Reportaje

Salvar vidas bajo las bombas de Alepo

Lluís Miquel Hurtado
Lluís Miquel Hurtado
· 10 minutos
Enfermera voluntaria en Alepo (Sep 2012)  |  © Lluis Miquel Hurtado
Enfermera voluntaria en Alepo (Sep 2012) | © Lluis Miquel Hurtado

Alepo | Septiembre 2012

«¡Pum!” “¡pum!” No han pasado ni cinco minutos sin que un nuevo proyectil decapitara un edificio esa noche. Desde primera hora de la mañana hemos oído la metralleta de un helicóptero.

El mediodía da paso al siniestro zumbido de un avión MiG cargado con una bomba de más de media tonelada, capaz de hundir edificios. Mientras rezan para que la nave no abandone su carga mortal sobre este hospital, enclavado en el barrio de Saif al Doula, sus trabajadores mantienen puertas adentro un pulso titánico con la dama de negro.

Yusuf, médico, vino voluntariamente desde Egipto. Aparentemente calmado y silencioso, permanece de pie a la puerta del centro médico. Hace dos días que los morteros convirtieron en escombros la moderna vidriera de la entrada. Las balas de los francotiradores son mudas. Sólo puedes escuchar el impacto contra la piedra, siempre y cuando yerren el tiro. Sentimos tres disparos a diez metros. No esperamos al cuarto. Entramos a toda prisa en el interior del hospital para refugiarnos del pistolero. Yusuf resopla. En su cara está dibujado el mismo terror que inunda los ojos de los alepenses. Ellos huyen de la ciudad; el doctor volverá a su país el día siguiente.

“Los francotiradores son especialmente crueles: les encanta disparar a los niños”

“Los francotiradores son especialmente crueles”, comenta Faruk, combatiente del Ejército Sirio Libre (ESL): “Les encanta disparar a los niños”. Husein, enfermero, los sufrió mientras volvía del hospital al finalizar su jornada laboral: “Cada noche recorro las mismas calles a oscuras para llegar a casa. Una vez me dispararon. Afortunadamente, acertaron aquí”, musita, señalándose el pie izquierdo, vendado. “Aún así, seguiré viniendo a trabajar todos los días. Aquí hay mucho trabajo que hacer”.

Clandestinidad

«En este hospital tenemos medicinas suficientes. Pero nos faltan médicos. La mayoría ha huido”, critica Aisha. Farmacéutica de profesión, esta siria que ronda las treinta primaveras tuvo que huir de Damasco a los pocos meses del inicio del alzamiento. Había estado ayudando clandestinamente a curar a los heridos durante las primeras manifestaciones contra Bachar Asad. Fue detenida durante una de ellas.

“Fui amenazada e interrogada durante diez horas”, prosigue la farmacéutica, «y al final me dejaron cuatro días en prisión. Cuando mis padres me vinieron a buscar no daban crédito, pues no tenían ni idea de a qué me había estado dedicando. Al salir, no cambié mi proceder. A las dos semanas, y sospechando que querían volver a capturarme, me escapé”. Desde entonces, toda la familia de Aisha ha sido detenida en alguna ocasión. El régimen llama asiduamente al domicilio familiar para preguntar por su hija prófuga. Desde luego, nadie en el hospital permite que se tomen fotos: podría ser un riesgo para quienes trabajan allí.

La farmacéutica enhebra sus críticas a la ausencia de médicos recordando la falta de cultura del voluntariado que predomina en su país. “El régimen funcionaba mediante un sistema en el que no se valoraba ser voluntario. El día a día se basa en relaciones mercantilistas”, analiza. “Así, ahora no es fácil encontrar voluntarios que quieran jugarse la vida para ayudar. Pese a todo, tras ver el trabajo de muchas personas desde que comenzó la revolución, no pierdo la esperanza de que este comportamiento cambie”.

«No es fácil encontrar voluntarios que quieran jugarse la vida para ayudar»

Abdurrahman, dentista, se aposenta incómodamente en la silla: “¿Mi peor día? Hace diez jornadas estaba en la sala de emergencia. La puerta del hospital estaba llena de heridos por la explosión de una bomba. Y tuvo que caer otra y casi en el mismo sitio. La segunda dejó quince heridos y un muerto. No dábamos abasto, había sangre por todas parte”, recuerda el doctor. “Mi peor día fue el primero”, sentencia Aisha. “Tienes miedo, eres nueva, llegas de fuera…Ver a heridos no es nuevo, pero es duro».

Ante la falta de recursos humanos, ni la formación de Abdurrahman ni la de Aisha son imperativas para dedicarse a todo tipo de labores sanitarias: “No puedo coger una arma, pero sí colaborar con ayuda médica», se justifica el dentista. «La mayoría venimos a ayudar en lo que podamos. Creo que quien no lo hace no es un buen médico, al igual que el que no socorre a todo tipo de heridos, sean pro o anti Asad”, matiza.

Aisha ahonda en su experiencia sanitaria: “Estuve tratando de dar los primeros auxilios en un pueblo donde no había electricidad. Tampoco había médicos, claro. No tuve más remedio que operar iluminándome con la linterna LED de un mechero”. Unas circunstancias desalentadoras. “Se tardaba 45 minutos en ambulancia desde donde estábamos, donde dábamos la atención más urgente, hasta el hospital donde se atendía mejor a los heridos”.

Aquellos días fueron un infierno para la farmacéutica convertida en cirujana: “Era una locura. Se nos moría mucha gente en las manos por falta de recursos”, musita apesadumbrada. “A veces me tocó permanecer junto al malherido durante sus últimos minutos esperando a que muera”, añade. “En ese lugar teníamos hasta que apilar los cadáveres en un rincón porque no había otra forma de hacerlo”.

Unos gritos interrumpen nuestra conversación. Un grupo de combatientes del Ejército Sirio Libre traen a un individuo esposado. Lo hacen entrar en una sala pequeña que se encuentra en el subterráneo, junto al cuartillo donde nos encontramos. No es el la primera vez que vemos una escena similar. Aisha huye ahora de ese asunto: “Me escapé de Siria. Visité hasta tres países. Pero me podía el deseo de ayudar a mi gente, así que volví. Mi sitio está aquí”.

Hakim, de tres años, observa acongojado el trasiego que le rodea. A su hermana pequeña a duras penas se le distingue el rostro entre la piel hecha trozos por la metralla de un proyectil que impactó en casa. Los sanitarios la atienden en un quirófano improvisado en el vestíbulo. Es la única parte del centro no afectada por las bombas. Le colocan una máscara de oxígeno. Durante unos segundos interminables, el pecho de la pequeña se hincha: inspira e inspira.

«De los cerca de treinta heridos que recibimos cada día en el hospital, sólo dos o tres son combatientes»

La actitud del padre de ambos niños es escalofriante. Coloca las manos amorosamente sobre las espaldas de su hijo. No llora. Ni una palabra. “Hace justo una semana murió la madre, y ahora…”, intenta excusarse el tío de la pequeña, a quien los médicos siguen intentando mantener con vida. Si muere, Hakim y su padre, con la casa destrozada por los morteros, se sumarán a los cerca de 90.000 refugiados que duermen en los colegios alepenses convertidos en refugio.

“A este hospital llegan dos tipos de heridos: los que mueren al llegar y los malheridos”, subraya Abdurrahman. “Si la lesión es en la cabeza, probablemente morirán porque no tenemos el equipamiento necesario para atenderles”, se lamenta. Este sanitario insiste en que Asad ha ordenado expresamente el asesinato de ciudadanos desarmados: “De los cerca de treinta heridos que recibimos cada día en el hospital, la mayoría son civiles. Sólo dos o tres son combatientes del Ejército Sirio Libre ”.

Los barrios que se encuentran en la retaguardia son, de hecho, los que están sufriendo más la ofensiva del gobierno sirio para “limpiar” a los alzados, en palabras de su presidente. No pasa día sin que puñados de cohetes Grad impacten contra barrios como Bustan al Qasr, que se encuentra a medio camino de dos de los tres principales frentes abiertos contra las tropas oficiales. Hospitales, colegios y zonas residenciales son los objetivos prioritarios.

El joven Yafar arroja gritos secos de dolor mientras el doctor remueve con unas pinzas dentro del agujero que la metralla de un proyectil le ha hecho en la base del pulgar de la mano izquierda. Extrae de él una pieza metálica del tamaño de un sacapuntas. Le tendrán que amputar la mano porque la esquirla le ha roto una arteria importante. El trasiego entre los médicos no cesa mientras en la calle los morteros siguen imponiendo su ley.

Abdurrahman responde automáticamente: “Todos tenemos miedo. Cualquiera de nosotros podría morir cualquier día”, insiste. “Cada mañana llamo a mi familia para despedirme y pedirles perdón”. Después de tres meses aquí, Aisha prepara su traslado a una nueva ciudad del país. Sospecha que los agentes secretos, los ‘mujabarat’, la siguen de cerca: “Si dijera que no tengo miedo mentiría. Pero me siento fuerte. Estoy preparada para morir”.

La propaganda también es munición

SMS del gobierno sirio en un móvil (Alepo, Sep 2012)  |  © Ll. M. Hurtado
SMS del gobierno sirio en un móvil (Alepo, Sep 2012) | © Ll. M. Hurtado

«A tus ojos, Alepo: Los hombres del Ejército Árabe Sirio están llegando para aplastar a los terroristas». Este es el texto de uno de los numerosos mensajes SMS que están recibiendo los habitantes de Alepo durante estos días en sus teléfonos móviles. Otro: «Tú que llevas armas contra el Estado: tu camino está cerrado, al enfrentarte al Ejército Árabe Sirio. Busca el camino de vuelta… tu familia te espera». O bien: «Sé prudente y apresúrate a dejar las armas: Los hombres del Ejército Árabe Sirio están llegando». Incluso un llamamiento directo a la denuncia: «Hermano: que informes de un terrorista significa que te salvas a ti mismo y a tu familia».

Mensajes como este forman parte de la campaña de propaganda patrocinada por el régimen de Asad para combatir el alzamiento. Amenazas y ofertas de perdón a cambio de denunciar a los «terroristas» o dejar las armas forman parte de esta guerra paralela que, por supuesto, también libra el bando rebelde.

Orient TV es un canal impulsado por el mismo adinerado qatarí que financia una organización de ayuda sanitaria que atiende tanto a refugiados como a combatientes del ELS. En ella se emiten videoclips con canciones revolucionarias y motivos alegóricos anti-Asad. Acompañan programas de denuncia y emisión de imágenes de las masacres cometidas por el régimen. Armados con cámaras domésticas, periodistas de esta cadena se empotran con los alzados para tomar imágenes de los enfrentamientos. Esta cadena emite tanto por internet como vía satélite.