Reportaje

Los nuevos amos de Siria

Laura J. Varo
Laura J. Varo
· 12 minutos
Tribunal islámico en Alepo (Jul 2013) | © Laura J. Varo
Tribunal islámico en Alepo (Jul 2013) | © Laura J. Varo

A las puertas del palacio del gobernador de Raqqa se extiende la renombrada Plaza de la Libertad. Aquí no ondea la bandera revolucionaria triestrellada, sino la enseña negra que popularizó Al Qaeda y sobre la que se inscribe la profesión de fe islámica: “No hay más dioses que Dios y Mahoma es su profeta”. Los milicianos de Ummanat al Raqqa, uno de los grupos que integran el frente islamista Ahrar al Sham (Hombres Libres de Siria) ocupan ahora el edificio. Este grupo y el de Yabhat al Nusra, adscrito a Al Qaeda, son los nuevos amos del lugar, desde que encabezaron y ganaron, en marzo pasado, la batalla por la ciudad.

Pero ya tienen su oposición. Aún no ha caído el sol y varios manifestantes pasean por la calle con banderas que visten los colores de la revolución. La protesta no es contra el régimen de Bashar Asad. Una docena de jóvenes se juega el tipo gritando consignas contra Yabhat al Nusra. Su número está muy lejos de los muchos miles de personas que salieron de sus casas en 2011 inspirados por las ‘primaveras árabes’ en Egipto, Libia o Túnez, pero ya hay quien habla de la “segunda revolución”.

Ya hay quien habla de la “segunda revolución» contra los islamisas en Siria

“Nos manifestamos porque ayer detuvieron a una chica y le pegaron una paliza”, explica Omar, de 18 años y líder del movimiento Haqna, que se ha levantado en oposición a los “abusos” de los islamistas. Llevan casi dos semanas de convocatorias diarias, pero las protestas empezaron al poco tiempo de que se decretase la “liberación” de la ciudad.

La ciudad, de algo más de 200.000 habitantes, quedó libre de las tropas del régimen el 6 de marzo, tras una ofensiva conjunta de tres días en la que participaron varios grupos revolucionarios. Desde ese momento, las diferentes facciones comenzaron a posicionarse en las instituciones de poder, lo que provocó varios enfrentamientos en el seno de las mismas fuerzas rebeldes. Ahora, los islamistas gobiernan en una ciudad que prometía convertirse en el laboratorio político de la era post-Asad.

El primer efecto: las calles han cambiado de denominación. Las esquinas de los edificios están graffiteadas con nombres de “mártires” que participaron en la “liberación” de la primera capital gobernada por los rebeldes. Las pintadas compiten con versos coránicos y hadices que aleccionan en la moral islámica a los ciudadanos.

La vuelta a la calma en la ciudad es uno de los principales activos de Ahrar al Sham. No sólo han retirado la estatua de Hafez Asad, el padre de Bachar, y han dejado en el suelo el busto de su hijo Basil, destinado a ser presidente: las líneas de autobuses funcionan de nuevo, a las tiendas y cafeterías llegan suministros desde la frontera turca y la electricidad, aunque intermitente, permite hacer vida diaria. La aparente normalidad de un lugar que vive bajo un hiyab sirve de coartada.

La batalla

La toma del complejo de Gobernación en Raqqa puso fin a la lucha que compartieron los miembros de Ahrar Sham con los radicales de Yabhat al Nusra (considerados una organización terrorista afiliada a Al Qaeda) y los moderados del Ejército Libre Sirio (ELS), el principal grupo opositor, formado por varias brigadas integradas en su mayoría por militares desertores, para deshacerse de las fuerzas del régimen.

“El día de la liberación el gobernador no opuso resistencia, pidió a los cientos de trabajadores que no luchasen”, explica Zak, un joven que dejó sus estudios para unirse a la revolución en sus inicios, “solo dos alauíes (la rama religiosa a la que pertenece el clan de Asad) se enfrentaron a los rebeldes y luego se suicidaron. Desde entonces, el gobernador está en prisión”.

Alrededor del edificio se levantan las fachadas semiderruidas de varios edificios bombardeados por los aviones del régimen. “No fue difícil expulsar al Ejército”, puntualiza el joven, “el régimen nunca tuvo mucha fuerza aquí”.

Una tensión similar se vive en los distritos de Alepo que se han pasado al bando rebelde. También aquí, liberarse de la dictadura de Asad ha traído mucha tela negra a las calles. Como en Tareq al Bab, uno de los primeros barrios «liberados» de la ciudad, hasta hace nada capital económica de Siria. Dos mujeres completamente cubiertas del pies a la cabeza caminan entre los puestos de frutas y verduras del zoco y un hombre de barba espesa y turbante negro, y con un kalashnikov al hombro, observa desde una esquina el movimiento de la gente.

Desde febrero pasado, grupos islamistas radicales como Yabhat al Nusra, una escisión del Estado Islámico de Iraq y del Levante (ISIL), el propio ISIL y Ahrar el Sham se han establecido en las áreas liberadas de Alepo y controlan todos los aspectos de la vida social.

“Han impuesto códigos de vestimenta islámica a las mujeres y controlan la educación»

“Han impuesto códigos de vestimenta islámica a las mujeres. También están controlando la educación en las mezquitas. Lo peor de todo es que la mayoría de ellos vienen de fuera y no les importan los sirios. Simplemente vienen a luchar aquí e imponen sus propias reglas”, denuncia Abd Qader, un activista de Alepo.

Hay quien se niega. “Mi madre nunca había llevado el pañuelo. Incluso cuando algunas mujeres del barrio se lo pusieron, ella se negó”, explica Abed Mehmed, un periodista de Alepo. Sus padres se marcharon a Masharqa (bajo control del régimen), porque no estaban de acuerdo con la situación ni la imposición de grupos islamistas radicales, que han echado raíces en la ciudad. Mehmed, por el contrario, aún cree en la revolución, que jóvenes activista como él iniciaron hace más de dos años y medio, y ha decidido seguir luchando por ella.

Mehmed vive con un grupo de jóvenes activistas y la mayoría cree que los radicales les han robado su revolución. “Ahora estamos luchando contra dos enemigos; el régimen y los yihadistas», denuncia Husein Yitan, de 27 años. Aún así, no pierde su sentido del humor, o por lo menos interpreta de maravilla el papel de cómico porque es actor. Ahora está rodando un documental con un reportero francés y sueña con poder ir a Francia y estudiar Arte Dramático.

“Nadie puede denunciar a los grupos radicales, ni siquiera los jueces podemos intervenir»

De hecho, los islamistas ya se han hecho con todos los órganos del poder. Su armamento no sólo los convierte en el Ejecutivo de hecho: también dominan un organismo que reemplaza la Judicatura, el Consejo de la Charia, un tribunal extrajudicial cuyo único código de leyes es el Corán.

El tribunal se encuentra junto al cuartel general del ISIL. Quien entra allí nunca sabe cuando saldrá. “El otro día estaba en una pollería y un chico de unos 15 años comenzó a criticar a Yabhat al Nusra. De repente vivieron dos hombres armados y se lo llevaron”, relata Rafat, de 29 años. “Deberíamos ir nosotros al tribunal de la charia y demandarlos. Que los juzguen a ellos. Qué ha hecho este niño”, denuncia indignado.

Rafat tiene una cuenta personal con los islamistas radicales. Su mujer es alauí y desde hace mucho tiempo ha tenido que abandonar el país. “Si se quedará aquí, la matarían”, afirma.

“Nadie puede denunciar a estos grupos radicales, ni siquiera los jueces podemos intervenir en estos casos. Estamos en guerra y todo está permitido”, advierte Abu Muhlis, portavoz del Consejo de Tribunales Unificado. Esta institución se formó en noviembre de 2012 para crear una única autoridad legal, más o menos regulada, y para terminar con los juicios extrajudiciales que aplicaban las diferentes katibas (brigadas) del Ejército Libre de Siria. Pero desde que los yihadistas, muchos de ellos extranjeros, empezaron a penetrar por las fronteras sirias han tomado el control en muchas de las áreas liberadas.

También la educación está en sus manos. Antes de la revolución, el régimen de Bashar Asad prohibía la educación en las madrazas (escuelas coránicas) o en las mezquitas. Ahora, los islamistas se toman la revancha. “Ya no hay ningún control en la educación y cualquiera puede enseñar a los niños en las mezquitas”, lamenta Abu Husein, profesor de inglés que ha ejercido durante 35 años.

Abu Husein no está en contra de una educación islámica, “porque somos musulmanes y muchos niños van a estudiar a las mezquita después de las clases” , indica el profesor. Pero el problema -continúa- es que en “las madrazas no se enseñan materias como literatura, historia o matemáticas”.

Lo mismo ocurre con las infraestructuras. Cada uno de los grupos radicales tiene su propia red de autobuses urbanos, distribuye las ayudas a los vecinos y controla la distribución de luz y agua. Cada uno tiene su propio cuartel general, normalmente en abandonados edificios gubernamentales, y dirige la zona en la que se ha hecho fuerte.

“Aceptamos la caridad islámica. Ellos tienen mucho dinero y ofrecen los servicios a los que nosotros no podemos llegar por falta de fondos”, justifica el Ahmad Assus, jefe del Consejo Civil de Alepo, una institución apoyada por el Consejo Nacional Sirio (CNS) y salido de unas elecciones celebradas en la ciudad turca de Gaziantep.

Pero la ayuda material que llega desde este organismo de la oposición radicado en Turquía es escasa. El hueco lo llenan los islamistas. “Ellos tienen dinero y controlan las infraestructuras o los servicios en las zonas donde se han instalado”, admite Assus. “Si la comunidad internacional hubiera apoyado la revolución desde el principio, no habría ahora grupos radicales como el Yabhat al Nusra y el ISIL en Siria. Y cuanto más tiempo pase la situación será irreversible y el país lo controlarán los islamistas”, denuncia.

«Si la comunidad internacional hubiera apoyado la revolución, no habría ahora grupos radicales»

La experiencia de los tribunales islámicos también se ha repetido en Raqqa. Los rebeldes que se consideran seguidores del Ejército Libre de Siria (ELS), sin ideología religiosa, denuncian que ahora, el Tribunal de Justicia está regido por los islamistas. Añaden que éstos han pasado a la ofensiva con detenciones arbitrarias. La rumorología marca el inicio del empeoramiento de la situación con el anuncio, el pasado 14 de junio, de un inminente envío de armas al ELS por parte de la administración estadounidense. “Se están poniendo nerviosos”, explica Omar en referencia a los islamistas, “porque el ELS podría ganar poder”.

“Yabhat al Nusra es quien realmente controla la ciudad”, critica el joven: “Están en todos lados, tienen espías”. Omar habla con cuidado sentado en una cafetería frente a la mayor iglesia ortodoxa de la ciudad y mira a los lados de forma compulsiva, observando las caras que le rodean.

El nombre de la organización, Haqna, significa Nuestro Derecho. El derecho, dice, de la gente de Raqqa a mantener un “gobierno civil”. “Estamos en contra de Yabhat al Nusra, estamos en contra de Ahrar Sham”, resume, “estamos en contra de cualquiera que quiera imponer su ideología”.

Vivir en el frente

Raqqa, ciudad conservadora y mayoritariamente suní, escapó del nivel de destrucción que sufrieron Alepo o Homs, pero no se libró de la guerra. La población ha huido a otras zonas que daba por seguras, pero los aviones y helicópteros del régimen no han dejado de sobrevolar el lugar. Al norte se sitúa el cuartel de la División 17ª, donde los rebeldes todavía combaten al Ejército sirio, atrincherado en la única zona en conflicto que queda en la ciudad.

“Teníamos una casa detrás de la línea del ferrocarril”, cuenta Abu Ahmed, sentado sobre una pila de escombros en Rumeilah, uno de los barrios más pobres de Raqqa. “Las vías del tren marcan el frente, hay francotiradores, bombardeos,… así que tuvimos que irnos. Cuando escapamos, llegamos aquí y mira qué pasó”, continúa, señalando el amasijo de hormigón. “Ahora nos hemos vuelto a mudar con otros parientes”.

Junto a él, Umm Mohammed permanece impasible. “El problema son los bombardeos”, comenta la vieja, “pero desde hace tres días no ha habido”. El último echó abajo la casa de cuatro habitaciones donde vivía mientras ella estaba visitando a su hija. Su marido se marchó a Líbano para trabajar. “Ahora no tenemos nada”, dice, “lo hemos perdido todo”.