigo al régimen por utilizar las armas químicas contra la población civil, nada más. Así que les permitirán seguir matando a la gente con otras artillería pesada y bombardeos aéreos”, denuncia Wassim Zabad, un opositor de Damasco, vía Skype.
“Este espectáculo de fuerza no va a llevar a ningún lado, mientras no sea para derrocar al dictador”
Este activista insiste en que la acción militar de Occidente “es un mensaje para Rusia que quiere decir que si nosotros queremos derrocar al presidente Asad lo podemos hacer, pero no queremos derrocarlo por ahora”.
“Lo más seguro es que las fuerzas internacionales adviertan a Asad antes de bombardear para que evacuen a tiempo las zonas a bombardear”, se queja Zabad, antes de agregar que “los militares ya han evacuado los cuarteles de la Guardia Republicana, y otros edificios gubernamentales”. “Este espectáculo de fuerza no va a llevar a ningún lado, mientras no sea para derrocar al dictador”, concluye.
El opositor advierte de que como respuesta las fuerzas del régimen “a su vez intensificarán las matanzas contra los civiles con armas tradicionales y misiles de largo alcance”.
El miedo tanto al previsto golpe aéreo de Estados Unidos como la probable reacción de Asad impulsan a los vecinos a huir. Damasco se ha convertido en una ciudad semidesértica. “Han suspendido las líneas de los autobuses y a penas hay coches circulando. Muchas calles y carreteras están cortadas”, detalla Rashia.
Ante la posible ofensiva inminente, los damascenos han hecho acopio de suministros y se han encerrado en sus casas. “Pero los precios de los alimentos se han triplicado”, critica esta mujer, que pone como ejemplo el precio del pan: “Hace una semana, una bolsa de pan costaba medio dólar, ahora casi está en dolar y medio”.
Pero a diferencia de otras ocasiones, muchos de los coches que se ven ahora llegar a la frontera de Líbano son de marcas de lujo. “Para los ricos, cruzar la frontera ha sido más sencillo», agrega Firas Khaldi, el voluntario del paso de Masnaa. Parece ser que las familias con recursos, que hasta ahora habían permanecido en la capital, empiezan a temer la caída del régimen. Hasta ahora, el centro de Damasco ha estado ajeno a la guerra, con actividad comercial, hoteles y restaurantes abiertos.
Doha es hija de un rico empresario de Damasco. Tiene 20 años y llegó hace unos días al acomodado barrio de Ashrafía, en Beirut. “Mi padre teme que los ataques aéreos puedan alcanzar nuestro barrio, Al Merjeh (no lejos de la Ciudad Antigua)”, indica Doha, antes de agregar que “Damasco ya no es segura para nadie”. Su familia es suní, pero como muchos de los sirios de clase alta no está en contra del régimen.
“Lo que más nos costó es dejar a los perros allí. Mi madre los quiere mucho, pero hemos dejado a cargo a uno de nuestros empleados para que los cuide”, indica la joven.
Encontrar una vivienda libre en Beirut es casi imposible ante la avalancha de refugiados
La mayoría de sirios pudientes que han llegado a Beirut desde que comenzó el conflicto escogen el barrio de Hamra, porque es más cosmopolita y bullicioso, además de ser un barrio tradicionalmente suní. Pero la familia de Doha prefiere la tranquilidad de Ashrafía. Además, encontrar una vivienda libre en Beirut, en estos momentos, es imposible. Por eso su familia ha decido quedarse en un hotel lujoso, de más de 100 euros la noche, a la espera de ver como evolucionan los acontecimientos.
Manaf es ingeniero industrial y está en Beirut desde hace unos meses en el barrio de Hamra. Por su piso pequeño, de dos habitaciones, paga un alquiler de 2.000 dólares al mes. Ahora han llegado su hermano pequeño y dos hermanas casadas. “Mi padre no ha querido marcharse. Está jubilado y no quiere dejar su chalet en Takía al-Sumalía. Por eso han venido sólo mis hermanos. Mi madre se ha quedado con mi padre, pero si la situación empeora se vendrán”, explica Manaf. “No se que pasará. Es una pena que nuestro país se destruya”, lamenta este ingeniero sirio.
«Tengo familia que está viviendo en Líbano desde hace algún tiempo, era hora de que me marchara yo también», asiente con tristeza Munar, dueño de una fábrica textil en Damasco. «Lo que ocurrirá va a hacer mucho daño a Damasco; de una manera u otra va a afectarnos a todos, tanto a los opositores como a los hombres de negocios”, vaticina este empresario que llegó el miércoles a Beirut.
«El gobierno libanés rebaja la cifra de refugiados para ocultar que todo el mundo está huyendo de Siria”
Ante la llegada masiva de sirios, las autoridades libanesas han preparando un centro de acogida temporal. Los recién llegados se suman a los ya 712.000 refugiados, registrados en las oficinas de ACNUR en Líbano. El número es tan elevado que el Gobierno de Beirut advierte que ya no puede absorber a más sirios en el país.
“Las autoridades libanesas dicen que en los últimos días han llegado sólo 15.000 sirios de Damasco, pero no es verdad; el gobierno ha rebajado la cifra porque quiere ocultar que todo el mundo está huyendo de Siria”, denuncia Firas Khaldi. Cree que el número real es casi el doble.
El voluntario pertenece al responsable del movimiento “Future”, liderado por el ex primer ministro Saad Hariri. Esta agrupación política, ahora en la oposición, se alimenta de los votos de la comunidad suní, con lo cual queda asociada al bando rebelde de Siria.
La llegada de nuevos refugiados, obviamente con suficiente dinero propio para no depender de la caridad de sus anfitriones, puede convertirse en un problema para el Gobierno libanés, aún de forma provisional en manos del primer ministro Najib Mikati, respaldado por el partido chií Hizbulá, cuyas milicias combaten junto a Asad. Pero queda por ver si los «refugiados de lujo» tendrán ganas de emplear sus fondos para barajar de nuevo las cartas de la política o si simplemente esperarán a capear el temporal en las playas mediterráneas.
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